lunes, 10 de julio de 2017

30 domingo del tiempo ordinario. Ciclo C (2010). La parábola sobre la oración del fariseo y del publicano. El primero se jacta de sus muchas virtudes; le habla a Dios tan sólo de sí mismo y, al alabarse a sí mismo, cree alabar a Dios. El segundo conoce sus pecados, sabe que no puede vanagloriarse ante Dios y, consciente de su culpa, pide gracia. Uno, en el fondo, ni siquiera mira a Dios, sino sólo a sí mismo; realmente no necesita a Dios, porque lo hace todo bien por sí mismo. Se justifica por sí solo. El otro se abre a la justicia/misericordia de Dios.


1 30 domingo del tiempo ordinario. Ciclo C (2010). La parábola sobre la oración del fariseo y del publicano. El primero se jacta de sus muchas virtudes; le habla a Dios tan sólo de sí mismo y, al alabarse a sí mismo, cree alabar a Dios. El segundo conoce sus pecados, sabe que no puede vanagloriarse ante Dios y, consciente de su culpa, pide gracia. Uno, en el fondo, ni siquiera mira a Dios, sino sólo a sí mismo; realmente no necesita a Dios, porque lo hace todo bien por sí mismo. Se justifica por sí solo. El otro se abre a la justicia/misericordia de Dios. Cfr. 30 domingo del tiempo ordinario (Año C). 24 octubre 2010. Lc 18, 9-14; Sirácida 35, 12-14.16-18. cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C Piemme 1999, XXX Domenica, pp. 315-321; Cfr. Temi di Predicazione – Omelie, Editrice Domenicana Italia, Ciclo C 5/2010, 30 Domenica pp. 20-35 Dos protagonistas: dos oraciones diversas. Lucas 18, 9-14: 9 En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: 10 - «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. 11 El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. 12 Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." 13 El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. "14 Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» Sirácida (Eclesiástico) 35, 12-14.16-18: El Señor es juez, y no cuenta para él la gloria de nadie.13 No hace acepción de personas contra el pobre, y escucha la plegaria del agraviado.14 No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda, cuando derrama su lamento. 16 Quien sirve de buena gana, es aceptado, su plegaria sube hasta las nubes.17 La oración del humilde atraviesa las nubes, no se consuela hasta que no llega a su término.18 Y no desiste hasta que vuelve los ojos el Altísimo, hace justicia a los justos y ejecuta el juicio. 1. Introducción a las tres lecturas. • Dios juzga la sinceridad de la oración teniendo en cuenta el ánimo sincero que se abre a El con confianza (Primera Lectura). La fe es puesta a veces a veces a dura prueba, sobre todo cuando, humanamente, no somos apoyados por nadie. Pero el apóstol nos enseña que no debemos abatirnos en esos momentos, porque no estamos solos ya que el Señor está a nuestro lado y nos guía (Segunda Lectura). No podemos convertir la oración en la exposición a Dios del propio «curriculum» de buenas obras para obtener un crédito ante Él, sino que, por el contrario, nos abriremos a su misericordia y a su justicia (Evangelio). 2. La oración del fariseo y del publicano • El contraste entre los dos se manifiesta también en la postura. • El fariseo está de pié, postura que manifiesta que es consciente de su dignidad. El publicano se mantiene distantemente, no se atreve a elevar su mirada al cielo y se golpea el pecho como señal de contrición y de dolor (cfr. Lucas 18,13). Es consciente de su propia indignidad ante Dios, santo y justo. El fariseo o Gianfranco Ravasi o.c.: • “El fariseo es un miembro de la comunidad religiosa observante contra la que frecuentemente apuntan los dardos del Señor. En realidad, sabemos que el fariseísmo era la corriente más «espiritual» y más abierta y «humana» del judaísmo; Jesús golpea solamente las degeneraciones que pueden infectar también las más altas formas de espiritualidad” (p. 316) • Jesús aceptó su hospitalidad (Lc 7,36; 11,37; 14,1); compartió algunas doctrinas (por ejemplo la de la resurrección); uno de ellos le avisó sobre el riesgo que corría (Lc 13, 31); algunos se convirtieron al al Evangelio (Hechos 15,5); Gamaliel, fariseo, defendió a los apóstoles (cfr. Hechos 5, 34 ss); san Pablo presumía de su origen fariseo (Filipenses 3,6), recordándola para su propia defensa (cfr. Hechos 23, 6.9). El riesgo – no sólo de ellos, sino de cualquier religión – es el de tender a la justicia legalista. 2 • “Su oración contiene la lista de méritos de una existencia correcta, justa y respetada. Como es evidente, la raíz de esta oración está en la justicia del hombre. Un hombre que está firmemente convencido de que la balanza de pagos con Dios propende a su favor: paga los diezmos detalladamente, ayuna no solamente un día a la semana, como está prescrito por la ley, sino dos días. En definitiva es el verdadero modelo del hombre religioso y observante, perfecto y seguro de sí” pp. (316-317) • “El fariseo en realidad no reza a Dios, sino a sí mismo; no se trata de un diálogo sino de un monólogo. Su oración no se trata de una alabanza, sino de una autoincensación; no hay sinceridad sino hipocresía. (p. 319). • “La oración del fariseo no consigue subir a Dios porque es destinada solamente al hombre, a sus méritos, a su orgullo” (p. 319). El publicano o Gianfranco Ravasi o.c. • “Es la odiada figura del funcionario fiscal [recaudador de impuestos] que colabora con el poder extranjero detestado, el romano”. • “Su oración contiene una total confesión de pobreza y de pecado: Ten piedad que soy un pecador. La raíz de su oración no es la justicia del hombre (cuya falta está reconocida) sino la justicia salvadora de Dios. Un Dios que puede, en su amor, desequilibrar la balanza de pagos porque no es un tirano ni un acreedor mezquino sino un padre: lo único que pide al hombre es su conversión. El publicano no es, por tanto, el modelo de hombre religioso observante y seguro de la salvación, sino del hombre de fe que espera de Dios perdón y salvación” (p. 317). • “Es el modelo del perfecto orante. Corazón arrepentido, confesión sincera, humildad interior, diálogo con Dios que todo lo ve y todo lo salva: éstas son las características de su oración. Son el eco de las palabras que el Sirácida, sabio bíblico del II siglo a.C., nos ha hecho escuchar en la primera lectura: La oración del humilde las nubes atraviesa, hasta que no llega a su término él no se consuela. • “Su oración nace del fango pero es como un rayo de luz que sube hacia el infinito, llegando al Señor”. La oración del humilde “atraviesa las nubes” [cfr. 1ª Lectura: “la oración del que se humilla traspasará las nubes”]: según la tradición rabínica, el cielo estaría cerrado hasta la llegada del Mesías, pero el grito del miserable consigue resquebrajar ese cierre. La enseñanza de Jesús sobre la oración del fariseo y la del publicano. o Gianfranco Ravasi o.c.: • “Realiza un vuelco neto. El fariseo es rechazado (...) el publicano es «justificado» por su fe. No bastan ni el culto ni el formalismo autosuficientes; la salvación viene de la fe y de la adhesión humilde y amorosa a la acción de Dios. El don de la salvación es muy superior a nuestro mérito y, por tanto, no puede ser nunca equiparado a una obligatoria recompensa por cuanto ha hecho el hombre” (p. 317). • El Señor nos pone en guardia ante el engaño de creernos religiosos/piadosos solamente por ofrecer sacrificios rituales o por autoproclamarnos justos, como en el caso del fariseo. El verdadero sacrificio se expresa en la conversión del corazón y supone la apertura a los otros y la humilde espera del don de Dios. 3. La justificación - justicia, salvación - en el fariseo y en el publicano. Cfr. Temi di predicazione – Omelie o.c. • El fariseo inicia su invocación a Dios, como un agradecimiento, cosa buena en sí. Pero no agradece al Señor las obras grandes que Él hace en la creación y en la historia y tampoco las que el Señor ha realizado en su historia personal, sino que agradece – auto glorificándose - por todo lo que él (el fariseo) es y hace, comparándose con los demás a los que desprecia. Es consciente de estar en regla con todas las normas de la Ley. No pide nada a Dios. Se siente justo; está satisfecho de sí mismo y se goza en mostrar a Dios la lista de sus méritos, de sus buenas obras. Y desprecia a los demás: no soy como los otros hombres, ladrones. Injustos … El publicano se siente pecador y no se compara con los demás. Se apoya en la misericordia de Dios, se abre a la justicia de Dios. Aparece como el verdadero creyente que no confía en sí mismo y en sus propias obras, aunque sean buenas. Recuérdese que en el Antiguo Testamento muchos textos presentan la justicia de Dios como sinónimo de su salvación, de su amor. “El Señor ha dado a conocer su salvación; ha revelado su justicia a los ojos de las naciones” (Salmo 98/97,2: Cf. Salmo 40/39, 10-11). “Mi justicia está cerca, no se alejará, mi salvación no se demorará, daré la salvación en Sión, y mi gloria a Israel” (Isaías 46, 13; cf. Isaías 51, 5-6; 63,7; etc.). La Biblia griega traduce el término hebreo «justicia» con términos como misericordia, como en Isaías 51,1. El justo es el que participa de esa justicia divina; solamente así puede considerarse verdaderamente justo. Por medio 3 de esta parábola se afirma que sólo Dios nos hace justos y esto nos ayuda a ser humildes y a confiar en Dios; al mismo tiempo nos quita la presunción de ser mejores que los demás y despreciarlos. 4. El fariseo y el publicano en el Catecismo de la Iglesia Católica • n. 2613: S. Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración: La primera, «el amigo importuno» (Cf Lucas 11, 5-13), invita a una oración insistente: «Llamad y se os abrirá». Al que ora así, el Padre del cielo «le dará todo lo que necesite», y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones. La segunda, «la viuda importuna» (Cf Lucas 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?» La tercera parábola, «el fariseo y el publicano» (Cf Lucas 18, 9-14.), se refiere a la humildad del corazón que ora. «Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador». La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: «¡Kyrie eleison!». 5. ¿A quién escucha el Señor? Al pobre de espíritu. ¿Quién es el «pobre de espíritu»? Cfr. El salmo responsorial de hoy. Cfr. Salmo Responsorial, dom. 30 tiempo ordinario Ciclo C Salmo 34 (33), 2-3; 17-18; 19-20 R./ Llega a tu rostro, Señor, el grito del pobre [otras traducciones: El pobre clamó, y el Señor le oyó] 2 Bendigo al señor en todo tiempo; su alabanza está en mi boca de continuo. 3 Mi alma se gloría en el Señor; Que lo escuchen los humildes y se alegren. 17 El rostro del Señor está contra los malhechores para borrar de la tierra su memoria. 18 Claman y el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias 19 El Señor está cerca de los contritos de corazón, y salva a los de espíritu abatido. 20 Muchas son las aflicciones del Justo pero el Señor les libra de todas. Quiénes son los «pobres» o «humildes». La pobreza viene a parecerse a la «infancia espiritual» necesaria para entrar en el Reino. Pobre es quien confía en el Señor y no busca la seguridad en sí mismo. o a) Pobre de espíritu: quien confía en el Señor, no en sus bienes, etc. "Los pobres en el espíritu" son aquellos, a los que se refiere el Profeta Sofonías (1ª Lectura, dom. 4 ord. Año A), diciendo: "el pueblo pobre y humilde, que confía en el Señor". No es posible vivir las Bienaventuranzas sin confiar en el Señor. No es simplemente el miserable, porque se puede ser indigente y egoísta apegado a la única moneda que se posee. Es quien no fundamenta su seguridad y su confianza en los bienes que posee, en el triunfo, en el orgullo, en los ídolos del oro y del poder. Su corazón está abierto a Dios y a los hermanos. A esto se refiere San Pablo, en la segunda Lectura de hoy (1,Cor 1, 26-31), cuando dice: “ 26 Considerad, si no hermanos, vuestra vocación; porque no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; 27 sino que Dios escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y Dios eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; 28 escogió Dios a lo vil, a los despreciable del mundo, a lo que no es nada, para destruir a lo que es, 29 de manera que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios”. “Pobres” son los que se sienten nada sin Dios, los que se saben que nada pueden sin Dios. La pobreza espiritual es lo contrario a la auto-suficiencia, al orgullo, al creer que todo se puede lograr, y que basta proponérselo. “Quien es soberbio no es pobre de espíritu: por tanto el humilde es el pobre de espíritu. Es alto el reino de los cielos: «pero quien se humilla será exaltado” (Lc 14,11). (San Agustín, Sermón 53, 1-6.9) o b) Pobre de espíritu es quien se somete a la voluntad de Dios. Sofonías 2,3 (Biblia de Jerusalén): “«Humildes»o «pobres», en hebreo ‘anawîm. Los pobres tienen gran importancia en la Biblia. Si la literatura sapiencial tiende a considerar la pobreza, rêš, como efecto de la pereza (Pr 10,4 – pero ver Pr 14,21; 18,12-), los profetas saben que los pobres son ante todo los oprimidos, ‘aniyyîm; reclaman justicia para los débiles y pequeños, dal-lîm, y los indigentes, ‘eboyônîm (Am 2,6; Is 10,2; ver Jb 34, 28ss; Si 4,1 s.). El Deuteronomio, siguiendo a Ex 22,20-26; 23,6, les hace eco con su legislación humanitaria, Dt 24, 10s. Con 4 Sofonías, el vocabulario de la pobreza toma un colorido moral y escatológico (3, 11s; ver Is 49,13; 57, 14,21; 66,2; Sal 22,27; 34, 3s.; 37,11s; 69,34; 74,19; 149,4; ver también Mt 5,3+; Lc 1,52; 6,20; 7,22. Los ‘anawîm son en una palabra los israelitas sumisos a la voluntad divina. (...) A los pobres es a quienes será enviado el Mesías (Is 61,1; ver 11,4; Sal 72,12s; Lc 4,18). Él mismo será humilde y manso (Za 9,9; ver Mt 11,29; 21,5), y será incluso oprimido (Is 53,4; Sal 22,25). o c) La pobreza viene a parecerse a la infancia espiritual. Mateo 5,3 (Biblia de Jerusalén): “Cristo recoge la palabra «pobre» con el matiz moral perceptible ya en Sofonías (ver So 2,3+)), hecho aquí explícito por la expresión «de espíritu», ausente en Lc 6,20. Indefensos y oprimidos, los «pobres» o los «humildes» están a punto para el Reino de los Cielos; tal es el tema de la Bienaventuranzas (ver Lc 4,18; 7,22=Mt 11,5; Lc 14,13; St 2,5). La pobreza viene a parecerse a la «infancia espiritual» necesaria para entrar en el Reino (Mt 18, 1s=Mc 9,33s; ver Lc 9,46; Mt 19,13sp; 11,25sp (el misterio revelado a los «pequeños», nêpioi, ver Lc 12,32; 1 Cor 1,26). A los «pobres», ptojôi, corresponden también los «humildes», tapeinoi, Lc 1,48.52; 14,11; 18,14; Mt 23,12; 18,4, los «últimos» opuestos a los «primeros», Mc 5,35, los «pequeños» opuestos a los «grandes» (Lc 9,48; ver Mt 19,30p; 20, 26p – ver Lc 17,10). Si bien la fórmula de Mt 5,3 subraya el espíritu de pobreza, tanto en el rico como en el pobre, a lo que Cristo se refiere generalmente es a una pobreza efectiva, en especial para sus discípulos (Mt 16, 19s; ver Lc 12, 33s; Mt 6, 25p; 4, 18 sp – ver Lc 5 1s -; 9,9p; 19,21 p; 19,27 – ver Mc 10, 28p -; ver Hch 2,44s; 4,32s -). Él mismo da ejemplo de pobreza (Lc 2,7; Mt 8,20p), y de humildad (Mt 11,29; 20,28p; 21,5; Jn 13,12s; ver 2 Co 8,9; Flp 2,7s). Se identifica con los pequeños y los desdichados (Mt 25,45; ver 18,5sp). o Riqueza/arrogancia y pobreza/mansedumbre Dichosos los pobres en el espíritu. Del sermón de san León Magno, papa, sobre las bienaventuranzas, (Sermón 95, 2-3: PL 54,462) Cf. Viernes 22 semana tiempo ordinario: No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, son amigos de la mansedumbre y, en cambio, los ricos, en la abundancia, se familiarizan con la arrogancia. Sin embargo, no faltan tampoco muchos ricos en los que se encuentra la disponibilidad para usar de la propia abundancia no para caer en una ostentación orgullosa, sino para hacer obras de caridad. Ellos consideran una ganancia lo que dan para aliviar la miseria de sus prójimos. 5. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros 2007 Del capítulo 3: El evangelio del Reino de Dios pp.73-90 o El fariseo y el publicano El fariseo ni siquiera mira a Dios, sino sólo a sí mismo; el publicano se ve en relación con Dios. (…) El fariseo se jacta de sus muchas virtudes; le habla a Dios tan sólo de sí mismo y, al alabarse a sí mismo, cree alabar a Dios. El publicano conoce sus pecados, sabe que no puede vanagloriarse ante Dios y, consciente de su culpa, pide gracia. ¿Significa esto que uno representa el ethos y el otro la gracia sin ethos o contra el ethos? En realidad no se trata de la cuestión ethos sí o ethos no, sino de dos modos de situarse ante Dios y ante sí mismo. Uno, en el fondo, ni siquiera mira a Dios, sino sólo a sí mismo; realmente no necesita a Dios, porque lo hace todo bien por sí mismo. No hay ninguna relación real con Dios, que a fin de cuentas resulta superfluo; basta con las propias obras. Aquel hombre se justifica por sí solo. El otro, en cambio, se ve en relación con Dios. Ha puesto su mirada en Dios y, con ello, se le abre la mirada hacia sí mismo. Sabe que tiene necesidad de Dios y que ha de vivir de su bondad, la cual no puede alcanzar por sí solo ni darla por descontada. Sabe que necesita misericordia, y así aprenderá de la misericordia de Dios a ser él mismo misericordioso y, por tanto, semejante a Dios. El vive gracias a la relación con Dios, de ser agraciado con el don de Dios; siempre necesitará el don de la bondad, del perdón, pero también aprenderá con ello a transmitirlo a los demás. La gracia que implora no le exime del ethos. Sólo ella le capacita para hacer realmente el bien. Necesita a Dios, y como lo reconoce, gracias a la bondad de Dios comienza él mismo a ser bueno. No se niega el ethos, sólo se le libera de la estrechez del moralismo y se le sitúa en el contexto de una relación de amor, de la relación con Dios; así el ethos llega a ser verdaderamente él mismo.

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