lunes, 10 de julio de 2017

Domingo 29 del Tiempo ordinario, Ciclo C. (2010) La parábola de la viuda y del juez. La oración auténtica: nace de una actitud interior de espera, de humildad y de pobreza. La constancia en la petición, con la certeza en que seremos escuchados. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes. Una oración sencilla: las letras del alfabeto. En la oración, el protagonista es Dios.


1 Cfr. Domingo 29 del tiempo ordinario, Ciclo C - 17/10/10 Exodo 17, 8-13; 2 Timoteo 3, 14-4,2; Lucas 18, 1-8 Domingo 29 del Tiempo ordinario, Ciclo C. (2010) La parábola de la viuda y del juez. La oración auténtica: nace de una actitud interior de espera, de humildad y de pobreza. La constancia en la petición, con la certeza en que seremos escuchados. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes. Una oración sencilla: las letras del alfabeto. En la oración, el protagonista es Dios. Éxodo 17, 8-13: En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: - «Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.» Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. 12 Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. 13 Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada. Lucas 18, 1-8: 1 En aquel tiempo, Jesús, les proponía una palabra sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, 2 diciendo: - «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. 3 En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." 4 Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, 5 como esta viuda está molestándome, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."» 6 Y el Señor añadió: - «Fijaos en lo que dice el juez injusto; 7 pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? 8. Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» A. Actitudes para orar en la primera Lectura y en el Evangelio de hoy. 1. La actitud interior de Moisés, en la primera Lectura: la confianza en el Señor, es Dios quien da eficacia a nuestro trabajo • El recurso a Dios como última ancla de salvación, en su lucha contra Amalec: «Resultó que cuando Moisés alzaba las manos, vencía Israel, pero cuando las dejaba caer, vencía Amalec». • Salmo 127. «Si Yahvé no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si Yahvé no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas» La oración es el instrumento a través del que pasa la gracia y la fuerza de Dios. Nota de la Biblia de Jerusalén Sal 127: «El trabajo del hombre está abocado al fracaso si Dios no lo fecunda; pan cotidiano y descendencia son dones de Dios». Sin la vigilancia orante, en vano confiamos en el compromiso y la fuerza humanos. • Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme I Edizione económica 1999, XXIX Domenica, p. 312: «La figura orante de Moisés, con las manos alzadas hacia el cielo, es el telón de fondo ideal en esta liturgia de la Palabra que tiene come centro una parábola de Jesús que solamente encontramos en Lucas. Mientras Israel afronta a los amalecitas en la llanura de Refidim, Moisés es como la personificación de todo el pueblo de Dios en oración. Sin esta vigilancia orante, en vano confiamos en el compromiso y la fuerza humanos. Es lo que expresa sugestivamente el Salmo 127: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los constructores. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”. La eficacia y la constancia en la oración en la hora de la espera, constituyen también el tema que sostiene la narración del juez y la viuda». 2. La actitud interior de la viuda, en el Evangelio: orar sin desfallecer • Manifiesta el drama de la gente pobre, que no tienen otro tribunal a quien dirigirse, ni abogados defensores, ni posibilidad de gozar de recomendaciones. • En la Biblia «las viudas y los huérfanos» son la figuras emblemáticas de las personas débiles, expuestas a todo tipo de abusos. Salmo 68,6: «Padre de huérfanos, tutor de viudas es Dios en su santa morada»; Isaías 1,17: «aprended a hacer el bien, buscad lo justo, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda». • Comentario de la Biblia de Jerusalén a Isaías 1,17: «El huérfano y la viuda se hallan entre las personas económicamente débiles a las que protege la ley (Exodo 34,6+; Deuteronomio 10,8; 14,29; 27,19, etc., y por quienes los profetas interceden (Jeremías 7,6; 22,3). Ver por contraste Isaías 1,23; 9,16; Jeremías 49, 1011; Ezequiel 22,7. 2 La viuda reclama continuamente su derecho conculcado ante el juez arrogante e indiferente. • G. Ravasi o.c. p. 313: «La viuda, sobre todo en el pasado, era la persona más expuesta al abuso, de tal manera que Dios mismo es invocado en el Antiguo Testamento como “el defensor de las viudas”, que estaban privadas de la tutela del marido (salmo 68,6), y los profetas amonestaban: “17 aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda” (Isaías 1, 17). Pero, en la parábola, la viuda tiene una característica decisiva. Efectivamente es víctima, pero no resignada o desesperada. Su coraje no se debilita y reclama continuamente su derecho conculcado ante el juez arrogante e indiferente. Su incansable perseverancia no se rompe ante la puerta cerrada, el rechazo aburrido, la reacción irritada. Su pretensión resuena en las heladas aulas judiciales con una advertencia inexorable: “Hazme justicia”. Y, al fin, hay un viraje en la actitud del juez. Se da cuenta de que no hay nada que podrá apagar el ansia de justicia y, aún ignorando el respeto por la ética de su profesión, él, cansado por la insistencia, decide librarse de ella haciendo justicia. Es curioso, a este respecto, el original griego de Lucas, que es muy realista. El razonamiento del juez se puede traducir de varias maneras: “para que no venga a importunarme continuamente”; “para que no venga finalmente a golpearme en la cara”; “para que, finalmente, exasperada, no me rompa la cara”. Se trata de una vigorosa y pintoresca nota de indignación del evangelista de los pobres, Lucas, en relación con los poderosos y los vulgares burócratas, inertes y provocadores ». • G. Ravasi p.c. p. 311: «La cualidad fundamental de la viuda es su implacable constancia, que ignora el silencio del juez, la amargura de su indiferencia e incluso la dureza de su larvada hostilidad. La oración tiene frecuentemente, en la Biblia, la fisonomía de una lucha: fidelidad en los momentos del silencio de Dios y en los tiempos de aridez y de oscuridad. • Rezar no es tan fácil como pronunciar una fórmula mágica que todo lo allana y lo resuelve. La oración es una aventura misteriosa que, en la Biblia, tiene frecuentemente la fisonomía de una lucha: pensemos en el célebre episodio de la lucha de Jacob con Dios a lo largo de la orilla del río Yaboc (Gn 32, 23-33) 1 ; en la lucha que el profeta Oseas interpreta, en efecto, como un símbolo de la oración (12, 4-6). Pensemos en también en aquella extraña frase usada por Pablo en la carta a los Romanos: “Os suplico, hermanos, a luchar conmigo en vuestras oraciones” (15,30). En griego, el Apóstol usa la palabra ‘agonia’, es decir, combate decisivo y supremo. Cualidad indispensable de la oración es, por tanto, la fidelidad también en los momentos del silencio de Dios, en los tiempos de aridez y de oscuridad” ». B. Algunos números del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la oración o Dios es especialmente el Padre de los pobres, del huérfano y de la viuda. • CEC n. 238: (…) Dios Padre “es muy especialmente «el Padre de los pobres», del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (Cf Sal 68, 6). • CEC 1867: (…) “existen «pecados que claman al cielo». Claman al cielo: la sangre de Abel (Cf Génesis 4, 10); el pecado de los sodomitas (Cf Génesis 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (Cf Éxodo 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (Cf Ex 22, 20-22); la injusticia para con el asalariado (Cf Deuteronomio 24, 14-15; Jc 5, 4). o Tres parábolas sobre la oración en S. Lucas • CEC 2613: S. Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración: La primera, «el amigo importuno» (Cf Lucas 11, 5-13), invita a una oración insistente: «Llamad y se os abrirá». Al que ora así, el Padre del cielo «le dará todo lo que necesite», y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones. La segunda, «la viuda importuna» (Cf Lucas 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?» La tercera parábola, «el fariseo y el publicano» (Cf Lucas 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. «Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador». La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: «¡Kyrie eleison!». 1 CEC 2573: Dios renueva su promesa a Jacob, origen de las doce tribus de Israel (Cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con «alguien» misterioso que rehúsa revelar su nombre, pero que le bendice antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia (Cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8). 3 C. Dios es protector de los que esperan en Él: Colecta dom. 15 tiempo ordinario: • Oh Dios, protector de los que en ti esperan [vid Salmo 21, 5-6], sin ti nada es fuente ni santo [vid. Salmo 127, 1-2; Mateo 7y, 24-29; Poscomunión de la solemnidad de todos los santos, Presbyteroum ordinis,2]: multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia [vid Lucas 7, 11-17], para que, bajo tu guía providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podemos adherirnos a los eternos [vid Hechos 27, 1-44]. • Salmo 22 (21), 5-6: En ti confiaron nuestros padres,/ confiaron y tú los liberaste; / a ti clamaron y se vieron libres,/ en ti confiaron sin tener que arrepentirse. • Salmo 127, 1-2: Si Yahvé no construye la casa,/en vano se afanan los constructores;/si Yahvé no guarda la ciudad,/ en vano vigila la guardia./ En vano os levantáis temprano/ y después retrasáis el descanso/los que coméis pan con fatiga/ ¡si se lo da a su amado mientras duerme! • Mateo 7, 24-29: edificar sobre roca. Lucas 7, 11-17: resurrección del hijo de la viuda de Naim. D. Tentaciones en la oración 1. La falta de fe revela que no se tiene un corazón humilde o Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes. • CEC 2732: Frente a las tentaciones en la oración - La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). 2. La acedia: debida al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón, etc. Quien es humilde no se extraña de su miseria. • CEC 2733: Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. «El espíritu está pronto pero la carne es débil» (Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia. E. ¿Por qué oramos a quien ya conoce nuestros deseos?: a Dios le interesa que se aviven – que se acrecienten - nuestros deseos. • «Puede resultar extraño que Dios nos mande hacerle peticiones, cuando Él conoce, antes de que se lo pidamos, lo que necesitamos. Debemos, sin embargo, pensar que a Él no interesa tanto la manifestación de nuestro deseo, que Él conoce muy bien, cuanto más bien que este deseo se reavive en nosotros mediante la petición para que podamos obtener lo que Él ya está dispuesto a concedernos. (S. Agustín, de la Carta a Proba) • Suma Teológica II-IIae, q. 83, a.2: «Nosotros no rezamos para cambiar la decisión de Dios, sino para obtener lo que Dios, desde siempre, ha decidido darnos, como respuesta a nuestra oración. Dios, no sólo decide qué efectos se producirán, sino también con cuáles causas y con cuáles condiciones producirlos. Hay cosas que Él quiere realizar como respuesta a nuestras peticiones, de modo que los hombres merezcan recibir, gracias a sus oraciones, lo que la omnipotencia divina había decidido concederles desde la eternidad» • “El quiere «que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos disponemos para recibir lo que él está dispuesto a darnos»” (San Agustín, Epistula 130, 8,17). (En CEC n. 2737). F. ¿En qué modo es eficaz nuestra oración? • CEC n. 2737: (…) “No pretendas conseguir inmediatamente lo que pides, como si lograrlo dependiera de ti, pues Él quiere concederte sus dones cuando perseveras en la oración” (Evagrio Pontico, De oratione, 34). • CEC n. 2739: “ (...) La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición” . 4 G. Amigos de Dios, 95: oración en la pobreza y en la fragilidad “Ante nuestras miserias y nuestros pecados, ante nuestros errores – aunque, por la gracia divina, sean de poca monta -, vayamos a la oración y digamos a nuestro Padre: ¡Señor, en mi pobreza, en mi fragilidad, en este barro mío de vasija rota, Señor, colócame unas lañas y - con mi dolor y con tu perdón – seré más fuerte y más gracioso que antes! Una oración consoladora, para que la repitamos cuando se destroce este pobre barro nuestro.” H. La oración sencilla: las letras del alfabeto Cfr. Avvenire 01 febbraio 2004 Gianfranco Ravasi Un judío sencillo se ha perdido en una selva. Al atardecer se dio cuenta de que no tenía consigo el libro de oraciones. Entonces se dirigió así a Dios: "Dios mío, he olvidado el libro de las oraciones y tengo una memoria tan débil que no soy capaz de rezar bien y de modo agradable para ti. Sin embargo tú conoces todas las oraciones de los hombres. Por tanto yo te recitaré las letras del alfabeto y tú las ordenarás de modo que se conviertan en oración". Dios se dijo a sí mismo, escuchando a aquel hombre: "¡Ésta es la oración más preciosa que ha subido hoy al cielo!." Hace años encontré en un kiosko de Victoria Station en Londres un pequeño libro titulado «El tesoro de la sabiduría judía». He vuelto a descubrir este libro de bolsillo amarilleado y leyéndolo los ojos se han fijado precisamente en esta bonita parábola, que es una celebración de los puros de corazón que alaban a Dios con sencillez y con humildad. A menudo a nosotros los teólogos nos viene la tentación de mirar por encima a la persona que corre a la iglesia a encender la vela, que dice las oraciones de la infancia, que sólo sabe quejarse con Dios e ignora qué es la contemplación, el himno de alabanza y la doxología. Ciertamente, debemos educar a los fieles en una oración más madura y correcta teológicamente, tenemos que exigir que la liturgia sea la cumbre de la piedad y hacer descubrir los tesoros de la oración eclesial. Sin embargo, no tenemos que olvidar que Dios se dirige directamente a los corazones y sabe también apreciar la respiración de la fe de un hombre o una mujer que sólo se dirigen a Él con el alfabeto de su confianza. Y todos nosotros tenemos que aprender a poner en nuestra alma un pequeño oasis donde pueda respirar y jugar nuestra infancia espiritual que se abandona en Dios con espontaneidad y franqueza "como niño en el regazo materno" (Salmo 131, 2). I. Dios es el protagonista en la oración. Cfr. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, capítulo II, Rezar: cómo y por qué. • ¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este caso un Tú con la T mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el «yo» parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios. San Pablo en la Carta a los Romanos enseña exactamente esto. Según el apóstol, la oración refleja toda la realidad creada, tiene en cierto sentido una función cósmica. El hombre es sacerdote de toda la creación, habla en nombre de ella, pero en cuanto guiado por el Espíritu. Se debería meditar detenidamente sobre este pasaje de la Carta a los Romanos para entrar en el profundo centro de lo que es la oración. Leamos: «La creación misma espera con impaciencia la revelación de los hijos de Dios; pues fue sometida a la caducidad -no por su voluntad, sino por el querer de aquel que la ha sometido-, y fomenta la esperanza de ser también ella liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Sabemos que efectivamente toda la creación gime y sufre hasta hoy los dolores del parto; no sólo ella, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente esperando la adopción de los hijos, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza hemos sido salvados» (8, 19-24). Y aquí encontramos de nuevo las palabras ya citadas del apóstol: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque ni siquiera sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables» (8, 26). En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para la gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo, que «viene en ayuda de nuestra debilidad». Nosotros empezamos a rezar con la impresión de que es una iniciativa nuestra; en cambio, es siempre una iniciativa de Dios en nosotros. Es exactamente así, como escribe san Pablo. www.parroquiasantamonica.com

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