jueves, 4 de mayo de 2017

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (2011). Ciclo A, 26 de junio de 2011


1 Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (2011). «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Juan 6,54). «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Juan 6,56). La vida eterna es la comunión con Jesús. La Eucaristía es verdadero alimento. La conciencia de este hecho debería ser tan fuerte en la vida del creyente que, hoy también, pueda afirmar lo mismo que los primeros cristianos: “sin el domingo no podemos vivir”; si se cree verdaderamente en la presencia de Jesús en la Eucaristía, participar en la comunión eucarística no representa una obligación sino una necesidad. «Sin el domingo no podemos vivir». cfr. Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (2011). Ciclo A, 26 de junio de 2011 Evangelio, Juan 6, 51-58: 51 Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. 52 Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? 53 Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. 57 Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. 58 Este es el pan que ha bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente. o «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Juan 6,54). La comunión con Jesús y con los demás creyentes. «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Juan 6,56) Cfr. Temi di predicazione – Omelie, Editrice Domenica Italiana 2 (2011), SS. Corpo e Sangue di Cristo, pp. 167-168 • La vida que se obtiene por medio de la carne y de la sangre sacramentales, consiste en la comunión con Jesús; la Eucaristía tiene como efecto el unir íntimamente a quien es fuente de la vida Se ha escrito que las palabras del evangelio de Juan que se leen hoy («El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él», 6,56) sobre el permanecer en Cristo y el permanecer de Cristo en quien recibe la eucaristía, se refieren a un unión única en su género, que no tiene analogías en el ámbito humano y terreno. (Cfr. R. SCHNACKENBURG, Il vangelo di Giovanni, parte prima, Brescia 1981, p. 133-134). Esta unión sacramental entre el creyente y Cristo realiza una relación análoga a la que existe entre el Cristo y el Padre. La carne y la sangre para comer y beber en el sacramento tienen como efecto la vida eterna de los creyentes que lo reciben, son fuentes de esa vida eterna por obra del Espíritu Santo. • Las afirmaciones de Jesús suscitan discusiones desfavorables entre los oyentes (cf. 6,52), pero Jesús, en la respuesta a sus críticas, no atenúa esas afirmaciones sino que mantiene y acentúa el realismo de sus palabras (cf. Juan 6, 53-55). La presencia de Jesús en la Eucaristía solamente puede ser reconocida en la fe, porque está más allá de todo empirismo. Sólo quien acepta el dejarse guiar por el Espíritu experimentará esa presencia en su verdad más profunda. • Es necesario recordar que la comunión con Cristo es, al mismo tiempo, comunión fraterna entre todos los comensales, fruto de la fe y del sacramento. • La Eucaristía es verdadero alimento que puede saciar el hambre de vida, de verdad y de felicidad que el hombre tiene en su corazón. La tradición de la Iglesia ha señalado esta realidad al remarcar que es verdadero el cuerpo de Jesús, y verdadera su sangre, recordando las palabras del Señor: «Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Juan 6, 55). Por otra parte, el hambre que sacian estos alimentos es más importante que el hambre física: «No sólo de pan vive el hombre … » (cfr. Deuteronomio 8, 3). 2 La analogía con el alimento es tan fuerte que se puede afirmar que la Eucaristía hace en el ámbito espiritual lo que el pan en la vida física: el cuerpo de Cristo conserva y desarrolla la vida espiritual del bautizado. La conciencia de este hecho debería ser tan fuerte en la vida del creyente que, hoy también, pueda afirmar lo mismo que los primeros cristianos: “sin el domingo no podemos vivir”; si se cree verdaderamente en la presencia de Jesús en la Eucaristía, participar en la comunión eucarística no representa una obligación sino una necesidad. o Sin el domingo no podemos vivir. Cfr. Benedicto XVI, Homilía de Benedicto XVI al clausurar el Congreso Eucarístico Nacional Italiano - domingo, 29 mayo 2005,en la explanada de Marisabella al clausurar el XXIV Congreso Eucarístico Nacional italiano. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros. Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano; es una alegría. • «Sin el domingo no podemos vivir», nos remite al año 304, cuando el emperador Diocleciano prohibió a los cristianos, bajo pena de muerte, poseer las Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas. En Abitina, pequeña localidad de la actual Túnez, 49 cristianos fueron sorprendidos un domingo mientras, reunidos en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía desafiando así las prohibiciones imperiales. Tras ser arrestados fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. Fue significativa, entre otras, la respuesta que un cierto Emérito dio al procónsul que le preguntaba por qué habían transgredido la severa orden del emperador. Respondió: "Sine dominico non possumus"; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir. Después de atroces torturas, estos 49 mártires de Abitina fueron asesinados. Así, con la efusión de la sangre, confirmaron su fe. Murieron, pero vencieron; ahora los recordamos en la gloria de Cristo resucitado. Sobre la experiencia de los mártires de Abitina debemos reflexionar también nosotros, cristianos del siglo XXI. Ni siquiera para nosotros es fácil vivir como cristianos, aunque no existan esas prohibiciones del emperador. Pero, desde un punto de vista espiritual, el mundo en el que vivimos, marcado a menudo por el consumismo desenfrenado, por la indiferencia religiosa y por un secularismo cerrado a la trascendencia, puede parecer un desierto no menos inhóspito que aquel "inmenso y terrible" (Dt 8, 15) del que nos ha hablado la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio. En ese desierto, Dios acudió con el don del maná en ayuda del pueblo hebreo en dificultad, para hacerle comprender que "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8, 3). En el evangelio de hoy, Jesús nos ha explicado para qué pan Dios quería preparar al pueblo de la nueva alianza mediante el don del maná. Aludiendo a la Eucaristía, ha dicho: "Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre" (Jn 6, 58). El Hijo de Dios, habiéndose hecho carne, podía convertirse en pan, y así ser alimento para su pueblo, para nosotros, que estamos en camino en este mundo hacia la tierra prometida del cielo. Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros. Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano; es una alegría; así el cristiano puede encontrar la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana. Por lo demás, no es un camino arbitrario: el camino que Dios nos indica con su palabra va en la dirección inscrita en la esencia misma del hombre. La palabra de Dios y la razón 3 van juntas. Seguir la palabra de Dios, estar con Cristo, significa para el hombre realizarse a sí mismo; perderlo equivale a perderse a sí mismo. El Señor no nos deja solos en este camino. Está con nosotros; más aún, desea compartir nuestra suerte hasta identificarse con nosotros. En el coloquio que acaba de referirnos el evangelio, dice: "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6, 56). ¿Cómo no alegrarse por esa promesa? Pero hemos escuchado que, ante aquel primer anuncio, la gente, en vez de alegrarse, comenzó a discutir y a protestar: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?" (Jn 6, 52). o Acerca de la procesión en la solemnidad del Corpus Christi. Cfr. Juan Pablo II, Homilía del Corpus Christi, en San Juan de Letrán (21-VI-1984) Es necesario que “el mundo” acoja este día solemne el mensaje eucarístico: el mensaje del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Deseamos, pues, rodear con un cortejo solemne a este “pan”, por medio del cual nosotros -muchos- formamos un solo “Cuerpo”. Queremos caminar y proclamar, cantar, confesar: He aquí a Cristo Esta es la vida de la Iglesia. Se desarrolla en el ocultamiento eucarístico. Lo indica la lámpara que arde día y noche ante el tabernáculo. Esta vida se desarrolla también en el ocultamiento de las almas humanas, en lo íntimo del tabernáculo del hombre. La Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía, rodeando de la máxima veneración este misterio, que Cristo ha establecido en su Cuerpo y en su Sangre; este misterio que es la vida interior de las almas humanas. Lo hace con toda la sagrada discreción que merece este sacramento. Pero hay un día, en el que la Iglesia quiere hablar a todo el mundo de este gran misterio suyo. Proclamarlo por las calles y plazas. Cantar en alta voz la gloria de su Dios. De este Dios admirable, que se ha hecho Cuerpo y Sangre: comida y bebida de las almas humanas. “...y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Juan 6,51). Es necesario, pues, que el mundo lo sepa. Es necesario que “el mundo” acoja este día solemne el mensaje eucarístico: el mensaje del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Deseamos, pues, rodear con un cortejo solemne a este “pan”, por medio del cual nosotros - muchos- formamos un solo “Cuerpo”. Queremos caminar y proclamar, cantar, confesar: He aquí a Cristo -Eucaristía- enviado por el Padre./ He aquí a Cristo, que vive por el Padre./ He aquí a nosotros, en Cristo:/ a nosotros, que comemos su Cuerpo y su Sangre,/ a nosotros, que vivimos por Él: por medio de Cristo-Eucaristía./ Por Cristo, Hijo Eterno de Dios. Es una invitación a glorificar al Dios viviente “Iglesia santa, glorifica a tu Señor” (cf. Salmo 147,12). Esta exhortación, que resuena en la liturgia de hoy, responde casi como un eco lejano a la invitación que el Salmista dirigió a Jerusalén: “Glorifica al Señor, Jerusalén;/ alaba a tu Dios, Sión,/ que ha reforzado los cerrojos de tus puertas/ y ha bendecido a tus hijos dentro de ti” (Salmo 147,12- 13). La Iglesia creció en Jerusalén y en lo más profundo de su corazón trae esta invitación a glorificar al Dios viviente. Hoy desea responder a esta invitación de modo particular. Este día - jueves después del domingo de la Santísima Trinidad- se celebra la solemnidad del Corpus Domini: del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. La Iglesia creció desde la Jerusalén de la Antigua Alianza como Cuerpo bien compacto en unidad mediante la Eucaristía. “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1 Corintios 10,17). “Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?” (1 Corintios 10,16). Jesucristo dice: (Juan 6,56-57) “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí”. www.parroquiasantamonica.com

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