miércoles, 12 de julio de 2017

La Ascensión. “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hechos 1, 11). La mirada desde la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y, al mismo tiempo, consolidando su reino en la tierra: reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. Llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren .... haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común. La esperanza en el cielo - en la tierra nueva - no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra. Nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios.


1 La Ascensión. “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hechos 1, 11). La mirada desde la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y, al mismo tiempo, consolidando su reino en la tierra: reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. Llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren .... haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común. La esperanza en el cielo - en la tierra nueva - no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra. Nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios. 1. El significado de la Ascensión A) Catecismo de la Iglesia Católica • n. 665 La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hechos 1, 11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Colosenses 3, 3). • n. 666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con él eternamente. B) Papa Francisco, Catequesis sobre la Ascensión, 17 de abril de 2013 (…) o El significado de la Ascensión Nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios. La Ascensión de Jesús al Cielo nos hace conocer esta realidad tan consoladora para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él, estamos ciertos de hallarnos en manos seguras, en manos de nuestro salvador, de nuestro abogado. La Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él vive en medio de nosotros de un modo nuevo; ya no está en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno de nosotros. La Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él vive en medio de nosotros de un modo nuevo; ya no está en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: contamos con este abogado que nos espera, que nos defiende. Nunca estamos solos: el Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros se encuentran numerosos hermanos y hermanas que, en el silencio y en el escondimiento, en su vida de familia y de trabajo, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto a nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, que subió al Cielo, abogado para nosotros. 2 2. “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hechos 1, 11). A) La respuesta a esta pregunta encierra la verdad fundamental sobre la vida y el destino del hombre. Cfr. Benedicto XVI, Homilía, Ascensión 28 de mayo de 2006, Cracovia. Hoy, en la explanada de Blonia, en Cracovia, resuena nuevamente esta pregunta recogida en los Hechos de los Apóstoles. Esta vez se dirige a todos nosotros: "¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?". La respuesta a esta pregunta encierra la verdad fundamental sobre la vida y el destino del hombre. o Esta pregunta se refiere a dos actitudes relacionadas con las dos realidades en las que se inscribe la vida del hombre: la terrena y la celeste Esta pregunta se refiere a dos actitudes relacionadas con las dos realidades en las que se inscribe la vida del hombre: la terrena y la celeste. Primero, la realidad terrena: "¿Qué hacéis ahí?", ¿por qué estáis en la tierra? Respondemos: Estamos en la tierra porque el Creador nos ha puesto aquí como coronamiento de la obra de la creación. Dios todopoderoso, de acuerdo con su inefable designio de amor, creó el cosmos, lo sacó de la nada. Y después de realizar esa obra, llamó a la existencia al hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-27). Le concedió la dignidad de hijo de Dios y la inmortalidad. Sin embargo, como sabemos, el hombre se extravió, abusó del don de la libertad y dijo "no" a Dios, condenándose de este modo a sí mismo a una existencia en la que entraron el mal, el pecado, el sufrimiento y la muerte. Pero sabemos también que Dios mismo no se resignó a esa situación y entró directamente en la historia del hombre, que se convirtió en historia de la salvación. a. Realidad terrena. Un horizonte magnifico de la peregrinación terrena. Estamos aquí, en la tierra: ¿es ése nuestro destino definitivo? "Estamos en la tierra", estamos arraigados en ella, de ella crecemos. Aquí hacemos el bien en los extensos campos de la existencia diaria, en el ámbito de lo material y también en el de lo espiritual: en las relaciones recíprocas, en la edificación de la comunidad humana y en la cultura. Aquí experimentamos el cansancio de los viandantes en camino hacia la meta por sendas escabrosas, en medio de vacilaciones, tensiones, incertidumbres, pero también con la profunda conciencia de que antes o después este camino llegará a su término. Y entonces surge la reflexión: ¿Esto es todo? ¿La tierra en la que "nos encontramos" es nuestro destino definitivo? En este contexto, conviene detenerse en la segunda parte de la pregunta recogida en la página de los Hechos: "¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?". Leemos que, cuando los Apóstoles intentaron atraer la atención del Resucitado sobre la cuestión de la reconstrucción del reino terreno de Israel, él "fue elevado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos". Y ellos "estaban mirando fijamente al cielo mientras se iba" (Hechos 1, 9-10). Así pues, estaban mirando fijamente al cielo, dado que acompañaban con la mirada a Jesucristo, crucificado y resucitado, que era elevado. No sabemos si en aquel momento se dieron cuenta de que precisamente ante ellos se estaba abriendo un horizonte magnífico, infinito, el punto de llegada definitivo de la peregrinación terrena del hombre. Tal vez lo comprendieron solamente el día de Pentecostés, iluminados por el Espíritu Santo. Para nosotros, sin embargo, ese acontecimiento de hace dos mil años es fácil de entender. Estamos llamados, permaneciendo en la tierra, a mirar fijamente al cielo, a orientar la atención, el pensamiento y el corazón hacia el misterio inefable de Dios. Estamos llamados a mirar hacia la realidad divina, a la que el hombre está orientado desde la creación. En ella se encierra el sentido definitivo de nuestra vida. (...) b. El Señor nos asigna una misión en esta tierra. 3 Ser testigos de Jesús que nos asigna una misión Hoy hemos oído las palabras de Jesús: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hchos 1, 8). Hace siglos estas palabras llegaron también a tierra polaca. Han constituido y siguen constituyendo constantemente un desafío para todos los que admiten pertenecer a Cristo, para los cuales su causa es la más importante. Debemos ser testigos de Jesús, que vive en la Iglesia y en el corazón de los hombres. Es él quien nos asigna una misión. El día de su ascensión al cielo, dijo a los Apóstoles: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. (...) Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la palabra con las señales que la acompañaban" (Marcos 16, 15). (...) Mirad desde la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y consolidando su reino en la tierra: reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia También yo, Benedicto XVI, sucesor del Papa Juan Pablo II, os ruego que miréis desde la tierra al cielo, que fijéis vuestra mirada en Aquel a quien desde hace dos mil años siguen las generaciones que viven y se suceden en nuestra tierra, encontrando en él el sentido definitivo de la existencia. Fortalecidos por la fe en Dios, esforzaos con empeño por consolidar su reino en la tierra: el reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. Llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren .... haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común. Os ruego que testimoniéis con valentía el Evangelio ante el mundo de hoy, llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los desesperados, a quienes tienen sed de libertad, de verdad y de paz. Haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común, testimoniad que Dios es amor. (...) B. Encontrar la armonía entre historia y eternidad: entre el camino presente en esta tierra y la meta definitiva. Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, pp. 139-140 o Dos extremismos espirituales que hay que corregir La Ascensión es el entrelazamiento entre el presente y el futuro, entre existencia y esperanza. • El tiempo de la Iglesia no es una espera engañosa de alguien ausente o la evasión alienante hacia un cielo de sueño, sino que es, en cambio, la vuelta a la Jerusalén terrena para recorrer enteramente los caminos de la propia misión. Sólo así se abre al discípulo la puerta de la Jerusalén celestial. Por tanto, la Ascensión en vez de ser una fiesta para soñadores o personas con mentalidad apocalíptica, de hombres excitados por el íncubo de la imagen del fin del mundo, es, en realidad, la imagen visible y simbólica de un entrelazamiento entre presente y futuro, entre existencia y esperanzza. Ciertamente, como escribe Pablo a los Efesios, Dios nos abre los ojos de la mente para hacernos intuir «la maravillosa esperanza a la que nos ha llamado» (1,8). Pero, como nos sugieren los Hechos de los Apóstoles (1, 4.8), no debemos alejarnos de nuestra ciudad, de la Jerusalén terrena, porque en ella y en todas las demás regiones de la tierra, deberemos ser los testimonios de Cristo y de su palabra. Primer extremismo: mirar al cielo de modo que nos aparta del peso de los compromisos de los cristianos en esta tierra. Por tanto, es en una correcta lectura de la Ascensión, signo de la última meta de Cristo y del cristiano, donde se corrigen ciertos extremismos espirituales opuestos. Por una parte, es fuerte la tentación de «mirar al cielo»- como arrebatados por una contemplación que aparta de la tierra, del rumor de lo cotidiano, del peso de los compromisos, como atestiguan también en nuestro tiempo los movimientos apocalípticos como el de los Testigos de Jehová o ciertas experiencias carismáticas exaltadas. 4 b) la tentación “secularista”. Que encierra todo el cristianismo en un “hacer” concreto que se inmerge en las cosas. c) Encontrar la armonía entre el tiempo presente y la meta viva que debe haber en el horizonte, entre historia y eternidad. Se trata, por tanto, de encontrar la armonía entre el camino presente y la meta que hay que tener viva en el horizonte, entres destino cotidiano e inmediato y destino último y perfecto. El Concilio Vaticano II, en Gaudium et spes( n.39), ha afirmado con claridad: «Y ciertamente se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo (Lucas 9, 25). Mas la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar la preocupación por perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la nueva humanidad que puede ya ofrecer una cierta prefiguración del mundo nuevo». Desde que Cristo se ha encarnado, la historia y la eternidad se han unido inseparablemente. Lo que nosotros profesamos en el Credo no es tanto la inmortalidad del alma como la «resurrección de la carne», es decir, el ingreso de todo el ser y de toda la creación en el misterio glorioso de Dios. Esta es la Ascensión plena y total, es éste el último sentido de la Pascua del Señor”. C. Subir al Cielo, en el Antiguo Testamento y en el Catecismo de la Iglesia Católica o En el Antiguo Testamento: es la representación del destino de la eternidad bienaventurada que espera al hombre fiel en esta tierra. Ya en el AT con la expresión “subió al cielo” se indicaba el ingreso del justo en la comunión plena de Dios después de la muerte; es la representación del destino de la eternidad bienaventurada que espera al hombre fiel en esta tierra; así lo explica el salmo 16, 10-11: “pues tú no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo fiel baje a la tumba. Me enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha”. o En el Catecismo de la Iglesia Católica El cielo es el corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Vivir en el cielo es «estar con Cristo». • n. 2794: «QUE ESTAS EN EL CIELO» - Esta expresión bíblica no significa un lugar [«el espacio»] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está «fuera», sino «más allá de todo» lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito: Con razón, estas palabras "Padre nuestro que estás en el cielo" hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquel a quien invoca (S. Agustín, serm. Dom. 2, 5, 17). El «cielo» bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea (S. Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11). • n. 1025: Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (Cf Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4, 17). Los elegidos viven «en El», aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (Cf Ap 2, 17): Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (S. Ambrosio, Luc. 10, 121). • Cfr. nn. 1023, 1024 , 1026, 2802 3. La esperanza en el cielo - en la tierra nueva - no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra. Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral «Gaudium et spes», n . 39: 39. Ignoramos tanto el tiempo en que la tierra y la humanidad se consumarán[71], como la forma en que se transformará el universo. Pasa ciertamente la figura de este mundo, deformada por el pecado[72]. Pero sabemos por la revelación que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la 5 justicia[73], y cuya bienaventuranza saciará y superará todos los anhelos de paz que ascienden en el corazón de los hombres[74]. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios serán resucitados en Cristo, y lo que se sembró en debilidad y corrupción se revestirá de incorrupción[75]; y, subsistiendo la caridad y sus obras[76], serán liberadas de la esclavitud de la vanidad todas aquellas criaturas[77] que Dios creó precisamente para servir al hombre. Y ciertamente se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo[78]. Mas la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar la preocupación por perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la nueva humanidad que puede ya ofrecer una cierta prefiguración del mundo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir con sumo cuidado entre el progreso temporal y el crecimiento del Reino de Cristo, el primero, en cuanto contribuye a una sociedad mejor ordenada, interesa en gran medida al Reino de Dios[79]. En efecto; los bienes todos de la dignidad humana, de la fraternidad y de la libertad, es decir, todos los buenos frutos de la naturaleza y de nuestra actividad, luego de haberlos propagado -en el Espíritu de Dios y conforme a su mandato- sobre la tierra, los volveremos a encontrar de nuevo, pero limpios de toda mancha a la vez que iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre el reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz[80]. Aquí, en la tierra, existe ya el Reino, aunque entre misterios; mas, cuando venga el Señor, llegará a su consumada perfección. [71] Cf. Hch 1,7. [72] Cf. 1 Cor 7,31; S. Iren. Adv. haer. 5, 36 PG 7, 1222. [73] Cf. 2 Cor 5,2; 2 Pe 3,13. [74] Cf. 1 Cor 2,9; Ap 21,4-5. [75] Cf. 1 Cor 15,42.53. [76] Cf. 1 Cor 13,8; 3,14. [77] Cf. Rom 8,19-21. [78] Cf. Lc 9,25. [79] Cf. Pío XI, e. QA l. c., 207. [80] Praefatio Festi Christi Regis. 4. San José María Escrivá. Amar el mundo apasionadamente o La trascendencia de Dios en las acciones diarias. • Amar el mundo apasionadamente, Conversaciones n. 116: “Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria... o Una gran tarea por delante mientras esperamos el retorno del Señor. • Es Cristo que pasa, 121: “Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos, porque el Señor nos declaró expresamente: negociad, mientras vengo (Lc XIX,13). Mientras esperamos el retorno del Señor, que volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de El los poderes sagrados. Vos autem estis corpus Christi (I Cor XII, 27), vosotros también sois cuerpos de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin”. o Hay una única vida, cuya plenitud está en la vida eterna, en el cielo. La vida en la tierra no es lo definitivo. Los cristianos no soportamos una doble vida. Es Cristo que pasa, n. 126 La vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo. “La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura ciudad inmutable. Dios nos quiere felices también aquí, pero anhelando el cumplimiento definitivo de esa otra felicidad, que sólo Él puede colmar enteramente. Cuidemos, sin embargo, de no interpretar la Palabra de Dios en los límites de estrechos horizontes. El Señor no nos impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando sólo la consolación en el más allá. Dios 6 nos quiere felices también aquí, pero anhelando el cumplimiento definitivo de esa otra felicidad, que sólo El puede colmar enteramente. Hay unas realidades en esta tierra que suponen ya un anticipo del Cielo. En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones. Siendo plenamente ciudadanos de la tierra, vivamos ya como ciudadanos del cielo. Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y veremos cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de corredención. Seamos almas contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; desde el primer pensamiento del día al último de la noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a El por Nuestra Madre Santa María y, por El, al Padre y al Espíritu Santo.” (Es Cristo que pasa, 126). Todo, hasta lo más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra un sentido humano y divino. “La Ascensión del Señor a los Cielos”, en Es Cristo que pasa, n. 125: “La tarea apostólica que Cristo ha encomendado a todos sus discípulos produce, por tanto, resultados concretos en el ámbito social. No es admisible pensar que, para ser cristiano, haya que dar la espalda al mundo, ser un derrotista de la naturaleza humana. Todo, hasta lo más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra un sentido humano y divino. Cristo, perfecto hombre, no ha venido a destruir lo humano, sino a ennoblecerlo, asumiendo nuestra naturaleza humana, menos el pecado: ha venido a compartir todos los afanes del hombre, menos la triste aventura del mal. El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo, en lo que tiene - no por característica real, sino por defecto voluntario, por el pecado – de negación de Dios, de oposición a su amable voluntad salvífica”. El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo, en lo que tiene - no por característica real, sino por defecto voluntario, por el pecado – de negación de Dios, de oposición a su amable voluntad salvífica”. 5. Los discípulos deben consagrarse por entero a la construcción del reino de Dios. • Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra, Ediciones Encuentro 1994, p. 160: “La primera lectura destruye ante todo la espera ingenua de los discípulos según la cual el Señor resucitado iba a restaurar sobre la tierra el reino de Dios con su autoridad (ellos lo llaman la «soberanía de Israel»), en el que ellos ocuparían automáticamente los puestos de honor (como pensaron en su día los hijos de Zebedeo: Mt 20,21). Pero para ellos está reservado algo más grande: deben - renunciando al conocimiento de los tiempos y de las fechas - consagrarse por entero a la construcción de ese reino: el Espíritu Santo les dará la fuerza para ello y serán testigos de Jesús «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo». Para abrirles y por así decirlo liberarles este espacio tan amplio como el mundo, desaparece la figura visible de Jesús: el punto central del mundo no estará en lo sucesivo allí donde él era visible, sino en cualquier lugar donde su Iglesia dé testimonio de él y se entregue por él”. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 

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