[Chiesa/Omelie1/Pasqua/Pentecoste/C19PentecostésConocimientoVerdaderaGrandezaMisterioCristoSeñor]
Ø Domingo de Pentecostés (2019). La misión del Espíritu consiste en introducir a la Iglesia de manera siempre nueva, de generación en generación, en la grandeza del misterio de Cristo. Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino es bajo la acción del Espíritu Santo.
v
Cfr. Domingo de
Pentecostés 9 de junio de 2019
Hechos 2,
1-11; Salmo 103; 1 Corintios 12, 3-7.12-13 o bien Romanos 8, 8-17; Juan 20,
19-23 o bien
Juan 14, 15-16.23b-26.
Juan 20, 19 Al atardecer de aquel día, el
primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del
lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos
y les dijo: « La paz con vosotros. » 20 . Dicho
esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al
Señor. 21 Jesús les dijo otra vez: « La paz con
vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. » 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: « Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
O bien Juan 14, 15-16.23b-26: 15 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; 16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito,
para que esté con vosotros para siempre. 23 « Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi
Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la
palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he dicho estas cosas estando entre
vosotros. 26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
1 Corintios 12, 3b-7.12-13: 3 Hermanos:
nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino es bajo la acción del Espíritu Santo.4 Hay diversidad de dones,
pero el Espíritu es el mismo; 5 y diversidad de ministerios, pero el Señor es
el mismo; 6 y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en
todos. 7 A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para provecho
común. 12 Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.
13 Porque todos nosotros, tanto judíos como griegos, tanto siervos como libres,
fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu.
es introducirnos en la
grandeza del misterio de Cristo.
«Jesús es Señor» (Segunda
Lectura de hoy, 1 Corintios 12):
esta es la confesión fundamental de la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo.
I. Un aspecto importante del
reconocimiento de la grandeza del misterio de Cristo es la proclamación «Jesús
es Señor», de la primera Carta de San Pablo a los Corintios (12,3), que se ha
leído hoy, solemnidad de Pentecostés.
v
1.
«Jesús es Señor».
Jesucristo revela y lleva a cabo el señorío de Dios sobre el mundo y sobre la
historia.
- Nuevo Diccionario de Teología Biblica, P. Rossano, G. Ravasi, A.
Girlanda, Jesucristo.
ed. San Pablo: “Con el título Kyrios (Señor) la comunidad cristiana reconoce a Jesús resucitado
como Señor suyo, entronizado a la derecha de Dios, que revela y lleva a cabo el
señorío de Dios sobre el mundo y sobre la historia. (…) Esta misma convicción
es la que se deduce de la carta de Pablo a los fieles de Filipos, en donde el
título de Kyrios, que se atribuía
típicamente a Dios en la tradición bíblica, es referido ahora a Jesucristo, el
cual, "teniendo la naturaleza gloriosa de Dios", se sumergió en la
historia de los hombres con una total fidelidad, vivida incluso en la humillación
extrema de la muerte (Filipenses 2,6-11)”.
o
Es el reconocimiento de que Jesús es mi
salvador, mi maestro.
·
San Pablo afirma
que ninguno puede hacer esa alabanza sin la acción del Espíritu Santo. Quien
pronuncia esa alabanza es como
si dijera: «Tú eres mí Señor; yo me someto a ti, te reconozco libremente como
mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre mí»”
(Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del
Espíritu, Cap. XXI, p. 385).
v
2. Es el Espíritu Santo quien revela a los
hombres que Jesús es Señor.
o
En el Catecismo de la Iglesia Católica
·
n. 152: No
se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu
Santo quien
revela a los hombres quién es
Jesús. Porque "nadie puede decir: «Jesús es Señor» sino bajo la acción del
Espíritu Santo" (1Co 12,3). "El Espíritu todo lo sondea, hasta las
profundidades de Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de
Dios" (1Corintios 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos
en el Espíritu Santo porque es Dios. La Iglesia no cesa de confesar su fe en un
solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
·
n. 455: El nombre de Señor significa
la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como
Señor
es creer en su divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!"
sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Corintios 12,3).
·
n. 683: "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!"
sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios
12,3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Gálatas 4,6). Este
conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en
contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el
Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. (…)
· n. 2670: "Nadie
puede decir: «¡Jesús es Señor!», sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3). Cada vez que en la
oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia
preveniente, nos atrae al camino de la oración. Puesto que El nos enseña a orar
recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la
Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente
al comenzar y al terminar cualquier acción importante.
Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me
diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un
culto particular?. [San Gregorio Nacianceno]
· n.
2681: "Nadie
puede decir: «Jesús es Señor», sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3). La Iglesia nos
invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro interior de la oración
cristiana.
v 3. En el Ordinario de la Misa hay textos
sobre la grandeza del misterio de Cristo. Por ejemplo, en la alabanza o
doxología que el sacerdote proclama antes del Rito de la Comunión, elevando la
patena y el cáliz.
o
Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios
Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos.
Cfr. Félix
María, Arocena, En el corazón de la
liturgia, Palabra marzo 1999,
pp. 246-261:
- Por
Cristo. «... no debemos
presentar a Dios Padre nada si no es por Cristo, a través de Cristo, por medio
de Él” p. 251 [Yo soy el camino ...
nadie puede ir al Padre sino por mí .... (Juan 14,6]
- Con Cristo. «Hacer las
cosas por Cristo es poco todavía. No basta hacerlo todo a través de Cristo,
sino con Él, en unión íntima con Él. (...) En su alma humana, Cristo posee la
plenitud de la gracia santificante. Una plenitud intensiva y extensiva. La
gracia santificante que yo poseo ha tenido su origen y su fuente en el alma
humana de Cristo. Es gracia “capital”, mana de la Cabeza, que es Cristo. La
gracia santificante que yo poseo se
llama, por eso, “crística”. (...) La vida cristiana consiste en hacer todo con
Jesús; rezar, discurrir, amar, trabajar, caminar, descansar, divertirse ... Los
disgustos, enfermedades, contradicciones, dolores ... sin incorporar a Cristo,
carecerían de valor». pp. 251-252
- En Cristo. Hay una gradación. «“Gradación” porque “por” y
“con” son algo extrínseco a nosotros, mientras que “en” nos mete dentro de
Cristo. Tema muy querido en San Agustín († 430), que nos reconduce a su
doctrina sobre el Cuerpo místico de Cristo y el “Cristo total”. (... ) El “Cristo total” es Cristo más
nosotros. (...) Él no está completo sin nosotros. No alcanza su plenitud y
totalidad si no somos uno con Él. Incorporados a Él por el Bautismo somos partes integrantes
de su unidad. El cristiano es alter
Christus: el cristiano es otro Cristo, y nada más verdadero, pero hay que
precisar. “Otro” no significa diferente. No somos otros Cristo distinto del
Cristo verdadero. Estamos destinados a ser el Cristo único que existe. Como
dice san Agustín, Christus facti sumus (Enarrationes in psalmos, 26,2; BAC,
235, p. 267). (...) La cabeza y los miembros forman el Christus totus, el
“Cristo total”. Siendo así, se comprende que todas nuestras acciones se han de
realizar en Cristo, identificados con Él.» pp. 252-253.
v
4. El Señor se encuentra junto a nosotros con la
fuerza del Espíritu Santo. La misión del Espíritu consiste en introducirnos en
la grandeza del misterio de Cristo.
Algo más sobre la manera
concreta en la que el Señor se encuentra junto a nosotros. El Señor promete a
sus discípulos su Espíritu Santo. La primera lectura nos dice que el Espíritu
Santo será «fuerza» para los discípulos; el Evangelio añade que será guía hacia
la Verdad plena. Jesús les dijo todo a sus discípulos, pues él es la Palabra
viviente de Dios, y Dios no puede dar algo más que a sí mismo. En Jesús, Dios
se nos dio totalmente a sí mismo, es decir, nos dio todo. Además de esto, o
junto a esto, no puede haber otra revelación capaz de comunicar algo más o de
completar, en cierto sentido, la Revelación de Cristo. En Él, en el Hijo, se
nos dijo todo, se nos dio todo. Pero nuestra capacidad de comprender es limitada;
por este motivo la misión del Espíritu consiste en introducir a la Iglesia de
manera siempre nueva, de generación en generación, en la grandeza del misterio
de Cristo”.
II. El Espíritu
Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros.
Papa Francisco, Catequesis de las Audiencias Generales, sobre el Espíritu Santo, 8
de mayo de
2013
o
El hombre es como un peregrino que, atravesando
los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva fluyente y fresca, capaz de
saciar en profundidad su deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. Todos
sentimos este deseo.
·
Y Jesús nos dona esta agua
viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús
derrama en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante».
Pero quisiera detenerme sobre todo
en el hecho de que el Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida
de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares
desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por
la muerte, sino que madure y crezca hasta su plenitud. El hombre es como un
peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva
fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz,
amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo. Y Jesús nos dona esta agua
viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama
en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante», nos dice Jesús (Jn 10, 10).
·
Cuando decimos que el
cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto: el cristiano es
una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu Santo.
Jesús promete a la Samaritana dar
un «agua viva», superabundante y para siempre, a todos aquellos que le
reconozcan como el Hijo enviado del Padre para salvarnos (cf. Jn 4,
5-26; 3, 17). Jesús vino para donarnos esta «agua viva» que es el Espíritu
Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, animada por Dios, nutrida por
Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos
precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa y obra según Dios,
según el Espíritu Santo. Pero me pregunto: y nosotros, ¿pensamos según Dios?
¿Actuamos según Dios? ¿O nos dejamos guiar por otras muchas cosas que no son
precisamente Dios? Cada uno de nosotros debe responder a esto en lo profundo de
su corazón.
o
El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del
Resucitado que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos
transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor.
·
Este es el don precioso que el
Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de
auténticos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el
amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto también una mirada
nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como hermanos y
hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar.
El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la
vida como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo.
A este punto podemos preguntarnos:
¿por qué esta agua puede saciarnos plenamente? Nosotros sabemos que el agua es
esencial para la vida; sin agua se muere; ella sacia la sed, lava, hace fecunda
la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
se nos ha dado» (5, 5). El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado
que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma
porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por ello, el
Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y
por sus frutos, que son «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22-23). El Espíritu Santo
nos introduce en la vida divina como «hijos en el Hijo Unigénito». En otro
pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado en otras ocasiones,
san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Cuantos se dejan llevar por el
Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues... habéis recibido un Espíritu
de hijos de adopción, en el que clamamos “Abba, Padre”. Ese mismo Espíritu da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos
con Él, seremos también glorificados con Él» (8, 14-17). Este es el don
precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios,
vida de auténticos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de
confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto
también una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como
hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar. El Espíritu
Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió
Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo. He aquí por qué el agua
viva que es el Espíritu sacia la sed de nuestra vida, porque nos dice que somos
amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su
gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al
Espíritu Santo? ¿Qué nos dice el Espíritu Santo? Dice: Dios te ama. Nos dice
esto. Dios te ama, Dios te quiere. Nosotros, ¿amamos de verdad a Dios y a los
demás, como Jesús? Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos
hable al corazón y nos diga esto: Dios es amor, Dios nos espera, Dios es el
Padre, nos ama como verdadero papá, nos ama de verdad y esto lo dice sólo el
Espíritu Santo al corazón, escuchemos al Espíritu Santo y sigamos adelante por
este camino del amor, de la misericordia y del perdón. Gracias.
III. La identidad del cristiano
Benedicto XVI
v
1. Lo que cuenta es poner a Jesucristo en el
centro de la propia vida. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser recuperado
y purificado de posibles escorias.
·
Benedicto
XVI, 25 de octubre de 2006: “De aquí se deriva una lección muy importante
para
nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia
vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente
por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra. Bajo su luz, cualquier
otro valor debe ser recuperado y purificado
de posibles escorias”.
v
2. Cada discípulo confiesa que Jesús es el Señor
y está llamado a crecer en la adhesión a él, dando y recibiendo ayuda de la
gran compañía de los hermanos en la fe.
·
Benedicto
XVI, Discurso en la Inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de
Roma, 11 de junio
de 2007: “El tema de la asamblea es «Jesús es el Señor. Educar en la fe, en el
seguimiento y en el testimonio». Se trata de un tema que nos atañe a todos,
porque cada discípulo confiesa que Jesús es el Señor y está llamado a crecer en
la adhesión a él, dando y recibiendo ayuda de la gran compañía de los hermanos en
la fe. Ahora bien, el verbo «educar», puesto en el título de la asamblea,
implica una atención especial a los niños, a los muchachos y a los jóvenes, y
pone de relieve la tarea que corresponde ante todo a la familia: así permanecemos dentro del itinerario que ha
caracterizado durante los últimos años la pastoral de nuestra diócesis.
o
Esta es la confesión fundamental de la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo.
Es importante considerar ante todo la afirmación inicial,
que da el tono y el sentido de nuestra asamblea: "Jesús es el Señor".
Ya la encontramos en la solemne declaración con la que concluye el discurso de
san Pedro en Pentecostés, donde el primero de los Apóstoles dijo: "Sepa,
pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo
a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (AC 2,36). Es
análoga la conclusión del gran himno a Cristo contenido en la carta de san
Pablo a los Filipenses: "Toda lengua confiese que Cristo Jesús es
Señor para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2,11). También san
Pablo, en el saludo final de la primera carta a los Corintios, exclama:
"El que no quiera al Señor, sea anatema. Marana tha, Ven,
Señor" (1Corintios 16,22), transmitiéndonos así la antiquísima
invocación, en lengua aramea, de Jesús como Señor.
Se podrían añadir otras citas: pienso en el capítulo 12 de la
misma carta a los Corintios, donde san Pablo dice: "Nadie puede
decir "Jesús es Señor" sino con el Espíritu Santo" (1Corintios
12,3). Así declara que esta es la confesión fundamental de la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo. Podríamos pensar también en el capítulo 10 de la carta
a los Romanos, donde el Apóstol dice: "Si confiesas con tu boca que
Jesús es Señor...".
IV. A los cristianos nos corresponde anunciar,
en el mundo de hoy, que Jesús es la piedra angular, el fundamento de la vida,
el Redentor.
v
A todos los hombres y a todas las mujeres, estén
donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les
hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los
días que siguieron a la Pentecostés
·
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 132,
Homilía El gran desconocido: “A
nosotros, los cristianos, nos corresponde
anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el
mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.
No es verdad que toda la gente de hoy —así, en general y en bloque—
esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre
el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos
se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo.
Aunque no faltan ideologías —y personas que las sustentan— que están cerradas,
hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y
cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más
justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus
primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia
tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error.
A todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén donde estén, en sus
momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el
anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la
Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra vida,
porque fuera de El no se ha dado a los
hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos (Act
IV, 12)”.
v
Estamos llamados a vivir los dones del Espíritu
Santo en los altibajos de la vida
cotidiana, para transformar las familias, las comunidades y las naciones.
·
Benedicto XVI Hipódromo de Randwick (Austrlia), 19 de julio de 2008: “Esta tarde, reunidos bajo
este hermoso cielo nocturno,
nuestros corazones y nuestras mentes se llenan de gratitud a Dios por el don de
nuestra fe en la Trinidad. Recordemos a nuestros padres y abuelos, que han
caminado a nuestro lado cuando todavía éramos niños y han sostenido nuestros
primeros pasos en la fe. Ahora, después de muchos años, os habéis reunido como
jóvenes adultos alrededor del Sucesor de Pedro. Me siento muy feliz de estar
con vosotros. Invoquemos al Espíritu Santo: él es el autor de las obras de Dios
(cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 741). Dejad que sus dones os
moldeen. Al igual que la Iglesia comparte el mismo camino con toda la
humanidad, vosotros estáis llamados a vivir los dones del Espíritu entre los
altibajos de la vida cotidiana. Madurad vuestra fe a través de vuestros
estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla mediante la
oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de inspiración y
de ayuda para cuantos os rodean. En definitiva, la vida, no es un simple
acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos es ser
transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios.
Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis transformar
vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos dones. Que la
sabiduría, la inteligencia, la fortaleza, la ciencia y la piedad sean los
signos de vuestra grandeza”.
v
Toda la realidad cristiana, Iglesia sacramental,
ascesis, tiene como finalidad transformar al hombre cada vez más en imagen de
Cristo. El Espíritu Santo es el iconógrafo, quien dibuja esa imagen.
o
“Toda la realidad cristiana, Iglesia
sacramental, ascesis, tiene como finalidad transformar al hombre cada vez más
en imagen de Cristo”.
Comité para el Jubileo del Año 2000, El Espíritu
del Señor, BAC Madrid , 2ª ed.
septiembre 1997, pp. 52- 55: “Toda la realidad cristiana, Iglesia sacramental,
ascesis, tiene como finalidad transformar al hombre cada vez más en imagen de
Cristo. El es el salvador del hombre, no sólo porque lo libera del pecado, sino
también y sobre todo porque realiza y perfecciona su ser icónico: éste es el
primer objetivo de la encarnación, la «deificación» del hombre. Cuando los
Padres quieren definir la naturaleza del hombre, no recurren a la definición
aristotélica - «hombre es un animal racional» -, sino a aquella teológica: «él
es un ser viviente capaz de ser divinizado» (San Gregorio Naciaceno, Discursos,
XLV,7).
La tradición de la Iglesia, oriental y occidental, es unánime al
afirmar que aquel que imprime en el hombre la imagen de Dios es el Espíritu
Santo. Éste es considerado el «iconógrafo» (aquél que pinta los iconos
sagrados) de la imagen de Dios en el hombre para que, mirando a Cristo como
modelo, pinte en el hombre la imagen viva del Redentor y, de esta manera,
cristifique progresivamente al fiel. El principio es siempre el mismo: Dios se
hace presente en el hombre a través de Jesucristo, en el Espíritu Santo; el
hombre es imagen de Dios porque está llamado a la comunión con Dios y el
Espíritu Santo es quien pone en comunión. Esta unión no consiste en un en un
hecho externo o psicológico, sino que transforma al ser mismo del hombre, que
ya desde la creación está llamado a esta comunión, que significa «ser llamados
a imagen de Dios» a través de Jesucristo en el Espíritu Santo”.
Vida Cristiana
[1] Homilía en la toma de
posesión de la Cátedra del Obispo de Roma, en la Basílica de san Juan de
Letrán, en la fiesta de la Ascensión del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.