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La Ascensión del Señor (2014). El Señor, antes de la Ascensión, asigna una misión a sus
discípulos: “Id y haced discípulos a todos los pueblos”. El compromiso apostólico es una dimensión
esencial de la fe. Como el buen samaritano, debemos tratar con atención a los que encontramos,
debemos saber escuchar, comprender y ayudar, para poder guiar a quien busca la verdad y el sentido de
la vida hacia la casa de Dios, que es la Iglesia, donde se encuentra la esperanza y la salvación. No
debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ir por doquier
y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. La esperanza en el cielo - en la
tierra nueva – (Cfr. segunda Lectura) no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de
cultivar esta tierra. Mientras esperamos el retorno del Señor no podemos estar cruzados de brazos.
Cfr. Ascensión del Señor 1/06/14 Ciclo A
Hechos 1, 1-11: 1 . El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio 2 .
hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había
elegido, fue llevado al cielo. 3 . A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de
que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. 4 . Mientras
estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre,
« que oísteis de mí: 5 Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de
pocos días ». 6 . Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el
Reino de Israel?» 7. El les contestó: « A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre
con su autoridad, 8 . sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.
9 . Y dicho esto, fue levantado en
presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos.
10 . Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se
les aparecieron dos hombres vestidos de blanco 11 que les dijeron: « Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este
que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.
Efesios 1, 17-23: 17 Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y
revelación para conocerle, 18 iluminando los ojos de vuestro corazón, para que sepáis cuál es la esperanza a la que
os llama, cuáles las riqueza de gloria que da en herencia a los santos, 19 y cuál es la suprema grandeza de su poder
en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa. 20 Él la ha puesto por obra en Cristo,
resucitándole de entre los muertos y sentándole a su derecha en los cielos, 21 por encima de todo principado,
potestad, virtud y dominación y de todo cuanto existe, no sólo en este mundo sino también en el venidero. 22 Todo
lo sometió bajo sus pies, y a él lo constituyó cabeza de todas las cosas a favor de la Iglesia, 23 que es su cuerpo, la
plenitud quien llena todo en todas las cosas.
Mateo 28, 16-20: En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al
verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: -«Se me ha dado pleno poder en
el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria,
y hasta los confines de la tierra.
(Hechos 1,8)
Id y haced discípulos de todos los pueblos.
(Mateo 28, 19)
A. El Señor, antes de la Ascensión, asigna una misión a sus discípulos: “Id y
haced discípulos a todos los pueblos”.
2
Cfr. Benedicto XVI, Mensaje para la 28 Jornada Mundial de la Juventud 2013
en Brasil. Vaticano 18 de octubre de 2012.
o Tema de la Jornada: Id y haced discípulos a todos los pueblos (cf. Mt 28,19)
• “Se trata de la gran exhortación misionera que Cristo dejó a toda la Iglesia y que sigue siendo
actual también hoy, dos mil años después”.
o 1. Una llamada apremiante
(…)
Cristo ha enviado a sus discípulos para que lleven a todos los pueblos
el gozoso anuncio de salvación y de vida nueva.
Hay muchos jóvenes hoy que dudan profundamente de que la vida sea un don y no ven con
claridad su camino. Ante las dificultades del mundo contemporáneo, muchos se preguntan con frecuencia:
¿Qué puedo hacer? La luz de la fe ilumina esta oscuridad, nos hace comprender que cada existencia tiene
un valor inestimable, porque es fruto del amor de Dios. Él ama también a quien se ha alejado de él; tiene
paciencia y espera, es más, él ha entregado a su Hijo, muerto y resucitado, para que nos libere
radicalmente del mal. Y Cristo ha enviado a sus discípulos para que lleven a todos los pueblos este gozoso
anuncio de salvación y de vida nueva.
(…)
La globalización de las relaciones sólo será positiva y hará crecer el
mundo en humanidad si se basa no en el materialismo sino en el amor,
que es la única realidad capaz de colmar el corazón de cada uno y de
unir a las personas. Dios es amor.
Estamos atravesando un período histórico muy particular. El progreso técnico nos ha ofrecido
posibilidades inauditas de interacción entre los hombres y la población, mas la globalización de estas
relaciones sólo será positiva y hará crecer el mundo en humanidad si se basa no en el materialismo sino en
el amor, que es la única realidad capaz de colmar el corazón de cada uno y de unir a las personas. Dios es
amor. El hombre que se olvida de Dios se queda sin esperanza y es incapaz de amar a su semejante. Por
ello, es urgente testimoniar la presencia de Dios, para que cada uno la pueda experimentar. La salvación
de la humanidad y la salvación de cada uno de nosotros están en juego. Quien comprenda esta necesidad,
sólo podrá exclamar con Pablo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Co 9,16).
o 2. Sed discípulos de Cristo. La fe se refuerza dándola.
El compromiso apostólico es una dimensión esencial de la fe.
El anuncio del Evangelio no puede ser más que la consecuencia de
la alegría de haber encontrado en Cristo la roca sobre la que
construir la propia existencia.
(…) El compromiso misionero es una dimensión esencial de la fe; no se puede ser un verdadero
creyente si no se evangeliza. El anuncio del Evangelio no puede ser más que la consecuencia de la alegría
de haber encontrado en Cristo la roca sobre la que construir la propia existencia. Esforzándoos en servir a
los demás y en anunciarles el Evangelio, vuestra vida, a menudo dispersa en diversas actividades,
encontrará su unidad en el Señor, os construiréis también vosotros mismos, creceréis y maduraréis en
humanidad.
(…) Un discípulo es, de hecho, una persona que se pone a la escucha de la palabra de Jesús
(cf. Lc 10,39), al que se reconoce como el buen Maestro que nos ha amado hasta dar la vida. Por ello, se
trata de que cada uno de vosotros se deje plasmar cada día por la Palabra de Dios; ésta os hará amigos del
Señor Jesucristo, capaces de incorporar a otros jóvenes en esta amistad con él.
Hacer memoria de los dones recibidos de Dios para transmitirlos a su
vez.
Formamos parte de una enorme cadena de hombres y mujeres
que nos han transmitido la verdad de la fe y que cuentan con
nosotros para que otros la reciban.
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Os aconsejo que hagáis memoria de los dones recibidos de Dios para transmitirlos a su vez.
Aprended a leer vuestra historia personal, tomad también conciencia de la maravillosa herencia de las
generaciones que os han precedido: numerosos creyentes nos han transmitido la fe con valentía,
enfrentándose a pruebas e incomprensiones. No olvidemos nunca que formamos parte de una enorme
cadena de hombres y mujeres que nos han transmitido la verdad de la fe y que cuentan con nosotros para
que otros la reciban. El ser misioneros presupone el conocimiento de este patrimonio recibido, que es la fe
de la Iglesia. (…)
o 3. Id
Jesús envió a sus discípulos en misión con este encargo.
Cuando descubro hasta qué punto soy amado por Dios y salvado
por él, nace en mí no sólo el deseo, sino la necesidad de darlo a
conocer a otros.
Jesús envió a sus discípulos en misión con este encargo: «Id al mundo entero y proclamad el
Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará» (Mc 16,15-16). Evangelizar significa
llevar a los demás la Buena Nueva de la salvación y esta Buena Nueva es una persona: Jesucristo. Cuando
le encuentro, cuando descubro hasta qué punto soy amado por Dios y salvado por él, nace en mí no sólo el
deseo, sino la necesidad de darlo a conocer a otros. Al principio del Evangelio de Juan vemos a Andrés
que, después de haber encontrado a Jesús, se da prisa para llevarle a su hermano Simón (cf. Jn 1,40-42).
La evangelización parte siempre del encuentro con Cristo, el Señor. Quien se ha acercado a él y ha hecho
la experiencia de su amor, quiere compartir en seguida la belleza de este encuentro que nace de esta
amistad. Cuanto más conocemos a Cristo, más deseamos anunciarlo. Cuanto más hablamos con él, más
deseamos hablar de él. Cuanto más nos hemos dejado conquistar, más deseamos llevar a otros hacia él.
El alma de la misión es el Espíritu de amor, que nos empuja a salir de
nosotros mismos, para «ir» y evangelizar.
Tened el valor de «salir» de vosotros mismos hacia los demás y
guiarlos hasta el encuentro con Dios.
Por medio del bautismo, que nos hace nacer a una vida nueva, el Espíritu Santo se establece en
nosotros e inflama nuestra mente y nuestro corazón. Es él quien nos guía a conocer a Dios y a entablar una
amistad cada vez más profunda con Cristo; es el Espíritu quien nos impulsa a hacer el bien, a servir a los
demás, a entregarnos. Mediante la confirmación somos fortalecidos por sus dones para testimoniar el
Evangelio con más madurez cada vez. El alma de la misión es el Espíritu de amor, que nos empuja a salir
de nosotros mismos, para «ir» y evangelizar. Queridos jóvenes, dejaos conducir por la fuerza del amor de
Dios, dejad que este amor venza la tendencia a encerrarse en el propio mundo, en los propios problemas,
en las propias costumbres. Tened el valor de «salir» de vosotros mismos hacia los demás y guiarlos hasta
el encuentro con Dios.
o 4. Llegad a todos los pueblos
(…) ¡Id! Cristo también os necesita. Dejaos llevar por su amor, sed instrumentos de este amor inmenso,
para que llegue a todos, especialmente a los que están «lejos». Algunos están lejos geográficamente,
mientras que otros están lejos porque su cultura no deja espacio a Dios; algunos aún no han acogido
personalmente el Evangelio, otros, en cambio, a pesar de haberlo recibido, viven como si Dios no
existiese. Abramos a todos las puertas de nuestro corazón; intentemos entrar en diálogo con ellos, con
sencillez y respeto mutuo. Este diálogo, si es vivido con verdadera amistad, dará fruto. Los «pueblos» a
los que hemos sido enviados no son sólo los demás países del mundo, sino también los diferentes ámbitos
de la vida: las familias, los barrios, los ambientes de estudio o trabajo, los grupos de amigos y los lugares
de ocio. El anuncio gozoso del Evangelio está destinado a todos los ambientes de nuestra vida, sin
exclusión.
o 5. Haced discípulos
Como el buen samaritano, debemos tratar con atención a los que
encontramos, debemos saber escuchar, comprender y ayudar, para
poder guiar a quien busca la verdad y el sentido de la vida hacia la
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casa de Dios, que es la Iglesia, donde se encuentra la esperanza y la
salvación.
(…) Como el buen samaritano, debemos tratar con atención a los que encontramos, debemos saber
escuchar, comprender y ayudar, para poder guiar a quien busca la verdad y el sentido de la vida hacia la
casa de Dios, que es la Iglesia, donde se encuentra la esperanza y la salvación (cf. Lc 10,29-37). Queridos
amigos, nunca olvidéis que el primer acto de amor que podéis hacer hacia el prójimo es el de compartir la
fuente de nuestra esperanza: Quien no da a Dios, da muy poco. Jesús ordena a sus apóstoles: «Haced
discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20). Los medios que tenemos para «hacer
discípulos» son principalmente el bautismo y la catequesis. Esto significa que debemos conducir a las
personas que estamos evangelizando para que encuentren a Cristo vivo, en modo particular en su Palabra
y en los sacramentos. De este modo podrán creer en él, conocerán a Dios y vivirán de su gracia. Quisiera
que cada uno se preguntase: ¿He tenido alguna vez el valor de proponer el bautismo a los jóvenes que aún
no lo han recibido? ¿He invitado a alguien a seguir un camino para descubrir la fe cristiana? Queridos
amigos, no tengáis miedo de proponer a vuestros coetáneos el encuentro con Cristo. Invocad al Espíritu
Santo: Él os guiará para poder entrar cada vez más en el conocimiento y el amor de Cristo y os hará
creativos para transmitir el Evangelio.
o 6. Firmes en la fe
Cuando os sintáis ineptos, incapaces y débiles para anunciar y
testimoniar la fe, no temáis. La evangelización no es una iniciativa
nuestra que dependa sobre todo de nuestros talentos, sino que es una
respuesta confiada y obediente a la llamada de Dios, y por ello no se
basa en nuestra fuerza, sino en la suya.
Ante las dificultades de la misión de evangelizar, a veces tendréis la tentación de decir como el
profeta Jeremías: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño». Pero Dios también
os contesta: «No digas que eres niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene» (Jr 1,6-7).
Cuando os sintáis ineptos, incapaces y débiles para anunciar y testimoniar la fe, no temáis. La
evangelización no es una iniciativa nuestra que dependa sobre todo de nuestros talentos, sino que es una
respuesta confiada y obediente a la llamada de Dios, y por ello no se basa en nuestra fuerza, sino en
la suya. Esto lo experimentó el apóstol Pablo: «Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea
que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2Co 4,7).
Os invito a que os arraiguéis en la oración y en los sacramentos.
Por ello os invito a que os arraiguéis en la oración y en los sacramentos. La evangelización
auténtica nace siempre de la oración y está sostenida por ella. Primero tenemos que hablar con Dios para
poder hablar de Dios. En la oración le encomendamos al Señor las personas a las que hemos sido enviados
y le suplicamos que les toque el corazón; pedimos al Espíritu Santo que nos haga sus instrumentos para la
salvación de ellos; pedimos a Cristo que ponga las palabras en nuestros labios y nos haga ser signos de su
amor. En modo más general, pedimos por la misión de toda la Iglesia, según la petición explícita de Jesús:
«Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9,38). Sabed encontrar en la
eucaristía la fuente de vuestra vida de fe y de vuestro testimonio cristiano, participando con fidelidad en la
misa dominical y cada vez que podáis durante la semana. Acudid frecuentemente al sacramento de la
reconciliación, que es un encuentro precioso con la misericordia de Dios que nos acoge, nos perdona y
renueva nuestros corazones en la caridad. No dudéis en recibir el sacramento de la confirmación, si aún no
lo habéis recibido, preparándoos con esmero y solicitud. Es, junto con la eucaristía, el sacramento de la
misión por excelencia, que nos da la fuerza y el amor del Espíritu Santo para profesar la fe sin miedo. Os
aliento también a que hagáis adoración eucarística; detenerse en la escucha y el diálogo con Jesús presente
en el sacramento es el punto de partida de un nuevo impulso misionero.
(…)
o 7. Con toda la Iglesia
Nadie puede ser testigo del Evangelio en solitario.
(…) Nadie puede ser testigo del Evangelio en solitario. Jesús envió a sus discípulos a la misión en grupos:
«Haced discípulos» está puesto en plural. Por tanto, nosotros siempre damos testimonio en cuanto
miembros de la comunidad cristiana; nuestra misión es fecundada por la comunión que vivimos en la
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Iglesia, y gracias a esa unidad y ese amor recíproco nos reconocerán como discípulos de Cristo
(cf. Jn 13,35). Doy gracias a Dios por la preciosa obra de evangelización que realizan nuestras
comunidades cristianas, nuestras parroquias y nuestros movimientos eclesiales. Los frutos de esta
evangelización pertenecen a toda la Iglesia: «Uno siembra y otro siega» (Jn 4,37). (…)
B. Otro aspecto de la solemnidad de la Ascensión
El cielo y la tierra
o Juan Pablo II, Homilía
24 mayo 2001
Contemplar el cielo no significa olvidar la tierra
Ciertamente, contemplar el cielo no significa olvidar la tierra. Si nos viniera esta tentación, nos
bastaría escuchar de nuevo a los "dos hombres vestidos de blanco" de la página evangélica de hoy: "¿Qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo?". La contemplación cristiana no nos aleja del compromiso
histórico. El "cielo" al que Jesús ascendió no es lejanía, sino ocultamiento y custodia de una presencia que
no nos abandona jamás, hasta que él vuelva en la gloria. Mientras tanto, es la hora exigente del
testimonio, para que en el nombre de Cristo "se predique la conversión y el perdón de los pecados a todos
los pueblos" (cf. Lucas 24, 47).
o Benedicto XVI, Homilía
24 de mayo de 2009
No debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del
Espíritu Santo, debemos ir por doquier y proclamar el anuncio
salvífico de la muerte y resurrección de Cristo.
“Precisamente a sus discípulos, llenos de intrepidez por la fuerza del Espíritu Santo, corresponderá
hacer perceptible su presencia con el testimonio, el anuncio y el compromiso misionero. También a
nosotros la solemnidad de la Ascensión del Señor debería colmarnos de serenidad y entusiasmo, como
sucedió a los Apóstoles, que del Monte de los Olivos se marcharon "con gran gozo". Al igual que ellos,
también nosotros, aceptando la invitación de los "dos hombres vestidos de blanco", no debemos quedarnos
mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ir por doquier y proclamar el anuncio
salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las
que concluye el Evangelio según san Mateo: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo" (Mateo 28,20).
o Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 39
La esperanza en el cielo - en la tierra nueva – (Cfr. segunda Lectura)
no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar
esta tierra.
• Gaudium et spes, 39. Ignoramos tanto el tiempo en que la tierra y la humanidad se consumarán[71],
como la forma en que se transformará el universo. Pasa ciertamente la figura de este mundo, deformada
por el pecado[72]. Pero sabemos por la revelación que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra
donde habita la justicia[73], y cuya bienaventuranza saciará y superará todos los anhelos de paz que
ascienden en el corazón de los hombres[74]. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios serán
resucitados en Cristo, y lo que se sembró en debilidad y corrupción se revestirá de incorrupción[75]; y,
subsistiendo la caridad y sus obras[76], serán liberadas de la esclavitud de la vanidad todas aquellas
criaturas[77] que Dios creó precisamente para servir al hombre.
Y ciertamente se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí
mismo[78]. Mas la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar la preocupación
por perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la nueva humanidad que puede ya ofrecer una
cierta prefiguración del mundo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir con sumo cuidado entre el
progreso temporal y el crecimiento del Reino de Cristo, el primero, en cuanto contribuye a una sociedad
mejor ordenada, interesa en gran medida al Reino de Dios[79].
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En efecto; los bienes todos de la dignidad humana, de la fraternidad y de la libertad, es decir,
todos los buenos frutos de la naturaleza y de nuestra actividad, luego de haberlos propagado -en el Espíritu
de Dios y conforme a su mandato- sobre la tierra, los volveremos a encontrar de nuevo, pero limpios de
toda mancha a la vez que iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre el reino eterno y
universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de
paz[80]. Aquí, en la tierra, existe ya el Reino, aunque entre misterios; mas, cuando venga el Señor, llegará
a su consumada perfección.
[71] Cf. Hch 1,7. [72] Cf. 1 Cor 7,31; S. Iren. Adv. haer. 5, 36 PG 7, 1222.
[73] Cf. 2 Cor 5,2; 2 Pe 3,13. [74] Cf. 1 Cor 2,9; Ap 21,4-5. [75] Cf. 1 Cor 15,42.53.
[76] Cf. 1 Cor 13,8; 3,14. [77] Cf. Rom 8,19-21. [78] Cf. Lc 9,25.
[79] Cf. Pío XI, e. QA l. c., 207. [80] Praefatio Festi Christi Regis.
o San Josemaría Escrivá, Homilía La Ascensión del Señor a los cielos, Es
Cristo que pasa, 121
Mientras esperamos el retorno del Señor no podemos estar cruzados
de brazos.
• “Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos, porque el Señor nos
declaró expresamente: negociad, mientras vengo (Lc 19,13). Mientras esperamos el retorno del Señor, que
volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La extensión del Reino
de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido
de El los poderes sagrados. Vos autem estis corpus Christi (I Cor 12, 27), vosotros también sois cuerpos
de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin”.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
miércoles, 12 de julio de 2017
La Ascensión del Señor (2014). El Señor, antes de la Ascensión, asigna una misión a sus discípulos: “Id y haced discípulos a todos los pueblos”. El compromiso apostólico es una dimensión esencial de la fe. Como el buen samaritano, debemos tratar con atención a los que encontramos, debemos saber escuchar, comprender y ayudar, para poder guiar a quien busca la verdad y el sentido de la vida hacia la casa de Dios, que es la Iglesia, donde se encuentra la esperanza y la salvación. No debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ir por doquier y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. La esperanza en el cielo - en la tierra nueva – (Cfr. segunda Lectura) no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra. Mientras esperamos el retorno del Señor no podemos estar cruzados de brazos.
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