lunes, 27 de marzo de 2017
Domingo 22 del tiempo ordinario, Ciclo B. (2012). La pureza de corazón. El saneamiento del corazón. En este domingo el mensaje que nos da el Señor es claro: e necesario honrarle con el corazón, no con los labios. San Agustín afirma a este propósito (Sermo 88,6): «Toda nuestra obra en esta vida, queridos hermanos, consiste en curar los ojos del corazón para que puedan ver a Dios». Las perversidades de los hombres salen de dentro, del corazón, y contaminan al hombre.
1 Domingo 22 del tiempo ordinario, Ciclo B. (2012). La pureza de corazón. El saneamiento del corazón. En este domingo el mensaje que nos da el Señor es claro: e necesario honrarle con el corazón, no con los labios. San Agustín afirma a este propósito (Sermo 88,6): «Toda nuestra obra en esta vida, queridos hermanos, consiste en curar los ojos del corazón para que puedan ver a Dios». Las perversidades de los hombres salen de dentro, del corazón, y contaminan al hombre. Cfr. Dom. 22 tiempo ordinario Año B Deuteronomio 4, 1-2.6-8; Santiago 1, 17-18.21-22.27; Mc 7, 1-8.14-15.21-23; Salmo 15(14) - 2 de septiembre de 2012 Marcos 7 1 . Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. 2. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, 3. - es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, 4 y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas -. 5 Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: « ¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras? » 6 . El les dijo: « Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. 7. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. 8 . Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres. 14 Llamó otra vez a la gente y les dijo: « Oídme todos y entended. 15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. 21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, 22 adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. 23 Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. 1. Evangelio: una enseñanza del Señor sobre la importancia del corazón en el Evangelio de hoy. o Las perversidades salen del corazón y contaminan al hombre. • Marcos 7: 14 Llamó otra vez a la gente y les dijo: « Oídme todos y entended. 15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. 21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, 22 adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. 23 Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. • Cfr. Mateo 15, 1-20 2. En lo profundo del corazón está la raíz de todo bien y, por desgracia, de todo mal. o Catecismo de la Iglesia Católica n. 582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Gálatas 3,24) por medio de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos los alimentos - ... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Marcos 7,18-21). (…) Del corazón del hombre brotan las pasiones n. 1764 Las pasiones son componentes naturales del psiquismo humano, constituyen el lugar de paso y aseguran el vínculo entre la vida sensible y la vida del espíritu. Nuestro Señor señala al corazón del hombre como la fuente de donde brota el movimiento de las pasiones (cf Marcos 7, 21). 2 o Para que la sociedad asuma un rostro verdaderamente humano y todos puedan afrontar el futuro con confianza, es necesario rehacer al hombre desde dentro. • Juan Pablo II, 22 de junio de 2003, Discurso en Banja Luka (Bosnia): Para que la sociedad asuma un rostro verdaderamente humano y todos puedan afrontar el futuro con confianza, es necesario rehacer al hombre desde dentro, curando las heridas y realizando una auténtica purificación de la memoria mediante el perdón recíproco. En lo profundo del corazón está la raíz de todo bien y, por desgracia, de todo mal (cf. Marcos 7,21-23). Allí es donde debe tener lugar el cambio, gracias al cual será posible renovar el entramado social y entablar relaciones humanas abiertas a la colaboración entre las fuerzas vivas del país. 2. La interioridad del hombre es una realidad que hemos de cultivar: es la novedad más profunda del perfeccionamiento del Antiguo Testamento realizado por Jesús. La constante conversión. o Un elenco de 12 «malas intenciones» que pueden anidar en el corazón y que, en este caso, debe ser objeto de saneamiento, de conversión. Una novedad profunda del perfeccionamiento del AT realizado por Jesús. • Como muchos autores señalan, la novedad más profunda del perfeccionamiento del AT realizado por Jesús es que traslada la ley del exterior al interior, de los labios al corazón, de «fuera» a «dentro» del hombre. Marcos, 7: Los escribas y fariseos piden explicaciones a Jesús porque «algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas» (v. 2). Y preguntan a Jesús: « ¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras? » Jesús denuncia su hipocresía con unos razonamientos muy claros: a) se preocupan de prescripciones solamente exteriores a los que califica como «preceptos de hombres» (v. 7): se aferran a esta «tradición de los hombres» y «dejan el precepto de Dios» (v. 8); b) lo que hace impuro al hombre son «las cosas que salen del hombre» y «nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro» (cfr. vv. 15-16.18-19). Antes de acabar su discurso insistirá: «Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre» (vv. 21-23). Como se ve, son 12 las «malas intenciones» que pueden anidar en el corazón, una realidad interior al hombre que lleva a la materialidad de los gestos exteriores y que debe ser objeto de saneamiento: de conversión. Ya los profetas habían dicho al pueblo de Israel que Dios no aceptaba los sacrificios exteriores (la matanza de terneros y machos cabritos para ofrecerlos a Yahvé) porque tenían el corazón lejos. • Ya los profetas habían dicho al pueblo de Israel que Dios no aceptaba los sacrificios exteriores (la matanza de terneros y machos cabritos para ofrecerlos a Yahvé) porque tenían el corazón lejos: “ ¡Estoy harto de holocaustos de carneros y de grasa de animales cebados! La sangre de novillos, corderos y machos cabríos ¡no la quiero! ... No traigáis más ofrendas vanas. ¡Abomino del humo del incienso! ... dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien: buscad la justicia, proteged al oprimido ....” (cfr. Isaías 1, 10-17); “Este pueblo se me acerca con la boca, pero su corazón está lejos de mi” (Isaías 29, 13); cfr. Amos 5, 21-24). También los salmos (Cfr. 40, 7-9; 50, 5-15; 51, 18-19) destacan los sentimientos que deben inspirar el sacrificio exterior: obediencia, acción de gracias, contrición. El Catecismo de la Iglesia Católica explica muy bien esta problemática cuando dice que el sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual (cfr. nn. 2100; 2611). o Lo que Jesús pide es que nuestras vidas y el culto y los holocaustos no estén desligados de la pureza de corazón. • Lo que Jesús pide es que nuestras vidas y el culto y los holocaustos no estén desligados de la pureza de corazón, del ofrecimiento al Señor de la propia vida, de la búsqueda de la santidad personal y de la justicia y del amor hacia los demás. San Lucas expone, a este respecto, con mucha sencillez las palabras del Señor: “¡Hay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor de Dios!” (Lucas 11,42). 3 • “Jesucristo desenmascara (...) la hipocresía revestida de legalismo. Hay gentes que, so capa de bien, cumpliendo la mera letra de los preceptos, no cumplen su espíritu; no se abren al amor de Dios y del prójimo, y, bajo la apariencia de honorabilidad, apartan a los hombres del verdadero fervor, haciendo intolerable la virtud.1 ” • Sencillas son también otras palabras del Señor a sus discípulos: «No todo el que me dice: Señor, Señor», entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos». o El elemento constitutivo del pecado es un desorden interior, una disposición perversa del corazón. • S. Virgulín Pecado, en P. Rossano/G. Ravasi/ A. Girlanda, Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas 1990: Los pecados concretos y el corazón. Jesús conoce y denuncia los pecados concretos, como la vanidad, el orgullo, la mentira, el apego a las riquezas, la explotación de los demás, el robo, el adulterio, el homicidio (Mt 23,1-26 Mc 7,20ss; 12,38ss; Lc 11,37-52 16,14ss; Lc 19,9-14 Lc 20, 45ss). Sin embargo, para Jesús el elemento constitutivo del pecado es un desorden interior, una disposición perversa del corazón. Efectivamente, el corazón, como sede de los pensamientos y de los deseos, representa la facultad espiritual del hombre, en la que se toman las decisiones relativas a la actividad exterior (Mt 15,10-20 Mc 7,14-23). En esta línea Jesús denuncia como pecados también los actos internos, que están en el origen de las acciones públicas (Mt 5,22 Mt 5,28). 3. La enseñanza de Dios no consiste en la comunicación de nuevas doctrinas o preceptos, sino en una transformación del corazón, que hará al pueblo capaz de observar plenamente la ley de Dios. Este cambio del corazón es atribuido por Ezequiel a la obra del Espíritu (Ez 36, 6-27), • Diccionario Ravasi Cfr. Enseñanza, II, El conocimiento de Dios: El profeta Jeremías, por su parte, anuncia que en los últimos tiempos Dios establecerá con los hijos de Israel una nueva alianza, dentro de la cual escribirá su ley en su corazón, es decir, en lo que, según la Biblia, es el órgano mismo del conocimiento; en consecuencia, afirma: "No tendrán ya que instruirse mutuamente, diciéndose unos a otros: '¡Conoced al Señor!', pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor -dice el Señor-, porque perdonaré su crimen y no me acordaré más de sus pecados" (Jr 31,34). La enseñanza escatológica de Yhwh no consiste en la comunicación de nuevas doctrinas o preceptos, sino en una transformación del corazón, que hará al pueblo capaz de observar plenamente la ley de Dios. Este cambio del corazón es atribuido por Ezequiel a la obra del Espíritu (Ez 36,26-27), que aparece así como el maestro interior del pueblo. Por medio del Espíritu Yhwh desempeñará algún día directamente la función de pastor de Israel (Ez 34,11-16 Jr 23,3 Jr 31,10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (Ez 36,25-27 Jr 31,31-34), conformándolo al de Cristo. • Juan Pablo II, Catequesis 21/10/1998: Jesús, al obtenernos el don del Espíritu con el sacrificio de su vida, cumple la misión recibida del Padre: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (Ez 36,25-27 Jr 31,31-34), conformándolo al de Cristo. Así, el cristiano puede "comprender y llevar a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse" (Evangelium vitae, 49). Esta es la ley nueva, "la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús" (Rm 8,2). Su expresión fundamental, a imitación del Señor que da la vida por sus amigos (Jn 15,13), es la entrega de si mismo por amor: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1Jn 3,14). [La vida según el Espíritu] 4. Catecismo de la Iglesia Católica: la purificación del corazón Tres especies de codicia o concupiscencia 1 Cf.. Nuevo Testamento Eunsa, nota a Lc 11, 37-54. 4 • 2514 San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1 Jn 2, 16 [Vulgata]). Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno mandamiento prohíbe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la codicia del bien ajeno. La concupiscencia es un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. • 2515 En sentido etimológico, la “concupiscencia” puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El apóstol san Pablo la identifica con la lucha que la “carne” sostiene contra el “espíritu” (cf Ga 5, 16.17.24; Ef 2, 3). Procede de la desobediencia del primer pecado (Gn 3, 11). Desordena las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados (cf Concilio de Trento: DS 1515). La tensión en el hombre en la lucha entre tendencias del “espíritu” y de la “carne”. • 2516 En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el “espíritu” y la “carne”. Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual: «Para el apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de las obras —mejor dicho, de las disposiciones estables—, virtudes y vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Ga 5, 25) (Juan Pablo II, Carta enc. Dominum et vivificantem, 55). o La purificación del corazón • 2517 El corazón es la sede de la personalidad moral: “de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones” (Mt 15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón: «Mantente en la simplicidad y en la inocencia, y serás como los niños pequeños que ignoran la perversidad que destruye la vida de los hombres» (Hermas, Pastor 27, 1 [mandatum 2, 1]). Los "corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe • 2518 La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4, 3-9; 2 Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1, 15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe: Los fieles deben creer los artículos del Símbolo “para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen” (San Agustín, De fide et Symbolo, 10, 25). • 2519 A los “limpios de corazón” se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a Él (cf 1 Co 13, 12, 1 Jn 3, 2). La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir al otro como un “prójimo”; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina. o El combate por la pureza • 2520 El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los pecados. 5 Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue — mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso; — mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: con una mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios (cf Rm 12, 2; Col 1, 10); — mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos: “la vista despierta la pasión de los insensatos” (Sb 15, 5); — mediante la oración: «Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: [...] que nadie puede ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado» (San Agustín, Confessiones, 6, 11, 20). 5. La pureza de corazón en Juan Pablo II En el 2º Ciclo de Catequesis dedicadas al amor humano, del 16 de abril de 1980 al 6 de mayo de 1981. Los textos corresponden a la traducción de Ediciones Cristiandad, Madrid 2000. De la Catequesis n. 50, del 10 de diciembre de 1980 o Cristo habla de transgresiones de los diversos mandamientos, y enumera «los malos pensamientos, homicidios, adulterios, prostituciones, robos, falsos testimonios y blasfemias», sin limitarse a un género específico de pecado. De esto se deriva que el concepto de «pureza» y de «impureza» en sentido moral es ante todo un concepto general, no específico: por tanto todo bien moral es manifestación de pureza, y todo mal moral es manifestación de impureza. 4. El citado enunciado (Mt 15, 18-20) es importante sobre todo por razones semánticas. Hablando de la pureza en sentido moral, es decir, de la virtud de la pureza, nos servimos de una analogía, según la cual el mal moral es comparado precisamente con la inmundicia. Ciertamente esa analogía ha entrado a formar parte, desde los tiempos más remotos, del ámbito de los conceptos éticos. Cristo la retoma y la confirma en toda su extensión: «Lo que sale de la boca proviene del corazón. Eso vuelve inmundo al hombre». Aquí Cristo habla de cada mal moral, de cada pecado, es decir, de transgresiones de los diversos mandamientos, y enumera «los malos pensamientos, homicidios, adulterios, prostituciones, robos, falsos testimonios y blasfemias», sin limitarse a un género específico de pecado. De esto se deriva que el concepto de «pureza» y de «impureza» en sentido moral es ante todo un concepto general, no específico: por tanto todo bien moral es manifestación de pureza, y todo mal moral es manifestación de impureza. El enunciado de Mt 15, 18-20 no restringe la pureza a un único sector de la moral, o sea, al vinculado al mandamiento «no cometerás adulterio» y «no desearás la mujer de tu prójimo», es decir, a lo que se refiere a las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer, ligadas con el cuerpo y su concupiscencia. Análogamente, podemos entender también la bienaventuranza del sermón de la montaña, dirigida a los hombres «puros de corazón», tanto en el sentido genérico, como en el más específico. Sólo los contextos eventuales permitirán delimitar y precisar ese significado. El enunciado de Mt 15, 18-20 no restringe la pureza a un único sector de la moral, o sea, al vinculado al mandamiento «no cometerás adulterio» y «no desearás la mujer de tu prójimo», es decir, a lo que se refiere a las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer, ligadas con el cuerpo y su concupiscencia. Análogamente, podemos entender también la bienaventuranza del sermón de la montaña, dirigida a los hombres «puros de 6 corazón», tanto en el sentido genérico, como en el más específico. Sólo los contextos eventuales permitirán delimitar y precisar ese significado. o El significado amplio y general de pureza san Juan lo expresa con una contraposición en el interior del hombre entre lo que procede «del Padre» y lo que procede «del mundo». El mismo significado San Pablo lo expresa con la oposición y tensión entre la «carne y el «Espíritu». La pureza de corazón de la que ha hablado Cristo en el sermón de la montaña, se realiza propiamente en la vida «según el Espíritu». San Pablo no es el autor de las palabras sobre la triple concupiscencia. Como sabemos, éstas se encuentran en la Primera Carta de Juan. Sin embargo, se puede decir que para Juan (1 Jn 2, 16-17) existe una contraposición en el interior del hombre entre Dios y el mundo (entre lo que procede «del Padre» y lo que procede «del mundo») -contraposición que nace en el corazón y penetra en las acciones del hombre como «concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne, y soberbia de la vida»- y que San Pablo, análogamente, revela en el cristiano otra contradicción: la oposición y a la vez tensión entre la «carne» y el «Espíritu» (escrito con mayúscula, es decir, el Espíritu Santo): «Por tanto os digo: caminad según el Espíritu y no seréis llevados a satisfacer los deseos de la carne; porque la carne tiene deseos contrarios al Espíritu, y el Espíritu tiene deseos contrarios a la carne; pues uno y otra se oponen recíprocamente, de forma que no hacéis lo que quisierais» (Gal 5, 16-17). De aquí se sigue que la vida «según la carne» está en oposición a la vida «según el Espíritu». «Los que viven según la carne, piensan en las cosas de la carne; en cambio, aquellos que viven según el Espíritu, en las cosas del Espíritu» (Rom 8, 5). En los análisis sucesivos procuraremos mostrar que la pureza -la pureza de corazón de la que ha hablado Cristo en el sermón de la montaña- se realiza propiamente en la vida «según el Espíritu». De la Catequesis n. 51, del 17 de diciembre de 1980 o Las obras de la carne y las obras del Espíritu en la carta a los Gálatas. En la doctrina paulina, la vida «según la carne» se opone a la vida «según el Espíritu» no solamente en el interior del hombre, en su «corazón», sino que, como se ve, encuentra un amplio y diferenciado campo para traducirse en obras. Las «obras» que nacen de la «carne» -se podría decir, de las obras en las que se manifiesta el hombre que vive «según la carne»- y, por otro lado, las que son del «fruto del Espíritu», es decir, de las acciones, de los modos de comportarse, de las virtudes, en las que se manifiesta el hombre que vive «según el Espíritu». 5. He aquí, de nuevo, las palabras de la Carta a los Gálatas: «por lo demás, las obras de la carne son bien notorias: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriaguez, orgías, y cosas de este tipo...» (5, 19-21). «En cambio el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí...» (5, 22- 23). En la doctrina paulina, la vida «según la carne» se opone a la vida «según el Espíritu» no solamente en el interior del hombre, en su «corazón», sino que, como se ve, encuentra un amplio y diferenciado campo para traducirse en obras. Pablo habla, por un lado, de las «obras» que nacen de la «carne» -se podría decir, de las obras en las que se manifiesta el hombre que vive «según la carne»- y, por otro, del «fruto del Espíritu», es decir, de las acciones, 2 de los modos de comportarse, de las virtudes, en las que se manifiesta el hombre que 2 Los exégetas observan que, si bien, a veces, para Pablo el concepto de «fruto» se aplica también a las «obras de la carne» (por ejemplo, Rom 6, 21; 7, 5), sin embargo, al «fruto del Espíritu» jamás se le llama «obra». 7 vive «según el Espíritu». Mientras en el primer caso nos encontramos con el hombre abandonado a la triple concupiscencia de la que dice Juan que viene «del mundo», en el segundo caso nos hallamos de frente a lo que ya antes hemos llamado ethos de la redención. Sólo ahora somos capaces de esclarecer plenamente la naturaleza y la estructura de ese ethos que se expresa y se afirma a través de lo que en el hombre, en todo su «obrar», en las acciones y en el comportamiento, es fruto del dominio sobre la triple concupiscencia: de la carne, de los ojos y de la soberbia de la vida (de todo eso de lo que puede ser justamente «acusado» el corazón humano y de aquello de lo que pueden ser continuamente considerados como «sospechosos» el hombre y su interioridad). o En esta lucha entre el bien y el mal, el hombre se muestra más fuerte gracias al poder del Espíritu Santo, que, obrando dentro del espíritu humano, hace que sus deseos fructifiquen en bien. 6. Si el señorío en la esfera del ethos se manifiesta y realiza como «amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» -según leemos en la Carta a los Gálatasentonces detrás de cada una de estas realizaciones, de estas actitudes, de estas virtudes morales, hay una específica elección, es decir, un esfuerzo de la voluntad, fruto del espíritu humano impregnado por el Espíritu de Dios, que se manifiesta en la elección del bien. Hablando con el lenguaje de Pablo: «el Espíritu tiene deseos contrarios a la carne» (Gal 5, 17) y en estos «deseos» suyos se muestra más fuerte que la «carne» y que los deseos generados por la triple concupiscencia. En esta lucha entre el bien y el mal, el hombre se muestra más fuerte gracias al poder del Espíritu Santo, que, obrando dentro del espíritu humano, hace que sus deseos fructifiquen en bien. Éstas son, por tanto, no sólo -y no tanto- «obras» del hombre, cuanto «fruto», es decir, efecto de la acción del «Espíritu» en el hombre. Y por esto Pablo habla del «fruto del Espíritu» entendiendo esta palabra con mayúscula. Sin penetrar en las estructuras de la interioridad humana mediante las diferenciaciones sutiles que nos ofrece la teología sistemática (especialmente a partir de Tomás de Aquino), nos limitamos a la exposición sintética de la doctrina bíblica, que nos permite comprender, de modo esencial y suficiente, la distinción y la contraposición entre la «carne» y el «Espíritu». Hemos observado que entre los frutos del Espíritu el Apóstol pone también el «dominio de sí». Es necesario no olvidarlo, porque en nuestras posteriores reflexiones retomaremos este tema para tratarlo de modo más pormenorizado. En efecto, para Pablo «las obras» son los actos propios del hombre (o aquello en lo cual Israel pone, sin razón, la esperanza), de los que responderá ante Dios. Pablo evita también el término «virtud», aretè; éste se encuentra sólo una vez en sentido muy general, en Flp 4, 8. En el mundo griego esta palabra tenía un significado demasiado antropocéntrico; sobre todo los estoicos ponían de relieve la autosuficiencia o autarquía de la virtud. Por el contrario, el término «fruto del Espíritu» subraya la acción de Dios en el hombre. Este «fruto» crece en él como el don de una vida, cuyo único Autor es Dios; el hombre puede, como máximo, favorecer las condiciones aptas para que el fruto pueda crecer y madurar. El fruto del Espíritu, de forma especial, corresponde, de algún modo, a la «justicia» del Antiguo Testamento, que abraza el conjunto de la vida conforme a la voluntad de Dios. También corresponde, en cierto sentido, a la «virtud» de los estoicos, que era indivisible. Lo vemos por ejemplo en Ef 5, 9.11: «El fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad...no participadas por las obras infructuosas de las tinieblas...» Sin embargo, «el fruto del Espíritu» se diferencia tanto de la «justicia» como de la «virtud», porque éste (en todas sus manifestaciones y diferenciaciones, que se ven en los catálogos de las virtudes) contiene el efecto de la acción del Espíritu, que en la Iglesia es fundamento y realización de la vida del Cristiano. (Cfr. H. SCHLIER, Der Brief an die Galater, Meyer's Kommentar, Vandenhoeck-Ruprecht, Göttingen 1971, pp. 255-264; O. BAUERNFEIND, Aretè, en Theological Dictionary of the New Testament, ed. G. Kittel G. Bromley, vol. 1, Eerdmans, Grand Rapids 1978, p. 460: W. TATARKIEWICZ, Historia Filozofii,, t. 1 PWN, Warszawa 1970, p. 121; E. KAMLAH, Die Form der katalogischen Paränese im Neuen Testament, Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament, 7, Mhr, Tübingen 1964, p. 14). 8 De la Catequesis n. 52, del 7 de enero de 1981 o Pablo menciona como «pecados carnales» a los que no solemos atribuir un carácter «carnal» y «sensual», según nuestras categorías antropológicas y éticas. Se entiende porque en las cartas paulinas el término «carne» asume un significado contrapuesto no sólo y no tanto al «espíritu» humano cuanto al Espíritu Santo que obra en el alma (en el espíritu) del hombre. Según las palabras de Cristo, la verdadera «pureza» (como también la «impureza») en sentido moral está en el «corazón» y proviene «del corazón» humano. En ese mismo sentido son definidas como obras impuras no sólo la fornicación, impureza, libertinaje … es decir, los «pecados de la carne» en sentido estricto, sino también la idolatría, los odios, la discordia, iras, envidias … . 2. Pablo, hablando de las «obras de la carne» (cfr. Gal 5, 11-21), menciona no sólo «fornicación, impureza, libertinaje... embriaguez, orgías» -o sea, todo lo que, según un modo objetivo de comprender, tiene el carácter de los «pecados carnales» y del placer sensual unido con la carne- sino que menciona también otros pecados, a los que no solemos atribuir un carácter asimismo «carnal» y «sensual»: «idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias...» (Gal 5, 20-21). Según nuestras categorías antropológicas (y éticas) nos inclinaríamos más bien a llamar a todas las «obras» aquí enumeradas «pecados del espíritu» humano, en vez de pecados de la «carne». No sin motivo habríamos podido entrever en ellas más bien los efectos de la «concupiscencia de los ojos» o de la «soberbia de la vida» que los efectos de la «concupiscencia de la carne». Sin embargo, Pablo las califica a todas como «obras de la carne». Esto se entiende exclusivamente sobre el trasfondo de ese significado más amplio (en cierto sentido metonímico) que en las cartas paulinas asume el término «carne», contrapuesto no sólo y no tanto al «espíritu» humano cuanto al Espíritu Santo que obra en el alma (en el espíritu) del hombre. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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