sábado, 10 de junio de 2017

Fiesta de la Santísima Trinidad Año A, 11 de junio de 2017



  • Fiesta de la Santísima Trinidad, Año A (2017). El contenido de nuestra fe: el deseo de descubrir elrostro de Dios. A) de Dios Padre, B) de Dios Hijo y C) de Dios Espíritu Santo. La fiesta de hoy nos invita a contemplar a Dios, no para alejarnos del mundo y de sus problemas, sino para conocerlo y recibir las indicaciones fundamentales para nuestra vida. Del nombre de Dios depende nuestra historia, de la luz de su rostro depende nuestro camino.

  • Cfr. Fiesta de la Santísima Trinidad Año A, 11 de junio de 2017

Éxodo 34, 4-6.8-9; 2 Corintios 13; 11-13; Juan 3, 16-18

Éxodo 34, 4b-6. 8-9: 4 En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. 5 El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. 6 El Señor pasó ante él, proclamando: -«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.» 8 Moisés, al momento, se inclinó y le adoró 9 diciendo: -«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»2 Corintios 13, 11-13: 11 Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. 13 La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.
Juan 3, 16-18: 16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 17 Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 18 El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

El amor de Dios Padre,
la gracia del Señor Jesucristo,
la comunión del Espíritu Santo,
estén siempre con todos vosotros.
(2 Corintios 13, 13: segunda Lectura de la Misa de hoy)

  • Estas palabras forman parte del saludo inicial en la celebración eucarística. Y la acabamos con la
bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
  • También nos resulta familiar a los cristianos la referencia a la Trinidad, porque cada vez que hacemos la
señal de la cruz, pronunciamos el nombre de Dios Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Y si se hace con atención y verdadera fe, queda claro el significado: se quiere manifestar que lo que se hace - el principio de un trabajo, el principio del día, antes de las comidas, cuando se emprende un viaje, etcétera -, o lo que se recibe - los sacramentos, por ejemplo -, se hace o se recibe «en el nombre de», es decir «por la autoridad», o «por el poder» o «por gracia», del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
  • En el umbral de nuestra vida se nos dijo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo…
Y en el momento del fallecimiento: "Parte, alma cristiana, de este mundo, en el nombre del Padre que te ha creado, del Hijo que te ha redimido, del Espíritu Santo que te ha santificado…."
  • Y entre estos dos extremos: en el nombre de la Trinidad los novios se unen en el matrimonio, en el
nombre de la Trinidad recibimos el sacramento del sacerdocio ministerial los sacerdotes, en el nombre de la Trinidad son remitidos pecados de todos en el sacramento de la Reconciliación…


1. El contenido de nuestra fe: el deseo de descubrir el rostro de Dios. A) de Dios Padre, B) de Dios Hijo y C) de Dios Espíritu Santo.

  • A) Uno de los rasgos de ese rostro es que Dios Padre es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.

  • Primera Lectura (Éxodo 34, 6-7): “El Señor pasó ante Moisés, proclamando: -«Señor, Señor, Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad»”.
  • “El concepto de « misericordia » tiene en el Antiguo Testamento una larga y rica historia.

  • Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 4: “El concepto de « misericordia » tiene en el Antiguo
Testamento una larga y rica historia. Debemos remontarnos hasta ella para que resplandezca más plenamente la misericordia revelada por Cristo. (...) La miseria del hombre es también su pecado. El pueblo de la Antigua Alianza conoció esta miseria desde los tiempos del éxodo, cuando levantó el becerro de oro. Sobre este gesto de ruptura de la alianza, triunfó el Señor mismo, manifestándose solemnemente a Moisés como « Dios de ternura y de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad » (Ex 34,6). Es en esta revelación central donde el pueblo elegido y cada uno de sus miembros encontrarán, después de toda culpa, la fuerza y la razón para dirigirse al Señor con el fin de recordarle lo que Él había revelado de sí mismo (Cfr. Num 14, 18; 2 Par 30, 9; Neh 9, 17; Sal 86 (85), 15; Sab 15, 1; Eclo 2, 11; Jl 2, 13.) y para implorar su perdón”.
  • Encontramos el contenido de ese amor en el Evangelio de hoy (Juan 3,16), según revelación del mismo Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”.

  • Encontramos el contenido de ese amor en el Evangelio de hoy (Juan 3,16), según revelación del
mismo Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”. Es una iniciativa gratuita de parte de Dios, Dios es amor y es quien primero nos ha amado, como explica san Juan en su primera Carta (4, 9-10): “En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por él la vida. En esto consiste su amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados”.
  • B). El Hijo de Dios nos obtiene la participación en la vida eterna, que se nos comunica con el don del Espíritu Santo.

  • En el Evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3, 16).

Cfr. Benedicto XVI, Homilía, en la República de San Marino, 19 de junio de 2011
  • Dios muestra que ama al mundo, que ama al hombre, no obstante su pecado, y envía lo más valioso que tiene: su Hijo unigénito que dio su propia vida por nosotros en la cruz y nos obtiene así la participación en la vida eterna que se nos comunica con el don del Espíritu Santo.
El Evangelio completa esta revelación, que escuchamos en la primera lectura, porque indica hasta qué punto Dios ha mostrado su misericordia. El evangelista san Juan refiere esta expresión de Jesús: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (3, 16). En el mundo reina el mal, el egoísmo, la maldad, y Dios podría venir para juzgar a este mundo, para destruir el mal, para castigar a aquellos que obran en las tinieblas. En cambio, muestra que ama al mundo, que ama al hombre, no obstante su pecado, y envía lo más valioso que tiene: su Hijo unigénito. Y no sólo lo envía, sino que lo dona al mundo. Jesús es el Hijo de Dios que nació por nosotros, que vivió por nosotros, que curó a los enfermos, perdonó los pecados y acogió a todos. Respondiendo al amor que viene del Padre, el Hijo dio su propia vida por nosotros: en la cruz el amor misericordioso de Dios alcanza el culmen. Y es en la cruz donde el Hijo de Dios nos obtiene la participación en la vida eterna, que se nos comunica con el don del Espíritu Santo. Así, en el misterio de la cruz están presentes las tres Personas divinas: el Padre, que dona a su Hijo unigénito para la salvación del mundo; el Hijo, que cumple hasta el fondo el designio del Padre; y el Espíritu Santo —derramado por Jesús en el momento de la muerte— que viene a hacernos partícipes de la vida divina, a transformar nuestra existencia, para que esté animada por el amor divino.
  • La gracia del Señor Jesucristo….

Cfr. Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis («Redentor del hombre»).
  • El valor del hombre a los ojos del Creador, que ha merecido tal redentor; el único fin de la Iglesia es que el hombre pueda encontrar a Cristo; todo hombre ha sido redimido por Cristo; la unión de Cristo con el hombre es en sí misma un misterio, del que nace el «hombre nuevo», llamado a participar en la vida de Dios, es la fuerza que transforma interiormente al hombre como principio de una vida nueva que dura hasta la vida eterna.
Es la vida divina, que el Padre tiene en sí y que da a su Hijo y que es comunicada a todos los hombres que están unidos a Cristo.
  • n. 10: “¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande
Redentor (Misal Romano, Himno Exsultet de la Vigilia pascual) si « Dios ha dado a su Hijo », a fin de que él, el hombre, « no muera sino que tenga la vida eterna »! (Cfr. Juan 3, 16)”.
  • n. 13: “La Iglesia desea servir a este único fin: que todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que
Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad acerca del hombre y del mundo, contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia de ella.”
  • n. 14: “El hombre - todo hombre sin excepción alguna - ha sido redimido por Cristo, porque con el
hombre - cada hombre sin excepción alguna - se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello, « Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre » - a todo hombre y a todos los hombres - « ... su luz y su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación » (Conc. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes, 10).
  • n. 18: “Esta unión de Cristo con el hombre es en sí misma un misterio, del que nace el « hombre nuevo»
(2 Pedro 1, 4), llamado a participar en la vida de Dios, creado nuevamente en Cristo, en la plenitud de la gracia y verdad (Cfr. Efesios2; 10; Juan 1, 14.16). La unión de Cristo con el hombre es la fuerza y la fuente de la fuerza, según la incisiva expresión de San Juan en el prólogo de su Evangelio: « Dios dioles poder de venir a ser hijos » (Jn 1, 12). Esta es la fuerza que transforma interiormente al hombre, como principio de una vida nueva que no se desvanece y no pasa, sino que dura hasta la vida eterna (Cfr. Juan 4, 14). Esta vida prometida y dada a cada hombre por el Padre en Jesucristo, Hijo eterno y unigénito, encarnado y nacido « al llegar la plenitud de los tiempos » (Cfr. Gálatas 4, 4) de la Virgen María, es el final cumplimiento de la vocación del hombre. Es de algún modo cumplimiento de la « suerte » que desde la eternidad Dios le ha preparado. Esta « suerte divina » se hace camino, por encima de todos los enigmas, incógnitas, tortuosidades, curvas de la « suerte humana » en el mundo temporal.”
  • n. 20: “La vida divina, que el Padre tiene en sí y que da a su Hijo (Cfr. Juan 5, 26; 1 Juan 5, 11), es
comunicada a todos los hombres que están unidos a Cristo.”
  • C. La comunión del Espíritu Santo.

  • Juan Pablo II, Enc. Dominum et Vivificantem (DV), El Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
  • El Espíritu Santo es el dispensador de los bienes divinos (Cfr. DV 45, 46, 59, 63).
  • El establece la comunión con el Hijo, especialmente en la Eucaristía (cfr. 1 Co 10,16-17). (Cfr. DV 22, 25, 41)
  • Por medio de la comunión con el cuerpo de Cristo los cristianos quedamos unidos a Cristo y entre
nosotros. En Juan 14, 16 y en Juan 14, 26, el Espíritu Santo es enviado por el Padre a petición de Cristo; en Juan 16, 7-11 es enviado por Cristo mismo.
  • Juan Pablo II, Catequesis del 13/11/85: el Espíritu Santo os enseñará todo.
  • En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de 'otro Consolador'.
Dice así: 'Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad.'(Juan 14, 16). 'Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se os lo enseñará todo' (Juan 14, 26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí 'Consolador', será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más ampliamente poco después por Jesús mismo: 'Cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí.' (Juan 15,26).”
  • El Espíritu Santo, continua la obra de Cristo, entrando incesantemente en la historia del mundo a través del corazón del hombre.
La Secuencia de la solemnidad de Pentecostés: «padre de los pobres, dador de sus dones, luz de los corazones »; se convierte en « dulce huésped del alma». Descanso y brisa; consuelo …
  • Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, 67: El Espíritu Santo, en su misterioso vínculo de
comunión divina con el Redentor del hombre, continua su obra; recibe de Cristo y lo transmite a todos, entrando incesantemente en la historia del mundo a través del corazón del hombre. En este viene a ser —como proclama la Secuencia de la solemnidad de Pentecostés— verdadero « padre de los pobres, dador de sus dones, luz de los corazones »; se convierte en « dulce huésped del alma », que la Iglesia saluda incesantemente en el umbral de la intimidad de cada hombre. En efecto, él trae « descanso » y « refrigerio » en medio de las fatigas del trabajo físico e intelectual; trae « descanso » y « brisa » en pleno calor del día, en medio de las inquietudes, luchas y peligros de cada época; trae por último, el « consuelo » cuando el corazón humano llora y está tentado por la desesperación.
Por esto la misma Secuencia exclama: « Sin tu ayuda nada hay en el hombre, nada que sea bueno ». En efecto, sólo el Espíritu Santo « convence en lo referente al pecado » y al mal, con el fin de instaurar el bien en el hombre y en el mundo: para « renovar la faz de la tierra ». Por eso realiza la purificación de todo lo que « desfigura » al hombre, de todo « lo que está manchado »; cura las heridas incluso las más profundas de la existencia humana; cambia la aridez interior de las almas transformándolas en fértiles campos de gracia y santidad. « Doblega lo que está rígido », « calienta lo que está frío », « endereza lo que está extraviado » a través de los caminos de la salvación.(Cf. Secuencia Veni, Sancte Spiritus)


2. Palabras como “misericordioso”, “compasivo”, nos hablan de alguien que se ofrece, que quiere dar y perdonar, que desea entablar un vínculo firme y duradero.

Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, en Génova el 18 de mayo de 2008.
En la primera lectura (cf. Ex 34, 4-9) escuchamos un texto bíblico que nos presenta la revelación del nombre de Dios. Es Dios mismo, el Eterno, el Invisible, quien lo proclama, pasando ante Moisés en la nube, en el monte Sinaí. Y su nombre es: "El Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en gracia y fidelidad" (Ex 34, 6). San Juan, en el Nuevo Testamento, resume esta expresión en una sola palabra: "Amor" (1 Jn 4, 8. 16). Lo atestigua también el pasaje evangélico de hoy: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único" (Jn 3, 16).
Así pues, este nombre expresa claramente que el Dios de la Biblia no es una especie de mónada encerrada en sí misma y satisfecha de su propia autosuficiencia, sino que es vida que quiere comunicarse, es apertura, relación. Palabras como "misericordioso", "compasivo", "rico en clemencia", nos hablan de una relación, en particular de un Ser vital que se ofrece, que quiere colmar toda laguna, toda falta, que quiere dar y perdonar, que desea entablar un vínculo firme y duradero.
La sagrada Escritura no conoce otro Dios que el Dios de la alianza, el cual creó el mundo para derramar su amor sobre todas las criaturas (cf. Misal Romano, plegaria eucarística IV), y se eligió un pueblo para sellar con él un pacto nupcial, a fin de que se convirtiera en una bendición para todas las naciones, convirtiendo así a la humanidad entera en una gran familia (cf. Gn 12, 1-3; Ex 19, 3-6). Esta revelación de Dios se delineó plenamente en el Nuevo Testamento, gracias a la palabra de Cristo. Jesús nos manifestó el rostro de Dios, uno en esencia y trino en personas: Dios es Amor, Amor Padre, Amor Hijo y Amor Espíritu Santo. Y, precisamente en nombre de este Dios, el apóstol san Pablo saluda a la comunidad de Corinto y nos saluda a todos nosotros: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).
  • La fiesta de hoy nos invita a contemplar a Dios, no para alejarnos del mundo y de sus problemas, sino para conocerlo y recibir las indicaciones fundamentales para nuestra vida. Del nombre de Dios depende nuestra historia, de la luz de su rostro depende nuestro camino.

Por consiguiente, el contenido principal de estas lecturas se refiere a Dios. En efecto, la fiesta de hoy nos invita a contemplarlo a él, el Señor; nos invita a subir, en cierto sentido, al "monte", como hizo Moisés. A primera vista esto parece alejarnos del mundo y de sus problemas, pero en realidad se descubre que precisamente conociendo a Dios más de cerca se reciben también las indicaciones fundamentales para nuestra vida: como sucedió a Moisés que, al subir al Sinaí y permanecer en la presencia de Dios, recibió la ley grabada en las tablas de piedra, en las que el pueblo encontró una guía para seguir adelante, para encontrar la libertad y para formarse como pueblo en libertad y justicia. Del nombre de Dios depende nuestra historia; de la luz de su rostro depende nuestro camino.

Vida Cristiana

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