Ø La Eucaristía (2018). La Santa Misa (11). Liturgia eucarística: I. Presentación de los
dones. ¡El
pueblo de Dios lleva la
ofrenda, el pan y el vino, la gran ofrenda para la Misa! En los signos del pan
y del vino el pueblo fiel pone su propia ofrenda en manos del sacerdote. El
compromiso de los fieles a hacer de sí mismos, obedientes a la divina Palabra,
un sacrificio agradable a Dios Padre todopoderoso. En el pan y en el vino le
presentamos la ofrenda de nuestra vida, para que sea transformada por el Espíritu
Santo en el sacrificio de Cristo y sea con Él una sola ofrenda espiritual
agradable al Padre. La espiritualidad del don de sí, que ese momento de la Misa
nos enseña, pueda iluminar nuestras jornadas, las relaciones con los demás, las
cosas que hacemos, los sufrimientos que encontramos.
v
Cfr. Papa Francisco, Catequesis, Audiencia
General
Miércoles, 28
de febrero de 2018
La Santa Misa - 11.
Liturgia eucarística: I. Presentación de los dones
Continuamos con la catequesis
sobre la Santa Misa. A la Liturgia de la Palabra –en la que me detuve en las
pasadas catequesis– sigue la otra parte constitutiva de la Misa, que es la
Liturgia eucarística. En ella, a través de santos signos, la Iglesia hace
continuamente presente el Sacrificio de la nueva alianza sellada por Jesús en
el altar de la Cruz (cfr. Sacrosanctum Concilium,
47).
Fue el primer altar cristiano, el
de la Cruz, y cuando nos acercamos al altar para celebrar la Misa, nuestra
memoria va al altar de la Cruz, donde se hizo el primer sacrificio. El sacerdote,
que en la Misa representa a Cristo, cumple lo que el Señor mismo hizo y confió
a los discípulos en la Última Cena: tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo
pasó a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed… bebed: este es mi cuerpo… este
es el cáliz de mi sangre. Haced esto en conmemoración mía».
Obediente al mandato de Jesús, la
Iglesia ha dispuesto la Liturgia eucarística
en momentos que corresponden a las palabras y a los gestos realizados
por Él la vigilia de su Pasión. Así, en la preparación de los dones son
llevados al altar el pan y el vino, o sea los elementos que Cristo tomó en sus
manos. En la Plegaria eucarística damos gracias a Dios por la obra de la
redención y las
ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo. Siguen la fracción del Pan y la Comunión, mediante la cual
revivimos la experiencia de los Apóstoles que recibieron los dones eucarísticos
de manos de Cristo mismo (cfr. Ordenación General del Misal Romano, 72).
Al primer gesto de Jesús: «tomó
el pan y el cáliz del vino», corresponde pues la preparación de los dones. Es
la primera parte de la Liturgia eucarística. Es bueno que sean los fieles
quienes presenten al sacerdote el pan y el vino, porque significan la ofrenda
espiritual de la Iglesia allí reunida para la Eucaristía. Es bonito que sean
precisamente los fieles los que lleven al altar el pan y el vino. Aunque hoy
«los fieles ya no lleven, como antes, su propio pan y vino destinados a la
Liturgia, sin embargo el rito de la presentación de esos dones conserva su valor
y significado espiritual» (ibíd., 73).
v
¡El pueblo de Dios lleva la ofrenda, el pan y el
vino, la gran ofrenda para la Misa!
o
En los signos del pan y del vino el pueblo fiel
pone su propia ofrenda en manos del sacerdote.
§ El
compromiso de los fieles a hacer de sí mismos, obedientes a la divina Palabra,
un sacrificio agradable a Dios Padre todopoderoso.
Y al respecto es significativo
que, al ordenar a un nuevo presbítero, el Obispo, cuando le
entrega el pan y el vino, dice: «Recibe las ofrendas del
pueblo santo para el sacrificio eucarístico» (Pontifical Romano - Ordenación de
obispos, de presbíteros y de diáconos). ¡El pueblo de Dios que lleva la
ofrenda, el pan y el vino, la gran ofrenda para la Misa! Así pues, en los
signos del pan y del vino el pueblo fiel pone su propia ofrenda en manos del
sacerdote, quien la deposita en el altar o mesa del Señor, «que es el centro de
toda la Liturgia eucarística» (OGMR, 73).
Es decir, el centro de la Misa es
el altar, y el altar es Cristo; siempre hay que mirar al altar que es el centro
de la Misa. En el «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», viene por
tanto ofrecido el compromiso de los fieles a hacer de sí mismos, obedientes a
la divina Palabra, un «sacrificio agradable a Dios Padre todopoderoso», «para el
bien de toda su santa Iglesia». Así «la vida de los fieles, su sufrimiento, su
oración, su trabajo, están unidos a los de Cristo y a su ofrenda total, y de
ese modo adquieren un valor nuevo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1368).
v
Cristo nos pide poco, y nos da tanto.
o
En el pan y en el vino le presentamos la ofrenda
de nuestra vida, para que sea transformada por el Espíritu Santo en el
sacrificio de Cristo y sea con Él una sola ofrenda espiritual agradable al
Padre.
§ La
espiritualidad del don de sí, que ese momento de la Misa nos enseña, pueda
iluminar nuestras jornadas, las relaciones con los demás, las cosas que
hacemos, los sufrimientos que encontramos.
Ciertamente, es poca cosa nuestra
ofrenda, pero Cristo necesita ese poco. Nos pide poco, el Señor, y nos da
tanto. Nos pide poco. Nos pide, en la vita ordinaria, buena voluntad; nos pide
corazón abierto; nos pide ganas de ser mejores para acogerle a Él que se ofrece
a sí mismo a nosotros en la Eucaristía; nos pide esas ofrendas simbólicas que
luego se convertirán en su cuerpo y su sangre.
Una imagen de este movimiento
oblativo de oración la representa el incienso que, quemado en el fuego, libera
un humo perfumado que sube a lo alto: incensar las ofrendas, como se hace en
los días de fiesta, incensar la cruz, el altar, el sacerdote y el pueblo
sacerdotal manifiesta visiblemente el vínculo oblativo que une todas esas
realidades al sacrificio de Cristo (cfr. OGMR, 75). Y no olvidar: está el altar
que es Cristo, pero siempre en referencia al primer altar que es la Cruz, y en
al altar que es Cristo llevamos lo poco de nuestros dones, el pan y el vino que
luego serán lo mucho: Jesús mismo que se da a nosotros.
Y todo esto es lo que expresa
también la oración sobre las ofrendas. En ella el sacerdote pide a Dios que
acepte los dones que la Iglesia le ofrece, invocando el fruto del admirable
intercambio entre nuestra pobreza y su riqueza. En el pan y en el vino le
presentamos la ofrenda de nuestra vida, para que sea transformada por el
Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo y sea con Él una sola ofrenda
espiritual agradable al Padre. Mientras concluye así la preparación de los
dones, nos disponemos a la Plegaria eucarística (cfr. ibíd., 77).
Que la espiritualidad del don de
sí, que ese momento de la Misa nos enseña, pueda iluminar nuestras jornadas,
las relaciones con los demás, las cosas que hacemos, los sufrimientos que
encontramos, ayudándonos a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio.
Vida Cristiana
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