miércoles, 5 de abril de 2017
Domingo 4º de Cuaresma, ciclo B (2012). Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él [en Cristo] no perezca sino que tenga vida eterna (Cfr. Juan 3, 15-16) ¿De qué vida se trata? Ciertamente no se trata de la vida biológica. Y no se trata del don de la inmortalidad en cuanto tal, ni de la vida larga en esta tierra, sino de la participación en la existencia de Dios, en su intimidad. Se trata de un futuro que ya ahora ha comenzado, cuando adherimos plenamente a la gracia y al amor de Dios, mediante la fe y la caridad. Se trata de la propia vida divina que Dios quiere comunicar en Cristo a los hombres.
1 Domingo 4º de Cuaresma, ciclo B (2012). Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él [en Cristo] no perezca sino que tenga vida eterna (Cfr. Juan 3, 15-16) ¿De qué vida se trata? Ciertamente no se trata de la vida biológica. Y no se trata del don de la inmortalidad en cuanto tal, ni de la vida larga en esta tierra, sino de la participación en la existencia de Dios, en su intimidad. Se trata de un futuro que ya ahora ha comenzado, cuando adherimos plenamente a la gracia y al amor de Dios, mediante la fe y la caridad. Se trata de la propia vida divina que Dios quiere comunicar en Cristo a los hombres. Cfr. IV domingo de Cuaresma, ciclo B, 18/03/2012 - 2 Crónicas 36, 14-16.19- 23; Efesios 2, 4-10; Juan 3, 14-21 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica (CEC); Es Cristo que pasa, Homilía «El gran desconocido», Rialp 1997; Raniero Cantalamessa, El canto del Espíritu, PPC 1999, Capítulo VI; Cf. Comité para el Jubileo del año 2000, El Espíritu del Señor, BAC, Madrid 1997, Cap. III y VIII. Juan 3, 14-21: En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: - 14 «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, 15 para que todo el que cree en él tenga vida eterna. 16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. 17 Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 18 El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 19 El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. 20 Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. 21 En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.» Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. (Evangelio de hoy: Juan 3,16) 1. Nicodemo • La afirmación de Jesús sobre la vida eterna que comentaremos hoy en este domingo 4 de Cuaresma forma parte de una magnífica conversación de Jesús con Nicodemo, persona importante entre los judíos: era miembro del Sanedrín, la máxima estructura del judaísmo, y pertenecía a la corriente de los fariseos. Un personaje emblemático del judaísmo oficial ortodoxo, que buscaba conocer a Jesús. Después de este encuentro nocturno con Jesús, aparecerá de nuevo en el Evangelio, durante una reunión del Sanedrín: Nicodemo defiende inteligentemente a Jesús en una discusión que hay sobre él en la reunión (Juan 7, 50- 51). De nuevo le veremos (Cf. Juan 19,39), cuando acompañó a José de Arimatea llevando mirra y áloes para embalsamar el cuerpo de Jesús. 2. ¿Qué es la vida eterna? (también se puede decir: vida cristiana, vida sobrenatural, vida divina). Se trata de la propia vida divina que Dios quiere comunicar a los hombres en Cristo. o a) A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica hace algunas afirmaciones inequívocas. La voluntad de Dios es «elevar a los hombres a la participación de la vida divina» • Cfr. CEC nn. 52; 541; 760: Dios quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (Cf Efesios l, 4-5); quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas. Su voluntad es «elevar a los hombres a la participación 2 de la vida divina»; creó el mundo en orden a la comunión en su vida divina, «comunión» que se realiza mediante la «convocación» de los hombres en Cristo, y esta «convocación» es la Iglesia. Los discípulos de Jesús deben asemejarse a él hasta que él crezca y se forme en ellos. • Jesús nos asocia a su vida y nos da parte en su misión, en su alegría (cfr. CEC nn. 787); todo lo que vivió hace que podamos vivirlo con él y que él lo viva en nosotros (cfr. CEC 521); sus discípulos deben asemejarse a él hasta que él crezca y se forme en ellos (cfr. Gálatas 4, 19; CEC 562). La vida divina nos es dispensada por medio de los sacramentos • Cfr. CEC 1130; 1131; 1212. En el Catecismo de la Iglesia Católica, lógicamente también encontramos afirmaciones que nos llevan a descubrir esa realidad de la vida divina que nos llega a través de los sacramentos: la vida divina nos es dispensada por medio de los sacramentos; renacemos en el Bautismo, somos fortalecidos con la Confirmación y alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, etc. La fe es el comienzo de la vida eterna • CEC, n. 163: La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1Co 13, 12), "tal cual es" (1Jn 3, 2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna: Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15, 36; cf. S. Tomás de A. , s. th. 2 - 2, 4, 1). o b) Los Padres de la Iglesia lo expresan diciendo que el hombre es un ser viviente capaz de ser divinizado • Cuando los Padres de la Iglesia definen la naturaleza del hombre, no dicen que «el hombre es un ser racional» (Aristóteles), sino que «es un ser viviente capaz de ser divinizado» (San Gregorio Nacianceno, Discursos, XLV,7). (En “El Espíritu del Señor”, BAC Madrid 1997, Cap. III) o c) Algunos textos de la Escritura que nos hablan de diversos aspectos de la vida eterna. Dios quiere que todos se salven y tengan vida eterna. Por eso vino Jesucristo a salvarnos Juan 3:16 -"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna." Cf. (Jn 6:40) La vida eterna se recibe por la fe. Juan 5:24 -"En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida." Es un don gratuito. Romanos 6:23 -"Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro." Dios ofrece la vida eterna a todo pecador que se arrepienta. I Timoteo 1:16 -"Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna." Recibimos vida eterna por misericordia de Dios. Judas 21 -"manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna." La vida eterna colma todos nuestros deseos porque es la vida de Dios y para ella fuimos creados. Juan 4:14 -"pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»" Para tener vida eterna hemos de renunciar a nuestro ego y a todo pecado para atarnos a Cristo. Juan 12:25 -"El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna." Cf. Rm 6:22 3 La vida eterna es una conquista I Timoteo 6:12 -"Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos." La vida eterna es Dios habitando en el creyente. I Juan 5:20 -"Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida eterna." La Eucaristía es fuente de vida eterna. Juan 6:54 -"El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día." La vida eterna es conocer a Dios y a su enviado Jesucristo, es decir, vivir en comunión profunda con el Padre y el Hijo. Juan 17:3 -"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo." o d) Por tanto, ciertamente no se trata de la vida biológica. • Y no se trata del don de la inmortalidad en cuanto tal, ni de la vida larga en esta tierra, sino la participación en la existencia de Dios, en su intimidad, en Cristo. Se trata de un futuro que ya ahora ha comenzado, cuando nos identificamos con Cristo en el Espíritu Santo. 3. Explicaciones de diversos autores La vida eterna es la vida divina que, en el Bautismo, se comunica al creyente, y que se expresa en las antítesis: hombre viejo/hombre nuevo, carne/Espíritu 1 , vida terrena/vida eterna. Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu, PPC 1999, Capítulo VI, pp. 110-113 o El contraste, debido al pecado, entre la vida natural y la vida según el Espíritu. • La fe de la Iglesia nunca ha tenido dudas a la hora de contestar a esta pregunta. Se trata de la vida divina, o sea, de la vida que tiene su origen en el Padre, que, en Cristo, «se manifestó» (1 Jn 1,2) y que, en el renacimiento bautismal, se comunica al creyente. Entre esta vida y la vida natural, que recibimos del nacimiento humano, no hay oposición real (ambas proceden de Dios que es el dueño absoluto de toda vida, física y espiritual); sin embargo, hay una diferencia y un contraste en el plano moral, que se expresa en las conocidas antítesis: naturaleza/gracia, carne/ Espíritu, hombre viejo/hombre nuevo, vida terrenal/vida eterna. La diversidad se debe a que esta vida nueva, según el Espíritu, es fruto de una nueva y distinta intervención de Dios, con respecto a la creación; el contraste se debe a que el pecado ha hecho que la vida natural esté «encerrada» en sí misma, y se resista a acoger la vida según el Espíritu. Pero la razón del contraste no está sólo en el pecado del hombre, esto es, en un accidente que se ha producido a lo largo de la historia. Es algo mucho más profundo; hunde sus raíces en la misma naturaleza compuesta del hombre, que está hecho de un elemento material y de otro inmaterial, de algo que lo lleva hacia la multiplicidad y de algo que, en cambio, tiende hacia la unidad. El hombre, en el ejercicio concreto de su libertad, decide libremente en qué dirección desarrollarse y realizarse: o bien «hacia arriba», es decir, hacia lo que está «por encima» de él, o bien «hacia abajo», o sea, hacia lo que está «por debajo» de él. «El alma se encuentra entre ambas cosas: ora sigue al Espíritu y, gracias a él, vuela; ora obedece a la carne y cae en deseos terrenales» 2 . (...) 1 La «carne» en este caso designa el hombre en su condición de debilidad y de mortalidad, en su precariedad tanto física como moral: cfr. Biblia de Jerusalén, comentario a Juan 1,14 y a Romanos 7,5. Cfr. Biblia de Jerusalén, comentario a 1 Corintios 15,44: la psique que anima el cuerpo humano, es principio natural, el Espíritu Santo es principio sobrenatural. 2 SAN IRENEO: Contra las herejías, V, 9, 1. 4 o El carácter dramático que caracteriza la existencia del cristiano en el mundo. La necesidad de la lucha ascética. Eso explica la lucha entre la carne y el espíritu, y por tanto el carácter dramático que caracteriza la existencia del cristiano en el mundo. Si «elegir es renunciar», no se puede elegir la vida según el Espíritu, sin sacrificar algo de la vida según la carne. «Los que viven según sus apetitos, a ellos subordinan su sentir; mas los que viven según el Espíritu, sienten lo que es propio del Espíritu. Ahora bien, sentir según los propios apetitos lleva a la muerte; sentir conforme al Espíritu conduce a la vida y a la paz. Y es que nuestros desordenados apetitos están enfrentados a Dios, puesto que ni se someten a su ley ni pueden someterse» (Rom 8,5-7). El contraste entre ambas vidas llega a configurarse como contraste entre vida y muerte: «Si vivís según vuestros apetitos, ciertamente moriréis; en cambio, si mediante el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis» (Rom 8,13). La relación entre muerte en la carne y vida en el espíritu no es tanto de tipo cronológico (primero tenemos que morir a la carne, a nosotros mismos, para después experimentar la vida nueva y la resurrección): es una relación de simultaneidad y causalidad. Es precisamente muriendo a la carne cuando experimentamos y vemos crecer en nosotros la nueva vida del Espíritu: es en la medida en que nos identificamos con el Crucificado como tomamos parte en la vida del Resucitado, en espera de aquella situación final en la que ya no habrá ningún contraste, porque uno de los dos polos, la «carne», habrá desaparecido. No se trata de sacrificar un elemento del hombre para salvar otro, sino de salvar ambos. La misma carne no puede salvarse si no se salva el espíritu. En su Diálogo entre el alma y el cuerpo, santa Catalina de Génova demuestra que no es posible satisfacer al mismo tiempo todas las exigencias, las del cuerpo y las del espíritu. 0 será el cuerpo quien haga al alma esclava de sus pretensiones, o será el alma quien someta el cuerpo a las suyas. Lo que, en definitiva, el alma viene a decirle al cuerpo en este diálogo, es lo siguiente: si tú haces lo que yo quiero, nos salvaremos eternamente los dos; si yo hago lo que tú quieres, nos perderemos ambos eternamente 3 . Esto ha sido siempre considerado como el fundamento de la ascesis que, por lo demás, no es exclusiva del cristianismo, sino que está presente, bajo distintas formas, en casi todas las grandes religiones: no se puede vivir según el espíritu, sin mortificar el cuerpo y sus infinitas exigencias. o El sentido de la mortificación cristiana Cf. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu, PPC 1999, Capítulo VI, pp. 113- 117: • La mortificación nunca debería ser un fin en sí misma, sino que debería tener siempre como objetivo también la promoción de la vida ajena, tanto física como espiritual. El máximo modelo, al respecto, es Cristo, que murió para dar la vida al mundo, y renunció a su gozo de vivir, para que el gozo de los demás fuera completo 4 . Los cristianos verdaderamente «espirituales» son los que en esto han seguido a Cristo. A menudo los ascetas más implacables a la hora de afligir su cuerpo, han sido los más tiernos cuando han tenido que aliviar el sufrimiento del cuerpo de sus hermanos, en todas sus formas: minusvalía, enfermedad, hambre, lepra, etc. Nadie ha respetado, defendido y cultivado la vida más que ellos. La experiencia demuestra, por lo demás, que nadie puede decir «sí» a sus hermanos, si no está dispuesto a decir «no» a sí mismo. Las dos vidas suscitadas por el Espíritu - la natural y la sobrenatural- no se tienen, por tanto, que separar, y mucho menos contraponer entre sí, pero tampoco se han de confundir y reducir a una única vida que no conoce solución de continuidad. Es cierto que el Espíritu promueve la vida en todas sus manifestaciones, naturales y sobrenaturales, haciéndola apta para recibir la forma a la que Dios la ha destinado, que es la «conformidad» a Cristo. Fomenta la vida física en todo aquello que 3 SANTA CATALINA DE GÉNOVA: Dialogo spirituale, 40, en Opere, II, Marietti, C Génova, 1990, p. 54. 4 Cfr. Hebreos 12,2; Romanos 15,3; Juan 15, 11. 5 la ennoblece y la orienta hacia su fin eterno (¡sin excluir nada!); la «mortifica» en lo que se opone a ello. El cristiano debe colaborar con la acción del Espíritu Cf. «El espíritu del Señor», cap. VIII • En el hombre, aunque ha sido redimido y le ha sido dado el Espíritu, permanece la triste posibilidad de volver a ser «carne», es decir, hombre natural y decaído que puede ser dominado por el egoísmo y que pone todo, por la idolatría, alrededor de sí mismo. Por ello, la necesidad de la lucha ascética, ya que la acción del Espíritu Santo no es automática y el cristiano debe colaborar eliminando lo que puede impedir la obra del Espíritu. Este proceso de purificación es llamado, en las cartas a los Gálatas (Cf. 5, 13.16-18) y a los Romanos (Cf 8, 1-12), la lucha contra la carne. Ello implica la mortificación cristiana, de la que se hablará más adelante. La vida según el Espíritu Santo no es otra cosa que la participación en la vida misma de Cristo. Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu, PPC 1999, Capítulo VI, pp. 117-119: (...) Pablo escribe: «Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús. La ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte» (Rom 8,1-2). (...) La cosa más importante que emerge del texto es la siguiente: el Espíritu da la vida, y la vida que el Espíritu da no es otra cosa que la vida de Cristo, la vida que brota de la Pascua. Vivir según el Espíritu significa, por tanto, participar en la vida misma de Cristo, compartir sus disposiciones internas, hacerse «un solo espíritu» con él (1 Cor 6,17). Estar, o vivir, «en el Espíritu» equivale, en la práctica, a estar, o vivir, «en Cristo». (...) Vista desde el lado de quien la recibe, la vida del Espíritu es una vida voluntaria, a diferencia de la natural, que es involuntaria. Nadie puede decidir si nacer o no, mientras que cada uno puede decidir si renacer o no. En efecto, la nueva vida supone el acto de fe; se obtiene «por medio del Espíritu que nos consagra y de la verdad en que creemos» (2 Tes 2,13). En cierto sentido, por la fe nos hacemos padres de nosotros mismos. La vida eterna es poseída ya en la tierra como primicia por quien se alimenta en la Eucaristía. • Juan Pablo II, Ecclesia de eucharistía, 18: Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día» (Jn 6, 54). La vida en Cristo se expresa en una vida filial, en oración y obediencia filiales Cfr. «El Espíritu del Señor», cap. VIII: pp. 144-146: o a) El Espíritu hace «hijos en el Hijo» y concede sentimientos filiales. • El Espíritu no sólo hace «hijos en el Hijo», sino que favorece tal experiencia concediendo los sentimientos filiales expresados sobre todo en la oración: «Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: "¡Abbá!" (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios» (Rom 8,14-16; cf. también. Gál 4,4- 7). Para San Pablo, por tanto, el Espíritu, además de hacer a los hombres hijos de Dios, gratificándolos con el don de la adopción, da también la experiencia de serlo, llevándolos a invocarlo dulcemente como Padre y dando testimonio de la adopción divina: «Con el Espíritu Santo, que hace espirituales, está la readmisión al cielo, el retorno a la condición de hijo, el atrevimiento de llamar a Dios Padre, el llegar a ser partícipes de la gracia de Cristo, el ser llamado hijo de la luz y compartir la gloria eterna» (SAN BASILIO, El Espíritu Santo, XV, 36). El cristiano está verdaderamente redimido cuando deja que el Espíritu infunda dentro de él el espíritu filial –espíritu de libertad y de incondicional confidencia -; es decir, cuando se siente como un niño que 6 tiene absoluta necesidad del padre a quien dirigir su plegaria filial, y que por sí solo no puede decir ni siquiera «papá». Entonces será el mismo Espíritu quien, como una madre presurosa, le ayudará a gritar con inmensa ternura: «¡Abbá, Padre!». En efecto, si en Rom 8, 15 se dice que son los hijos los que «gritan: Abbá», en Gál 4,6 se dice: «y por ser hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: Abbá, Padre». o b) La disposición de ánimo filial brota del descubrimiento de la paternidad de Dios: el Espíritu revela al hombre a sí mismo como «criatura nueva», haciéndole acoger con estupor el sentido radicalmente nuevo de su existencia de creyente. Esta disposición de ánimo filial no es, por tanto, algo superficial que toca sólo la esfera emotiva, sino que brota de lo íntimo de la persona y es originada por el descubrimiento de la paternidad de Dios, tal como fue revelada por Cristo: paternidad divina no en sentido metafórico, sino real y auténtico. De este modo, el Espíritu hace tomar viva conciencia de la condición de hijos de Dios, un descubrimiento éste que implica las energías más íntimas del Espíritu, haciendo crecer y transformar a toda la persona. En la experiencia de la filiación divina, el Espíritu revela al hombre a sí mismo como «creatura nueva» (Gál 6,15; 2 Cor 5,17), haciéndole acoger con estupor el sentido radicalmente nuevo de su existencia de creyente. o c) La disposición filial se expresa en la oración filial y en la obediencia filial. Tal disposición filial se expresa, existencialmente, además de en la oración filial, también y sobre todo en la obediencia filial. Al seguimiento de Jesús, cuya existencia coincide con el ser hijo, y esto en la identificación con la voluntad del Padre («mi comida es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra», Jn 4,34; 6,38), la vida filial del cristiano bajo la guía del Espíritu será una constante búsqueda de la voluntad del Padre para conformarse con ella, por amor y no por temor, porque el Espíritu es Aquel que libera del temor del esclavo e introduce en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8,14-16; Gál 4,4-7). o d) Entramos en la nueva vida a través de la Palabra y los sacramentos. Una ley de la vida cristiana: morir para vivir. • ¿Cómo se entra, de hecho, en esta nueva vida? A través de dos medios fundamentales: la Palabra y los sacramentos. Las palabras de Jesús son «espíritu y vida» (Jn 6,63). La Palabra no sólo está «inspirada» por el Espíritu Santo, sino que también «espira» al Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo es letra muerta; en cambio, con el Espíritu Santo da vida (cfr. 2 Cor 3,6). Es un dato de la experiencia: las Escrituras, leídas «espiritualmente» - es decir, con la luz y la unción del Espíritu -, transmiten luz, consuelo, esperanza; en una palabra, vida. Junto con la Palabra, los sacramentos. El bautismo es el momento en que nacemos del Espíritu (cfr. Jn 3,5) y empezamos a «llevar una vida nueva» (Rom 6,4). El bautismo no es sólo el comienzo de la vida nueva; es también su forma, su modelo. La misma manera en que se lleva a cabo (inmersión/emersión) indica que somos sepultados y resurgimos, morimos y volvemos a vivir. Escribe san Basilio: «La regeneración, como la misma palabra indica, es el comienzo de una segunda vida. Pero para empezar una nueva vida, hay que poner fin a la anterior... El Señor, al otorgarnos la vida, ha establecido con nosotros la alianza del bautismo, símbolo de muerte y de vida: el agua simboliza la muerte y el Espíritu ofrece la prenda de la vida» 5 . Cirilo de Jerusalén dice poéticamente a los recién bautizados: «El agua saludable para vosotros fue sepulcro y a la vez madre» 6 . Es una ley que, desde el bautismo, se extiende a toda la posterior vida cristiana. Ésta es una vida que se alimenta de la muerte. Es morir para vivir. Exactamente lo contrario de la vida natural a la que se define, en justicia y rigor, «vivir para morir» 7 . En el plano natural, cada instante de vida es acelerar la muerte; es un espacio quitado a la vida y entregado a la muerte. En el plano 5 SAN BASILIO: Sobre el Espíritu Santo, XV, 35 (PG 32, 129 A). 6 SAN CIRILO DE JERUSALÉN: Catequesis mistagógicas, 11, 4 (PG 33, 1080). 7 Cfr., HEIDEGGER, M.: Ser y tiempo, Madrid 1993, pp. 275 s. 7 sobrenatural, cada pequeña «mortificación» de la carne se traduce en vida según el Espíritu, es un espacio sustraído a la caducidad y a la muerte y entregado a la vida. La fe en el Espíritu Santo nos dice que es «dador de vida». Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu, PPC 1999, Capítulo VI, pp. 106-110: • «El Espíritu es quien da la vida... Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6,63). «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6). Cuando, en el concilio de Constantinopla del 381, los Padres tuvieron que resumir su fe en el Espíritu Santo en una breve frase que había que añadir al Símbolo niceno, no hallaron nada más esencial e importante que decir de él que lo siguiente: que es dador de vida, que es un Espíritu vivificante. «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida ... » Juan Pablo Il ha elegido, para su encíclica sobre el Espíritu Santo, precisamente el título de Dominum et vivificantem, o sea, las palabras del Credo que proclaman al Espíritu: «Señor y dador de vida», proclamando con eso la fe de la Iglesia en «aquel que da la vida, aquel mediante el cual el inescrutable Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo en ellos la fuente de la vida eterna» 8 . La vida divina en nosotros es la capacidad de una relación personal con Dios, como «yo» y «tú». Cfr. Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, 18.V.1986, nn. 34, 60: o Relación personal con Dios, llamada a la amistad • n. 34: “El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios: “Esto significa no sólo racionalidad y libertad como propiedades constitutivas de la naturaleza humana, sino además, desde el principio, capacidad de una relación personal con Dios, como « yo » y « tú » y, por consiguiente, capacidad de alianza que tendrá lugar con la comunicación salvífica de Dios al hombre. En el marco de la « imagen y semejanza » de Dios, « el don del Espíritu » significa, finalmente, una llamada a la amistad, en la que las trascendentales « profundidades de Dios » están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre. El Concilio Vaticano II enseña: « Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos (cf. Bar 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía ».( Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 2.)” o La dimensión divina del ser y de la vida del hombre, obra del Espíritu Santo, le hace capaz de liberarse de los diversos determinismos - condicionamientos y mecanismos - que dominan en la sociedad y que no favorecen el desarrollo y la expansión del espíritu humano; es una contribución al bien de la sociedad, es una liberación y afirmación de la grandeza del hombre .... • n. 60: Cuando, bajo el influjo del Paráclito, los hombres descubren esta dimensión divina de su ser y de su vida, ya sea como personas ya sea como comunidad, son capaces de liberarse de los diversos determinismos derivados principalmente de las bases materialistas del pensamiento, de la praxis y de su respectiva metodología. En nuestra época estos factores han logrado penetrar hasta lo más íntimo del hombre, en el santuario de la conciencia, donde el Espíritu Santo infunde constantemente la luz y la fuerza de la vida nueva según la libertad de los hijos de Dios. La madurez del hombre en esta vida está impedida por los condicionamientos y las presiones que ejercen sobre él las estructuras y los mecanismos dominantes en los diversos sectores de la sociedad. Se puede decir que en muchos casos los factores sociales, en vez de favorecer el desarrollo y la expansión del espíritu humano, terminan por arrancarlo de la verdad genuina de su ser y de su vida, —sobre la que vela el Espíritu Santo— para someterlo así al « Príncipe de este mundo ». (…) El Espíritu es el único que puede ayudar a alas personas y a las comunidades a liberarse de los viejos y nuevos determinismos, guiándolos con la «ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Romnos 8,2), descubriendo y realizando la plena dimensión de la verdadera libertad del hombre”. o Esta acción del Espíritu Santo se da cuando hay persecuciones y en situaciones normales de la sociedad. (...) El Espíritu Santo “es el único que puede ayudar a las personas y a las comunidades a liberarse de los viejos y nuevos determinismos, guiándolos con la « ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús » i , 8 JUAN PABLO 11: Dominum et vivificantem, n. 1. 8 descubriendo y realizando la plena dimensión de la verdadera libertad del hombre. En efecto —como escribe San Pablo— « donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad » ii. Esta revelación de la libertad y, por consiguiente, de la verdadera dignidad del hombre adquiere un significado particular para los cristianos y para la Iglesia en estado de persecución —ya sea en los tiempos antiguos, ya sea en la actualidad—, porque los testigos de la verdad divina son entonces una verificación viva de la acción del Espíritu de la verdad, presente en el corazón y en la conciencia de los fieles, y a menudo sellan con su martirio la glorificación suprema de la dignidad humana. También en las situaciones normales de la sociedad los cristianos, como testigos de la auténtica dignidad del hombre, por su obediencia al Espíritu Santo, contribuyen a la múltiple « renovación de la faz de la tierra », colaborando con sus hermanos a realizar y valorar todo lo que el progreso actual de la civilización, de la cultura, de la ciencia, de la técnica y de los demás sectores del pensamiento y de la actividad humana, tiene de bueno, noble y bello iii. Esto lo hacen como discípulos de Cristo, —como escribe el Concilio— « constituido Señor por su resurrección ... obra ya por virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin » iv. De esta manera, afirman aún más la grandeza del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios; grandeza que es iluminada por el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, el cual, « en la plenitud de los tiempos », por obra del Espíritu Santo, ha entrado en la historia y se ha manifestado como verdadero hombre, primogénito de toda criatura, « del cual proceden todas las cosas y para el cual somos » v . Una vida cristiana madura, honda y recia, no se improvisa. La compenetración con Cristo es necesaria para que se dé una auténtica existencia cristiana, y no haya solamente devociones y prácticas. Cfr. San Josemaría Escrivá • Es Cristo que pasa, n. 134. Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad; dejar que Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida. Una vida cristiana madura, honda y recia, es algo que no se improvisa, porque es el fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de Dios. En los Hechos de los Apóstoles, se describe la situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase breve, pero llena de sentido: perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción del pan y en la oración (Act II, 42). Fue así como vivieron aquellos primeros, y como debemos vivir nosotros: la meditación de la doctrina de la fe hasta hacerla propia, el encuentro con Cristo en la Eucaristía, el diálogo personal —la oración sin anonimato— cara a cara con Dios, han de constituir como la substancia última de nuestra conducta. Si eso falta, habrá tal vez reflexión erudita, actividad más o menos intensa, devociones y prácticas. Pero no habrá auténtica existencia cristiana, porque faltará la compenetración con Cristo, la participación real y vivida en la obra divina de la salvación. • Forja, n. 452: Necesitas imitar a Jesucristo, y darlo a conocer con tu conducta. No me olvides que Cristo asumió nuestra naturaleza, para introducir a todos los hombres en la vida divina, de modo que — uniéndonos a El— vivamos individual y socialmente los mandatos del Cielo. • Amigos de Dios, n. 206: No olvidemos jamás que para todos —para cada uno de nosotros, por tanto— sólo hay dos modos de estar en la tierra: se vive vida divina, luchando para agradar a Dios; o se vive vida animal, más o menos humanamente ilustrada, cuando se prescinde de El. i Rom 8, 2. ii 2 Cor 3, 17. iii Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 53-59. iv Ibid., 38. v 1 Cor 8, 6. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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