Fiesta de la Santísima Trinidad, Año A (2017). El contenido de nuestra fe: el deseo de descubrir elrostro de Dios. A) de Dios Padre, B) de Dios Hijo y C) de Dios Espíritu Santo. La fiesta de hoy nos invita a contemplar a Dios, no para alejarnos del mundo y de sus problemas, sino para conocerlo y recibir las indicaciones fundamentales para nuestra vida. Del nombre de Dios depende nuestra historia, de la luz de su rostro depende nuestro camino.
Cfr. Fiesta de la Santísima Trinidad Año A, 11 de junio de 2017
Éxodo 34,
4-6.8-9; 2 Corintios 13; 11-13; Juan 3, 16-18
Éxodo 34,
4b-6. 8-9:
4
En aquellos
días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había
mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. 5 El
Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés
pronunció el nombre del Señor. 6 El Señor pasó ante él,
proclamando: -«Señor, Señor, Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y
lealtad.» 8
Moisés, al momento, se inclinó y le adoró 9 diciendo: -«Si he
obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un
pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos
como heredad tuya.»2
Corintios
13, 11-13:
11
Alegraos,
enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios
del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el
beso ritual. Os saludan todos los santos. 13 La
gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del
Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.
Juan 3, 16-18: 16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 17 Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 18 El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Juan 3, 16-18: 16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 17 Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 18 El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El
amor de Dios Padre,
la
gracia del Señor Jesucristo,
la
comunión del Espíritu Santo,
estén
siempre con todos vosotros.
(2
Corintios 13, 13: segunda Lectura de la Misa de hoy)
- Estas palabras forman parte del saludo inicial en la celebración eucarística. Y la acabamos con la
bendición
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
- También nos resulta familiar a los cristianos la referencia a la Trinidad, porque cada vez que hacemos la
señal
de la cruz, pronunciamos el nombre de Dios Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
Y
si se hace con atención y verdadera fe, queda claro el significado:
se quiere manifestar que lo que se hace - el principio de un trabajo,
el principio del día, antes de las comidas, cuando se emprende un
viaje, etcétera -, o lo que se recibe - los sacramentos, por ejemplo
-, se hace o se recibe «en
el nombre de»,
es decir «por
la autoridad»,
o «por
el poder»
o «por gracia»,
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
- En el umbral de nuestra vida se nos dijo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo…
Y en el momento del
fallecimiento: "Parte, alma cristiana, de este mundo, en el
nombre del Padre que te ha creado, del Hijo que te ha redimido, del
Espíritu Santo que te ha santificado…."
- Y entre estos dos extremos: en el nombre de la Trinidad los novios se unen en el matrimonio, en el
nombre
de la Trinidad recibimos el sacramento del sacerdocio ministerial los
sacerdotes, en el nombre de la Trinidad son remitidos pecados de
todos en el sacramento de la Reconciliación…
1. El contenido de nuestra fe: el deseo de descubrir el rostro de Dios. A) de Dios Padre, B) de Dios Hijo y C) de Dios Espíritu Santo.
A) Uno de los rasgos de ese rostro es que Dios Padre es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.
- Primera Lectura (Éxodo 34, 6-7): “El Señor pasó ante Moisés, proclamando: -«Señor, Señor, Dios
compasivo
y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad»”.
“El concepto de « misericordia » tiene en el Antiguo Testamento una larga y rica historia.
- Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 4: “El concepto de « misericordia » tiene en el Antiguo
Testamento
una larga y rica historia. Debemos remontarnos hasta ella para que
resplandezca más plenamente la misericordia revelada por Cristo.
(...) La miseria del hombre es también su pecado. El pueblo de la
Antigua Alianza conoció esta miseria desde los tiempos del éxodo,
cuando levantó el becerro de oro. Sobre este gesto de ruptura de la
alianza, triunfó el Señor mismo, manifestándose solemnemente a
Moisés como « Dios de ternura y de gracia, lento a la ira y rico en
misericordia y fidelidad » (Ex 34,6). Es en esta revelación
central donde el pueblo elegido y cada uno de sus miembros
encontrarán, después de toda culpa, la fuerza y la razón para
dirigirse al Señor con el fin de recordarle lo que Él había
revelado de sí mismo (Cfr. Num 14, 18; 2 Par 30, 9; Neh 9, 17; Sal
86 (85), 15; Sab 15, 1; Eclo 2, 11; Jl 2, 13.) y para implorar su
perdón”.
Encontramos el contenido de ese amor en el Evangelio de hoy (Juan 3,16), según revelación del mismo Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”.
- Encontramos el contenido de ese amor en el Evangelio de hoy (Juan 3,16), según revelación del
mismo
Jesús: “Tanto amó Dios
al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree
en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”. Es
una iniciativa gratuita de parte de Dios, Dios es amor y es quien
primero nos ha amado, como explica san Juan en su primera Carta (4,
9-10): “En esto se
manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su
Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por él la vida. En
esto consiste su amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima propiciatoria
por nuestros pecados”.
B). El Hijo de Dios nos obtiene la participación en la vida eterna, que se nos comunica con el don del Espíritu Santo.
En el Evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3, 16).
Cfr. Benedicto XVI,
Homilía, en la República de San Marino, 19 de junio de 2011
Dios muestra que ama al mundo, que ama al hombre, no obstante su pecado, y envía lo más valioso que tiene: su Hijo unigénito que dio su propia vida por nosotros en la cruz y nos obtiene así la participación en la vida eterna que se nos comunica con el don del Espíritu Santo.
El
Evangelio completa esta revelación, que escuchamos en la primera
lectura, porque indica hasta qué punto Dios ha mostrado su
misericordia. El evangelista san Juan refiere esta expresión de
Jesús: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para
que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna»
(3, 16). En el mundo reina el mal, el egoísmo, la maldad, y Dios
podría venir para juzgar a este mundo, para destruir el mal, para
castigar a aquellos que obran en las tinieblas. En cambio, muestra
que ama al mundo, que ama al hombre, no obstante su pecado, y envía
lo más valioso que tiene: su Hijo unigénito. Y no sólo lo envía,
sino que lo dona al mundo. Jesús es el Hijo de Dios que nació por
nosotros, que vivió por nosotros, que curó a los enfermos, perdonó
los pecados y acogió a todos. Respondiendo al amor que viene del
Padre, el Hijo dio su propia vida por nosotros: en la cruz el amor
misericordioso de Dios alcanza el culmen. Y es en la cruz donde el
Hijo de Dios nos obtiene la participación en la vida eterna, que se
nos comunica con el don del Espíritu Santo. Así, en el misterio de
la cruz están presentes las tres Personas divinas: el Padre, que
dona a su Hijo unigénito para la salvación del mundo; el Hijo, que
cumple hasta el fondo el designio del Padre; y el Espíritu Santo
—derramado por Jesús en el momento de la muerte— que viene a
hacernos partícipes de la vida divina, a transformar nuestra
existencia, para que esté animada por el amor divino.
La gracia del Señor Jesucristo….
Cfr. Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis
(«Redentor del hombre»).
El valor del hombre a los ojos del Creador, que ha merecido tal redentor; el único fin de la Iglesia es que el hombre pueda encontrar a Cristo; todo hombre ha sido redimido por Cristo; la unión de Cristo con el hombre es en sí misma un misterio, del que nace el «hombre nuevo», llamado a participar en la vida de Dios, es la fuerza que transforma interiormente al hombre como principio de una vida nueva que dura hasta la vida eterna.
Es la vida divina, que el Padre tiene en sí y que da a su Hijo y que es comunicada a todos los hombres que están unidos a Cristo.
- n. 10: “¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande
Redentor
(Misal
Romano, Himno Exsultet de la Vigilia pascual)
si « Dios ha dado a
su Hijo », a fin de
que él, el hombre, «
no muera sino que tenga la vida eterna »!
(Cfr. Juan 3, 16)”.
- n. 13: “La Iglesia desea servir a este único fin: que todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que
Cristo
pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de
la verdad acerca del hombre y del mundo, contenida en el misterio de
la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que
irradia de ella.”
- n. 14: “El hombre - todo hombre sin excepción alguna - ha sido redimido por Cristo, porque con el
hombre
- cada hombre sin excepción alguna - se ha unido Cristo de algún
modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello, « Cristo,
muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre » - a todo
hombre y a todos los hombres - « ... su luz y su fuerza para que
pueda responder a su máxima vocación » (Conc.
Vat. II, Const. Past.
Gaudium
et spes,
10).
”
- n. 18: “Esta unión de Cristo con el hombre es en sí misma un misterio, del que nace el « hombre nuevo»
(2
Pedro 1, 4),
llamado a participar en la vida de Dios, creado nuevamente en Cristo,
en la plenitud de la gracia y verdad (Cfr.
Efesios2; 10; Juan 1, 14.16).
La unión de Cristo con el hombre es la fuerza y la fuente de la
fuerza, según la incisiva expresión de San Juan en el prólogo de
su Evangelio: « Dios
dioles poder de venir a ser hijos » (Jn
1, 12).
Esta es la fuerza que transforma interiormente al hombre, como
principio de una vida nueva que no se desvanece y no pasa, sino que
dura hasta la vida eterna (Cfr.
Juan 4, 14).
Esta vida
prometida y dada a cada hombre por el Padre en Jesucristo, Hijo
eterno y unigénito, encarnado y nacido «
al llegar la plenitud de los tiempos »
(Cfr. Gálatas
4, 4)
de la Virgen María, es el final cumplimiento de la vocación del
hombre. Es de algún modo cumplimiento de la « suerte » que desde
la eternidad Dios le ha preparado. Esta « suerte divina » se hace
camino, por encima de todos los enigmas, incógnitas, tortuosidades,
curvas de la « suerte humana » en el mundo temporal.”
- n. 20: “La vida divina, que el Padre tiene en sí y que da a su Hijo (Cfr. Juan 5, 26; 1 Juan 5, 11), es
comunicada
a todos los hombres que están unidos a Cristo.”
C. La comunión del Espíritu Santo.
Juan Pablo II, Enc. Dominum et Vivificantem (DV), El Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
- El Espíritu Santo es el dispensador de los bienes divinos (Cfr. DV 45, 46, 59, 63).
- El establece la comunión con el Hijo, especialmente en la Eucaristía (cfr. 1 Co 10,16-17). (Cfr. DV 22, 25, 41)
- Por medio de la comunión con el cuerpo de Cristo los cristianos quedamos unidos a Cristo y entre
nosotros.
En Juan 14, 16 y en Juan 14, 26, el Espíritu Santo es enviado por
el Padre a petición de Cristo; en Juan 16, 7-11 es enviado por
Cristo mismo.
Juan Pablo II, Catequesis del 13/11/85: el Espíritu Santo os enseñará todo.
- “En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de 'otro Consolador'.
Dice
así: 'Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que estará
con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad.'(Juan 14, 16).
'Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi
nombre, se os lo enseñará todo' (Juan 14, 26). El envío del
Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí 'Consolador', será hecho
por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más
ampliamente poco después por Jesús mismo: 'Cuando venga el
Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de
Verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí.' (Juan
15,26).”
El Espíritu Santo, continua la obra de Cristo, entrando incesantemente en la historia del mundo a través del corazón del hombre.
La Secuencia de la solemnidad de Pentecostés: «padre de los pobres, dador de sus dones, luz de los corazones »; se convierte en « dulce huésped del alma». Descanso y brisa; consuelo …
- Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, 67: El Espíritu Santo, en su misterioso vínculo de
comunión
divina con el Redentor del hombre, continua su obra; recibe de Cristo
y lo transmite a todos, entrando incesantemente en la historia del
mundo a través del corazón del hombre. En este viene a ser —como
proclama la Secuencia de la solemnidad de Pentecostés— verdadero «
padre de los pobres, dador de sus dones, luz de los corazones »;
se convierte en « dulce
huésped del alma »,
que la Iglesia saluda incesantemente en el umbral de la intimidad de
cada hombre. En efecto, él trae « descanso » y « refrigerio » en
medio de las fatigas del trabajo físico e intelectual; trae «
descanso » y « brisa » en pleno calor del día, en medio de las
inquietudes, luchas y peligros de cada época; trae por último, el «
consuelo » cuando el corazón humano llora y está tentado por la
desesperación.
Por
esto la misma Secuencia exclama: « Sin tu ayuda nada
hay en el hombre, nada
que sea bueno ». En efecto, sólo el Espíritu Santo « convence en
lo referente al pecado » y al mal, con el fin de instaurar el bien
en el hombre y en el mundo: para « renovar la faz de la tierra ».
Por eso realiza la purificación de todo lo que « desfigura » al
hombre, de todo « lo que está manchado »; cura las heridas incluso
las más profundas de la existencia humana; cambia la aridez interior
de las almas transformándolas en fértiles campos de gracia y
santidad. « Doblega lo que está rígido », « calienta lo que está
frío », « endereza lo que está extraviado » a través de los
caminos de la salvación.(Cf.
Secuencia Veni,
Sancte Spiritus)
2. Palabras como “misericordioso”, “compasivo”, nos hablan de alguien que se ofrece, que quiere dar y perdonar, que desea entablar un vínculo firme y duradero.
Cfr.
Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad,
en Génova el 18 de mayo de 2008.
En
la primera lectura (cf. Ex
34, 4-9) escuchamos un texto bíblico que nos presenta la revelación
del nombre de Dios. Es Dios mismo, el Eterno, el Invisible, quien lo
proclama, pasando ante Moisés en la nube, en el monte Sinaí. Y su
nombre es: "El Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a
la ira y rico en gracia y fidelidad" (Ex
34, 6). San Juan, en el Nuevo Testamento, resume esta expresión en
una sola palabra: "Amor" (1
Jn 4, 8. 16). Lo
atestigua también el pasaje evangélico de hoy: "Tanto amó
Dios al mundo que le entregó a su Hijo único" (Jn
3, 16).
Así
pues, este nombre expresa claramente que el Dios de la Biblia no es
una especie de mónada
encerrada en sí misma y satisfecha de su propia autosuficiencia,
sino que es vida que quiere comunicarse, es apertura, relación.
Palabras como "misericordioso", "compasivo",
"rico en clemencia", nos hablan de una relación, en
particular de un Ser vital que se ofrece, que quiere colmar toda
laguna, toda falta, que quiere dar y perdonar, que desea entablar un
vínculo firme y duradero.
La
sagrada Escritura no conoce otro Dios que el Dios de la alianza, el
cual creó el mundo para derramar su amor sobre todas las criaturas
(cf. Misal Romano,
plegaria eucarística IV), y se eligió un pueblo para sellar con él
un pacto nupcial, a fin de que se convirtiera en una bendición para
todas las naciones, convirtiendo así a la humanidad entera en una
gran familia (cf. Gn
12, 1-3; Ex
19, 3-6). Esta revelación de Dios se delineó plenamente en el Nuevo
Testamento, gracias a la palabra de Cristo. Jesús nos manifestó el
rostro de Dios, uno en esencia y trino en personas: Dios es Amor,
Amor Padre, Amor Hijo y Amor Espíritu Santo. Y, precisamente en
nombre de este Dios, el apóstol san Pablo saluda a la comunidad de
Corinto y nos saluda a todos nosotros: "La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu
Santo estén con todos vosotros" (2
Co 13, 13).
La fiesta de hoy nos invita a contemplar a Dios, no para alejarnos del mundo y de sus problemas, sino para conocerlo y recibir las indicaciones fundamentales para nuestra vida. Del nombre de Dios depende nuestra historia, de la luz de su rostro depende nuestro camino.
Por consiguiente, el contenido
principal de estas lecturas se refiere a Dios. En efecto, la fiesta
de hoy nos invita a contemplarlo a él, el Señor; nos invita a
subir, en cierto sentido, al "monte", como hizo Moisés. A
primera vista esto parece alejarnos del mundo y de sus problemas,
pero en realidad se descubre que precisamente conociendo a Dios más
de cerca se reciben también las indicaciones fundamentales para
nuestra vida: como sucedió a Moisés que, al subir al Sinaí y
permanecer en la presencia de Dios, recibió la ley grabada en las
tablas de piedra, en las que el pueblo encontró una guía para
seguir adelante, para encontrar la libertad y para formarse como
pueblo en libertad y justicia. Del nombre de Dios depende nuestra
historia; de la luz de su rostro depende nuestro camino.
Vida
Cristiana
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