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Tener dudas y hacerse
preguntas es sano; guardarlas en secreto, no
Ø 4 pasos
para conversar sobre la fe con tus adolescentes: si no lo haces, ésta se
debilita y muere
Es mejor que los
hijos planteen sus dudas de fe que mantenerlas en silencio... hay que generar
momentos para hablar -los hijos- de Dios y la fe
19 agosto
2019 - Historias de evangelización
No poder
hablar de sus dudas acerca de Dios o la religión daña la fe de los jóvenes.
El Fuller Youth Institute, una institución cristiana de EEUU, hizo un análisis siguiendo durante 3 años a 500 jóvenes cristianos practicantes, de 18 a 21 años, sus tres primeros años en la universidad.
El Fuller Youth Institute, una institución cristiana de EEUU, hizo un análisis siguiendo durante 3 años a 500 jóvenes cristianos practicantes, de 18 a 21 años, sus tres primeros años en la universidad.
Uno de sus
hallazgos fue descubrir que 7 de cada 10 jóvenes practicantes (que
aún iban a la iglesia) tenía dudas y dificultades serias respecto
a la fe, pero que menos de la mitad de esos jóvenes con dudas hablaba
de ellas con un adulto o un amigo.
El estudio
mostraba también que los que jóvenes que hablaban de temas de fe, incluyendo
dudas, con sus padres y amigos, tenían una fe más madura y firme.
"Lo tóxico no son las dudas, sino el silencio"
"No
hay duda de que lo que es tóxico para la fe no son las dudas, sino el
silencio", señalan Kara Powell y
Steven Argue, del Fuller Youth Institute, en su libro Growing With.
Powell y
Argue constatan lo que otros estudios han señalado: incluso entre jóvenes
que han ido a la iglesia toda su vida, se ha perdido la capacidad de hablar de
la fe con sus padres y con sus iguales. Lo comparan a un niño, quizá
adoptado, que pasó la infancia en un país, pero ahora, en otra cultura ha
olvidado el idioma de su país natal. Y eso es grave, porque la fe entra en la
vida de forma natural cuando se internaliza con el lenguaje y los
comportamientos.
Los padres
dicen en las encuestas que les cuesta hablar de fe con sus hijos
porque tienen miedo a decir algo técnica o teológicamente erróneo. O temen
parecer ignorantes sobre muchas materias, y así debilitar la fe de sus
hijos.
Powell y
Argue responden que "no necesitamos ser teólogos ni
supercristianos para hablar con nuestros hijos sobre nuestra fe o la
suya".
Dan ideas para
intentarlo, porque no hacerlo, el silencio, es mucho más nocivo que una
inexactitud o un error teológico: el silencio transmite al joven la
idea de que las cosas de Dios son irrelevantes en la vida real, o vergonzantes,
o falsas (e hipócritas) o complicadísimas y ajenas.
Empezar a
hablar de fe con adolescentes y jóvenes es tan raro como empezar a hablar un
idioma nuevo y el inicio puede ser torpe. Pero rápidamente se dan grandes
pasos.
1. Crea
espacios para hablar de la fe
Los padres
han de crear espacios para conversar con sus hijos adolescentes de cosas
importantes, sin regañarles ni pasarles listas de "cosas que has
de hacer y no has hecho". Por lo general son charlas de
tú a tú, sin otros hermanos alrededor, quizá sólo un padre con un
hijo.
En esas
charlas distendidas se habla de los amigos, de política, del amor, de
las cosas que pasan. Y de Dios. Un padre puede invitar a un hijo a un
helado o a un chocolate, o más adelante a un café, y hablar de estas cosas. O
tener la costumbre de dar un paseo, o hablar al ir en coche.
Steven
Argue en estos espacios pregunta a sus hijas: "Dime algo que
piensas que yo creo y que tú no crees". Nos puede asustar pensar
que nuestro hijo piense distinto en temas importantes, pero Argue señala que
para crecer en la fe se necesitan "conversaciones honestas con
regularidad".
Kara Powell
pregunta a sus hijos sobre "sentir", lo que se "siente". No
es un examen de teología. "¿Cuándo te sientes más cerca de
Dios?", pregunta. Una responde que en la soledad y la naturaleza.
Otro que cuando va a la iglesia con sus amigos. La relación entre un
alma joven y Dios es muy íntima, distinta en cada persona: los chicos han de
sentir que pueden hablar de ello sin ser regañados o castigados. Pero
hay que invitarles a hablar con preguntas.
2. Déjalo
claro: hacerse preguntas sobre la fe está bien
Hacerse
preguntas sobre la fe está bien, tan bien como hacerlas sobre la vida, la
muerte, el amor, el bien, qué hacer con tu vida, cómo ser feliz...¡los grandes
temas!
Un chaval
puede tener miedo de hacer preguntas en voz altas. El padre puede decir
que "la fe a los 16 o 19 años no puede ser igual que a los 8 años; si
se ha quedado igual, es como seguir llevando un traje infantil, de
marinerito".
Hay que
repetirlo: hacer preguntas está bien. En entornos católicos, muchas
preguntas se pueden responder acudiendo al
Catecismo. Puede ser útil acudir también al YouCat, el Catecismo para
jóvenes.
A veces,
las dudas tienen que ver con concepciones muy erróneas sobre Dios o la fe. Si
un joven dice "creo que ya no creo en Dios", lo mejor es
preguntar "cuéntame más sobre ese Dios en el que no crees".
Probablemente era una parodia lejana del Dios cristiano, no el Dios de Abraham,
Isaac, Jacob, Jesús y la Iglesia.
Pero
probablemente en muchos casos las respuestas simplistas no basten. "Lo
dice el Catecismo y punto" no ayuda cuando hay dudas
existenciales, vivenciales. Es bueno invitar a seguir hablando del tema con
otros adultos, con catequistas, misioneros, personas que aprecian o admiran,
otros jóvenes...
En
ReligionEnLibertad es posible contactar, por ejemplo, a sacerdotes
blogueros o consultar aquí al padre José Juan Hernández en su
Consultorio moral y espiritual.
Tampoco es
bueno al tratar con jóvenes hacerles elegir entre dos paquetes cerrados: "o
crees todo este paquete, o estás fuera y eres ateo e impío". ¡A corto
plazo siempre es más cómodo ser ateo e impío!
Es mejor animar
a buscar formas creativas de explorar la fe. Quizá se niega a ir a misa, pero
puede aceptar ir a retiros de jóvenes, peregrinaciones, grupos
juveniles... Quizá se niega a ir a la misa de tu parroquia, no a otras
misas. Hay que evitar el "todo a nada" a esta edad.
3. Los
padres han de contar su historia de fe
Decía el
antropólogo Mircea Elíade que el primer rito debe ser la recitación del
mito, es decir, contar "la gran historia" de nuestra tribu y los
dioses. O la de tu familia y Dios. Quizá la contaste a tus hijos cuando
eran niños, pero hay que contarla otra vez ahora, pensando en
adolescentes y jóvenes adultos.
¿Cómo
optaste por Dios? ¿Cómo lo encontraste? ¿Cómo tratabas a Dios en tu juventud y
adolescencia? ¿Cómo guió a tu familia, tu historia?
También has
de contar en familia lo que Dios hace en tu día a día. Y eso formará parte de
la vida espiritual de tus hijos: será su punto de partida, explica Steven
Argue.
4. Atento
a las distintas edades y fases espirituales: hay 3
Entre los 13 y los 18 años muchos
adolescentes están dispuestos a estudiar temas, a leerlos o escucharlos en
tutoriales de YouTube o podcasts. Los padres deben animarles a hablar
con expertos, leer artículos, escuchar vídeos adecuados... Los padres
pueden hacer un seguimiento, preguntarles "qué has aprendido sobre ese
tema" y "¿esas respuestas plantean nuevas preguntas?"
Hay que ser pacientes, porque los
chicos a estas edades pueden ser muy exigentes y acusar a todos de hipócritas,
o de blandos, o de exagerados... De hecho, lo pueden ser hasta los 22 años (o
más), y son más tratables cuando ya salen al mundo a empezar a trabajar, hacen
decisiones importantes y toman las riendas de la vida adulta.
Cuando jóvenes o adolescentes
critican a su familia por temas de fe, puede ser útil animarles a que
enumeren también algunas cosas buenas y valiosas de la fe que han visto o
aprendido en casa, la parroquia o la escuela: que no se instalen en la
queja. ¿Qué cosas aprecian de esa fe?
El joven puede establecerse en la duda. El padre debe
reconocer que la duda es algo válido y necesario, pero no para
construir la vida sobre ella. Debe animar al joven a explorar más allá
de la duda, a buscar nuevas respuestas... y nuevas preguntas.
A partir de los 23 o 24 años los
jóvenes ya han logrado algunos éxitos: han aprendido un oficio, ganan algún
dinero... y ahora se preguntan qué huella va a dejar su vida en el
mundo.Tienen aspiraciones y temores a fallar. Se preguntan: "¿qué va
mal en el mundo y qué puedo hacer yo al respecto?"
Este es el momento de hablar
con ellos de la vocación y de las relaciones, en serio, y eso incluye a
Dios. ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Qué dones nos ha dado? ¿A qué nos
invita?Los padres, una vez más, buscan conversar, no dar lecciones (aunque
pueden contar su testimonio).
Es también momento de conectar con más adultos con
vocaciones y pasiones similares... y hablar con ellos de lo espiritual.
"Necesitamos la paz y la
fuerza que vienen de saber que Dios nos ama a cada uno de nosotros y nos desea
una vida plena. Podemos descansar al saber que, así como queremos que
nuestros hijos crean en Dios, Dios siempre creerá en ellos. Y en nosotros",
escriben Powell y Argue.
Vida Cristiana
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