viernes, 5 de mayo de 2017
El sacrificio de la Cruz se perpetúa en los siglos. Cuando la Iglesia celebra la eucaristía se realiza la obra de nuestra salvación. Juan Pablo II, Encíclica «La Iglesia vive de la Eucaristía», 17 abril de 2003
El sacrificio de la Cruz se perpetúa en los siglos. Cuando la Iglesia celebra la eucaristía se realiza la obra de nuestra salvación. Juan Pablo II, Encíclica «La Iglesia vive de la Eucaristía», 17 abril de 2003 El sacrificio de la Cruz se perpetúa en los siglos n.11. «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado» (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos.9 Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito latino, el pueblo responde a la proclamación del « misterio de la fe » que hace el sacerdote: «Anunciamos tu muerte, Señor». Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía se realiza la obra de nuestra salvación Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra redención».11 Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don.12 La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor: en un contacto actual n.12. La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio».14 Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: «Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo [...]. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá».15 La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica.16 Lo que se repite es su celebración memorial, la « manifestación memorial » (memorialis demonstratio),17 por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario. Cima y fuente: ofrecemos la Víctima divina y a nosotros mismos n. 13. Al entregar su sacrificio a la Iglesia, Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia, llamada a ofrecerse también a sí misma unida al sacrificio de Cristo. Por lo que concierne a todos los fieles, el Concilio Vaticano II enseña que «al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella» 19. 9 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 47: «Salvator noster [...] Sacrificium Eucharisticum Corporis et Sanguinis sui instituit, quo Sacrificium Crucis in saecula, donec veniret, perpetuaret...». 11 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 3. 12 Cf. Pablo VI, El «credo» del Pueblo de Dios (30 junio 1968), 24: AAS 60 (1968), 442; Juan Pablo II, Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 9: AAS 72 (1980). 14 Catecismo de la Iglesia Católica, 1367. 15 Homilías sobre la carta a los Hebreos, 17, 3: PG 63, 131. 16 Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Ses. XXII, Doctrina de ss. Missae sacrificio, cap. 2: DS 1743: « En efecto, se trata de una sola e idéntica víctima y el mismo Jesús la ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, Él que un día se ofreció a sí mismo en la cruz: sólo es diverso el modo de ofrecerse ». 17 Cf. Pío XII, Carta enc. Mediator Dei (20 noviembre 1947): AAS 39 (1947), 548. 19 Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11. www.parroquiasantamonica.com
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