o
«Dos españoles en la historia» está expuesta en
la Biblioteca Nacional de Madrid
Ø Cuando la
fe es ocultada en grandes exposiciones: el caso de Menéndez Pidal y del «Cid
Campeador»
Menéndez Pidal, en el centro, junto a Charlton Heston
durante el rodaje de la película El Cid (1961)
Alfonso V. Carrascosa / ReL
- 17 junio
2019
En pleno Bienio Pidaliano 2018-2019, durante el
cual se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Ramón
Menéndez-Pidal, se celebra en la Biblioteca Nacional de España
importante exposición titulada Dos
españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal,
en la que se exhibe el original del mundialmente conocido Poema del Mío Cid, uno de
los primeros libros escritos en español, de autoría anónima.
Una vez más se ensalza la figura de
Menéndez-Pidal y su categoría científica, el valor del Cantar del Mío Cid, evitando
destacar un aspecto de vital importancia: que tanto Menéndez-Pidal como
el Cantar del Mío Cid rezuman
fe católica por todos los poros de su piel. Este hecho, lejos de ser
anecdótico, es por el contrario muy importante, porque no es baladí que el que
probablemente deba ser considerado el filólogo o lingüista español más
importante de todos los tiempos era persona de profundas convicciones
religiosas.
Pionero
en el estudio del Cantar del Mío Cid
Fue además el que primero estudiara en
profundidad el Cantar del
Mío Cid,
libro que pone de manifiesto no sólo las sólidas creencias católicas del héroe
legendario, sino también los avatares en los que se encontró inmerso por
defender dicha fe frente al Islam.
De Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) diría Jon
Juaristi: “La figura de Ramón Menéndez Pidal, que, sin demasiada exactitud, se
definió él mismo en alguna ocasión como ‘uno del noventa y ocho’, encabezó
las iniciativas fundamentales de la cultura española durante casi tres cuartos
del siglo XX, no sólo en el ámbito de la lingüística, la historia literaria
y la historiografía, sino también en el de la literatura de creación.
»Sin Menéndez Pidal no habríamos tenido un
medievalismo digno de tal nombre, desconoceríamos o conoceríamos muy mal la
historia de las lenguas peninsulares (no sólo la del español); las obras de
Américo Castro (su secuaz díscolo) y, en buena parte, la de Ortega habrían
resultado gravemente mermadas y, desde luego, la Generación del veintisiete no
habría dado sus extraordinarios frutos ni en la poesía ni en la crítica. No fue
un nacionalista deprimido ni belicoso. No necesitó serlo: español y liberal de
una pieza, hizo suya la ética del trabajo auspiciada por los institucionistas y
no escogió mal sus modelos históricos (ante todo, Alfonso X, el rey Sabio (rey
católico confeso, por cierto), creador del primer laboratorio humanístico
occidental, acorde con su proyecto de un Renacimiento en lengua vulgar que se
adelantó en más de dos centurias a las versiones vernáculas europeas de la
vuelta a los clásicos).
»Si su obra fue manipulada por un nacionalismo
con vocación totalitaria, es asimismo innegable que constituyó una
referencia primordial para la reconstrucción de una razón ilustrada,
auténticamente nacional y democrática durante los años del franquismo, más
fecundos de lo que suele reconocerse gracias a esforzadas empresas individuales
o familiares como la que don Ramón sostuvo a lo largo de tres décadas que
permitieron restablecer la continuidad con lo mejor de la cultura española
anterior a la guerra civil”.
Una
figura cultural de primer nivel
Este coruñés de nacimiento, hijo de asturianos,
ovetense de adopción, se castellanizó en el Instituto Cardenal Cisneros de
Madrid, y fue discípulo de nada menos que Marcelino Menéndez Pelayo. Desde 1899
y hasta que se jubiló en 1939 fue catedrático de Filología Románica de la
Universidad de Madrid. En 1900 se casó con María Goyri, y de su
matrimonio nacieron tres hijos, Jimena Menéndez Pidal fue uno de ellos. En
su viaje de novios descubrieron ambos la persistencia del Romancero español
como literatura oral y empezaron a recoger muchos romances en sucesivas
excursiones por tierras de Castilla la Vieja. También lo hizo con posterioridad
en Hispanoamérica. Electo para la Real Academia Española en 1901, su maestro
Menéndez Pelayo pronunció su discurso de acogida. En 1925 sería elegido
presidente de dicha institución, cargo que ocuparía hasta la Guerra Civil.
Fue nombrado Presidente del Comité
Directivo de la Residencia de Estudiantes, al fundarse en 1910, así como
Director del Centro de Estudios Históricos desde su fundación, y en 1926
vicepresidente primero de la Junta de Ampliación de Estudios. Todas estas
instituciones estaban al menos en parte relacionadas con la Institución Libre
de Enseñanza, ideario que Menéndez Pidal conocía y compartía.
Durante su exilio tras la Guerra Civil, estuvo
en Francia, Cuba y Estados Unidos, donde impartió cursos, escribió la Historia de la lengua Española,
obra póstuma publicada sólo en 2005. También realizó estudios históricos
muy interesantes sobre gramática. Su actividad en el Centro de Estudios
Históricos creó escuela, en la que se incluyen filólogos de la talla de
Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Alonso
Zamora Vicente. Sufrió represalias del gobierno republicano, que le cesó como
director del Centro de Estudios Históricos, y persecución por el gobierno de
Franco.
Menéndez
Pidal, un católico devoto
Sobre la religiosidad de Ramón Menéndez Pidal,
transcribo literalmente el contenido de un artículo de Lago Carballo: “Pérez
Villanueva habla de que la muerte del doctor Marañón, a quien don Ramón quería
y admiraba tanto, le impresionó por la religiosidad con que su amigo
afrontó su muerte. En una conversación con Xavier Zubiri, don Ramón le
declaró: ‘Yo he de morir cristianamente y en el seno de la Iglesia’”.
Y hay otro significativo testimonio: el del P.
Llanos en una carta al P. Errandorena: “Yo he tenido el enorme consuelo
de confesar y dar el Santo Viático a nuestro común amigo don Ramón, que
había pedido se le dijera una misa en su habitación, y solicitó expresamente la
absolución y la Extremaunción, que le administró el padre Ramón Ceñal”. Por su
parte, Julián Marías ha contado como un día, en los últimos años de don Ramón,
éste le preguntaba por la otra vida y concretaba su interés en esta conmovedora
interrogación: “¿Cree usted, Marías, que podré ver a los juglares?”.
María
Goyry, también una persona de fe
En un buen número de los intelectuales del
primer tercio del siglo XX, que pusieron en marcha el desarrollo científico que
llega hasta nuestros días, se da la circunstancia de que se trataba de personas
profundamente católicas. Tal es el caso de María Goyri (1874-1954), que es
definida en Wikipedia como “…una literata, investigadora, profesora, defensora
de los derechos de la mujer”. Hija natural de Amalia Goyri, se casó nada menos
que con Ramón Menéndez Pidal. Se la tiene por la primera universitaria
española, que asistió durante años a clase tan sólo como oyente porque no la
permitían matricularse.
Espido Freire dijo de ella “…era la primera
mujer universitaria de la época contemporánea, antigua alumna de la Institución
Libre de Enseñanza, una defensora acérrima de los derechos de la mujer
y una magnífica pedagoga. Una mujer singular en un tiempo en el que florecían
muchas mujeres admirables que fueron luego borradas por el tiempo, la guerra y
la memoria selectiva”.
En un reciente estudio, al hablar de la época,
y concretamente de la Residencia de Señoritas, comenta su autora:
»Gracias a la colaboración del Instituto
Internacional y al hecho de ser un organismo de la Junta para Ampliación de
Estudios, la Residencia de Señoritas se convirtió en un verdadero foco
de cultura femenina durante sus años de vida. Todas las vanguardias de
los años veinte encontraron eco entre sus paredes. Las intelectuales, poetas o
escritoras de aquella época pasaron de una forma u otra por la residencia:
Ernestina de Champourcin, Concha Méndez, María Zambrano, Gabriela Mistral
(Premio Nobel de Literatura posteriormente), Carmen Conde, María Goyri y María
Moliner, por no hablar de Victoria Kent, la mujer que durante muchos años fue
la que más alto logró llegar en la vida política española (Directora General de
Prisiones). /…/
De Maria Goyri, conferenciante y colaboradora habitual de la residencia, afirma Antonina Rodrigo que iba a misa a las seis de la mañana y nadie en la casa lo advertía, pues era absolutamente reservada en sus asuntos espirituales…
De Maria Goyri, conferenciante y colaboradora habitual de la residencia, afirma Antonina Rodrigo que iba a misa a las seis de la mañana y nadie en la casa lo advertía, pues era absolutamente reservada en sus asuntos espirituales…
En la Biblioteca de la Residencia no existía
demasiada capacidad de elección, pues los libros que debían leerse estaban más
o menos decididos de antemano. Entre ellos cabe destacar las obras de Santa
Teresa de Jesús.
Según testimonio de Eulalia Lapresta, encargada
de la biblioteca entre 1922 y 1928, la literatura ascética y mística de la
santa abulense, junto con la de otros clásicos españoles como Tirso, Calderón,
Lope de Vega, Cervantes, Concepción Arenal, Rosalía de Castro o Sor Juana Inés
de la Cruz, eran los libros más consultados por las residentes. Ya se tratara
de lecturas libres u obligatorias, hay que concluir que, o bien eran ejemplos
evidentes de literatura cristiana, o, desde luego, no contrarios a sus
planteamientos esenciales.
Otro testimonio al respecto de su religiosidad,
esta vez de su propio esposo, es el siguiente: “…carta de don Ramón al P.
Errandonea, amigo suyo desde que se conocieron en Oxford en 1922, en la que le
agradece el pésame por la muerte de su esposa, doña María: ‘Ella, de ánimo
tan austeramente religioso, sufrió, con ejemplar resignación, la larga
enfermedad de crueles padecimientos (…) dejándonos consoladora edificación’”.
Se ha dicho no pocas veces que el Renacimiento,
y el posterior desarrollo científico, tuvo lugar entre otras cosas gracias al
trabajo anterior de bastantes científicos católicos y de la fundación de las
universidades por parte de la Iglesia Católica.
En el caso de María Goyri ocurre algo similar
respecto a la denominada Edad de Plata de la Cultura Española –inicio del siglo
XX, hasta la Guerra Civil- y al desarrollo de los derechos de la mujer: tuvo
lugar gracias a la concurrencia de no pocos católicos y científicos, como María
Goyri que, ante el rechazo a lo católico por la mentalidad laicista de la época
que le tocó vivir, debió practicar su piedad a escondidas,
probablemente para no ser rechazada por los mismos que se tenía por liberales y
modernos.
Dedicó toda su vida a la investigación, fue
profesora del Instituto Escuela fundado por la Institución libre de
Enseñanza. No le importó en muchos casos no firmar publicaciones en
cuyo trabajo había participado, cediéndole así el protagonismo absoluto a su
marido.
La hija
de Menéndez Pidal, pionera y católica
No parece mal momento para traer a colación la
vida de una mujer extraordinaria, de profundas convicciones religiosas, Jimena
Menéndez-Pidal (1901-1990), hija de un matrimonio de científicos católicos
españoles, precisamente Ramón Menéndez-Pidal y María Goyri.
El diario El País publicaba en 2009 un artículo
calificando de vanguardista al colegio que nuestro personaje fundara en 1940,
el Colegio Estudio de Madrid, que Navidad tras Navidad sigue celebrando desde
su puesta en marcha el Auto de Navidad que Jimena compuso para
presentar la vida de Jesucristo a los alumnos, obra construida por Jimena
en la que se insertan textos del Arcipreste de Hita, Gómez Manrique, Juan del
Encina, Fray Luis de Granada, San Juan de la Cruz, Góngora, Lope de Vega, y de
otros poetas. Comenta Lago Carballo en su magnífico artículo La religiosidad de Jimena Menéndez-Pidal,
que el Auto concluía con la anunciación del Calvario que sufriría el Niño
Jesús, pero Jimena terminó añadiendo una escena final en la que se habla de la
Resurrección, y que acompañando al coro, todos los niños actores y
actrices cantaban El
Mesías de Haendel.
Espido Freire dijo de Jimena que “pronto
comenzó a impartir clases en el Instituto Escuela y a investigar en las
posibilidades pedagógicas del teatro y de los títeres que acercaran a
los niños a sus propias emociones, y para enseñarles literatura, sobre todo las
obras populares…”.
Alumna de Giner de los Ríos, Jimena fue
una pedagoga que buscó siempre la innovación en las técnicas docentes, sin
renunciar nunca a su fe católica. Evocando la figura de Giner y recordando las
últimas clases que le escuchó, Jimena llegaría a escribir: “Siempre he
llevado conmigo la riqueza de penetración en aquel sondear el Padre Nuestro
como oración universal”.
En 1973 Jimena fundaría “Amigos del Monasterio
de Monjas Cistercienses de Buenafuente de Sistal”, en Guadalajara.
Más tarde, en una eucaristía, el capellán del
monasterio, don Ángel Moreno, diría de ella: “…una mujer enamorada de la tarea
de educar y de transmitir los valores más necesarios para formar en cada niño
un hombre abierto a la verdad, sensible al arte, capaz de valorar la
naturaleza, el trabajo artesano, el propio cuerpo y la dimensión trascendente
de la vida”.Brindó una activa colaboración en la Comisión de Liturgia que
actualizó los textos del Leccionario tras el Concilio Vaticano II.
¡Y qué
decir sobre el Cantar del Mío Cid!
Rodrigo Ruy Díaz de Vivar nace en España el año
1043 y muere el 10 de julio de 1099. Los moros lo llamaban
‘Cid’, del árabe ‘Sayyid’, que significa amo o señor. En 1074 se casa
con Jimena Díaz, hija del Conde de Oviedo, con quien tiene tres hijos. Entre
tantos héroes sólo él alcanzó fama y reputación europea.
A Rodrigo Díaz de Vivar se le aparece
en sueños el arcángel San Gabriel. Además, para evitarles peligros,
deja a su esposa e hijas bajo el amparo del abad Sancho del monasterio de San
Pedro de Cardeña, e inicia una campaña militar acompañado de sus fieles en
tierras no cristianas, conquistando a los musulmanes Castejón y Alcocer, aunque
el Cid mantenga a la vez buenas y amistosas relaciones con muchos musulmanes,
como su aliado y vasallo Abengalbón, que refleja el estatus de mudéjar (los
“moros de paz” del Cantar)o la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí,
habitual en los valles del Jalón y Jiloca por donde transcurre buena parte del
texto.
Como narra el padre Carlos Miguel Buela IVE, ya
en su juventud, a los dos años de su matrimonio, lo encontramos que con doña
Jimena donó dos medias villas y algunos solares al monasterio de Silos, el 12
de mayo de 1076, “por la salvación del cuerpo y alma propios y de sus padres”,
como contribución “a las luminarias de la iglesia, para la acogida de
los huéspedes y limosna de los peregrinos y para sustentación de los
monjes y en ayuda de los siervos de Dios que viven en el monasterio…”.
El Cid y
su componente religioso
Los desafíos y juramentos, que envía al rey
Alfonso el año 1089 los cierra invocando el juicio de Dios: “Si miento, Dios me
entregue en tus manos para que hagas de mi lo que quieras; en caso
contrario, Dios, que es juez justo, me libre del falso desafío”. Antes del
combate Rodrigo oraba devota e insistentemente invocando el nombre de
Jesucristo y pidiéndole el favor divino para sus hombres; así nos consta que lo
hizo antes de la batalla de Cuarte. En los dificilísimos momentos que
preceden a la batalla de Bairén anima a sus hombres asegurándoles
que “hoy Nuestro Señor Jesucristo pondrá a nuestros enemigos en
nuestras manos y en nuestro poder”. Después de la victoria tanto Rodrigo
como los hombres de su mesnada “dieron gloria a Dios con toda la devoción de su
alma por la victoria que el mismo Dios les había concedido”.
Conquistada Almenara el año 1097, tras tres
meses de asedio, la primera disposición de Rodrigo será ordenar “allí
la construcción de un altar y de una iglesia para el Señor en honor de la
Santísima Virgen María". En el asedio de Murviedro, que sigue a la
conquista de Almenara, la Historia
Roderici presenta a Rodrigo orando al Señor con las manos
extendidas hacia el cielo con la siguiente oración: “Oh Dios eterno, que
conoces todas las cosas antes que sucedan y a quien ningún secreto se oculta,
tú sabes, ¡oh Señor!, que no quisiera volver a Valencia antes de
haber asediado y domeñado Murviedro, y una vez domeñado por la fuerza de la
espada con el auxilio de tu poder, y tomado, poseído por donación tuya y
sometido a nuestro poder, yo te haré celebrar allí a ti, oh Dios, una misa
cantando tus alabanzas”. Habiendo capitulado Murviedro, el Campeador entró en
la fortaleza y, en cumplimiento de su promesa, “inmediatamente ordenó con ánimo
devoto celebrar en ella una misa y ofrecer un obsequio en el ofertorio de
la misma. Hizo también construir allí una iglesia de San Juan de admirable fabrica”,
en honor del santo del día, puesto que la entrada en Murviedro tuvo lugar en
la festividad de San Juan Bautista.
La
restauración religiosa del Campeador
En Valencia el Campeador dedicó una atención
especial a la restauración religiosa; en primer lugar, poco después de la
entrada en la ciudad, convirtió la mezquita mayor en iglesia de
Santa María. Más adelante “mandó construir en el mismo lugar un hermoso y
admirable edificio como iglesia de Santa María, en honor de la Madre de Nuestro
Redentor, regalando a la misma un cáliz de ciento cincuenta marcas de peso.
Donó también a dicha iglesia dos preciosísimas cubiertas tejidas en oro y
seda”, e hizo celebrar en la tal iglesia solemnísimos cultos. Sabemos que en el
segundo semestre de 1098 se preocupó de buscar para la sede de Valencia
un obispo en la persona de don Jerónimo y que formó una rica dote con
importantes heredades para el sostenimiento del culto y clero de la
iglesia catedral, heredades que donó a la iglesia de su propio patrimonio.
Vemos, pues, como Rodrigo aparece como un
cristiano profundamente creyente en diversos momentos de su vida.
Impresionados por esta su profesión de hombre de fe y más quizá por los
numerosos prodigios que la leyenda tejió en torno a su persona, la
figura de Rodrigo comenzó a ser considerada por algunos de sus admiradores como
la de un siervo de Dios.
Felipe II ordenó a su embajador en Roma don
Diego Hurtado de Mendoza que comenzase a tratar de la canonización
del venerable caballero Rodrigo Díaz de Vivar, al tiempo que
impulsaba la canonización de los doscientos mártires de Cardeña, haciendo el
mismo embajador una recopilación de las virtudes y sucesos milagrosos del
Campeador con los papeles y noticias que le remitieron desde el
monasterio de Cardeña, aunque la cosa parece que no pasó de aquí.
No se trataba según el estudioso Jose Mª Gárate
de una lucubración beata y absurda la de Felipe II. El Obispo D. Jerónimo le
señaló como enviado, “suscitado por Dios” , en el exordio de la donación
valenciana, o como “venerable” en su donación para ser enterrado en Cardeña.
Según Berganza, el Conde Berenguer tuvo al Campeador por gran siervo de Dios al
considerar con qué poca gente le había vencido. Cuando la traslación de restos
en 1541, el Abad de Cardeña Fray Lope de Frías entonó el salmo “Los santos le alabaron en su gloria”,
después que los monjes cantaron el que comienza ‘Admirable es Dios en sus santos’.
El mismo Abad al referir los hechos hablaba del
‘Santo cuerpo’. Fray Melchor Prieto decía en su historia: “Tengo por probable
que sus huesos son reliquias y que fue santo”. Y el dominico Fray Juan de
Marieta le llamó “valeroso Campeador y santo Rodrigo Díaz”. Enrique IV le
citaba en su privilegio: “El bienaventurado y santo caballero Rodrigo Díaz de
Vivar”. Los Reyes Católicos aludían al Cid con gran veneración en otro
privilegio de Cardeña y lo mismo Carlos I. Cisneros peregrinó a Cardeña
al ser nombrado obispo, y allí besó arrodillado los huesos del Cid, lo
mismo que hizo el Cardenal Benlloch en 1921. El Cid y Jimena tuvieron en
Cardeña oficio o conmemoración propia en el aniversario de su muerte.
Vida Cristiana
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