[Chiesa/Omelie1/21C19Salvezza/JPIISalvaciónElecciónLuchaAmor]
Ø Domingo 21 del tiempo ordinario, Ciclo C. (2019). Homilía de San Juan Pablo II (24 de agosto de 1980). Estamos todos llamados a la salvación y a vivir con Dios, pasando por la puerta estrecha de la renuncia y de la donación de nosotros mismos. La puerta estrecha es, ante todo, la aceptación humilde, en la fe pura y en la confianza serena, de la Palabra de Dios, de sus perspectivas sobre nuestras personas, y sobre el mundo y sobre la historia; es la observancia de la ley moral, como manifestación de la voluntad de Dios, en vista de un bien superior el que realiza nuestra verdadera felicidad.
v
Cfr. Domingo de la semana 21 de tiempo
ordinario; ciclo C – 25 de agosto de 2019.
Homilía de san Juan Pablo II, en
Castelgandolfo (24-VIII-1980)
Isaías 66,18-21; Hebreos
12,5-7.11-13; Lucas 13,22-30
o
Todos
estamos llamados a la salvación y a vivir con Dios, porque frente a la
salvación no hay personas privilegiadas. Todos deben pasar por la puerta
estrecha de la renuncia y de la donación de sí mismos.
En el Evangelio Jesús recuerda que todos estamos
llamados a la salvación y a vivir con Dios, porque frente a la salvación no hay
personas privilegiadas. Todos deben pasar por la puerta estrecha de la renuncia
y de la donación de sí mismos. La lectura profética expone con vivas imágenes
el designio que Dios tiene de recoger en la unidad a todos los hombres para
hacerles partícipes de su gloria. La extraída del Nuevo Testamento exhorta a
soportar las pruebas como purificación procedente de las manos de Dios, “porque
el Señor, a quien ama, le reprende” (Hebreos 12,6; Proverbios 3,12). Pero los
motivos de esas dos lecturas puede decirse que se hallan concentrados en el
pasaje del Evangelio.
o
Una lucha vigorosa. La observación de la ley
moral.
La interrogación en torno al problema fundamental
de la existencia: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (Lucas 13,23), no nos
puede dejar indiferentes. A esa pregunta, Jesús no responde directamente, sino
que exhorta a la seriedad de los propósitos y de las decisiones: “Esforzaos a
entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen
entrar y no podrán” (Lucas 13,24). El grave problema adquiere en los labios de
Jesús una perspectiva personal, moral, ascética. Jesús afirma con vigor que el
conseguir la salvación requiere sufrimiento y lucha. Para entrar por esa puerta
estrecha, es necesario, como dice literalmente el texto griego, “agonizar”, es decir, luchar
vigorosamente con todas las fuerzas, sin pausa y con firmeza de orientación. El
texto paralelo de Mateo parece todavía más categórico. Entrad por la puerta,
estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la
perdición y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y
qué angosta la senda que lleva a la vida y cuán pocos los que dan con ella!” (Mateo
7,13-14).
o
La puerta estrecha es, en una palabra, la
aceptación de la mentalidad evangélica, que encuentra en el sermón de la
montaña su más pura explicación.
§ Es
el amor lo que salva, el amor que, ya en la tierra, es felicidad interior para
quien se olvida de sí mismo y se entrega en los más diferentes modos: en la
mansedumbre, en la paciencia, en la justicia, en el sufrimiento y en el llanto.
La puerta estrecha es, ante todo, la aceptación
humilde, en la fe pura y en la confianza serena, de la Palabra de Dios, de sus
perspectivas sobre nuestras personas, y sobre el mundo y sobre la
historia; es la observancia de la ley moral, como manifestación de la voluntad
de Dios, en vista de un bien superior el que realiza nuestra verdadera
felicidad; es la aceptación del sufrimiento como medio de expiación y de
redención, para sí y para los demás, y como expresión suprema del amor; la
puerta estrecha es, en una palabra, la
aceptación de la mentalidad evangélica, que encuentra en el sermón de la
montaña su más pura explicación.
Es necesario, en fin de cuentas, recorrer el
camino trazado por Jesús y pasar por esa puerta, que es Él mismo: “Yo soy la
puerta; el que por Mí entrare, se salvará” (Juan 10,9). Para salvarse, hay que
tomar como Él nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos en las aspiraciones
contrarias al ideal evangélico y seguirle en su camino: “Si alguno quiere venir
en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame” (Lucas
9,23).
Es el amor lo que salva, el amor que, ya en la
tierra, es felicidad interior para quien se olvida de sí mismo y se entrega en
los más diferentes modos: en la mansedumbre, en la paciencia, en la justicia,
en el sufrimiento y en el llanto. ¿Puede el camino parecer áspero y difícil,
puede la puerta aparecer demasiado estrecha? Como dije ya al principio,
semejante perspectivas supera las fuerzas humanas, pero la oración
perseverante, la confiada súplica, el íntimo deseo de cumplir la voluntad de
Dios, conseguirán de nosotros que amemos lo que Él manda.
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