Ø Domingo 4 de Adviento, Año B (24 de diciembre 2017).
El Rey David quiere construir un templo a Dios. Después del 990 a .C. el Rey David consolidó
su reinado, y pensó construir edificios que recordasen en el futuro esta
consolidación. Y pensó erigir un templo al Señor. Pero, a través del profeta
Natán, Dios declara que no quiere para sí una casa material; dará a David otra
“casa”, una estirpe (linaje, familia),
una casa viva, en la que se hará presente con su palabra, su obra y su Mesías.
Dios habita en el corazón del hombre vivo. Con la encarnación de Cristo María
se convierte en la nueva Sion en cuyo interior no hay ya un templo de piedra y
de leña de cedro, como el salomónico, sino el templo perfecto de la carne de
Cristo. No busquemos a Dios en cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos a
Cristo presente en medio de nosotros.
v Cfr. 4º Domingo de Adviento, Año B,
24 de diciembre de 2017
2 Samuel 7, 1-5.8-12.14.16; Salmo
88; Romanos 16, 25-27; Lucas 1,26-38;
2 Samuel 7,1-5. 8b-12. 14a.16: Cuando el rey David se estableció en su
palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el
rey dijo al profeta Natán: - «Mira, yo
estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.»
Natán respondió al rey: «Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.»
Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: «Ve y dile a
mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres
tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los
apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel.
Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré
famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi
pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no
permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para
gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré
grande y te daré una dinastía. Y, cuando
tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti
la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su
realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino
durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."»
Lucas 1,26-38: 26 En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios
a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un
hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28 El
ángel, entrando en su presencia, dijo: - «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo; bendita tú eres entre las mujeres.» 29 Ella se turbó ante estas
palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. 30 El ángel le dijo: - «No
temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo,
el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» 34 Y María dijo al ángel: -
«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» 35
El ángel le contestó: - «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se
llamará Hijo de Dios. 36 Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su
vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril,
37 porque para Dios nada hay imposible.»
38 María contestó: - «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra.» Y la dejó el ángel.
1.
Primera Lectura. El Rey David
quiere construir un templo material para el Señor.
v Pero Dios tiene otro proyecto: en vez de una casa material
(el Templo) construida por David, el mismo Dios le daría otra «casa», un reino que se fundaría no en una casa material sino
en un hijo que saldría de sus entrañas, que consolidaría el reino para siempre,
en Jesús, que «reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin».
Cfr.
Gianfranco Ravasi, Los rostros de la
Biblia, San Pablo 2008, pp. 154-156
o
Después del 990 a .C. el Rey David
consolidó su reinado, y pensó construir edificios que recordasen en el futuro esta
consolidación. Y pensó erigir un templo al Señor.
§ “El protagonista de la primera lectura de
este cuarto domingo de Adviento es el profeta Natán (en hebreo
«Dios ha dado». La forma completa sería
«Natanael»), un personaje de la corte de David. Aparece en el capítulo 7 del
segundo libro de Samuel: el rey lo llama para expresarle su deseo de erigir un templo
al Señor [1] en la capital recién conquistada, Jerusalén, con el fin de tener junto a sí la protección y el
aval divino. Lo mismo que los capellanes de la corte, Natán se pone
inmediatamente de parte de su soberano [2].
Pero hay un imprevisto: él no deja de ser un profeta y, por lo tanto, en último
extremo, depende del Señor, el cual niega su autorización.
o
Dios declara que no quiere
para sí una casa material; dará a David otra “casa”, una estirpe (linaje, familia), una casa viva,
en la que se hará presente con su palabra, su obra y su Mesías.
En una visión nocturna Dios declara que no quiere para
sí una casa material. Será Él quien dé una casa viva a David, es decir, una
estirpe, en la que el Señor se hará presente con su palabra, su obra y con su
Mesías. Queda claro que Dios prefiere el tiempo al espacio, por ser la realidad
más «humana», más íntima a nuestra condición de criaturas mortales. En hebreo
es posible un juego de significados en torno a la misma palabra, porque bajit, significa «casa, palacio,
templo», pero también «estirpe, descendencia». Ya sabemos que será Salomón, el
hijo de David, el que después erija el tempo en Sión. La verdad es que el primer templo será
el de la «carne» de los hombres, es decir, la dinastía davídica (el «linaje», la
estirpe de David): con esto tenemos una anticipación del tema cristiano de la
Encarnación”.
v Por tanto, la tradición cristiana, a la luz del
Evangelio, ha entendido lo que dijo el Señor a David de una manera precisa:
a) en vez de una casa de Dios material (el Templo), el mismo Dios daría a
David otra «casa» también real: una estirpe, un linaje, una familia, una
dinastía; un reino que se fundaría no en
una casa material sino en un hijo que saldría de sus entrañas, que consolidaría
el reino para siempre....
b) Jesús, descendiente de David por medio de
José, es el Hijo de Dios que pertenece a una estirpe real,
pero, sobre
todo, será rey porque su Padre le ha dado toda potestad en los cielos y en la
tierra .... el reino de Cristo será eterno, universal, indestructible .... Lo vemos en el Evangelio de hoy, en las
palabras que el ángel dirige a María: «Será
grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David,
su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá
fin.» [3]
c) María es la nueva Arca de Dios [4]. La carne del Verbo es el nuevo templo
de Dios entre los hombres: «Destruid este Templo y en tres días lo
levantaré.(...) Pero él se refería al Templo de su cuerpo» (Juan 2, 19.21). Con la encarnación del Verbo de Dios, Dios
realmente ha construido una tienda en medio de nosotros: «Y el Verbo se hizo
carne y habitó (traducción del original: puso su tienda, su morada) entre
nosotros" (Juan 1,14). El Señor, por tanto, no desea una casa/templo de
piedras para vivir, sino algo muy diverso.
v Dios habita en el corazón del hombre vivo
·
Benedicto
XVI afirmó en la homilía de la Misa de la Inmaculada (8/10/05) sobre la Virgen:
“En ella
habita el Señor,
en ella encuentra el lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no
habita en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo”.
v
Cfr. Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra, Comentarios a las
lecturas dominicales A-B-C
Ediciones Encuentro, Madrid 1994, pág. 127 ss
o Dios a David: una reprensión y una promesa
1.
La casa de David. En
la primera lectura, el rey David, que habita en su palacio, tiene mala
conciencia de que,
mientras él vive en casa de cedro, Dios tenga que conformarse con una simple
tienda. Por eso decide, como hacen casi todos los reyes de los pueblos,
construir una morada digna para Dios. Pero entonces el propio Dios interviene,
y sus palabras son tanto una reprensión como una promesa. David olvida que es
Dios el que ha construido todo su reino, desde el mismo instante en que, siendo
David un simple pastor de ovejas, le ungió rey, acompañándole desde entonces en
todas sus empresas. Pero la gracia llega aún más lejos: la casa que Dios ha
comenzado, el mismo Dios la construirá hasta el final: en la descendencia de
David y finalmente en el gran descendiente suyo con el que culminará la obra.
Dios no habita en la soledad de los palacios, sino en la compañía de los
hombres que creen y aman; éstos son sus templos y sus iglesias, y nunca
conocerán la ruina. La casa de David «se consolidará y durará por siempre» en
su hijo. Esto se cumple en el evangelio.
o
La Virgen elegida por Dios para
ser un templo sin igual
2.
La Virgen desposada
con un varón de la casa de David es elegida por Dios para ser un
templo sin igual. Su Hijo,
concebido en su vientre por obra del Espíritu Santo, establecerá su morada en
ella, y todo el ser de la Madre contribuirá a la formación del Hijo hasta
convertirlo en un hombre perfecto. También aquí el trabajo de Dios no comienza
sólo desde el instante de la Anunciación, sino desde el primer momento de la
existencia de María. En su Inmaculada Concepción, Dios ha comenzado ya a actuar
en su templo: sólo porque Dios la hace capaz de responderle con un sí
incondicional, sin reservas, puede establecer su morada en ella y garantizarle,
como a David, que esta casa se consolidará y durará por siempre. «Reinará sobre
la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». El Hijo de María es
mucho más que el hijo de David: «Es más que Salomón» (Mt 12,42). El propio
David lo llama Señor (Mt 22,4S). Pero aunque Jesucristo edificará el templo
definitivo de Dios con «piedras vivas» (1 P 2,5) sobre sí mismo como «piedra
angular», nunca olvidará que se debe a la morada santa que es su Madre, al
igual que procede de la estirpe de David por José. La maternidad de María es
tan imperecedera que Jesús desde la cruz la nombrará Madre de su Iglesia: ésta
procede ciertamente de su carne y sangre, pero su «Cuerpo místico», la Iglesia,
al ser el propio cuerpo de Jesús, no puede existir sin la misma Madre, a la que
él mismo debe su existencia. Y a los que participan, dentro de la Iglesia, en
la fecundidad de María, él les da también una participación en su maternidad
(Metodio, Banquete III, 8).
o El templo que Dios se construye no se concluirá hasta que «todas
las naciones» hayan sido traídas a la obediencia de
la fe
3.
El templo que Dios se
construye no se concluirá hasta que «todas las naciones» hayan sido
traídas a la obediencia de
la fe. Eso es precisamente lo que se anuncia al final de la carta a los Romanos.
Esta construcción definitiva es operada por los cristianos ya creyentes, que no
se encierran dentro de su Iglesia, sino que están abiertos al «misterio» que
les ha sido «revelado» por Dios y, en razón de la profecía de los
"Escritos proféticos", en los que se habla de David y de la Virgen,
creen que el «evangelio» no se limita exclusivamente a la Iglesia, sino que
afecta al mundo en su totalidad. El templo construido por Dios remite siempre,
más allá de sí mismo, a una construcción mayor que ha sido proyectada por Dios
y que no concluirá hasta que «haga de los enemigos de Cristo estrado de sus
pies» y Cristo «devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo
principado, poder y fuerza» (1 Co 15,24s).
2.
Evangelio. «Para Dios no hay
nada imposible» (Lucas 1, 37)
·
Esta
expresión toma las palabras que el Señor
dirigió a Abrahán en Génesis 18,14, cuando prometió el
nacimiento
inminente de Isaac. María, por tanto, tiene un vínculo con Abrahán, el padre de
Israel, quien recibió la promesa en primer lugar, dando la vida al pueblo de la
promesa; a esto hace alusión la Virgen en el Magnificat: «como había
prometido a nuestros padres, Abrahán y
su descendencia para siempre». (Lucas 1,55).
·
Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Eunsa
1999, Lucas 1, 26-38 : “El
mensaje del ángel expresa la
acción singular,
soberana y omnipotente de Dios al encarnarse para nuestra salvación. Esta
acción divina (cfr. v. 35) evoca la creación (Génesis 1,2), cuando el Espíritu
descendió sobre las aguas para dar vida; y la del desierto, cuando creó al
pueblo de Israel y hacía notar su presencia con una nube que cubría el Arca de
la Alianza (cfr. Exodo 40, 34-36).”.
·
Biblia de Jerusalén, Lucas 1,35: La concepción de Jesús se debe al poder
del Espíritu Santo. La
expresión «el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra, “evoca la nube luminosa, señal de la
presencia de Yahvé (ver Éxodo 13, 22+; 19,16+; 24,16+)”
·
Éxodo 13, 21-22: “Yahvé marchaba delante de ellos: de día en columna de nube, para
guiarlos por el
camino, y de
noche en columna de fuego, para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de
día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la
columna de fuego por la noche”. Biblia
de Jerusalén, Éxodo 13,22: «En el Pentateuco se encuentran diversas manifestaciones
de la presencia divina: la columna de
nube y la columna de fuego (tradición yahvista);
el nublado oscuro y la nube (tradición eloísta)».
3. La cooperación de María a la Encarnación: “Aquí está la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
v
En el Catecismo de la Iglesia
Católica
·
CCE 488: La predestinación de María - «Dios envió a su Hijo»
(Gálatas 4, 4), pero para «formarle un
cuerpo» (Cf Hebreos
10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la
eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una
joven judía de Nazaret en Galilea, a «una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lucas l,
26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el
consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la
encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también
otra mujer contribuyera a la vida (Lumen gentium 56; cf 61).
·
CCE 973: Al pronunciar el «fiat» de la Anunciación y al dar
su consentimiento al Misterio de la Encarnación,
María colabora
ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde El
es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
v El riesgo de la fe: la fe de María no ha
consistido en el hecho de dar su asentimiento a un cierto número de verdades,
sino en el hecho que ha se ha fiado de Dios.
Cfr. Raniero
Cantalamessa, Famiglia Cristiana n. 51, 22/12/02:
·
“Se
puede pensar que la fe de María fue fácil. Llegar a ser la madre del Mesías
seguramente era el sueño
de toda joven hebrea. Pero nos podemos equivocar.
Su acto de fe ha sido uno de los más difíciles de la historia. ¿A quién puede explicar María lo que ha sucedido en
ella? ¿Quién la creerá cuando diga que el niño que porta en su seno es «obra
del Espíritu Santo»? Esto no ha sucedido a nadie antes de ella, ni sucederá
nunca después de ella. María conocía muy bien lo que estaba escrito en la Ley
de Moisés: una joven que no fuese encontrada virgen el día de la boda, debía ser
llevada enseguida fuera de su casa paterna y lapidada (cfr. Deuteronomio 22,
20ss).
¡María ha conocido «el riesgo de la
fe»!. La fe de María no ha consistido en el hecho de dar su asentimiento a un
cierto número de verdades, sino en el hecho que ha se ha fiado de Dios; ha dado
su «fiat», con los ojos cerrados, creyendo que «nada es imposible a Dios». En
realidad, María no ha dicho nunca «fiat», porque no hablaba ni latín ni griego.
Lo que probablemente salió de sus labios es una palabra que todos conocemos y
que repetimos frecuentemente. ¡Ha dicho «amén»!
Esta palabra era la palabra con la que un hebreo expresaba su
asentimiento a Dios, la plena adhesión a su designio.
María no ha dado su asentimiento con
resignación melancólica, como diciéndose a sí misma: «Si no se puede hacer de
otro modo, pues bien, hágase la voluntad
de Dios». La palabra que el evangelista
pone en la boca de María (genóito)
es optativa, un modo que, en griego, se usa para expresar gozo, un deseo, con
la impaciencia de que se dé una cierta
cosa. El «amén» de María fue como el “sí” total, gozoso, que la esposa dice al
esposo el día de la boda”.
v María es la nueva Sión, la ciudad que tenía en su
interior el Templo.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo
la Scritture, anno B, Piemme settembre 1996, pp. 27-29.
o No busquemos a Dios en cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos
a Cristo presente en medio de nosotros.
·
“María aparece simbólicamente como la nueva Sión, la
ciudad que tenía en su interior el Templo. En
ella, sin embargo, la presencia divina es plena y definitiva. (…) Con la encarnación de Cristo María se
convierte en la nueva Sion en cuyo interior no hay ya un templo de piedra y de
leña de cedro, como el salomónico, sino el templo perfecto de la carne de
Cristo: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» [5], afirma
san Juan en el prólogo de su Evangelio (1,14).
En el seno de María se revela en plenitud la presencia de Dios a
través del Hijo. Sobre ella, por tanto,
se extiende la «sombra del Altísimo» (Evangelio de hoy, Lucas 1, 35). La
protección amorosa de Dios ahora es total, directa, ya no está confiada a la
señal del humo del sacrificio. En Maria está quien es verdaderamente refugio,
reparo y fortaleza para la entera humanidad”.
(…)
No busquemos a Dios en
cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos a Cristo presente en medio de
nosotros. El compromiso del cristiano se debe orientar hacia la historia y la
humanidad que ahora no son ya
una masa de días y de personas entregadas hacia la muerte sino sede de una
presencia santificadora de Dios. El hombre tiene ahora un hermano perfecto, que
vive con él en la fragilidad y el sufrimiento de la carne. En la leyenda del
monje oriental Epifanio está escrito
este bello testamento espiritual: «No busquéis nunca en Cristo el rostro
de un solo hombre, sino buscad en todo hombre el rostro de Cristo».
v
María, por tanto, es la primera
casa de Dios hecho hombre
·
Cristo viene al mundo, en su encarnación, por medio de María. Ella es la
primera casa de Dios
hecho
hombre. Por medio de María Dios se convierte en el Emanuel, es decir, el Dios
con nosotros. Así se dice en la Antífona
de Comunión de hoy: “Le pondrán por nombre Emmanuel, que significa
«Dios-con-nosotros» (Mateo 1, 23)”.
·
En la Oración Colecta del 20 de diciembre se afirma que Dios, por obra del
Espíritu Santo,
transformó
a María en “templo de su divinidad”.
Vida
Cristiana
[1] «Mira, yo estoy viviendo en casa de
cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.» El pensamiento de David ciertamente estaba
motivado por buenas intenciones: por el reconocimiento de la grandeza de Dios y
por el malestar a causa de la desproporción entre su palacio y el lugar - la
tienda - en que se conservaba el Arca de la Alianza. Pero le faltaban
horizontes, como veremos enseguida. Dios le hace saber que tiene otros
criterios.
[3] Nota del Traductor. Cfr. Primera Lectura del libro de Samuel cap.
7, de las palabras del Señor a David refiriéndose a Jesús: “Yo seré para él
padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi
presencia y tu trono durará por siempre”.
[4] La primera Arca – un cofre de madera de acacia recubierto de oro por dentro
y por fuera – fue hecha construir por Dios para conservar en ella las tablas de
la Alianza donde estaban escritos los preceptos del Decálogo: se llamó, en
diversas épocas, Arca de Dios, Arca del Señor, Arca de la Ley, Arca del Testimonio.
Era memorial del pacto entre Dios y su pueblo por contener las tablas de la
Alianza. Y era, además, símbolo de la presencia de Dios (Exodo 15, 22; 1 Samuel 4,4; 2 Samuel 6,2);
Cfr. Éxodo 25, 10-16.
Cfr. Nota a Éxodo 25, 10-22, Eunsa agosto 2000; cfr. Catecismo de la
Iglesia Católica n. 2058; cfr. n. 2676: «Llena de gracia, el Señor es contigo»:
Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena
de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la
presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. «Alégrate... Hija de
Jerusalén... el Señor está en medio de ti» (So 3, 14. 17a). María, en quien va
a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del
Señor: ella es «la morada de Dios entre los hombres» (Apocalipsis 21, 3).
«Llena de gracia», se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que ella
entregará al mundo.”
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