sábado, 8 de abril de 2017

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, Ciclo A, 9 de abril de 2017



Domingo de Ramos 2017, año A (9 de abril). Dos aspectos principales en la liturgia: las palmas y los mantos del triunfo; y las aclamaciones de júbilo que acompañan al Señor, y su pasión y su muerte.

«¡Jesucristo es el Señor!»: significa entrar libremente en el ámbito de su dominio.  Conocer el día

del Señor, levantar a Jesús en alto en las actividades humanas, seguir a Jesús.


v     Cfr. Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, Ciclo A,  9 de abril de 2017

La Pasión: Mateo 26,14 – 27,66; forma breve: Mateo 27, 11-54;  Isaías 50, 4-7; Filipenses 2, 6-11: Salmo 21 (22), 8-9; 17-18a; 19-20; 23-24.

Isaías 50, 4-7 : 4 El Señor Dios  me ha dado una lengua de discípulo, para saber alentar  al abatido una palabra de aliento. Cada mañana incita mi oído, para que escuche como los discípulos. 5 El Señor me ha abierto el oído,  yo no resistí ni me eché atrás: 6  ofrecí la espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas a los que me arrancaban la  barba.  No he ocultado mi rostro a las afrentas y  salivazos. 7 El Señor me sostiene, por eso no me siento avergonzado; por eso he endurecido mi rostro como el pedernal, y sé que no quedaré avergonzado. 
Filipenses 2, 6-11: 6 Cristo, siendo de  condición divina, no codició el ser igual a Dios,  7 sino que se anonadó a sí  mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y mostrándose igual que los demás hombres,   8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.  9  Por  eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre;  10 para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, 11 y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor!,» para gloria de Dios Padre.
Salmo Responsorial  22 (21): 8  Al verme se burlan de mí, tuercen los labios, mueven la cabeza: 9 «Confió en el  Señor: que lo salve Él; que lo libre si es que lo ama». 17 Me rodea una jauría de perros, me asedia una banda de malhechores. Han taladrado mis manos y mis pies, 18 Puedo contar mis huesos. 19 Se reparten mis ropas, y echan a suertes mi túnica. 20 Pero tú, Señor, no te alejes. Fuerza mía, date prisa en socorrerme. 23  Anunciaré tu Nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. 24 Los que teméis al Señor, alabadle;  estirpe toda de Jacob, glorificadle, temedlo, estirpe toda de Israel.

Domingo de Ramos. Dos aspectos principales:
las palmas del triunfo y la cruz de la Pasión y la muerte.

1. Dos aspectos principales: «¡Hosanna!» («sálvanos», «danos tu salvación») y «¡crucifícale!».


celebración de la Eucaristía, se proclama  la Pasión del Señor, según san Mateo.   
Las  palmas  y las aclamaciones («¡Hosanna!», que quiere decir «sálvanos»  «danos tu salvación»)  con  que acompañan al Señor son  señal del triunfo. Cristo es aclamado como el rey de Israel, que llega en nombre del Señor.  Esta aclamación es recogida por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística.
En la oración de la bendición de las palmas o ramos pedimos al Señor que “quienes alzamos hoy los ramos en honor de Cristo victorioso, permanezcamos en él dando fruto abundante de buenas obras”. Es evidente la referencia a unas conocidas afirmaciones de Jesús: “Yo soy la vida, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Juan 15, 5).      
En la Pasión, Jesús es tratado como se trata a los últimos en la tierra: fue crucificado y matado, y, antes, “fue rodeado por un desprecio agresivo, insultos y escupitajos” y “sometido a violencias y a torturas”.

v     Jesús, ciertamente está siguiendo el designio de Dios Padre.

Cfr. Homilía, Juan Pablo II, 8 de abril de 2001
Con la aclamación: "Bendito el que viene", en un arrebato de entusiasmo, la gente de Jerusalén, agitando ramos de palma, acoge a Jesús que entra en la ciudad montado en un borrico. Con  la palabra: "¡Crucifícale!", gritada dos veces con creciente vehemencia, la multitud reclama del gobernador romano la condena del acusado que, en silencio, está de pie en el pretorio.

o     No hay un contrasentido

Por tanto, nuestra celebración comienza con un "¡Hosanna!" y concluye con un "¡Crucifícale!". La palma del triunfo y la cruz de la Pasión: no es un contrasentido; es, más bien, el centro del misterio que queremos proclamar. Jesús se entregó voluntariamente a la Pasión, no fue oprimido por fuerzas mayores que él. Afrontó libremente la muerte en la cruz, y en la muerte triunfó.
            Jesús ciertamente está siguiendo el designio de Dios Padre. En este designio hay ciertamente un tiempo breve de exaltación, al que seguirá la pasión  hasta la cruz, y después vendrá la resurrección. En la introducción se nos pide que «acompañemos con fe y devoción a nuestro Salvador en su entrada triunfal a la ciudad santa, para que, participando ahora de su cruz, podamos participar un día, de su gloriosa resurrección y de su vida».
-          Catecismo de la Iglesia Católica, n. 559. (…) Los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (Cf
Mateo 21, 15-16; Salmo 8, 3) y los «pobres de Dios», que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (Cf Lucas 19, 38; 2, 14). Su aclamación, «Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Salmo 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

v     El centurión tuvo una intuición lúcida de la realidad de Cristo

                  Cfr. Juan Pablo II: 14-XII-88
-          El Evangelista Marcos escribe que, cuando Jesús murió, el centurión que estaba al lado viéndolo
expirar de aquella forma, dijo: 'Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios' (Marcos 15, 39). Esto significa que en aquel momento el centurión romano tuvo una intuición lúcida de la realidad de Cristo, una percepción inicial de la verdad fundamental de la fe.
El centurión había escuchado los improperios e insultos que habían dirigido a Jesús sus adversarios, y, en particular, las mofas sobre el título de Hijo de Dios reivindicado por aquel que ahora no podía descender de la cruz ni hacer nada para salvarse a sí mismo.
Mirando al Crucificado, quizá ya durante la agonía pero de modo más intenso y penetrante en el momento de su muerte, y quizá, quién sabe, encontrándose con su mirada, siente que Jesús tiene razón. Sí, Jesús es un hombre, y muere de hecho; pero en El hay más que un hombre, es un hombre que verdaderamente, como el mismo dijo, es Hijo de Dios. Ese modo de sufrir y morir, ese poner el espíritu en manos del Padre, esa inmolación evidente por una causa suprema a la que ha dedicado toda su vida, ejercen un poder misterioso sobre aquel soldado, que quizá ha llegado al calvario tras una larga aventura militar y espiritual, como ha insinuado algún escritor, y que en ese sentido puede representar a cualquier pagano que busca algún testimonio revelador de Dios.
El hecho es notable también porque en aquella hora los discípulos de Jesús están desconcertados y turbados en su fe (Cfr. Marcos 14, 50; Juan 16, 32). El centurión, por el contrario, precisamente en esa hora inaugura la serie de paganos que, muy pronto, pedirán ser admitidos entre los discípulos de aquel Hombre en el que, especialmente después de su resurrección, reconocerán al Hijo de Dios, como lo testifican los Hechos de los Apóstoles. (…)

2. Otros comentarios a la celebración de la entrada  de Jesús en Jerusalén y a cada una de las lecturas de la Misa.


v     A. Celebración de la entrada de Jesús en Jerusalén.

Cfr. Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Ediciones Encuentro 2011, capítulo 1 La entrada en Jerusalén, pp. 11-22.

o     Los mantos que echaron los discípulos encima del borrico y las aclamaciones de júbilo de la muchedumbre que se une al cortejo.

§         Los mantos
-          (…) El echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9,13). Lo que hacen los
discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella. Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118, palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s).
§         Las aclamaciones de júbilo: «¡Hosanna!» y «bendito el que viene en el nombre del Señor».
-          (…) Ante todo, aparece la exclamación: «¡Hosanna!». (…) Podemos reconocer en la exclamación
«¡Hosanna!» una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al mismo tiempo la petición de que fuera instaurado de nuevo el reino de David y, con ello, el reinado de Dios sobre Israel. (…)
-          (…) «Bendito el que viene en nombre del Señor».  Era una bendición que los sacerdotes dirigían y casi
imponían sobre los peregrinos a su llegada. (…) Pero con el tiempo la expresión «que viene en el nombre del Señor» había adquirido un sentido mesiánico. Más aún, se había convertido incluso en la denominación de Aquel que había sido prometido por Dios. De este modo, de una bendición para los peregrinos la expresión
se transformó en una alabanza a Jesús, al que se saluda como al que viene en nombre de Dios, como el
Esperado y el Anunciado por todas las promesas. (…)

v     B. Comentarios a las lecturas de la Misa


o     1. Primera Lectura, Isaías 50, 4-7.

§         La docilidad del siervo a la  palabra del Señor. La fortaleza del siervo: si sufre en silencio no es por cobardía, sino porque Dios le ayuda y le hace más fuerte que sus verdugos.  
-          Libros proféticos, Eunsa 2002, Isaías 50, 4-9: La primera estrofa (v. 4) subraya la docilidad
del siervo a la  palabra del Señor; es decir, no es presentado como un maestro autodidacta y original sino como un discípulo obediente. La segunda (vv. 5-6) señala los sufrimientos que esa docilidad le ha acarreado y que el siervo h aceptado sin rechistar. La tercera (vv. 7-8) destaca la fortaleza del siervo: si sufre en silencio no es por cobardía, sino porque Dios le ayuda y le hace más fuerte que sus verdugos.  

o     2. Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Filipenses 2, 6-11

§         Es como un  eco de la primera lectura. Jesús se humilla voluntariamente, y por tanto Dios Padre  lo ha exaltado. Se canta la humillación y la exaltación de Cristo.
Cfr. Nuevo Testamento, EUNSA 1999, pp. 771-772:
-          “Es uno de los textos más antiguos del  Nuevo Testamento sobre la divinidad de Jesucristo. Quizá es un
himno utilizado por los primeros cristianos que San Pablo retoma. En él se canta la humillación y la exaltación de Cristo. El  Apóstol, teniendo presente la divinidad de Cristo, centra su atención en la muerte de cruz como ejemplo supremo de humildad y de obediencia. Los vv. 6-8 evocan el contraste entre Jesucristo y Adán, que siendo hombre ambicionó ser como Dios (cfr Génesis 3,5). Por el contrario, Jesucristo, siendo Dios, «se anonadó a sí mismo» (v 7). La obediencia de Cristo hasta la cruz repara así la desobediencia del primer hombre, y por eso Dios le exaltó sobre todos los seres creados. El v. 9 expresa que Dios Padre, al resucitar a Jesús y sentarlo a su derecha, concedió a su Humanidad el poder manifestar la gloria de la divinidad que le corresponde - «el nombre que está sobre todo nombre» - , es decir, el nombre de Dios. «Esta expresión “le exaltó” no pretende significar que haya sido exaltada la naturaleza del Verbo (...) Términos como “humillado” y “exaltado” se refieren únicamente a la dimensión humana. Efectivamente, sólo lo que es humilde es susceptible de ser ensalzado» ( S. Atanasio, Or. Contr. Arian. 1,41). Todas las criaturas quedaron sometidas a su poder, y los hombres deberán confesar la verdad fundamental de la doctrina cristiana: «Jesucristo es el Señor», es decir, Jesucristo es Dios”.
§         Toda lengua confiese: « ¡Jesucristo es el Señor!» (v. 11)
                                        Significa entrar libremente en el ámbito de su dominio
                                                      Cfr. R. Cantalamessa, La fuerza de la Cruz, Monte Carmelo 2000, p. 16
-          “Decir «¡Jesús es el Señor!» significa entrar libremente en el ámbito de su dominio. Es como decir:
Jesucristo es «mi» Señor; él es la razón de mi vida; yo vivo «para él», y ya no «para mí». «Ninguno de nosotros – escribía Pablo a los Romanos – vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor» (Rom 14, 7-8).  (...) Ahora la contradicción más radical no se da entre el vivir y el morir, sino entre el vivir «para el Señor»  y el vivir «para sí mismos». Vivir para sí mismos es el nuevo nombre de la muerte.” 
                                         Conocer el día del Señor, levantar a Jesús en alto en las
                                         actividades humanas, seguir a Jesús.
                                                 Cfr. Josemaría Escrivá, Via Crucis 1ª Estación:
-          Quedan lejanos aquellos días en que la palabra del Hombre-Dios ponía luz y esperanza en los corazones,
aquellas largas procesiones de enfermos que eran curados, los clamores triunfales de Jerusalén cuando llegó el Señor montado en un manso pollino. ¡Si los hombres hubieran querido dar otro curso al amor de Dios! ¡Si tú y yo hubiésemos conocido el día del Señor!
-          Ibidem, Estación 11: Jesús quiere ser levantado en alto, ahí: en el ruido de las fábricas y de los talleres,
en el silencio de las bibliotecas, en el fragor de las calles, en la quietud de los campos, en la intimidad de las familias, en las asambleas, en los estadios... Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente, debe poner con su amor la Cruz de Cristo, que atrae a Sí todas las cosas.

o     3. La proclamación del relato  de la pasión del Señor

                            Mateo 26,14-27,66.
                            Cfr. Juan Pablo II, Homilía, 8 de abril de 2001.
§         En esta celebración expresamos nuestra gratitud y amor hacia Aquel que se sacrificó por nosotros, que aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales.
-          La lectura de la página evangélica ha puesto ante nuestros ojos las escenas terribles de la pasión de
Jesús: su sufrimiento físico y moral, el beso de Judas, el abandono de los discípulos, el proceso en presencia de Pilato, los insultos y escarnios, la condena, la vía dolorosa y la crucifixión. Por último, el sufrimiento más misterioso: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?". Un fuerte grito, y luego la muerte.
¿Por qué todo esto? El inicio de la plegaria eucarística nos dará la respuesta: "El cual (Cristo), siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y al resucitar, fuimos justificados" (Prefacio).
Así pues, en esta celebración expresamos nuestra gratitud y nuestro amor a Aquel que se sacrificó por nosotros, al Siervo de Dios que, como había dicho el profeta, no se rebeló ni se echó atrás, ofreció la espalda a los que lo golpeaban, y no ocultó su rostro a insultos y salivazos (cf. Is 50, 4-7).
§         La vida se afirma con la entrega sincera de sí a Dios y a los demás
Pero la Iglesia, al leer el relato de la Pasión, no se limita a considerar únicamente los sufrimientos de Jesús; se acerca con emoción y confianza a este misterio, sabiendo que su Señor ha resucitado. La luz de la Pascua hace descubrir la gran enseñanza que encierra la Pasión: la vida se afirma con la entrega sincera de sí hasta afrontar la muerte por los demás, por Dios.
§         Si el grano de trigo no cae en tierra y muere …
Jesús no entendió su existencia terrena como búsqueda del poder, como afán de éxito y de hacer carrera, o como voluntad de dominio sobre los demás. Al contrario, renunció a los privilegios de su igualdad con Dios, asumió la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y obedeció al proyecto del Padre hasta la muerte en la cruz. Y así dejó a sus discípulos y a la Iglesia una enseñanza muy valiosa: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24).

o     4. Jesús fue tratado como se trata a los últimos en la tierra [1].

                             cfr. Gianfranco Ravasi,  Secondo le Scritture anno A, Piemme 1995, pp. 90-91
-          Un autor moderno escribe que Jesús puede ser considerado como uno de los últimos en la tierra porque
se golpeaba sobre la espalda a los bufones de corte, a los estúpidos, según ciertas brutales costumbres antiguas y recientes, y también porque  “fue rodeado por un desprecio agresivo, insultos y escupitajos” y “sometido a violencias y a torturas”. Y luego se pregunta:   ¿acaso no se esperaba, según el sentir común, que el Mesías aparecería sobre una cabalgadura real, envuelto en una aureola de luz, preparado para conducir su pueblo al triunfo?


Vida Cristiana




[1] Nota de la Redacción de Vida Cristiana: Cfr. Salmo Responsorial de hoy 22 (21). 

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