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Ø ¡Sí a la vida!. Discurso
al Congreso “Sí a la vida” de Papa Francisco (Mayo
2019).
Ningún ser humano puede ser jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni
por sus condiciones de salud, ni por la calidad de su existencia. Hay una cosa
que la medicina sabe bien: los niños, desde el seno materno, si presentan
condiciones patológicas, son pequeños pacientes, que no raramente se pueden
curar con intervenciones farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales
extraordinarias, capaces ya de reducir esa terrible brecha entre posibilidades
diagnósticas y terapéuticas.
v Cfr.
Discurso del Papa Francisco al “Congreso “¡Sí a la vida!”
Sábado, 25 de
mayo de 2019
Señores Cardenales, venerables hermanos
en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas, buenos días
y bienvenidos.
Saludo al Cardenal Farrell y le
agradezco sus palabras de introducción. Saludo a los participantes en el
Congreso internacional “Yes to Life!
Cuidar el precioso don de la vida en la fragilidad”, organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la
Vida y por la Fundación “El Corazón
en una Gota”, una de las realidades que en el mundo se dedican cada día a
acoger el nacimiento de niños en condiciones de extrema fragilidad. Niños que,
en algunos casos, la cultura del descarte define “incompatibles con la vida”, y
son condenados a muerte.
v Ningún
ser humano puede ser jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni por sus
condiciones de salud, ni por la calidad de su existencia.
Pero ningún ser humano puede ser
jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni por sus condiciones de
salud, ni por la calidad de su existencia. Todo niño que se anuncia en el seno
de una mujer es un don, que cambia la historia de una familia: de un padre y de
una madre, de los abuelos y de los hermanos.
Y ese niño necesita ser acogido,
amado y cuidado. ¡Siempre! También cuando lloran, como ese [aplausos]. Quizá
alguna pueda pensar: “Pero, hace ruido… sacadlo de aquí”. No: eso es una música
que todos debemos escuchar. Y diré que ha oído los aplausos y se ha dado cuenta
de que eran para él. Hay que escuchar siempre, también cuando el niño nos
moleste un poco; incluso en la
iglesia: ¡que lloren los niños en la iglesia! Alaban a Dios.
Nunca, jamás echar a un niño porque llore. Gracias por el testimonio.
Cuando una mujer descubre que
está esperando un niño, se mueve inmediatamente en ella un sentido de misterio
profundo. Las mujeres que son madres lo saben. La conciencia de una presencia,
que crece dentro de ella, invade todo su ser, haciéndola no ya solo mujer, sino
madre. Entre ella y el niño se instaura en seguida un intenso diálogo cruzado,
que la ciencia llama cross-talk. Una relación real e intensa entre dos seres
humanos, que se comunican entre sí desde los primeros instantes de la
concepción para favorecer una recíproca adaptación, conforme el pequeño crece y
se desarrolla. Esa capacidad comunicativa no es solo de la mujer, sino sobre
todo del niño, que en su individualidad empieza a enviar mensajes para revelar
su presencia y sus necesidades a la madre. Es así como ese nuevo ser humano se
convierte en seguida en un hijo, moviendo a la mujer con todo su ser a
dedicarse a él.
v Las
modernas técnicas de diagnóstico prenatal son capaces de descubrir desde las
primeras semanas la presencia de malformaciones y patologías, que a veces
pueden poner en serio peligro la vida del niño y la serenidad de la mujer.
o
Sin embargo, hay una cosa que la medicina sabe
bien: los niños, desde el seno materno, si presentan condiciones patológicas,
son pequeños pacientes, que no raramente se pueden curar con intervenciones
farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales extraordinarias, capaces ya de
reducir esa terrible brecha entre posibilidades diagnósticas y terapéuticas.
§ Por
eso, es indispensable que los médicos tengan bien claro no solo el objetivo de
la curación, sino el valor sagrado de la vida humana, cuya defensa sigue siendo
el fin último de la práctica médica.
En ese sentido, el confort care perinatal es una modalidad de
terapia que humaniza la medicina, porque mueve a una relación responsable con
el niño enfermo.
Hoy, las modernas técnicas de
diagnóstico prenatal son capaces de descubrir desde las primeras semanas la
presencia de malformaciones y patologías, que a veces pueden poner en serio
peligro la vida del niño y la serenidad de la mujer. La sola sospecha de la
patología, y aún más la certeza de la enfermedad, cambian la vivencia del
embarazo, dejando a mujeres y parejas en una profunda incomodidad. El sentido
de soledad, de impotencia, y el miedo al sufrimiento del niño y de la familia
entera surgen como un grito silencioso, una llamada de ayuda en la oscuridad de
una enfermedad, de la que nadie sabe predecir el final cierto. Porque la evolución
de cada enfermedad es siempre subjetiva y ni los médicos suelen saber cómo se
manifestará en el individuo.
Sin embargo, hay una cosa que la
medicina sabe bien: los niños, desde el seno materno, si presentan condiciones
patológicas, son pequeños pacientes, que no raramente se pueden curar con
intervenciones farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales extraordinarias,
capaces ya de reducir esa terrible brecha entre posibilidades diagnósticas y
terapéuticas, que desde años constituye una de
las causas del aborto voluntario y del abandono asistencial
al nacimiento de tantos niños con graves patologías. Las terapias fetales, por
un lado, y los Hospicios Perinatales, por otro, obtienen resultados
sorprendentes en términos clínico-asistenciales y proporcionan una ayuda
esencial a las familias que acogen el nacimiento de un hijo enfermo. Dichas
posibilidades y conocimientos deben ser puestos a disposición de todos para
difundir un enfoque científico y pastoral de acompañamiento competente.
Por eso, es indispensable que los
médicos tengan bien claro no solo el objetivo de la curación, sino el valor
sagrado de la vida humana, cuya defensa sigue siendo el fin último de la
práctica médica. La profesión médica es una misión, una vocación a la vida, y
es importante que los médicos sean conscientes de ser ellos mismos un don para
las familias que se les confían: médicos capaces de entrar en relación, de
hacerse cargo de las vidas ajenas, proactivos ante el dolor, capaces de
tranquilizar, de empeñarse en encontrar siempre soluciones respetuosas con la
dignidad de toda vida humana.
En ese sentido, el confort care perinatal es una modalidad
de terapia que humaniza la medicina, porque mueve a una relación responsable
con el niño enfermo, que es acompañado por los empleados y por su familia en un
camino asistencial integrado, que nunca lo abandona, haciéndole sentir calor
humano y amor.
Todo esto se ve necesario
especialmente con esos niños que, al estado actual de los conocimientos
científicos, están destinados a morir tras el parto, o en breve espacio de
tiempo. En esos casos, la terapia podría parecer un inútil empleo de recursos y
un ulterior sufrimiento para los padres. Pero una mirada atenta sabe captar el
significado auténtico de ese esfuerzo, dirigido a llevar a cumplimiento el amor
de una familia. Cuidar a esos niños ayuda, de hecho, a los padres a llevar el
luto y concebirlo no solo como pérdida, sino como etapa de un camino recorrido
juntos. Ese niño estará en su vida para siempre. Y ellos lo habrán podido amar.
Muchas veces, esas pocas horas en las que la madre puede acunar a su niño dejan
una huella en el corazón de aquella mujer que
nunca olvidará. Y ella se siente –permitidme la palabra–
realizada. Se siente madre.
v Desgraciadamente
la cultura hoy dominante no promueve esta visión: a
nivel social el
temor y la hostilidad ante la discapacidad inducen a menudo a elegir el aborto,
configurándolo como práctica de “prevención”.
o
Pero la enseñanza sobre este punto es clara: la
vida humana es sagrada e
inviolable y el uso del
diagnóstico prenatal con fines selectivos debe desaconsejarse con fuerza,
porque es expresión de una inhumana mentalidad eugenésica, que quita a las
familias la posibilidad de acoger, abrazar y amar a sus niños más débiles.
§ A
veces oímos: “Los católicos no aceptáis el aborto, es un problema de vuestra
fe”. No: es un problema pre-religioso. La fe no tiene nada que ver.
Desgraciadamente la cultura hoy
dominante no promueve esta visión: a nivel social el temor y la hostilidad ante
la discapacidad inducen a menudo a elegir el aborto, configurándolo como
práctica de “prevención”. Pero la enseñanza de la Iglesia sobre este punto es
clara: la vida humana es sagrada e inviolable y el uso del diagnóstico prenatal
con fines selectivos debe desaconsejarse con fuerza, porque es expresión de una
inhumana mentalidad eugenésica, que quita a las familias la posibilidad de
acoger, abrazar y amar a sus niños más débiles. A veces oímos: “Los católicos
no aceptáis el aborto, es un problema de vuestra fe”. No: es un problema
pre-religioso. La fe no tiene nada que ver.
Viene después, pero no tiene que
ver: es un problema humano. Es un problema pre-religioso. No achaquemos a la fe
una cosa que no le compete desde el inicio. Es un problema humano. Solo dos
frases nos ayudarán a entender bien esto: dos preguntas. Primera pregunta: ¿es
lícito eliminar una vida humana para resolver un problema? Segunda pregunta:
¿es lícito contratar un sicario para resolver un problema? Responded vosotros.
Ese es el punto. No ir a lo religioso en una cosa que se refiere a lo humano.
No es lícito. Nunca, jamás eliminar una vida humana ni contratar un sicario
para resolver un problema.
El aborto nunca es la respuesta
que las mujeres y las familias buscan. Más bien son el miedo a la enfermedad y
la soledad los que hacen dudar a los padres. Las dificultades de orden
práctico, humano y espiritual son innegables, pero precisamente por eso son
urgentes y necesarias acciones pastorales más incisivas para sostener a los que
acogen a los hijos enfermos. Hay, pues, que
crear espacios, lugares y “redes de amor” a las que las
parejas se puedan dirigir, así como dedicar tiempo al acompañamiento de esas
familias.
Me viene a la cabeza una historia
que i conocí en mi otra diócesis. Había una chica de
15 años con síndrome de Down que quedó encinta y los padres
fueron al juez para pedir permiso de abortar. El juez, un hombre recto en
serio, estudió el asunto y dijo: “Quiero interrogar a la chica”. “Pero si es
síndrome de Down, no entiende…”. “No, no, que venga”. Y fue la chica de 15
años, se sentó allí, comenzó a hablar con el juez y él le dijo: “¿Tú sabes lo
que te pasa?”. “Sí, estoy enferma…”. “Ah, ¿y cómo es tu enfermedad?”. “Me han
dicho que tengo dentro un animal que me come el estómago, y por eso deben
intervenirme”. “No… no tienes un gusano que te come el estómago. ¿Sabes lo que
hay ahí? ¡Un niño!”. Y la chica Down dijo: “¡Oh, qué hermoso!”: así. Con eso,
el juez no autorizó el aborto. La madre lo quiere. Pasó el tiempo. Nació una
niña. Estudió, creció, y fue abogada. Aquella niña, desde que supo su historia,
porque se la contaron, cada día de cumpleaños llamaba al juez para darle las
gracias por el don del nacimiento. Las cosas de la vida. El juez murió y ahora
ella es promotora de justicia. ¡Qué cosa más bonita! El aborto nunca es la
respuesta que buscan las mujeres y las familias.
Gracias, pues, a todos los que
trabajáis en esto. Y gracias, en particular, a las familias, madres y padres,
que habéis acogido la vida frágil –la
palabra fragilidad debe subrayarse– porque
las madres, y también las mujeres, son especialistas en fragilidad: acoger la
vida frágil; y que ahora sois apoyo y ayuda para otras familias. Vuestro
ejemplo de amor es un don para el mundo. Os
bendigo y os llevo en mi oración. Y os pido por favor que
recéis por mí. Gracias.
Vida Cristiana
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