miércoles, 12 de julio de 2017
La Vigilia Pascual (2015), Año B. “Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis como os dijo”. (Marcos 16,7). También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. En la vida del cristiano, después del bautismo, hay una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo. La novedad del Bautismo. El paso del «hombre viejo» al «hombre nuevo» en el centro de la Vigilia.
1 La Vigilia Pascual (2015), Año B. “Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis como os dijo”. (Marcos 16,7). También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. En la vida del cristiano, después del bautismo, hay una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo. La novedad del Bautismo. El paso del «hombre viejo» al «hombre nuevo» en el centro de la Vigilia. Cfr. En la Vigilia de la Noche de la Santa Pascua, Año B, 4 de abril de 2015. Evangelio: Marcos 16, 1-7. El paso del «hombre viejo» al «hombre nuevo» en el centro de la Vigilia. 1. Galilea: el Señor dice a sus discípulos que vayan a Galilea Francisco, Vigilia Pascual del año 2014 (19 de abril) Galilea fue el lugar de la primera llamada a los discípulos por parte de Jesús. o Les pide volver a donde todo comenzó Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». «No temáis» y «vayan a Galilea». Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22). Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria; sin miedo, «no temáis». Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor. 2. También para nosotros hay una «Galilea». El comienzo del camino con Jesús, donde Dios me tocó. o Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a los hermanos. Volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba. También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y 2 hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena. En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también otra «Galilea», una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba. o En esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás. Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? Se trata de hacer memoria, regresar con el recuerdo. ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás. Allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia. No tengáis miedo, no temáis, volved a Galilea. Volver a Galilea no es volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor. El evangelio es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra. Volver a Galilea sin miedo. (…) 2. Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos cerremos en nosotros mismos, y es ahí donde está la muerte. Cfr. Francisco, Homilía en la Vigilia Pascual del 30 de marzo de 2013 Si ahora hemos estado lejos de Él, demos un pequeño paso: nos acogerá con los brazos abiertos. Si somos indiferentes, aceptamos arriesgar, y no quedaremos decepcionados. • (…) Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere. 3. El paso del “hombre viejo” al «hombre nuevo» En el centro de la Vigilia pascual está el “hombre viejo” que debe morir con Cristo para que nazca el “hombre nuevo”. San Juan Pablo II, Homilía, Vigilia Pascual del 10 de abril de 1982 • Pablo escribe en la carta a los Romanos, hacia el año 57, es decir, 25 años después de los sucesos de la Pascua: “… fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, asís nosotros caminemos en una vida nueva” (Romanos 6,4). Por tanto, para la primera generación apostólica de los confesores de Cristo - y también para nosotros - en el centro de la vigilia pascual está el «hombre viejo», el hombre del pecado, que debe morir junto con Cristo, debe ser sepultado con él, para que en la muerte redentora de Cristo muera el pecado y en el alba del Domingo de Pascua nazca el «hombre nuevo». El hombre que vuelve nuevamente a la vida mediante Cristo. Ese paso del hombre viejo al nuevo es el testimonio que debemos dar. 3 o Se trata del revestimiento de Cristo por la fe y el Bautismo Es una nueva creación • Hemos sido llamados a ser testigos de la resurrección de Jesús, del paso del «hombre viejo» al «hombre nuevo» que obra Jesús, por su pasión, muerte y resurrección, en nuestras vidas. Somos llamados a ser testigos de la nueva vida en Cristo: se trata del revestimiento en Cristo por la fe y el Bautismo (Gálatas 3,27), de modo que llegamos a ser una nueva criatura: “el que está en Cristo es una nueva creación” (2 Corintios 5,17). • Biblia de Jerusalén 4,24: Todos los hombres deben revestirse del «Hombre Nuevo» (Efesios 2,15+), para ser en el re-creados (ver Gálatas 3,27; Romanos 13,14). En otros lugares Pablo habla en este sentido de «nueva creación» (2 Corintios 5,17+). 4. La liturgia bautismal (tercera parte de la Vigilia) Mira ahora a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del bautismo. Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en el bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu. (de la Bendición del agua bautismal) La novedad del Bautismo Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia Pascual del 8 de abril de 2007 o Es un nacimiento a una nueva vida, más que un baño o una purificación Depositamos nuestra vida en sus manos, de modo que podamos decir con san Pablo: "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí". El Bautismo es más que un baño o una purificación. Es más que la entrada en una comunidad. Es un nuevo nacimiento. Un nuevo inicio de la vida. El fragmento de la Carta a los Romanos, que hemos escuchado ahora, dice con palabras misteriosas que en el Bautismo hemos sido como "incorporados" en la muerte de Cristo. En el Bautismo nos entregamos a Cristo; Él nos toma consigo, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino gracias a Él, con Él y en Él; para que vivamos con Él y así para los demás. En el Bautismo nos abandonamos nosotros mismos, depositamos nuestra vida en sus manos, de modo que podamos decir con san Pablo: "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí". Si nos entregamos de este modo, aceptando una especie de muerte de nuestro yo, entonces eso significa también que el confín entre muerte y vida se hace permeable. Tanto antes como después de la muerte estamos con Cristo y por esto, desde aquel momento en adelante, la muerte ya no es un verdadero confín. Pablo nos lo dice de un modo muy claro en su Carta a los Filipenses: "Para mí la vida es Cristo. Si puedo estar junto a Él (es decir, si muero) es una ganancia. Pero si quedo en esta vida, todavía puedo llevar fruto. Así me encuentro en este dilema: partir - es decir, ser ejecutado - y estar con Cristo, sería lo mejor; pero, quedarme en esta vida es más necesario para vosotros" (cf. 1,21ss). A un lado y otro del confín de la muerte él está con Cristo; ya no hay una verdadera diferencia. Pero sí, es verdad: "Sobre los hombros y de frente tú me llevas. Siempre estoy en tus manos". A los Romanos escribió Pablo: "Ninguno… vive para sí mismo y ninguno muere por sí mismo… Si vivimos, ... si morimos,... somos del Señor" (14,7s). Nuestra vida pertenece a Cristo, ya no más a nosotros mismos. Ya no estamos solos ni siquiera en la muerte. Queridos catecúmenos que vais a ser bautizados, ésta es la novedad del Bautismo: nuestra vida pertenece a Cristo, ya no más a nosotros mismos. Pero precisamente por esto ya no estamos solos ni siquiera en la muerte, sino que estamos con Aquél que vive siempre. En el Bautismo, junto con Cristo, ya hemos hecho el viaje cósmico hasta las profundidades de la muerte. Acompañados por Él, más aún, acogidos por Él en su amor, somos liberados del miedo. Él nos abraza y nos lleva, dondequiera que vayamos. Él que es la Vida misma. 4 Las personas bautizadas y creyentes no son realmente ajenas las unas para las otras. Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia Pascual del 22 de marzo de 2008 o Por el Bautismo el Señor entra en nuestras vidas por la puerta de nuestro corazón. Y aunque nos separen continente, o culturas, etc., nos podemos conocer en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza y amor. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas. Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros. En un primer momento esto puede parecer muy teórico y poco realista. Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más podréis experimentar la verdad de esta palabra. Las personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el Señor (cf. Efesios 2, 13). El símbolo de la luz y del fuego en el bautismo Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia Pascual del 22 de marzo de 2008 Gregorio de Tours narra la costumbre, que se ha mantenido durante mucho tiempo en ciertas partes, de encender el fuego para la celebración de la Vigilia Pascual directamente con el sol a través de un cristal: se recibía, por así decir, la luz y el fuego nuevamente del cielo para encender luego todas las luces y fuegos del año. Esto es un símbolo de lo que celebramos en la Vigilia Pascual. Con la radicalidad de su amor, en el que el corazón de Dios y el corazón del hombre se han entrelazado, Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra -la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. o Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. La oscuridad, de vez en cuando, puede parecer cómoda. Puedo esconderme y pasar mi vida durmiendo. Pero nosotros no hemos sido llamados a las tinieblas, sino a la luz Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación: la luz de Dios entra en nosotros; así nos convertimos nosotros mismos en hijos de la luz. No queremos dejar que se apague esta luz de la verdad que nos indica el camino. Queremos preservarla de todas las fuerzas que pretenden extinguirla para arrojarnos en la oscuridad sobre Dios y sobre nosotros mismos. La oscuridad, de vez en cuando, puede parecer cómoda. Puedo esconderme y pasar mi vida durmiendo. Pero nosotros no hemos sido llamados a las tinieblas, sino a la luz. En las promesas bautismales encendemos, por así decir, nuevamente, año tras año esta luz: sí, creo que el mundo y mi vida no provienen del azar, sino de la Razón eterna y del Amor eterno; han sido creados por Dios omnipotente. Sí, creo que en Jesucristo, en su encarnación, en su cruz y resurrección se ha manifestado el Rostro de Dios; que en Él Dios está presente entre nosotros, nos une y nos conduce hacia nuestra meta, hacia el Amor eterno. Sí, creo que el Espíritu Santo nos da la Palabra verdadera e ilumina nuestro corazón; creo que en la comunión de la Iglesia nos convertimos todos en un solo Cuerpo con el Señor y así caminamos hacia la resurrección y la vida eterna. El Señor nos ha dado la luz de la verdad. Esta luz es también al mismo tiempo fuego, fuerza de Dios, una fuerza que no destruye, sino que quiere transformar nuestros corazones, para que nosotros seamos realmente hombres de Dios y para que su paz actúe en este mundo. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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