lunes, 10 de julio de 2017
La oración cristiana (30). La oración en los Hechos de los Apóstoles (2), la oración común ante las pruebas. Objetivo de esta oración: no pide la incolumidad de la vida frente a la persecución, ni que el Señor castigue a quienes encarcelaron a Pedro y a Juan; pide sólo que se le conceda «predicar con valentía» la Palabra de Dios, es decir, pide no perder la valentía de la fe, la valentía de anunciar la fe.
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La oración cristiana (30). La oración en los Hechos de los Apóstoles (2), la oración común ante
las pruebas. Objetivo de esta oración: no pide la incolumidad de la vida frente a la persecución, ni
que el Señor castigue a quienes encarcelaron a Pedro y a Juan; pide sólo que se le conceda «predicar
con valentía» la Palabra de Dios, es decir, pide no perder la valentía de la fe, la valentía de anunciar
la fe.
Cfr. Benedicto XVI, catequesis sobre la Oración ante las pruebas.
Catequesis del 18 de abril de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Después de las grandes fiestas, volvemos ahora a las catequesis sobre la oración. En la audiencia
antes de la Semana Santa reflexionamos sobre la figura de la santísima Virgen María, presente en medio de
los Apóstoles en oración mientras esperaban la venida del Espíritu Santo. Un clima de oración acompaña los
primeros pasos de la Iglesia. Pentecostés no es un episodio aislado, porque la presencia y la acción del
Espíritu Santo guían y animan constantemente el camino de la comunidad cristiana. En los Hechos de los
Apóstoles, san Lucas, además de narrar la gran efusión acontecida en el Cenáculo cincuenta días después de
la Pascua (cf. Hch 2, 1-13), refiere otras irrupciones extraordinarias del Espíritu Santo, que se repiten en la
historia de la Iglesia. Hoy deseo reflexionar sobre lo que se ha definido el «pequeño Pentecostés», que tuvo
lugar en el culmen de una fase difícil en la vida de la Iglesia naciente.
o Ante la persecución la Iglesia no se atemoriza, sino que se mantiene
profundamente unida en la oración para invocar al Señor.
Y no pide la incolumidad de la vida frente a la persecución, ni que el
Señor castigue a quienes encarcelaron a Pedro y a Juan; pide sólo que
se le conceda «predicar con valentía» la Palabra de Dios, es decir, pide
no perder la valentía de la fe, la valentía de anunciar la fe.
Los Hechos de los Apóstoles narran que, después de la curación de un paralítico a las puertas del
templo de Jerusalén (cf. Hch 3, 1-10), Pedro y Juan fueron arrestados (cf. Hch 4, 1) porque anunciaban la
resurrección de Jesús a todo el pueblo (cf. Hch 3, 11-26). Tras un proceso sumario, fueron puestos en
libertad, se reunieron con sus hermanos y les narraron lo que habían tenido que sufrir por haber dado
testimonio de Jesús resucitado. En aquel momento, dice san Lucas, «todos invocaron a una a Dios en voz
alta» (Hch 4, 24). Aquí san Lucas refiere la oración más amplia de la Iglesia que encontramos en el Nuevo
Testamento, al final de la cual, como hemos escuchado, «tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a
todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios» (At 4, 31).
Antes de considerar esta hermosa oración, notemos una importante actitud de fondo: frente al peligro, a la
dificultad, a la amenaza, la primera comunidad cristiana no trata de hacer un análisis sobre cómo reaccionar,
encontrar estrategias, cómo defenderse, qué medidas adoptar, sino que ante la prueba se dedica a orar, se
pone en contacto con Dios.
Y ¿qué característica tiene esta oración? Se trata de una oración unánime y concorde de toda la
comunidad, que afronta una situación de persecución a causa de Jesús. En el original griego san Lucas usa el
vocablo «homothumadon» —«todos juntos», «concordes»— un término que aparece en otras partes de los
Hechos de los Apóstoles para subrayar esta oración perseverante y concorde (cf. Hch 1, 14; 2, 46). Esta
concordia es el elemento fundamental de la primera comunidad y debería ser siempre fundamental para la
Iglesia. Entonces no es sólo la oración de Pedro y de Juan, que se encontraron en peligro, sino de toda la
comunidad, porque lo que viven los dos Apóstoles no sólo les atañe a ellos, sino también a toda la Iglesia.
Frente a las persecuciones sufridas a causa de Jesús, la comunidad no sólo no se atemoriza y no se divide,
sino que se mantiene profundamente unida en la oración, como una sola persona, para invocar al Señor. Este,
diría, es el primer prodigio que se realiza cuando los creyentes son puestos a prueba a causa de su fe: la
unidad se consolida, en vez de romperse, porque está sostenida por una oración inquebrantable. La Iglesia no
debe temer las persecuciones que en su historia se ve obligada a sufrir, sino confiar siempre, como Jesús en
Getsemaní, en la presencia, en la ayuda y en la fuerza de Dios, invocado en la oración.
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Demos un paso más: ¿qué pide a Dios la comunidad cristiana en este momento de prueba? No pide
la incolumidad de la vida frente a la persecución, ni que el Señor castigue a quienes encarcelaron a Pedro y a
Juan; pide sólo que se le conceda «predicar con valentía» la Palabra de Dios (cf. Hch 4, 29), es decir, pide no
perder la valentía de la fe, la valentía de anunciar la fe. Sin embargo, antes de comprender a fondo lo que ha
sucedido, trata de leer los acontecimientos a la luz de la fe y lo hace precisamente a través de la Palabra de
Dios, que nos ayuda a descifrar la realidad del mundo.
En la oración que eleva al Señor, la comunidad comienza
recordando e invocando la grandeza y la inmensidad de Dios.
El salmo II.
En la oración que eleva al Señor, la comunidad comienza recordando e invocando la grandeza y la
inmensidad de Dios: «Señor, tú que hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos» (Hch 4, 24).
Es la invocación al Creador: sabemos que todo viene de él, que todo está en sus manos. Esta es la convicción
que nos da certeza y valentía: todo viene de él, todo está en sus manos. Luego pasa a reconocer cómo ha
actuado Dios en la historia —por tanto, comienza con la creación y sigue con la historia—, cómo ha estado
cerca de su pueblo manifestándose como un Dios que se interesa por el hombre, que no se ha retirado, que no
abandona al hombre, su criatura; y aquí se cita explícitamente el Salmo 2, a la luz del cual se lee la situación
de dificultad que está viviendo en ese momento la Iglesia. El Salmo 2 celebra la entronización del rey de
Judá, pero se refiere proféticamente a la venida del Mesías, contra el cual nada podrán hacer la rebelión, la
persecución, los abusos de los hombres: «¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean proyectos
vanos? Se presentaron los reyes de la tierra, los príncipes conspiraron contra el Señor y contra su Mesías»
(Hch 4, 25-26). Esto es lo que ya dice proféticamente el Salmo sobre el Mesías, y en toda la historia es
característica esta rebelión de los poderosos contra el poder de Dios. Precisamente leyendo la Sagrada
Escritura, que es Palabra de Dios, la comunidad puede decir a Dios en su oración: «En verdad se aliaron en
esta ciudad... contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste, para realizar cuanto tu mano y tu voluntad habían
determinado que debía suceder» (Hch 4, 27-28). Lo sucedido es leído a la luz de Cristo, que es la clave para
comprender también la persecución, la cruz, que siempre es la clave para la Resurrección. La oposición hacia
Jesús, su Pasión y Muerte, se releen, a través del Salmo 2, como cumplimiento del proyecto de Dios Padre
para la salvación del mundo. Y aquí se encuentra también el sentido de la experiencia de persecución que
está viviendo la primera comunidad cristiana; esta primera comunidad no es una simple asociación, sino una
comunidad que vive en Cristo; por lo tanto, lo que le sucede forma parte del designio de Dios. Como
aconteció a Jesús, también los discípulos encuentran oposición, incomprensión, persecución. En la oración,
la meditación sobre la Sagrada Escritura a la luz del misterio de Cristo ayuda a leer la realidad presente
dentro de la historia de salvación que Dios realiza en el mundo, siempre a su modo.
Precisamente por esto la primera comunidad cristiana de Jerusalén no pide a Dios en la oración que
la defienda, que le ahorre la prueba, el sufrimiento, no pide tener éxito, sino solamente poder proclamar con
«parresia», es decir, con franqueza, con libertad, con valentía, la Palabra de Dios (cf. Hch 4, 29).
La comunidad pide que el anuncio sea acompañado por la
mano de Dios: que se realicen prodigios, curaciones, señales.
Luego añade la petición de que este anuncio vaya acompañado por la mano de Dios, para que se
realicen curaciones, señales, prodigios (cf. Hch 4, 30), es decir, que sea visible la bondad de Dios, como
fuerza que transforme la realidad, que cambie el corazón, la mente, la vida de los hombres y lleve la novedad
radical del Evangelio.
Al final el lugar tembló: es decir, la fe tiene la fuerza de
transformar la tierra y el mundo. Llena el corazón de todos
los que han invocado al Señor.
Al final de la oración —anota san Lucas— «tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a
todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la Palabra de Dios» (Hch 4, 31). El lugar tembló, es decir,
la fe tiene la fuerza de transformar la tierra y el mundo. El mismo Espíritu que habló por medio del Salmo 2
en la oración de la Iglesia, irrumpe en la casa y llena el corazón de todos los que han invocado al Señor. Este
es el fruto de la oración coral que la comunidad cristiana eleva a Dios: la efusión del Espíritu, don del
Resucitado que sostiene y guía el anuncio libre y valiente de la Palabra de Dios, que impulsa a los discípulos
del Señor a salir sin miedo para llevar la buena nueva hasta los confines del mundo.
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o También nosotros, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, a través de la
meditación de la Sagrada Escritura, podemos aprender a ver que Dios está
presente en nuestra vida, presente también y precisamente en los momentos
difíciles
También nosotros, queridos hermanos y hermanas, debemos saber llevar los acontecimientos de
nuestra vida diaria a nuestra oración, para buscar su significado profundo. Y como la primera comunidad
cristiana, también nosotros, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, a través de la meditación de la
Sagrada Escritura, podemos aprender a ver que Dios está presente en nuestra vida, presente también y
precisamente en los momentos difíciles, y que todo —incluso las cosas incomprensibles— forma parte de un
designio superior de amor en el que la victoria final sobre el mal, sobre el pecado y sobre la muerte es
verdaderamente la del bien, de la gracia, de la vida, de Dios.
Como sucedió a la primera comunidad cristiana, la oración nos ayuda a
leer la historia personal y colectiva en la perspectiva más adecuada y fiel,
la de Dios.
Y también nosotros queremos renovar la petición del don del
Espíritu Santo, para que caliente el corazón e ilumine la
mente, a fin de reconocer que el Señor realiza nuestras
invocaciones según su voluntad de amor y no según nuestras
ideas. Y viviremos con serenidad, valentía y alegría.
Como sucedió a la primera comunidad cristiana, la oración nos ayuda a leer la historia personal y
colectiva en la perspectiva más adecuada y fiel, la de Dios. Y también nosotros queremos renovar la petición
del don del Espíritu Santo, para que caliente el corazón e ilumine la mente, a fin de reconocer que el Señor
realiza nuestras invocaciones según su voluntad de amor y no según nuestras ideas. Guiados por el Espíritu
de Jesucristo, seremos capaces de vivir con serenidad, valentía y alegría cualquier situación de la vida y con
san Pablo gloriarnos «en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud
probada, esperanza»: la esperanza que «no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 3-5). Gracias.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
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