miércoles, 12 de julio de 2017
3º domingo de Pascua, Año C. ¡Jesús es el Señor! Para reconocer el rostro del Señor es necesario ser amigos suyos. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe.
1 3º domingo de Pascua, Año C. ¡Jesús es el Señor! Para reconocer el rostro del Señor es necesario ser amigos suyos. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe. Cfr. 3º domingo de Pascua Año C 18/04/2010 Hechos 5, 27b-32.40b-41; Apocalipsis 5, 11-14; Juan 21, 1-9 cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999 ¡ES EL SEÑOR! (Juan 21,7) • Liturgia pascual: en el centro está Jesús Resucitado. Buscar, en la fe, el rostro del Resucitado. • CEC n 448: Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de El socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21,7). Juan 21 1 Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. 2 . Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 3 . Simón Pedro les dice: « Voy a pescar. » Le contestan ellos: « También nosotros vamos contigo. » Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 4 . Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. 5 . Díceles Jesús: « Muchachos, ¿no tenéis pescado? » Le contestaron: « No. » 6 El les dijo: « Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. » La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces7. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: « Es el Señor ». Al oír Simón Pedro que era el Señor se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. 8 . Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 9 . Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. 1. En el Evangelio de hoy: cómo aparece el rostro de Cristo Juan 21,1-9 • El Señor interviene en tres momentos: cfr. Gianfranco Ravasi o.c. p. 118. 1. En la escena de la pesca milagrosa: «tiene el valor del signo de la presencia eficaz del Señor resucitado»; «es la experiencia que podemos repetir nosotros cada vez que Cristo se hace reconocer con sus signos de amor en la historia»: “La falta de reconocimiento del Cristo resucitado, se da constantemente en las apariciones pascuales: es clamoroso el caso de María Magdalena que confunde a Cristo con el hortelano. Por tanto, hay que recorrer un camino diverso para encontrar y reconocer a Cristo glorioso. Ese camino no puede seguir siendo el de la simple costumbre familiar, el de los ojos y los sentimientos, sino que es el camino de la fe. Un camino que, sin embargo, no está privado de signos comprensibles: como en el caso de la pesca milagrosa con sus «153 peces grandes». También en este dato cuantitativo probablemente no se esconden grandes secretos, no obstante las muy agudas y frenéticas investigaciones de los lectores del Evangelio de todos los siglos, sino, sencillamente, un recuerdo histórico y ocular. Y es precisamente a partir de este signo cuando la narración de Juan empieza a orientarse hacia una dimensión más alta y completa. (...) Pedro reconoce a su Señor y se echa al agua y se dirige hacia él con todo el impulso de su amor”. Cfr. Gianfranco Ravasi o.c. pp. 115-116 2. En la comida con sus discípulos: es «signo de comunión y de intimidad»; experiencia que se repite «cada vez que parte con nosotros el pan eucarístico»: - “Aquella pobre comida de pescadores, a causa de la presencia extraordinaria del Señor evoca otras cenas, sobre todo aquella celebrada en el cenáculo o aquella con los discípulos de Emaús. Se delinea una dimensión nueva y simbólica que los Padres de la Iglesia frecuentemente han exaltado, entreviendo en aquella comida sencilla y frugal la alegre Cena del Señor que nosotros celebramos también en este domingo” Gianfranco Ravasi o.c. p. 116 2 3. En el diálogo con Pedro: «signo de la misión de la Iglesia»; experiencia que se repite en «la presencia de Cristo en la Iglesia a través de ministerio apostólico», «cada vez que la Iglesia nos ofrece su Palabra y su salvación a través del ministerio sacerdotal”: - “Parece como si se estuviese ante una triple rehabilitación de Pedro, que cancela su triple negación cuando Jesús estaba a punto de morir. La raíz de este perdón está en el amor que llega a ser también el fundamento de la misión específica pastoral que es comunicada en este momento al Apóstol. Cristo queda siempre como el «supremo Pastor de las ovejas» (Hebreos 13,20); es El único que puede llamar «mías» a las ovejas. Pero Jesucristo resucitado ahora se hace visible en la Iglesia a través de la ación de un pastor concreto que guía a los pastos de Dios la grey de Cristo, es decir a la comunidad de los creyentes en El. Y el pastor terreno debe estar preparado – como el buen pastor – para «dar la vida por sus ovejas». Es lo que afirma Jesús en aquella oscura frase simbólica de la vestidura ceñida: «cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Tal vez Pedro recuerda más adelante, bajo los golpes de los azotes [Hechos 5,40], aquel anuncio extraño ahora claro, y sus labios se abren para proclamar a todos, a quien tiene un corazón sincero y a quien lo tiene cerrado, su esperanza y su certeza en la resurrección de Cristo. De este modo, Pedro invita a todos los discípulos de Cristo «a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza». (1 Pedro 3,15).” (Gianfranco Ravasi, o.c. pp. 116-117). Para reconocer al Señor es necesario ser amigos suyos: los amigos de Dios en el AT y en el NT: • S.A. Panimolle, Amor, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ed, Paulinas 1990: c) Los amigos de Dios. En el pueblo de Dios algunas personas en particular son amadas por el Señor porque desempeñan una misión salvífica y han amado con todo el corazón a su Dios, adhiriéndose a él por completo, escuchando su voz y viviendo su palabra: tales son los padres de .Israel, Moisés, los justos, el rey David; se les llama amigos de Dios. / Abrahán es el primer padre de Israel, presentado como amigo del Señor (2Ch 20,7 Is 41,8 Da 3,35 Jc 2,23). Dios conversó afablemente con este siervo suyo y le manifestó sus proyectos, lo mismo que se hace con un amigo íntimo (Gen 18,17ss). También Benjamín fue considerado de tal modo porque fue amado por el Señor (Dt 33,12). / Moisés es otro gran amigo de Dios: hablaba con él cara a cara, lo mismo que habla un hombre con su amigo (Ex 33,11). Moisés fue amado por Dios y por los hombres; su memoria será bendita (Si 45,1); en efecto, él fue el gran mediador de la revelación del amor misericordioso del Señor (Ex 34,6s; Núm 14,18s; Dt 5,9s). También / Samuel fue amado por el Señor (Si 46,13), lo mismo que / David y Salomón (2S 12,24 lCrón 2S 17,16 [LXX]; Si 47,22 Ne 13,26), y lo mismo el siervo del Señor (Is 48,14). Finalmente, todos los hombres fieles y piadosos son amigos de Dios (Ps 127,2). En el NT los amigos de Dios y de su Hijo son los creyentes (cf 1 Tes 1,4; 2Th 2,13 Col 3,12), y de manera especial los apóstoles y los primeros discípulos, que son amados por el Padre y por Jesús (Jn 14,21 Jn 17,23). Pero es preciso merecer esta amistad divina, observando y guardando la palabra del Hijo de Dios (Jn 14,23s), es decir, creyendo vitalmente en él (Jn 17,26). En el grupo de los primeros seguidores de Cristo hay uno que es designado especialmente por el cuarto evangelista como "el discípulo amado", es decir, el amigo de Jesús (Jn 21,7 Jn 21,20), que se reclinó sobre el pecho del maestro (Jn 13,23), es decir, vivió en profunda intimidad con el Hijo de Dios, lo siguió hasta el Calvario (Jn 18,15 19,26s) y lo amó intensamente (Jn 20,2-5). 2. En los Hechos: cómo aparece el rostro de Cristo, que se puede experimentar sólo en la fe. 5, 27b-32-40b • En el testimonio de Pedro ante el Sanedrín, donde le están juzgando, y donde en la práctica hace una profesión de fe, pronuncia un Credo. Cfr. Gianfranco Ravasi o.c. p. 119 • Por una parte, Pedro habla explícitamente de «resurrección». «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús , a quien vosotros matasteis». “Con el término « resurrección» se quiere subrayar la continuidad de la vida y la presencia de la persona de Jesús: él no es reemplazado por otro, no es un fantasma, la suya no es una supervivencia espectral. Es la fe en la continua cercanía histórica del Resucitado.” Por otra parte, usa otra expresión para indicar la Pascua del Señor; expresión que es muy querida por Juan y Pablo: «La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador». • “El «levantamiento» o «exaltación» o «glorificación», realidades emblemáticamente representadas en la ascensión al cielo, quieren indicar que el Resucitado no es reducible a una experiencia normal, experimental, inmediata: él pertenece a «lo alto», es decir a la esfera de lo divino a la que ha vuelto después de su paso entre nosotros. Cristo está realmente presente, pues, pero de modo misterioso; que se puede experimentar, sí, pero en la fe; operante, pero sobre todo en el secreto de la historia y de las existencias. Resurrección y exaltación son las dos caras de la Pascua de Cristo, son la señal de su cercanía y de su misterio.” 3 3. En el Apocalipsis. Para tener una experiencia plena y directa del rostro de Cristo, «es necesario que también el fiel llegue a la gloria, a la que es llamado y conducido por el mismo Cristo». 5, 11-14 • “Toda la corte celestial es convocada a celebrar la liturgia del cordero inmolado y glorioso, es decir del Cristo pascual. Alrededor del Padre y al Hijo, en la colosal celebración de la eternidad beata, se extiende el círculo casi infinito de los ángeles y los justos, descritos con un número «innumerable». La bóveda celeste está llena totalmente de cantores que entonan el himno de la alabanza perenne. Nuestras liturgias pascuales casi son como un reflejo anticipado, un resplandor de aquella perfecta adoración a la que entonces seremos llamados. Una única voz, una única alabanza que sube a Dios y a Cristo, y que espera llegar a ser perfecta y eterna. Porque, como Pablo escribió a los Corintios, «nosotros ahora vemos cómo en un espejo, de manera confusa, pero entonces veremos cara a cara » (1 Cor 13,12)”. (Gianfranco Ravasi, o.c. pp. 119-120) 4. Juan Pablo II: Ver el rostro de Cristo resucitado: Carta «Al comienzo del nuevo milenio». El camino de la fe o El rostro después de la resurrección. Emaús. Tomás. 19. « Los discípulos se alegraron de ver al Señor » (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles « las manos y el costado » (ibíd.). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. o A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe. Cómo llega Pedro a la fe. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la « gente » que es él, recibiendo como respuesta: « Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas » (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —¡y cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los « suyos »: « Y vosotros ¿quién decís que soy yo? » (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: « Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo » (Mt 16,16). 20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: « No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos » (16,17). La expresión « carne y sangre » evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre (cf. ibíd.). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús « estaba orando a solas » (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: « Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad » (Jn 1,14). o La contemplación del Rostro del Resucitado, donde contemplamos nuestro tesoro y nuestra alegría. 28. Como en el Viernes y en el Sábado Santo, la Iglesia permanece en la contemplación de este rostro ensangrentado, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo. Pero esta 4 contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (cf. 1 Co 15,14). La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la Carta a los Hebreos: « El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen » (5,7-9). La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: « Tú sabes que te quiero » (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: « Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia » (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. « Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudia »: ¡cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él « es el mismo ayer, hoy y siempre » (Hb 13,8). E. Juan Pablo II: Audiencia general, 18 miércoles 2001 o La gran herencia que nos deja la experiencia jubilar es la contemplación del rostro de Cristo. 2. En este espléndido marco de luz y alegría propias del tiempo pascual, queremos detenernos ahora a contemplar juntos el rostro del Resucitado, recordando y actualizando lo que no dudé en señalar como "núcleo esencial" de la gran herencia que nos ha dejado el jubileo del año 2000. En efecto, como subrayé en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "si quisiéramos descubrir el núcleo esencial de la gran herencia que nos deja la experiencia jubilar, no dudaría en concretarlo en la contemplación del rostro de Cristo (...), acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, y confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino" (n. 15). Como en el Viernes y en el Sábado santo contemplamos el rostro doloroso de Cristo, ahora dirigimos nuestra mirada llena de fe, de amor y de gratitud al rostro del Resucitado. La Iglesia, en estos días, fija su mirada en ese rostro, siguiendo el ejemplo de san Pedro, que confiesa a Cristo su amor (cf. Jn 21, 15-17), y de san Pablo, deslumbrado por Jesús resucitado en el camino de Damasco (cf. Hch 9, 3-5). La liturgia pascual nos presenta varios encuentros de Cristo resucitado. La liturgia pascual nos presenta varios encuentros de Cristo resucitado, que constituyen una invitación a profundizar en su mensaje y nos estimulan a imitar el camino de fe de quienes lo reconocieron en aquellas primeras horas después de la resurrección. Así, las piadosas mujeres y María Magdalena nos impulsan a llevar solícitamente el anuncio del Resucitado a los discípulos (cf. Lc 24, 8-10, Jn 20, 18). El Apóstol predilecto testimonia de modo singular que precisamente el amor logra ver la realidad significada por los signos de la resurrección: la tumba vacía, la ausencia del cadáver, los lienzos funerarios doblados. El amor ve y cree, y estimula a caminar hacia Aquel que entraña el pleno sentido de todas las cosas: Jesús, que vive por todos los siglos. En la liturgia de hoy la Iglesia contempla el rostro del Resucitado compartiendo el camino de los dos discípulos de Emaús. Al inicio de esta audiencia, hemos escuchado un pasaje de esta conocida página del evangelista san Lucas. Aunque sea con dificultad, el camino de Emaús lleva del sentido de desolación y extravío a la plenitud de la fe pascual. Al recorrer este itinerario, también a nosotros se nos une el misterioso Compañero de viaje. Durante el trayecto, Jesús se nos acerca, se une a nosotros en el punto donde nos encontramos y nos plantea las preguntas esenciales que devuelven al corazón la esperanza. Tiene muchas cosas que explicar a propósito de su destino y del nuestro. Sobre todo revela que toda existencia humana debe pasar por su cruz para entrar en la gloria. Pero Cristo hace algo más: parte para nosotros el pan de la comunión, ofreciendo la Mesa eucarística en la que las Escrituras cobran su pleno sentido y revelan los rasgos únicos y esplendorosos del rostro del Redentor. 4. Después de reconocer y contemplar el rostro de Cristo resucitado, también nosotros, como los dos discípulos, somos invitados a correr hasta el lugar donde se encuentran nuestros hermanos, para llevar a todos el gran anuncio: "Hemos visto al Señor" (Jn 20, 25). "En su resurrección hemos resucitado todos" (Prefacio pascual II): he aquí la buena nueva que los discípulos de Cristo no se cansan de llevar al mundo, ante todo mediante el testimonio de su propia vida. Este es el don más hermoso que esperan de nosotros nuestros hermanos en este tiempo pascual.
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