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Mensaje del Papa Juan Pablo II para la XIX Jornada Mundial de
la Juventud 2004
«Queremos ver a Jesús»
(Juan 12, 21) 22
febrero 2004
¡Queridos jóvenes!
1. El año 2004 constituye la última etapa antes de la gran cita de Colonia, donde en el año 2005 se celebrará la XX Jornada Mundial de la Juventud. Os invito, por tanto, a intensificar vuestro camino de preparación espiritual, meditando en el tema que he escogido para esta XIX Jornada Mundial «Queremos ver a Jesús» (Juan 12, 21).
1. El año 2004 constituye la última etapa antes de la gran cita de Colonia, donde en el año 2005 se celebrará la XX Jornada Mundial de la Juventud. Os invito, por tanto, a intensificar vuestro camino de preparación espiritual, meditando en el tema que he escogido para esta XIX Jornada Mundial «Queremos ver a Jesús» (Juan 12, 21).
o
Unos “griegos” quieren ver a Jesús
Es la pregunta que unos «griegos» hicieron un día a los
apóstoles. Querían saber quién era Jesús. No se trataba simplemente de saber
cómo era el hombre Jesús. Movidos por una gran curiosidad y por el
presentimiento de que encontrarían respuesta a sus preguntas fundamentales,
querían saber quién era verdaderamente y de dónde venía.
o
Que la búsqueda no esté motivada sólo por la
curiosidad intelectual, que ya de por sí es un valor, sino que esté alentada
sobre todo por la íntima exigencia de encontrar la respuesta a la pregunta por
el sentido de vuestra vida.
2. Queridos jóvenes, os invito también a vosotros a imitar a
esos «griegos» que se dirigieron a Felipe, movidos por el deseo de «ver a
Jesús». Que vuestra búsqueda no esté motivada sólo por la curiosidad
intelectual, que ya de por sí es un valor, sino que esté alentada sobre todo
por la íntima exigencia de encontrar la respuesta a la pregunta por el sentido
de vuestra vida. Al igual que el joven rico del Evangelio, buscad también
vosotros a Jesús para plantearle la pregunta: «¿Qué he de hacer para tener en
herencia vida eterna?» (Marcos 10, 17).
o
Es Jesús quien nos ve y ama antes de que le
busquemos.
El evangelista Marcos aclara que Jesús fijó en él su mirada
y le amó. Recordad también otro pasaje, en el que Jesús le dice a Natanael:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi»,
sacando del corazón de aquel israelita en el que no había engaño (Cf. Juan 1,
47) una bella profesión de fe: «Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de
Israel» (Juan 1, 49). Quien se acerca a Jesús con un corazón libre de
prejuicios puede llegar más fácilmente a la fe, pues ha sido Jesús mismo quien le
ha visto y amado antes. El aspecto más sublime de la dignidad del hombre está
precisamente en su vocación de comunicarse con Dios en este profundo
intercambio de miradas que transforma la vida. ¡Para ver a Jesús, es necesario
ante todo dejarse guiar por él!
o
El deseo de ver a Dios se encuentra en el
corazón de todo hombre y de toda mujer.
El deseo de ver a Dios se encuentra en el corazón de todo
hombre y de toda mujer. Queridos jóvenes, dejaos mirar a los ojos por Jesús
para que crezca en vosotros el deseo de ver la Luz, de experimentar el
esplendor de la Verdad. Ya sea que seamos o conscientes o no, Dios nos ha
creado porque nos ama para que por nuestra parte le amemos. Este es el motivo
de la inapagable nostalgia de Dios que el ser humano lleva en el corazón: «Tu
rostro busco, Señor, no me escondas tu rostro» (Salmo 27, 8). Este rostro, como
sabemos, Dios nos lo ha revelado en Jesucristo.
o
La necesidad de hacer silencio en nuestro
interior, para hacer la experiencia del encuentro con Jesús.
§ El
cristianismo no es simplemente una doctrina; es un encuentro en la fe con Dios,
presente en nuestra historia con la encarnación de Jesús.
3. ¿Queréis también vosotros, queridos jóvenes, contemplar
la belleza de este rostro? Esta es la pregunta que os dirijo en esta Jornada
Mundial de la Juventud del año 2004. No respondáis demasiado de prisa. Ante
todo haced silencio en vuestro interior. Dejad que emerja desde lo profundo del
corazón ese ardiente deseo de ver a Dios, deseo en ocasiones sofocado por los
ruidos del mundo y por las seducciones de los placeres. Dejad que emerja ese
deseo y haréis la maravillosa experiencia del encuentro con Jesús. El cristianismo no es simplemente una
doctrina; es un encuentro en la fe con Dios, presente en nuestra historia con
la encarnación de Jesús.
o
Buscar a Jesús en los acontecimientos de la vida
y en el rostro de los demás; pero buscadle también con los ojos del alma a
través de la oración y de la meditación de la Palabra de Dios.
Tratad con todos los medios de que este encuentro sea posible,
dirigiendo la mirada hacia Jesús que os busca apasionadamente. Buscadle con los
ojos de la carne en los acontecimientos de la vida y en el rostro de los demás;
pero buscadle también con los ojos del alma a través de la oración y de la
meditación de la Palabra de Dios pues «la contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice
la Sagrada Escritura» («Novo millennio ineunte», 17).
o
No distraernos en la búsqueda del rostro de
Cristo. El pecado distrae los ojos de Dios.
4. Ver a Jesús, contemplar su rostro, es un deseo
inapagable, pero es también un deseo que el ser humano por desgracia puede
deformar. Es lo que sucede con el pecado, cuya esencia está precisamente en
distraer los ojos del Creador para dirigirlos a la criatura. Aquellos «griegos»
que buscaban la verdad no hubieran podido acercarse a Cristo, si su deseo,
alentado por un acto libre y voluntario, no se hubiera concretado en una
decisión clara: «Queremos ver a Jesús». Ser verdaderamente libres significa
tener la fuerza para escoger a Aquél por el que hemos sido creados y para
aceptar su señorío en nuestra vida. Lo percibís en lo profundo de vuestro
corazón: todos los bienes de la tierra, todos los éxitos profesionales, el
mismo amor humano que soñáis no podrán satisfacer plenamente vuestras
expectativas más íntimas y profundas. Sólo el encuentro con Jesús podrá dar
pleno sentido a vuestra vida: «Nos hiciste, Señor, para ti e inquieto está
nuestro corazón hasta que descanse en ti» escribió san Agustín («Confesiones», I,
1). No os dejéis distraer en esta búsqueda. Perseverad en ella, porque de ello
depende vuestra plena realización y vuestra alegría.
o
El descubrimiento de Jesús en la Eucaristía y en
el prójimo.
§ El
olvido de sí aleja del amor posesivo y narcisista. La Eucaristía es escuela de libertad y de
caridad.
5. Queridos amigos, si aprendéis a descubrir a Jesús en la
Eucaristía, sabréis descubrirlo también en vuestros hermanos y hermanas, en
particular en los más pobres. La Eucaristía recibida con amor y adorada con
fervor se convierte en escuela de libertad y de caridad para realizar el
mandamiento del amor. Jesús nos habla el lenguaje maravilloso de la entrega de
sí y del amor hasta el sacrificio de la propia vida. ¿Es algo fácil? No, ¡lo
sabéis! El olvido de sí no es fácil; aleja del amor posesivo y narcisista para
abrir al hombre a la alegría del amor que se entrega. Esta escuela eucarística
de libertad y de caridad enseña a superar las emociones superficiales para
arraigarse firmemente en lo que es verdadero y bueno; libera de la cerrazón en
uno mismo y predispone a la apertura a los demás; enseña a pasar de un amor
afectivo a un amor efectivo. Porque amar no es sólo un sentimiento; es un acto
de voluntad que consiste en preferir de manera constante el bien del otro al
bien propio: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos»
(Juan 15, 13).
§ Con
la libertad interior y la caridad Jesús nos enseña a encontrarle en los demás.
Con esta libertad interior y esta ardiente caridad Jesús nos
enseña a encontrarle en los demás, en primer lugar en el rostro desfigurado del
pobre. A la beata Teresa de Calcuta le gustaba entregar una «tarjeta de visita»
en la que estaba escrito: «Fruto del silencio es la oración; fruto de la
oración la fe, fruto de la fe el amor, fruto del amor el servicio, fruto del
servicio la paz». Este es el camino del encuentro con Jesús. Salid al paso de
todos los sufrimientos humanos con el empuje de vuestra generosidad y con el
amor que Dios infunde en vuestros corazones por medio del Espíritu Santo: «En
verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños,
a mí me lo hicisteis» (Mateo 25, 40). ¡El mundo tiene necesidad urgente del
gran signo profético de la caridad fraterna! No es suficiente, de hecho,
«hablar» de Jesús; en cierto sentido hay que hacérselo «ver» con el testimonio
elocuente de la propia vida (Cf. «Novo millennio ineunte», 16).
o
Buscar a Cristo y reconocer su presencia en la
Iglesia.
Y no os olvidéis de buscar a Cristo y de reconocer su
presencia en la Iglesia. Es como la prolongación de su acción salvadora en el
tiempo y en el espacio. En ella y por medio de ella Jesús sigue haciéndose
visible hoy y haciendo que le encuentren los hombres. En vuestras parroquias,
movimientos y comunidades, acogeos mutuamente para hacer que crezca la comunión
entre vosotros. Este es el signo visible de la presencia de Cristo en la
Iglesia, a pesar del opaco diafragma que con frecuencia interpone el pecado de
los hombres.
o
No nos sorprendamos si en nuestro camino nos encontramos
con la Cruz.
6. No os sorprendáis, después, si en vuestro camino os
encontráis con la Cruz. ¿Acaso no dijo Jesús a sus discípulos que el grano de
trigo tiene que hundirse en la tierra y morir para poder dar mucho fruto? (Cf.
Juan 12, 23-26). Con estas palabras quería decir que su vida entregada hasta la
muerte sería fecunda. Ya lo sabéis: tras la resurrección de Cristo, la muerte
no tendrá la última palabra. El amor es más fuerte que la muerte. Si Jesús
aceptó morir en la cruz, haciendo de ella el manantial de la vida y el signo
del amor, no es ni por debilidad, ni por gusto por el sufrimiento. Es para
alcanzarnos la salvación y hacernos ya desde ahora partícipes en su vida
divina.
§ La Cruz es signo del amor de Jesús por la
humanidad. Sólo hay salvación y redención
en Cristo, muerto y resucitado.
Esta es precisamente la verdad que quise recordar a los
jóvenes del mundo al entregarles una gran Cruz de madera al final del Año Santo
de la Redención, en 1984. Desde entonces, ha recorrido los diferentes países
preparando vuestras Jornadas Mundiales. Centenares de miles de jóvenes han
rezado en torno a esa Cruz. Al poner a su pies el peso que cada uno lleva en
sus espaldas, han descubierto que son amados por Dios y muchos han encontrado
también la fuerza para cambiar de vida. Este año, en el vigésimo aniversario de
aquel acontecimiento, la Cruz será acogida solemnemente en Berlín, desde donde
recorrerá toda Alemania en peregrinación hasta llegar el próximo año a Colonia.
Deseo repetiros hoy las palabras que pronuncié entonces: «Queridos jóvenes...,
¡os confío la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del
Señor Jesús por la humanidad y anunciad a todos que sólo hay salvación y
redención en Cristo, muerto y resucitado».
o
Nuestros contemporáneos esperan que seamos los
testigos de Aquél con el que nos hemos encontrado y que es nuestra vida.
7. Vuestros contemporáneos esperan que seáis los testigos de
Aquél con el que os habéis encontrado y que es vuestra vida. Sed testigos
intrépidos en la vida cotidiana del amor que es más fuerte que la muerte. ¡A
vosotros os corresponde recoger el desafío! Poned vuestros talentos y vuestro
ardor juvenil al servicio del anuncio de la Buena Noticia. Sed los amigos
entusiastas de Jesús que presentan al Señor a quienes desean verle, sobre todo
a quienes están más lejos de Él. Felipe y Andrés llevaron a aquellos «griegos»
a Jesús: Dios se sirve de la amistad humana para llevar los corazones al
manantial de la caridad divina. Sentíos responsables de la evangelización de
vuestros amigos y de todos los de vuestra edad.
o
María
durante toda la vida se dedicó asiduamente a la contemplación del rostro de
Cristo.
Que la Bienaventurada Virgen María, que durante toda la vida
se dedicó asiduamente a la contemplación del rostro de Cristo os guarde
constantemente bajo la mirada de su Hijo (Cf. «Rosarium Virginis Mariæ», 10) y
que os apoye en la preparación de la Jornada Mundial de Colonia, a la que os
invito a prepararos ya desde ahora con entusiasmo responsable y efectivo. La Virgen
de Nazaret, como madre atenta y paciente, modelará en vosotros un corazón
contemplativo y os enseñará a fijar la mirada en Jesús para que, en este mundo
que pasa, seáis profetas del mundo que no muere.
Con afecto os imparto una
especial bendición para que os acompañe en vuestro camino.
Desde el Vaticano, 22 de febrero de 2004
Desde el Vaticano, 22 de febrero de 2004
Vida Cristiana
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