jueves, 27 de abril de 2017
Domingo 6º de Pascua (2016), Ciclo C. El Espíritu Santo nos da a conocer el contenido del mensaje de Cristo, es luz de los corazones, luz de las conciencias. Recuerda e imprime en el corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús. Importancia de la conciencia, «propiedad clave de las personas» para percibir con profundidad la doctrina de Cristo, que afecta también al conocimiento del misterio del hombre, de su dignidad y de su capacidad para ser libre. La fatiga de la conciencia y la maduración de su responsabilidad; su purificación. La maduración de las conciencias es una “revolución” no ideológica sino espiritual, que requiere infinita paciencia y tiempos quizás muy largos.
1 Domingo 6º de Pascua (2016), Ciclo C. El Espíritu Santo nos da a conocer el contenido del mensaje de Cristo, es luz de los corazones, luz de las conciencias. Recuerda e imprime en el corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús. Importancia de la conciencia, «propiedad clave de las personas» para percibir con profundidad la doctrina de Cristo, que afecta también al conocimiento del misterio del hombre, de su dignidad y de su capacidad para ser libre. La fatiga de la conciencia y la maduración de su responsabilidad; su purificación. La maduración de las conciencias es una “revolución” no ideológica sino espiritual, que requiere infinita paciencia y tiempos quizás muy largos. Cfr. 6º Pascua Ciclo C 1 mayo 2016. Hechos 5, 1-2. 22-29; Salmo 66, 2-3. 5. 6 y 8; Apocalipsis 21,10-14.22-23; Juan 14, 23-29 Juan 14, 23-29: 23 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he hablado todo esto estando con vosotros, 26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, Él os lo enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho. 27 La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vosotros". Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.» El Espíritu Santo os lo enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho. (Evangelio, Juan 14,26) A. EL ESPÍRITU SANTO DA A CONOCER EL CONTENIDO DEL MENSAJE DE CRISTO Y TAMBIÉN EL MISTERIO DEL HOMBRE. ES LUZ PARA NUESTRAS CONCIENCIAS. • Los bautizados son conducidos por el Espíritu Santo a la comprensión de toda la verdad sobre Cristo. El empeño de todo cristiano debe ser el de crecer y madurar para conseguir la plenitud de la madurez en Cristo. El Espíritu Santo recuerda e imprime en el corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús, y, así, la ley de Dios se inscribe en nuestro corazón y se convierte en nosotros en principio de valoración en las opciones y de guía en las acciones cotidianas; se convierte en principio de vida. Cfr. Papa Francisco, Catequesis sobre la fe, 15 de mayo de 2013 o Es precisamente el corazón lo que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a Él. • ¿Cuál es, entonces, la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia para guiarnos a la verdad? Ante todo, recuerda e imprime en el corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús, y, precisamente a través de tales palabras, la ley de Dios —como habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento— se inscribe en nuestro corazón y se convierte en nosotros en principio de valoración en las opciones y de guía en las acciones cotidianas; se convierte en principio de vida. Se realiza así la gran profecía de Ezequiel: «os purificaré de todas vuestras inmundicias e idolatrías, y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo... Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos» (36, 25-27). En efecto, es del interior de nosotros mismos de donde nacen nuestras acciones: es precisamente el corazón lo que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a Él. 2 El Espíritu Santo y la conciencia del hombre - Hay una relación estrecha entre la conciencia y el Espíritu Santo. Él habla a todo ser razonable a través de la conciencia1 . o a. El Espíritu Santo es luz de los corazones, es decir, de las conciencias El Espíritu Santo seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación y ayudará a conocer el contenido del mensaje de Cristo y el misterio del hombre. El Espíritu Santo ayudará a comprender el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. • Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, 4: “Poco después del citado anuncio, añade Jesús: «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho ». (Juan 14, 26)) El Espíritu Santo será el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia, siempre presente en medio de ellos—aunque invisible—como maestro de la misma Buena Nueva que Cristo anunció. Las palabras « enseñará » y « recordará » significan no sólo que el Espíritu, a su manera, seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. El Espíritu Santo, pues, hará que en la Iglesia perdure siempre la misma verdad que los apóstoles oyeron de su Maestro. o b. La conciencia es “la propiedad clave del sujeto personal”. • Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, n. 43: “El Concilio Vaticano II ha recordado la enseñanza católica sobre la conciencia, al hablar de la vocación del hombre y, en particular, de la dignidad de la persona humana. Precisamente la conciencia decide de manera específica sobre esta dignidad. En efecto, la conciencia es « el núcleo más secreto y el sagrario del hombre », en el que ésta se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo. Esta voz dice claramente a « los oídos de su corazón advirtiéndole ... haz esto, evita aquello ». Tal capacidad de mandar el bien y prohibir el mal, puesta por el Creador en el corazón del hombre, es la propiedad clave del sujeto personal”. La importancia de esta propiedad del ser humano se deduce de que los desequilibrios que encontramos en el mundo están conectados con los desequilibrios en el corazón humano, en la conciencia. • Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, n. 44. Las raíces del pecado están en el corazón del hombre: “De este modo se llega a la demostración de las raíces del pecado que están en el interior del hombre, como pone en evidencia la misma Constitución pastoral: « En verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. Como criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo ».(Const. past. Gaudium et spes, 10) El texto conciliar se refiere aquí a las conocidas palabras de San Pablo.( Cf. Rom 7, 14-15.19)”. • A este propósito no podemos olvidar los condicionamientos de la conciencia, condicionamientos que afectan a su capacidad para conocer la realidad y para ser libres: la salud, la enfermedad, los hábitos, el temperamento, la ignorancia, las pasiones, las dificultades patológicas, la violencia, etc. Por ello se ha hablado de la “fatiga” de la conciencia para discernir el bien y para reconocer que a menudo cuesta mucho ver el mal que hay en uno mismo. (cfr. Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, n. 45). o c. La maduración de las conciencias es una “revolución” no ideológica sino espiritual, que requiere infinita paciencia y tiempos quizás muy largos. 1 Cfr. Raniero Canatalamessa, Meditaciones en la Cuaresma del 2009 al Papa y a la Curia Romana; tercera meditación, "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8, 14). Zenit: 27 de marzo de 2009. 3 Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, 42 Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2009 La historia terrena de Jesús, que culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una "revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo. Esta revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad en las conciencias. “El concilio Vaticano II dijo, a este respecto, que "el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes, 22). Esta unión ha confirmado el plan original de una humanidad creada a "imagen y semejanza" de Dios. En realidad, el Verbo encarnado es la única imagen perfecta y consustancial del Dios invisible. Jesucristo es el hombre perfecto. "En él —afirma asimismo el Concilio— la naturaleza humana ha sido asumida (...); por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una dignidad sublime" (ib.). Por esto, la historia terrena de Jesús, que culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una "revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo. Esta revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad en las conciencias”. o d. La formación de la conciencia es hoy día una empresa difícil, delicada e imprescindible. Cfr. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida – 24 febrero 2007 La formación de una conciencia verdadera, por estar fundada en la verdad, y recta, por estar decidida a seguir sus dictámenes, sin contradicciones, sin traiciones y sin componendas, es hoy una empresa difícil y delicada, pero imprescindible. Y es una empresa, por desgracia, obstaculizada por diversos factores. Ante todo, en la actual fase de la secularización llamada post-moderna y marcada por formas discutibles de tolerancia, no sólo aumenta el rechazo de la tradición cristiana, sino que se desconfía incluso de la capacidad de la razón para percibir la verdad, y a las personas se las aleja del gusto de la reflexión. (…) Es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento de la verdad auténtica, en la defensa de la propia libertad de elección ante los comportamientos de masa y ante las seducciones de la propaganda, para alimentar la pasión de la belleza moral y de la claridad de la conciencia. Esta delicada tarea corresponde a los padres de familia y a los educadores que los apoyan; y también es una tarea de la comunidad cristiana con respecto a sus fieles. No podemos contentarnos con un fugaz contacto con las principales verdades de fe en la infancia Por lo que atañe a la conciencia cristiana, a su crecimiento y a su alimento, no podemos contentarnos con un fugaz contacto con las principales verdades de fe en la infancia; es necesario también un camino que acompañe las diversas etapas de la vida, abriendo la mente y el corazón a acoger los deberes fundamentales en los que se basa la existencia tanto del individuo como de la comunidad. Sólo así será posible ayudar a los jóvenes a comprender los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. Sólo así se podrá hacer que aprecien la belleza y la santidad del amor, la alegría y la responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida. Si falta una formación continua y cualificada, resulta aún más problemática la capacidad de juicio en los problemas planteados por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente, de procreación, así como en el modo de tratar y curar a los enfermos y de atender a las clases débiles de la sociedad. Ciertamente, es necesario hablar de los criterios morales que conciernen a estos temas con profesionales, médicos y juristas, para comprometerlos a elaborar un juicio competente de conciencia y, si fuera el caso, también una valiente objeción de conciencia, pero en un nivel más básico existe esa misma urgencia para las familias y las comunidades parroquiales, en el proceso de formación de la juventud y de los adultos. o e. Es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a 4 la vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios. Cfr. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida – 24 febrero 2007 Bajo este aspecto, junto con la formación cristiana, que tiene como finalidad el conocimiento de la persona de Cristo, de su palabra y de los sacramentos, en el itinerario de fe de los niños y de los adolescentes es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a la vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios. En este campo específico, la labor de los sacerdotes deberá ser oportunamente apoyada por el compromiso de educadores laicos, incluyendo especialistas, dedicados a la tarea de orientar las realidades eclesiales con su ciencia iluminada por la fe. B. EL ESPIRITU SANTO HACE QUE EL PADRE Y EL HIJO HAGAN MORADA EN QUIEN HA RECIBIDO EL BAUTISMO (Evangelio: Juan 14, 23). • El Señor resucitado lleva a los que creen en Él a vivir en comunión con el Padre. La fe no sólo es conocimiento, sino que se convierte en fuerza viva y vital que da sentido y valor a todo la existencia cristiana. Nos hace participar de la vida de Cristo y, como consecuencia de la vida de Dios. Catecismo de la Iglesia Católica o La Iglesia es comunión con Jesús Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida • n. 787: LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO - La Iglesia es comunión con Jesús. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Marcos 1, 16 - 20; Marcos 3, 13 - 19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mateo 13, 10 - 17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lucas 10, 17 - 20) y en sus sufrimientos (cf. Lucas 22, 28 - 30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre él y los que le sigan: "Permaneced en Mí, como yo en vosotros … Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Juan 15, 4 - 5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él" (Jn 6, 56). o b. Participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado; y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva • 1988: Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es él mismo (cf Juan 15, 1 - 4): "Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina… Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados" (S. Atanasio, ep. Serap. 1, 24) Jesús viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. • n. 2074: «Sin mí no podéis hacer nada» - Jesús dice: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. «Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12). www.parroquiasantomonica.com Vida Cristiana
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