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La Ascensión. “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hechos 1, 11). La mirada desde la
tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y, al mismo tiempo, consolidando su reino en la tierra:
reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. Llevando la esperanza a los
pobres, a los que sufren .... haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común. La esperanza
en el cielo - en la tierra nueva - no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar
esta tierra. Nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como
un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí
conduciéndonos a Dios.
1. El significado de la Ascensión
A) Catecismo de la Iglesia Católica
• n. 665 La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el
dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hechos 1, 11), aunque mientras tanto lo esconde
a los ojos de los hombres (cf. Colosenses 3, 3).
• n. 666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que
nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con él eternamente.
B) Papa Francisco, Catequesis sobre la Ascensión, 17 de abril de 2013
(…)
o El significado de la Ascensión
Nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino;
Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha
llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios.
La Ascensión de Jesús al Cielo nos hace conocer esta realidad tan consoladora para nuestro
camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada junto a
Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha
llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos
dejamos guiar por Él, estamos ciertos de hallarnos en manos seguras, en manos de nuestro salvador,
de nuestro abogado.
La Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él
vive en medio de nosotros de un modo nuevo; ya no está en un sitio
preciso del mundo como lo estaba antes de la Ascensión; ahora está en
el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno
de nosotros.
La Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él vive en medio de
nosotros de un modo nuevo; ya no está en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la
Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno
de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: contamos con este abogado que nos espera, que
nos defiende. Nunca estamos solos: el Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros se
encuentran numerosos hermanos y hermanas que, en el silencio y en el escondimiento, en su vida de
familia y de trabajo, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven
cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto a nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo
Jesús resucitado, que subió al Cielo, abogado para nosotros.
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2. “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hechos 1, 11).
A) La respuesta a esta pregunta encierra la verdad fundamental sobre la vida y el
destino del hombre.
Cfr. Benedicto XVI, Homilía, Ascensión 28 de mayo de 2006, Cracovia.
Hoy, en la explanada de Blonia, en Cracovia, resuena nuevamente esta pregunta recogida en
los Hechos de los Apóstoles. Esta vez se dirige a todos nosotros: "¿Qué hacéis ahí mirando al
cielo?". La respuesta a esta pregunta encierra la verdad fundamental sobre la vida y el destino del
hombre.
o Esta pregunta se refiere a dos actitudes relacionadas con las dos realidades
en las que se inscribe la vida del hombre: la terrena y la celeste
Esta pregunta se refiere a dos actitudes relacionadas con las dos realidades en las que se
inscribe la vida del hombre: la terrena y la celeste. Primero, la realidad terrena: "¿Qué hacéis ahí?",
¿por qué estáis en la tierra? Respondemos: Estamos en la tierra porque el Creador nos ha puesto
aquí como coronamiento de la obra de la creación. Dios todopoderoso, de acuerdo con su inefable
designio de amor, creó el cosmos, lo sacó de la nada. Y después de realizar esa obra, llamó a la
existencia al hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-27). Le concedió la dignidad de
hijo de Dios y la inmortalidad.
Sin embargo, como sabemos, el hombre se extravió, abusó del don de la libertad y dijo "no"
a Dios, condenándose de este modo a sí mismo a una existencia en la que entraron el mal, el
pecado, el sufrimiento y la muerte. Pero sabemos también que Dios mismo no se resignó a esa
situación y entró directamente en la historia del hombre, que se convirtió en historia de la salvación.
a. Realidad terrena. Un horizonte magnifico de la peregrinación terrena.
Estamos aquí, en la tierra: ¿es ése nuestro destino
definitivo?
"Estamos en la tierra", estamos arraigados en ella, de ella crecemos. Aquí hacemos el bien
en los extensos campos de la existencia diaria, en el ámbito de lo material y también en el de lo
espiritual: en las relaciones recíprocas, en la edificación de la comunidad humana y en la cultura.
Aquí experimentamos el cansancio de los viandantes en camino hacia la meta por sendas
escabrosas, en medio de vacilaciones, tensiones, incertidumbres, pero también con la profunda
conciencia de que antes o después este camino llegará a su término. Y entonces surge la reflexión:
¿Esto es todo? ¿La tierra en la que "nos encontramos" es nuestro destino definitivo?
En este contexto, conviene detenerse en la segunda parte de la pregunta recogida en la
página de los Hechos: "¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?". Leemos que, cuando los Apóstoles
intentaron atraer la atención del Resucitado sobre la cuestión de la reconstrucción del reino terreno
de Israel, él "fue elevado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos". Y ellos "estaban
mirando fijamente al cielo mientras se iba" (Hechos 1, 9-10). Así pues, estaban mirando fijamente
al cielo, dado que acompañaban con la mirada a Jesucristo, crucificado y resucitado, que era
elevado. No sabemos si en aquel momento se dieron cuenta de que precisamente ante ellos se estaba
abriendo un horizonte magnífico, infinito, el punto de llegada definitivo de la peregrinación terrena
del hombre. Tal vez lo comprendieron solamente el día de Pentecostés, iluminados por el Espíritu
Santo.
Para nosotros, sin embargo, ese acontecimiento de hace dos mil años es fácil de entender.
Estamos llamados, permaneciendo en la tierra, a mirar fijamente al cielo, a orientar la atención, el
pensamiento y el corazón hacia el misterio inefable de Dios. Estamos llamados a mirar hacia la
realidad divina, a la que el hombre está orientado desde la creación. En ella se encierra el sentido
definitivo de nuestra vida. (...)
b. El Señor nos asigna una misión en esta tierra.
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Ser testigos de Jesús que nos asigna una misión
Hoy hemos oído las palabras de Jesús: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de
la tierra" (Hchos 1, 8). Hace siglos estas palabras llegaron también a tierra polaca. Han constituido y
siguen constituyendo constantemente un desafío para todos los que admiten pertenecer a Cristo,
para los cuales su causa es la más importante. Debemos ser testigos de Jesús, que vive en la Iglesia
y en el corazón de los hombres. Es él quien nos asigna una misión. El día de su ascensión al cielo,
dijo a los Apóstoles: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. (...)
Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la palabra
con las señales que la acompañaban" (Marcos 16, 15). (...)
Mirad desde la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y
consolidando su reino en la tierra: reino del bien, de la
justicia, de la solidaridad y de la misericordia
También yo, Benedicto XVI, sucesor del Papa Juan Pablo II, os ruego que miréis desde la
tierra al cielo, que fijéis vuestra mirada en Aquel a quien desde hace dos mil años siguen las
generaciones que viven y se suceden en nuestra tierra, encontrando en él el sentido definitivo de la
existencia. Fortalecidos por la fe en Dios, esforzaos con empeño por consolidar su reino en la tierra:
el reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia.
Llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren ....
haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común.
Os ruego que testimoniéis con valentía el Evangelio ante el mundo de hoy, llevando la
esperanza a los pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los desesperados, a quienes tienen sed
de libertad, de verdad y de paz. Haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común,
testimoniad que Dios es amor.
(...)
B. Encontrar la armonía entre historia y eternidad: entre el camino presente en esta
tierra y la meta definitiva.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, pp. 139-140
o Dos extremismos espirituales que hay que corregir
La Ascensión es el entrelazamiento entre el presente y el futuro, entre
existencia y esperanza.
• El tiempo de la Iglesia no es una espera engañosa de alguien ausente o la evasión alienante hacia un
cielo de sueño, sino que es, en cambio, la vuelta a la Jerusalén terrena para recorrer enteramente los caminos
de la propia misión. Sólo así se abre al discípulo la puerta de la Jerusalén celestial.
Por tanto, la Ascensión en vez de ser una fiesta para soñadores o personas con mentalidad
apocalíptica, de hombres excitados por el íncubo de la imagen del fin del mundo, es, en realidad, la imagen
visible y simbólica de un entrelazamiento entre presente y futuro, entre existencia y esperanzza. Ciertamente,
como escribe Pablo a los Efesios, Dios nos abre los ojos de la mente para hacernos intuir «la maravillosa
esperanza a la que nos ha llamado» (1,8).
Pero, como nos sugieren los Hechos de los Apóstoles (1, 4.8), no debemos alejarnos de nuestra
ciudad, de la Jerusalén terrena, porque en ella y en todas las demás regiones de la tierra, deberemos ser los
testimonios de Cristo y de su palabra.
Primer extremismo: mirar al cielo de modo que nos aparta del peso de
los compromisos de los cristianos en esta tierra.
Por tanto, es en una correcta lectura de la Ascensión, signo de la última meta de Cristo y del
cristiano, donde se corrigen ciertos extremismos espirituales opuestos.
Por una parte, es fuerte la tentación de «mirar al cielo»- como arrebatados por una contemplación
que aparta de la tierra, del rumor de lo cotidiano, del peso de los compromisos, como atestiguan también en
nuestro tiempo los movimientos apocalípticos como el de los Testigos de Jehová o ciertas experiencias
carismáticas exaltadas.
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b) la tentación “secularista”.
Que encierra todo el cristianismo en un “hacer” concreto que se inmerge en las cosas.
c) Encontrar la armonía entre el tiempo presente y la meta viva que debe
haber en el horizonte, entre historia y eternidad.
Se trata, por tanto, de encontrar la armonía entre el camino presente y la meta que hay que tener
viva en el horizonte, entres destino cotidiano e inmediato y destino último y perfecto. El Concilio
Vaticano II, en Gaudium et spes( n.39), ha afirmado con claridad:
«Y ciertamente se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se
pierde a sí mismo (Lucas 9, 25). Mas la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más
bien excitar la preocupación por perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la
nueva humanidad que puede ya ofrecer una cierta prefiguración del mundo nuevo».
Desde que Cristo se ha encarnado, la historia y la eternidad se han unido inseparablemente. Lo que
nosotros profesamos en el Credo no es tanto la inmortalidad del alma como la «resurrección de la carne», es
decir, el ingreso de todo el ser y de toda la creación en el misterio glorioso de Dios. Esta es la Ascensión
plena y total, es éste el último sentido de la Pascua del Señor”.
C. Subir al Cielo, en el Antiguo Testamento y en el Catecismo de la Iglesia Católica
o En el Antiguo Testamento: es la representación del destino de la eternidad
bienaventurada que espera al hombre fiel en esta tierra.
Ya en el AT con la expresión “subió al cielo” se indicaba el ingreso del justo en la comunión
plena de Dios después de la muerte; es la representación del destino de la eternidad bienaventurada
que espera al hombre fiel en esta tierra; así lo explica el salmo 16, 10-11: “pues tú no me entregarás
a la muerte ni dejarás que tu amigo fiel baje a la tumba. Me enseñarás el camino de la vida, plenitud
de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha”.
o En el Catecismo de la Iglesia Católica
El cielo es el corazón de los justos en el que Dios habita como en su
templo. Vivir en el cielo es «estar con Cristo».
• n. 2794: «QUE ESTAS EN EL CIELO» - Esta expresión bíblica no significa un lugar [«el
espacio»] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está «fuera»,
sino «más allá de todo» lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces
Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito:
Con razón, estas palabras "Padre nuestro que estás en el cielo" hay que entenderlas en relación al
corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver
que reside en él Aquel a quien invoca (S. Agustín, serm. Dom. 2, 5, 17).
El «cielo» bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los
que Dios habita y se pasea (S. Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11).
• n. 1025: Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (Cf Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4, 17). Los elegidos viven
«en El», aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (Cf Ap 2,
17):
Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (S.
Ambrosio, Luc. 10, 121).
• Cfr. nn. 1023, 1024 , 1026, 2802
3. La esperanza en el cielo - en la tierra nueva - no debe debilitar, sino más bien
avivar la preocupación de cultivar esta tierra.
Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral «Gaudium et spes», n . 39:
39. Ignoramos tanto el tiempo en que la tierra y la humanidad se consumarán[71], como la forma en que se
transformará el universo. Pasa ciertamente la figura de este mundo, deformada por el pecado[72]. Pero
sabemos por la revelación que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la
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justicia[73], y cuya bienaventuranza saciará y superará todos los anhelos de paz que ascienden en el
corazón de los hombres[74]. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios serán resucitados en Cristo, y lo
que se sembró en debilidad y corrupción se revestirá de incorrupción[75]; y, subsistiendo la caridad y sus
obras[76], serán liberadas de la esclavitud de la vanidad todas aquellas criaturas[77] que Dios creó
precisamente para servir al hombre.
Y ciertamente se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí
mismo[78]. Mas la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar la preocupación por
perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la nueva humanidad que puede ya ofrecer una cierta
prefiguración del mundo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir con sumo cuidado entre el progreso
temporal y el crecimiento del Reino de Cristo, el primero, en cuanto contribuye a una sociedad mejor
ordenada, interesa en gran medida al Reino de Dios[79].
En efecto; los bienes todos de la dignidad humana, de la fraternidad y de la libertad, es decir, todos
los buenos frutos de la naturaleza y de nuestra actividad, luego de haberlos propagado -en el Espíritu de Dios
y conforme a su mandato- sobre la tierra, los volveremos a encontrar de nuevo, pero limpios de toda mancha
a la vez que iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre el reino eterno y universal: reino
de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz[80]. Aquí, en la tierra,
existe ya el Reino, aunque entre misterios; mas, cuando venga el Señor, llegará a su consumada perfección.
[71] Cf. Hch 1,7. [72] Cf. 1 Cor 7,31; S. Iren. Adv. haer. 5, 36 PG 7, 1222.
[73] Cf. 2 Cor 5,2; 2 Pe 3,13. [74] Cf. 1 Cor 2,9; Ap 21,4-5. [75] Cf. 1 Cor 15,42.53.
[76] Cf. 1 Cor 13,8; 3,14. [77] Cf. Rom 8,19-21. [78] Cf. Lc 9,25.
[79] Cf. Pío XI, e. QA l. c., 207. [80] Praefatio Festi Christi Regis.
4. San José María Escrivá. Amar el mundo apasionadamente
o La trascendencia de Dios en las acciones diarias.
• Amar el mundo apasionadamente, Conversaciones n. 116: “Os aseguro, hijos míos, que cuando un
cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la
trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en
hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la
tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida
ordinaria...
o Una gran tarea por delante mientras esperamos el retorno del Señor.
• Es Cristo que pasa, 121: “Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos,
porque el Señor nos declaró expresamente: negociad, mientras vengo (Lc XIX,13). Mientras esperamos el
retorno del Señor, que volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La
extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo,
porque han recibido de El los poderes sagrados. Vos autem estis corpus Christi (I Cor XII, 27), vosotros
también sois cuerpos de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin”.
o Hay una única vida, cuya plenitud está en la vida eterna, en el cielo. La vida en
la tierra no es lo definitivo. Los cristianos no soportamos una doble vida.
Es Cristo que pasa, n. 126
La vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo.
“La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta
tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo
definitivo; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura ciudad
inmutable.
Dios nos quiere felices también aquí, pero anhelando el cumplimiento
definitivo de esa otra felicidad, que sólo Él puede colmar enteramente.
Cuidemos, sin embargo, de no interpretar la Palabra de Dios en los límites de estrechos horizontes. El
Señor no nos impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando sólo la consolación en el más allá. Dios
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nos quiere felices también aquí, pero anhelando el cumplimiento definitivo de esa otra felicidad, que sólo
El puede colmar enteramente.
Hay unas realidades en esta tierra que suponen ya un anticipo del Cielo.
En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas,
el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación
destinada a crecer día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida,
sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones.
Siendo plenamente ciudadanos de la tierra, vivamos ya como ciudadanos
del cielo.
Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en
medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la
serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y veremos
cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de corredención. Seamos
almas contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; desde el primer pensamiento
del día al último de la noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a
El por Nuestra Madre Santa María y, por El, al Padre y al Espíritu Santo.” (Es Cristo que pasa, 126).
Todo, hasta lo más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra
un sentido humano y divino.
“La Ascensión del Señor a los Cielos”, en Es Cristo que pasa, n. 125: “La tarea apostólica que
Cristo ha encomendado a todos sus discípulos produce, por tanto, resultados concretos en el ámbito social.
No es admisible pensar que, para ser cristiano, haya que dar la espalda al mundo, ser un derrotista de la
naturaleza humana. Todo, hasta lo más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra un sentido
humano y divino. Cristo, perfecto hombre, no ha venido a destruir lo humano, sino a ennoblecerlo,
asumiendo nuestra naturaleza humana, menos el pecado: ha venido a compartir todos los afanes del hombre,
menos la triste aventura del mal.
El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando
plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo, en lo que tiene - no por característica real, sino por
defecto voluntario, por el pecado – de negación de Dios, de oposición a su amable voluntad salvífica”.
El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando
plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo, en lo que tiene - no por característica real, sino por
defecto voluntario, por el pecado – de negación de Dios, de oposición a su amable voluntad salvífica”.
5. Los discípulos deben consagrarse por entero a la construcción del reino de
Dios.
• Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra, Ediciones Encuentro 1994, p. 160: “La primera
lectura destruye ante todo la espera ingenua de los discípulos según la cual el Señor resucitado iba a
restaurar sobre la tierra el reino de Dios con su autoridad (ellos lo llaman la «soberanía de Israel»), en el que
ellos ocuparían automáticamente los puestos de honor (como pensaron en su día los hijos de Zebedeo: Mt
20,21). Pero para ellos está reservado algo más grande: deben - renunciando al conocimiento de los tiempos
y de las fechas - consagrarse por entero a la construcción de ese reino: el Espíritu Santo les dará la fuerza
para ello y serán testigos de Jesús «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo».
Para abrirles y por así decirlo liberarles este espacio tan amplio como el mundo, desaparece la figura visible
de Jesús: el punto central del mundo no estará en lo sucesivo allí donde él era visible, sino en cualquier lugar
donde su Iglesia dé testimonio de él y se entregue por él”.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
miércoles, 12 de julio de 2017
La Ascensión. “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hechos 1, 11). La mirada desde la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y, al mismo tiempo, consolidando su reino en la tierra: reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. Llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren .... haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común. La esperanza en el cielo - en la tierra nueva - no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra. Nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios.
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