miércoles, 12 de julio de 2017

6º Domingo de Pascua. El mandamiento nuevo. Jesús nos considera sus amigos. El don de la piedad: extingue en el corazón los focos de tensión y división: amargura, cólera, impaciencia; fomenta la comprensión, la tolerancia y el perdón. La caridad es universal: parte de Dios y llega a todos, sin fronteras.


1 6º Domingo de Pascua. El mandamiento nuevo. Jesús nos considera sus amigos. El don de la piedad: extingue en el corazón los focos de tensión y división: amargura, cólera, impaciencia; fomenta la comprensión, la tolerancia y el perdón. La caridad es universal: parte de Dios y llega a todos, sin fronteras. Cfr. VI Domingo de Pascua Año B 17 mayo 2009: Juan 15, 9-17; 1 Juan 4, 7-10 Juan 15, 9-17: 9 Como el Padre me ama, así también os amo yo; permaneced en mi amor. 10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 11 Os digo esto, para que mi alegría esté con vosotros, y vuestra alegría sea plena. 12 Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. 13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. 14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. 17 Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.» 1 Juan 4, 7-10: 7 Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor procede de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios, y conoce a Dios. 8 El que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es Amor. 9 En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que recibiéramos por él la vida. 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. CCE 1823: Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo. Amando a los suyos «hasta el fin» (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Y también: «Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 12). 1. En la liturgia de hoy encontramos dos realidades fundamentalmente, en el Evangelio y en la segunda Lectura o Del amor de Dios a nosotros al amor entre nosotros • Si consideramos el texto del Evangelio podemos observar - según se ha escrito 1 - como una especie de cadena sobre el amor: se parte del «Padre que me ama» (el amor del Padre por su Hijo Jesucristo); el segundo anillo es el «así os amo yo» (amor de Jesús por nosotros); el tercer anillo somos los discípulos del Señor: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (el amor entre nosotros). Juan 15, 9-17: 9 Como el Padre me ama, así también os amo yo ( ...). 12 Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. • El amor fraterno tiene el cometido de ser signo del amor del Padre. Se trata de un compromiso serio, cotidiano, es donación, es fidelidad, comprensión, etc. En el libro del Levítico (19,18) se habla de amar al prójimo como a nosotros mismos, y Jesús nos pide un salto de calidad, ya que nuestro amor debe ser como el suyo. Frecuentemente, la gente que está lejos de Dios será consciente de que hay un Dios que los ama y los busca, y les perdona, si hay une hermano suyo que los ama, los busca y los perdona en nombre del Señor. Sólo quien ha experimentado, al menos inicialmente, el amor, es capaz de abrirse al amor y de no tener miedo de amar • Tengamos en cuenta también una ley universal desde el punto de vista humano y psicológico que puede confirmar nuestra experiencia: sólo quien ha experimentado, al menos inicialmente, el amor, es capaz de abrirse al amor y de no tener miedo de amar; en efecto, quien ha sufrido la falta de afecto en su infancia frecuentemente se cierra en sí mismo, desconfía, y está expuesto más que otros a la tentación de la violencia 2 . 1 cf. Raniero Ccantalamessa, La Parola e la vita Anno B, Città Nuova IX Edizione giugno 2001, VI Domenica di Pasqua 2 R. Cantalamessa, o.c. ibidem 2 • Un hilo de argumentación 3 por parte de San Juan en la segunda Lectura, acerca del amor de Dios es el siguiente (añadimos algunos versículos que no están en lo que se ha leído hoy, en la primera Lectura ): Dios es amor y es quien primero nos ha amado (vv. 7-10); el amor fraterno es la respuesta obligada al amor de Dios (vv. 11-16); cuando hay amor perfecto no hay temor (vv. 17-18); el amor fraterno es manifestación del amor de Dios (vv. 19-21). o Jesús nos llama amigos: qué significa la amistad Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamiento, permaneceréis en mi amor ... Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando ... os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer .... El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios • Nos detenemos para considerar algunas cosas importantes que nos ayudan a entender el contenido de esa realidad. En concreto, la capacidad de ser amigos de Dios, nos lleva, nada más y nada menos, que a una de las verdades fundamentales de la fe católica: el hombre ha recibido en la creación un don especial: ser «imagen y semejanza» de Dios. ¿Qué significa este ser “imagen y semejanza de Dios? • Juan Pablo II en su encíclica sobre el Espíritu Santo 4 nos dice que esa imagen no consiste sólo en la racionalidad y libertad como propiedades constitutivas de la naturaleza humana, sino además en la capacidad de una relación especial con Dios - y consiguiente capacidad de alianza - ; una llamada a la amistad: participación del hombre en las trascendentales profundidades de Dios: n. 34: Crear quiere decir llamar a la existencia desde la nada; por tanto, crear quiere decir dar la existencia. Y si el mundo visible es creado para el hombre, por consiguiente el mundo es dado al hombre. Y contemporáneamente el mismo hombre en su propia humanidad recibe como don una especial « imagen y semejanza » de Dios. Esto significa no sólo racionalidad y libertad como propiedades constitutivas de la naturaleza humana, sino además, desde el principio, capacidad de una relación personal con Dios, como « yo » y « tú » y, por consiguiente, capacidad de alianza que tendrá lugar con la comunicación salvífica de Dios al hombre. En el marco de la « imagen y semejanza » de Dios, « el don del Espíritu » significa, finalmente, una llamada a la amistad, en la que las trascendentales « profundidades de Dios » están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre. El Concilio Vaticano II enseña: « Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos (cf. Bar 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía » 5 . Sólo el hombre es llamado a dar una respuesta de fe y de amor • El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que el hombre por haber sido hecho a imagen de Dios ha sido llamado “a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar” 6 . Jesús es también nuestro modelo en la amistad • “Es Amigo, el Amigo: vos autem dixi amicos (Juan 15,15), dice. Nos llama amigos y El fue quien dio el primer paso; nos amó primero. Sin embargo, no impone su cariño: lo ofrece. Lo muestra con el signo más claro de la amistad: nadie tiene amor más grande que el que entrega su vida por su amigos (Juan 15,13). Era amigo de Lázaro y lloró por él, cuando lo vio muerto: y lo resucitó. Si nos ve fríos, desganados, quizá con la rigidez de una vida interior que se extingue, su llanto será para nosotros vida: Yo te lo mando, amigo mío, levántate y anda (Cf. Juan 11,43; Lucas 5,24), sal fuera de esa vida estrecha, que no es vida” 7 . En la vida cristiana hay una relación confidencial con Jesús y, a través de él, con nuestro Padre Dios, con quien no hay una relación de esclavitud. • Todo esto nos ayuda a entender nuestra vida cristiana - es decir nuestras relaciones con Jesús y a través 3 Cf. S. Biblia, Nuevo Testamento, Eunsa 1999, 1 Juan 4, 7-21 4 18.V.1986, n. 34 5 Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, 2 6 Cf. CCE 357 7 San Josemaría, Es Cristo que pasa, 93 3 de él con nuestro Padre Dios – no como una relación de esclavitud, o, como ha explicado algún autor, no como una religión vivida y sentida como una distancia abismal entre nosotros y nuestro Padre Dios. La esclavitud se caracteriza por la ignorancia y el miedo (el siervo no sabe lo que hace su amo), y por el contrario en la amistad hay confidencia entre Jesús y sus discípulos, y Jesús nos ayuda a descubrir a Dios (os llamo amigos porque os he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre) Don y tarea son inseparables: también la tarea es un don de la gracia. • “Jesús habla de su amor supremo, que consistió en dar su vida por sus amigos; pero para ser sus amigos nosotros debemos hacer lo que él nos exige. Promete a sus amigos que su amor permanecerá en ellos - esto tiene el valor de un testamento – si ellos permanecen en su amor, si guardan su mandamiento del amor como él guardó el mandamiento del amor del Padre. Las promesas de Jesús cuando está a punto de dejar este mundo son de una grandeza tan impresionante que, desde su punto de vista, las exigencias que comportan para nosotros son algo implícito en ellas. Si ha compartido todo con nosotros, toda la insondable profundidad del amor de Dios y nos ha elegido para vivir en ella, ¿no es lo más natural que nosotros nos conformemos con ese todo, fuera del cual no hay más que la nada? E incluso este todo compartido es algo que podemos pedir constantemente al Padre: si permanecéis en el Hijo «todo lo que pidáis al Padre, os lo dará». Don y tarea son inseparables; más aún, la tarea es un puro don de la gracia. Con esto el evangelio anticipa ya en cierto modo el episodio de Pentecostés: el don es el Espíritu de Dios que nos ayuda a cumplir la tarea, el mandamiento del amor” 8 . 2. El don de la piedad es necesario para que nuestras relaciones con Dios sean filiales, y, como consecuencia, para vivir la fraternidad. o El Espíritu Santo sana el corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos • Ante la cercanía de la solemnidad del Espíritu Santo, y como preparación, es oportuno recordar en qué consiste el don de la piedad. Propongo las palabras de Juan Pablo II después del rezo del Angelus 9 sobre este don: La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, que se expresa en la oración 1. La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo nos lleva, hoy, a hablar de otro insigne don: la piedad. Mediante éste, el Espíritu Santo sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oración. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vacío que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda, perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. En este sentido escribía San Pablo: “Envió Dios a su Hijo... para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo...” (Ga 4, 4-7; cf. Rm 8, 15). Con referencia al amor fraterno: el don de piedad extingue en el corazón los focos de tensión y división: amargura, cólera, impaciencia; fomenta la comprensión la tolerancia y el perdón. 2. La ternura, como apertura auténticamente fraterna hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre. Con el don de la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia los hermanos, haciendo su corazón de alguna manera partícipe de la misma mansedumbre del Corazón de Cristo. El cristiano “piadoso” siempre sabe ver en los demás a hijos del mismo Padre, llamados a formar parte de la familia de Dios, que es la Iglesia. Por esto él se siente impulsado a tratarlos con la solicitud y la amabilidad propias de una genuina relación fraterna. El don de la piedad, además, extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Dicho don está, por tanto, a la raíz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor. 8 Hans Urs von Balthsar, Luz de la Palabra, Ediciones Encuentro 1994, pp. 158-159 9 27 de mayo de 1989 4 3. Vida interior y apostolado Juan 15, 16: 16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca. o Elegidos y constituidos para ser apóstoles, para dar fruto que permanezca. • Temi di predicazione – omelie, 2/2009, VI Domenica di Pascua Ciclo B, Editrice domenicana italiana, pp. 64-78: “El evangelista no conoce la distinción, que en ocasiones ha entrado en nuestra mentalidad, que conlleva algún aspecto deletéreo, entre la llamada vida interior y la actividad apostólica. Tal vez inconscientemente, al hablar de vida interior nos imaginamos un repliegue sobre uno mismo por miedo a un compromiso arriesgado. Nada más falso. Observemos el dinamismo del v. 16: la llamada (“Yo os he elegido”) crea una nueva identidad (“os he constituido”) con una finalidad apostólica (“para que vayáis y deis fruto”) que resiste el paso del tiempo (“y vuestro fruto permanezca”)”. (p. 69). 4. El amor que no es sólo emoción o sentimiento, sino «obras y verdad», es una cadena que parte del Padre hacia el Hijo, va de Cristo a los discípulos, del apóstol a sus oyentes, y de creyente a creyente. • Romano Guardini, El Señor, Ediciones Cristiandad, 2ª ed. 2005, pp. 151-151“Lo definitivo a propósito de la voluntad del Padre lo expresa Jesús en los discursos de despedida: «Como mi Padre me amó, os he amado yo a vosotros. Manteneos en ese amor que os tengo. Y para manteneros en mi amor, cumplid mis mandamientos; también yo he cumplido los mandamientos del Padre, y me mantengo en su amor» (Jn 15,9- 10). Aquí se desvela que, en el fondo, la voluntad de Dios no es más que una cosa: amor. Este amor va del Padre a Cristo, de Cristo a sus discípulos, y de los discípulos a los que escuchan la palabra de Dios. Este amor no es sólo profunda emoción o sentimiento, sino «obras y verdad», como dirá Juan. Es cumplimiento de los mandatos de Dios. Es santidad y justicia. El que guarda los mandamientos «permanece», vive y existe en el amor de Cristo, como Cristo vive en el amor de su Padre porque guarda su mandamiento (Juan3, 21; cf. L Juan 1,6). A ése se le revelará el Hijo. Se revelará a sí mismo y al Padre, y le revelará toda verdad. Pues el conocimiento de Cristo no procede esencialmente del entendimiento y de la idea, sino de la acción viva, que produce una transformación y un nuevo ser: «El que esté dispuesto a hacer lo que Dios quiere podrá apreciar si esa doctrina es mía o si hablo yo en mi nombre» (Juan 7,17). Por eso, el misterio de la voluntad de Dios es el misterio de su verdad. «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros» (Jn 13,34- 35). La cadena del amor, por tanto, debe llegar aún más lejos. No sólo del Padre al Hijo, de Cristo a los discípulos, del apóstol a sus oyentes, sino de creyente a creyente. Todos deberán ser los unos para los otros, como Cristo lo es para el que cumple la voluntad de su Padre. Esa voluntad deberá constituir un vínculo de parentesco espiritual, porque todos los creyentes son hermanos y hermanas; y él, Jesús, «el primogénito entre todos» (Romanos 8,29). 5. La caridad es universal: lo acaba de enseñar Benedicto XVI a los cristianos que viven, en condiciones muy difíciles, en Palestina. cfr. Benedicto XVI, Discurso en la catedral greco-melquita de San Jorge en Ammán. 9 de mayo de 2009. En la celebración de las vísperas. - Fuente: Zenit.org - [Traducción por Jesús Colina] - © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana] (…) “Como hace dos mil años en Antioquía los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos, del mismo modo también hoy, como pequeñas minorías en comunidad diseminadas por estas tierras, también vosotros sois reconocidos como seguidores del Señor. La pública manifestación de vuestra fe cristiana no queda ciertamente reducida a la solicitud espiritual que tenéis los unos por los otros y por vuestra gente, por más esencial que sea. Por el contrario, vuestras numerosas iniciativas de caridad universal se extienden a 5 todos los jordanos, musulmanes y de otras religiones, y también al gran número de refugiados que este reino acoge tan generosamente. (…) Imitando a Cristo y a los patriarcas y los profetas del Antiguo Testamento, partimos para conducir al pueblo del desierto hacia el lugar de la vida, hacia el Dios que nos da la vida en abundancia. Esto caracteriza a todas vuestras labores apostólicas, cuya variedad y calidad son muy apreciadas. Desde los asilos de niños hasta los centros de educación superior, desde los orfanatos hasta las casas de ancianos, desde el trabajo con los refugiados hasta la academia de música, las clínicas médicas y los hospitales, el diálogo interreligioso y las iniciativas culturales, vuestra presencia en esta sociedad es un signo maravilloso de la esperanza que nos califica como cristianos. Esta esperanza llega mucho más allá de las fronteras de nuestras comunidades cristianas. De este modo descubrís con frecuencia que las familias de otras religiones, para las que trabajáis y ofrecéis vuestro servicio de caridad universal, tienen preocupaciones y dificultades que superan los confines culturales y religiosos. Esto se experimenta particularmente en lo que se refiere a las esperanzas y las aspiraciones de los padres para sus niños. ¿Qué padre o persona de buena voluntad no se sentiría turbado ante los influjos negativos tan penetrantes de nuestro mundo globalizado, incluidos los elementos destructivos de la industria de la diversión que con tanta insensibilidad se sirven de la inocencia y la fragilidad de la persona vulnerable y del joven? Sin embargo, con vuestros ojos fijos en Cristo, la luz que dispersa todo mal, restablece la inocencia perdida, y humilla el orgullo terreno, ofreceréis una magnífica visión de esperanza a todos los que encontráis y servís. www.parroquiasantamonica.com

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