8 de Febrero del 2015
Vámonos
a otra parte:
Si
la palabra de la verdad fuese un credo de idas sobre Dios, lo normal
sería que esas ideas las propusiéramos en primer lugar a los
poderosos, a los sabios, a los entendidos, a los expertos. Les
encantaría disertar sobre ellas.
Pero
al ser esa palabra un evangelio, al tratarse del mensaje de la cruz,
sólo la podremos anunciar a los pequeños, a los débiles, a lo
necio del mundo, a los oprimidos, a los náufragos de todas las
fronteras, a los emigrantes de todos los caminos, a los pobres, a
gentes que, desde su indigencia, abracen lo que el rico despreciaría
desde su suficiencia.
La
misión de curar corazones quebrantados no es aventura de díscolos
ni opción de partido político, sino obediencia de ungidos por el
Espíritu de Dios. Es él quien nos ha enviado, es él quien ha
puesto en los caminos de los pobres a Cristo Jesús y al cuerpo
de Cristo que es la Iglesia.
Así
había visto el profeta a Jesús: proclamando a los cautivos la
libertad y a los ciegos la vista, poniendo en libertad a los
oprimidos y proclamando para los pecadores un jubileo que nunca
tendrá fin.
Así
vieron a Jesús los testigos de su palabra y de sus obras:
proclamando el evangelio de Dios, la llegada del reino de Dios, y
pidiendo, para entrar en él, la conversión y la fe. Jesús se
acerca a los enfermos, los toma de la mano, se queda con su fiebre,
los contagia de su resurrección.
Cristo
Jesús, la palabra de la verdad, ha venido a sanar corazones
quebrantados, a vendar heridas, a expulsar demonios. La palabra de la
verdad no busca adoctrinar sino liberar, no se ocupa de ideas que el
hombre pueda tener sobre Dios sino de la salvación que Dios ofrece a
quien la necesita.
La
palabra de la verdad es el evangelio de la salvación. ¡Ay de mí si
no lo anuncio!
El
camino de los discípulos de Jesús es el de ese hombre cuyos días
se consumen sin esperanza, el de los que mueren antes aun de saber
por experiencia que la vida es un soplo, el de los que son
predilectos de Dios porque son pobres.
Hoy
comulgas con tu Señor. En esa comunión él te toma de la mano, se
queda con tu muerte, te levanta con su resurrección. Y tú,
Iglesia cuerpo de Cristo, ungida con su mismo Espíritu, eres enviada
como él a sanar, liberar y perdonar: ¡Si dejases de ir con Cristo,
dejarías de ser de Cristo!
Feliz
domingo.
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