jueves, 24 de octubre de 2019

En el rostro de Cristo está el rostro de Dios


El rostro de Jesucristo

Brevemente otros textos  
(cfr. Domingo 30 del tiempo ordinario Ciclo C,  27 de octubre de 2019)

v  En el rostro de Cristo está el rostro de Dios

o   Toda la vida de Cristo es revelación del Padre

§  Jesús puede decir: «Quien me ve a mí, ve al Padre»
·  Catecismo de la Iglesia Católica, n. 516: Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús - Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: «Quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14, 9), y el Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadle» (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho para cumplir la voluntad del Padre (Cf Hb 10, 5-7), nos «manifestó el amor que nos tiene» (1 Jn 4, 9) incluso con los rasgos más sencillos de sus misterios.

· San Josemaría, Es Cristo que pasa, 179: ¿Por qué muchos ignoran o se encaran con Cristo?: “No lo conocen, ni han visto la belleza de su rostro”.

·         San Ireneo de Lyon, obispo [1], del tratado  Contra las herejías (Libro 4, 20, 4-5: SC
100, 634-640).

v  Cuando venga Cristo, Dios será visto por los hombres

“Los profetas, pues, anunciaban por anticipado que Dios sería visto por los hombres, conforme a lo que dice también el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mateo 5,8).
Ciertamente, según su grandeza y gloria inenarrable, nadie puede ver a Dios y quedar con vida, pues el Padre es incomprensible (Cfr. Éxodo 33,20).  
Sin embargo, según su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia, el Padre llega hasta a conceder a quienes le aman el privilegio de ver a Dios, como profetizaban los profetas, pues lo que el hombre no puede, lo puede Dios (Lucas 18, 27).
El hombre por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el reino de los cielos como Padre. En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios.
Pues, del mismo modo que quienes ven la luz están en la luz y perciben su esplendor, así también los que ven a Dios están en Dios y perciben su esplendor. Ahora bien, la claridad divina es vivificante. Por tanto, los que contemplan a Dios tienen parte en la vida divina”.

Vida Cristiana



[1] n. Esmirna, Asia Menorc. 130 - m. Lyon, c. 202, fue obispo de la ciudad de Lyon desde 189.


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