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Ø Miércoles de Ceniza (26 de febrero de 2020). Dios invita a una auténtica conversión a Él, de todo Corazón La reconciliación con Dios. El esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana: el corazón contrito es atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero. La importancia de las tres obras de misericordia – limosna, oración y ayuno – que propone Jesús en el Evangelio de hoy.
v
Cfr. Benedicto XVI, Homilía del Miércoles de
Ceniza
9 de marzo de 2011
Joel 2, 12-18; Salmo responsorial 50, 3-4, 5-6ª.12-13, 14 y 17; 2
Corintios 5, 20-6,2; Mateo 6, 1-6.15-18
Queridos hermanos y hermanas:
o El
tiempo de Cuaresma es un don precioso de Dios, es el itinerario hacia la Pascua del Señor.
Comenzamos hoy el tiempo litúrgico de Cuaresma con el
sugestivo rito de la imposición de la ceniza, a través del cual queremos asumir
el compromiso de orientar nuestro corazón hacia el horizonte de la Gracia. Por lo
general, en la opinión de la mayoría, este tiempo corre el peligro de evocar
tristeza, el tono gris de la vida. En cambio, es un don precioso de Dios, es un
tiempo fuerte y denso de significado en el camino de la Iglesia ; es el itinerario
hacia la Pascua
del Señor. Las lecturas bíblicas de la celebración de hoy nos ofrecen
indicaciones para vivir en plenitud esta experiencia espiritual.
o En
la primera lectura Dios invita a una auténtica conversión a Él, reconociendo su
santidad, su poder y su grandeza. Esto es posible porque Dios es rico en
misericordia y grande en el amor.
§
El
período cuaresmal es un camino de cuarenta días en el que podemos experimentar
de manera eficaz el amor misericordioso de Dios.
«Convertíos a mí de todo corazón» (Jl 2, 12). En la
primera lectura, tomada del libro del profeta Joel, hemos escuchado estas
palabras con las que Dios invita al pueblo judío a un arrepentimiento sincero,
no ficticio. No se trata de una conversión superficial y transitoria, sino de
un itinerario espiritual que concierne en profundidad a las actitudes de la
conciencia, y supone un sincero propósito de enmienda. El profeta, con el fin
de invitar a una penitencia interior, a rasgar el corazón, no las vestiduras
(cf. 2, 13), se inspira en la plaga de la invasión de langostas que asoló al
pueblo destruyendo los cultivos. Se trata, por tanto, de poner en práctica una
actitud de auténtica conversión a Dios —volver a él—, reconociendo su santidad,
su poder, su grandeza. Esta conversión es posible porque Dios es rico en
misericordia y grande en el amor. Su misericordia es una misericordia
regeneradora, que crea en nosotros un corazón puro, renueva por dentro con
espíritu firme, devolviéndonos la alegría de la salvación (cf. Sal 50, 14).
Como dice el profeta, Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva (cf. Ez 33, 11). El profeta Joel ordena, en nombre del Señor,
que se cree un ambiente penitencial propicio: es necesario tocar la trompeta,
convocar la asamblea, despertar las conciencias. El período cuaresmal nos
propone este ámbito litúrgico y penitencial: un camino de cuarenta días en el
que podamos experimentar de manera eficaz el amor misericordioso de Dios. Hoy
resuena para nosotros la llamada: «Convertíos a mí de todo corazón». Hoy somos
nosotros quienes recibimos la llamada a convertir nuestro corazón a Dios,
siempre conscientes de que no podemos realizar nuestra conversión sólo con
nuestras fuerzas, porque es Dios quien nos convierte. Él nos sigue ofreciendo
su perdón, invitándonos a volver a él para darnos un corazón nuevo, purificado
del mal que lo oprime, para hacernos partícipes de su gozo. Nuestro mundo
necesita ser convertido por Dios, necesita su perdón, su amor; necesita un
corazón nuevo.
§ San
Pablo invita a la reconciliación con Dios (segunda lectura). El esfuerzo de
conversión no es sólo una obra humana: el corazón contrito es atraído y movido
por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado
primero.
«Dejaos reconciliar con Dios» (2 Co 5, 20). En la segunda
lectura, san Pablo nos ofrece otro elemento del camino de la conversión. El
Apóstol invita a desviar la mirada de él, y a dirigir la atención hacia quien
lo envió y al contenido de su mensaje: «Nosotros actuamos como enviados de
Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre
de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (ib.). Un enviado transmite
lo que escuchó de labios de su Señor y habla con la autoridad y dentro de los
límites que ha recibido. Quien desempeña la función de enviado no debe atraer
la atención sobre sí mismo, sino que debe ponerse al servicio del mensaje que
debe transmitir y de quien lo envió. Así actúa san Pablo al desempeñar su
ministerio de predicador de la
Palabra de Dios y de Apóstol de Jesucristo. Él no se echa
atrás ante la misión recibida, sino que la desempeña con entrega total,
invitando a abrirse a la Gracia ,
a dejar que Dios nos convierta: «Como cooperadores suyos, —escribe— os
exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios» (2 Co 6, 1). «La llamada
de Cristo a la conversión —nos dice el Catecismo de
la Iglesia católica— sigue resonando en la vida de los cristianos.
(...) Es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que “recibe en su
propio seno a los pecadores” y que, “santa al mismo tiempo que necesitada de
purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación”. Este
esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del “corazón
contrito” (Sal 51, 19), atraído y movido por la gracia a responder al amor
misericordioso de Dios que nos ha amado primero» (n. 1428). San Pablo habla a
los cristianos de Corinto, pero a través de ellos quiere dirigirse a todos los
hombres. En efecto, todos tienen necesidad de la gracia de Dios, que ilumine la
mente y el corazón. El Apóstol apremia: «Ahora es el tiempo favorable, ahora es
el día de la salvación» (2 Co 6, 2). Todos pueden abrirse a la acción de Dios,
a su amor; con nuestro testimonio evangélico, los cristianos debemos ser un
mensaje viviente, más aún, en muchas ocasiones somos el único Evangelio que los
hombres de hoy todavía leen. He aquí nuestra responsabilidad siguiendo las
huellas de san Pablo; he aquí un motivo más para vivir bien la Cuaresma : dar testimonio
de fe vivida en un mundo en dificultad, que necesita volver a Dios, que
necesita convertirse.
o Jesús
en el Evangelio de hoy nos habla de las tres obras de misericordia
fundamentales previstas por la ley de Moisés: la limosna, la oración y el
ayuno. Nos las propone invitando a vivirlas de manera profunda, no por amor propio sino por amor a Dios.
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los
hombres para ser vistos» (Mt 6, 1). Jesús, en el Evangelio de hoy, hace una
relectura de las tres obras de misericordia fundamentales previstas por la ley
de Moisés. La limosna, la oración y el ayuno caracterizan al judío observante
de la ley. Con el transcurso del tiempo, estas prescripciones cayeron en el
formalismo exterior, o incluso se transformaron en un signo de superioridad.
Jesús pone de relieve una tentación común en estas tres obras de misericordia.
Cuando se realiza una obra buena, casi por instinto surge el deseo de ser
estimados y admirados por la buena acción, es decir, se busca una satisfacción.
Y esto, por una parte, nos encierra en nosotros mismos y, por otra, nos hace
salir de nosotros mismos, porque vivimos proyectados hacia lo que los demás
piensan de nosotros y admiran en nosotros. El Señor Jesús, al proponer de nuevo
estas prescripciones, no pide un respeto formal a una ley ajena al hombre,
impuesta como una pesada carga por un legislador severo, sino que invita a
redescubrir estas tres obras de misericordia viviéndolas de manera más
profunda, no por amor propio, sino por amor a Dios, como medios en el camino de
conversión a él. Limosna, oración y ayuno: es el camino de la pedagogía divina
que nos acompaña, no sólo durante la Cuaresma , hacia el encuentro con el Señor
resucitado; un camino que hemos de recorrer sin ostentación, con la certeza de
que el Padre celestial sabe leer y ver también en lo secreto de nuestro
corazón.
Queridos hermanos y hermanas, comencemos confiados y
gozosos el itinerario cuaresmal. Cuarenta días nos separan de la Pascua ; este tiempo «fuerte»
del Año litúrgico es un tiempo favorable que se nos ofrece para esperar, con
mayor empeño, en nuestra conversión, para intensificar la escucha de la Palabra de Dios, la
oración y la penitencia, abriendo el corazón a la acogida dócil de la voluntad
divina, para practicar con más generosidad la mortificación, gracias a la cual
podamos salir con mayor liberalidad en ayuda del prójimo necesitado: un
itinerario espiritual que nos prepara a revivir el Misterio pascual.
Que María, nuestra guía en el camino cuaresmal, nos lleve
a un conocimiento cada vez más profundo de Cristo, muerto y resucitado; nos
ayude en el combate espiritual contra el pecado; y nos sostenga al invocar con
fuerza: «Converte nos, Deus, salutaris
noster», «Conviértenos a ti, oh Dios, nuestra salvación». Amén.
Vida Cristiana
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