lunes, 10 de julio de 2017
La oración cristiana (31). La oración en los Hechos de los Apóstoles (3), la oración y la pastoral de la caridad a favor de las personas solas y necesitadas de asistencia y ayuda. El activismo. La unidad de vida entre oración y acción. Marta y María. Cada paso de nuestra vida, cada acción, también de la Iglesia, se debe hacer ante Dios, a la luz de su Palabra. “Actiones nostras, quaesumus, Domine, aspirando praeveni …” Cuando la oración se alimenta de la Palabra de Dios, podemos ver la realidad con nuevos ojos, con los ojos de la fe, y el Señor, que habla a la mente y al corazón, da nueva luz al camino en todo momento y en toda situación. Para los pastores en la Iglesia: si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada día.
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La oración cristiana (31). La oración en los Hechos de los Apóstoles (3), la oración y la pastoral de
la caridad a favor de las personas solas y necesitadas de asistencia y ayuda. El activismo. La unidad
de vida entre oración y acción. Marta y María. Cada paso de nuestra vida, cada acción, también de
la Iglesia, se debe hacer ante Dios, a la luz de su Palabra. “Actiones nostras, quaesumus, Domine,
aspirando praeveni …” Cuando la oración se alimenta de la Palabra de Dios, podemos ver la
realidad con nuevos ojos, con los ojos de la fe, y el Señor, que habla a la mente y al corazón, da
nueva luz al camino en todo momento y en toda situación. Para los pastores en la Iglesia: si los
pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida
espiritual, corremos el peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada día.
Cfr. Benedicto XVI, Catequesis sobre la oración y la pastoral de la caridad en
favor de las personas solas y necesitadas de asistencia y ayuda.
Catequesis del 25 de abril de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
o La oración y la caridad con los débiles, los pobres, los indefensos, y la
justicia.
Los Apóstoles consideran con igual seriedad el anuncio de la Palabra de
Dios y el deber de la caridad y la justicia.
El deber de asistir a las viudas, a los pobres, proveer con
amor a las situaciones de necesidad en que se hallan los
hermanos y las hermanas, para responder al mandato de
Jesús: amaos los unos a los otros como yo os he amado.
En la anterior catequesis mostré cómo la Iglesia, desde los inicios de su camino, tuvo que
afrontar situaciones imprevistas, nuevas cuestiones y emergencias, a las que trató de dar respuesta a
la luz de la fe, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Hoy quiero reflexionar sobre otra de estas
cuestiones: un problema serio que la primera comunidad cristiana de Jerusalén tuvo que afrontar y
resolver, como nos narra san Lucas en el capítulo sexto de los Hechos de los Apóstoles, acerca de la
pastoral de la caridad en favor de las personas solas y necesitadas de asistencia y ayuda. La cuestión
no es secundaria para la Iglesia y corría el peligro de crear divisiones en su seno. De hecho, el
número de los discípulos iba aumentando, pero los de lengua griega comenzaban a quejarse contra
los de lengua hebrea porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas (cf. Hch 6, 1).
Ante esta urgencia, que afectaba a un aspecto fundamental en la vida de la comunidad, es
decir, a la caridad con los débiles, los pobres, los indefensos, y la justicia, los Apóstoles convocan a
todo el grupo de los discípulos. En este momento de emergencia pastoral resalta el discernimiento
llevado a cabo por los Apóstoles. Se encuentran ante la exigencia primaria de anunciar la Palabra de
Dios según el mandato del Señor, pero —aunque esa sea la exigencia primaria de la Iglesia—
consideran con igual seriedad el deber de la caridad y la justicia, es decir, el deber de asistir a las
viudas, a los pobres, proveer con amor a las situaciones de necesidad en que se hallan los hermanos
y las hermanas, para responder al mandato de Jesús: amaos los unos a los otros como yo os he
amado (cf. Jn 15, 12.17).
o Los ministerios de la Palabra y de la caridad
Por consiguiente, las dos realidades que deben vivir en la Iglesia —el anuncio de la Palabra,
el primado de Dios, y la caridad concreta, la justicia— están creando dificultad y se debe encontrar
una solución, para que ambas puedan tener su lugar, su relación necesaria. La reflexión de los
Apóstoles es muy clara. Como hemos escuchado, dicen: «No nos parece bien descuidar la Palabra
de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros,
hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y les encargaremos esta tarea. Nosotros
nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra» (Hch 6, 2-4).
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Destacan dos cosas: en primer lugar, desde ese momento existe en la Iglesia un ministerio de la
caridad. La Iglesia no sólo debe anunciar la Palabra, sino también realizar la Palabra, que es caridad
y verdad. Y, en segundo lugar, estos hombres no sólo deben gozar de buena fama, sino que además
deben ser hombres llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, es decir, no pueden ser sólo
organizadores que saben «actuar», sino que deben «actuar» con espíritu de fe a la luz de Dios, con
sabiduría en el corazón; y, por lo tanto, también su función —aunque sea sobre todo práctica— es
una función espiritual. La caridad y la justicia no son únicamente acciones sociales, sino que son
acciones espirituales realizadas a la luz del Espíritu Santo.
El caso de Marta y María.
No se debe condenar la actividad en favor del prójimo, de
los demás, sino que se debe subrayar que debe estar
penetrada interiormente también por el espíritu de la
contemplación.
Así pues, podemos decir que los Apóstoles afrontan esta situación con gran responsabilidad,
tomando una decisión: se elige a siete hombres de buena fama, los Apóstoles oran para pedir la
fuerza del Espíritu Santo y luego les imponen las manos para que se dediquen de modo especial a
esta diaconía de la caridad. Así, en la vida de la Iglesia, en los primeros pasos que da, se refleja, en
cierta manera, lo que había acontecido durante la vida pública de Jesús, en casa de Marta y María,
en Betania. Marta andaba muy afanada con el servicio de la hospitalidad que se debía ofrecer a
Jesús y a sus discípulos; María, en cambio, se dedica a la escucha de la Palabra del Señor (cf. Lc 10,
38-42). En ambos casos, no se contraponen los momentos de la oración y de la escucha de Dios con
la actividad diaria, con el ejercicio de la caridad. La amonestación de Jesús: «Marta, Marta, andas
inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte
mejor, y no le será quitada» (Lc 10, 41-42), así como la reflexión de los Apóstoles: «Nosotros nos
dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra» (Hch 6, 4), muestran la prioridad que debemos
dar a Dios. No quiero entrar ahora en la interpretación de este pasaje de Marta y María. En
cualquier caso, no se debe condenar la actividad en favor del prójimo, de los demás, sino que se
debe subrayar que debe estar penetrada interiormente también por el espíritu de la contemplación.
No debemos perdernos en el activismo puro, sino siempre
también dejarnos penetrar en nuestra actividad por la luz de
la Palabra de Dios y así aprender la verdadera caridad, el
verdadero servicio al otro, que no tiene necesidad de muchas
cosas —ciertamente, le hacen falta las cosas necesarias—,
sino que tiene necesidad sobre todo del afecto de nuestro
corazón, de la luz de Dios.
Por otra parte, san Agustín dice que esta realidad de María es una visión de nuestra situación
en el cielo; por tanto, en la tierra nunca podemos tenerla completamente, sino sólo debe estar
presente como anticipación en toda nuestra actividad. Debe estar presente también la contemplación
de Dios. No debemos perdernos en el activismo puro, sino siempre también dejarnos penetrar en
nuestra actividad por la luz de la Palabra de Dios y así aprender la verdadera caridad, el verdadero
servicio al otro, que no tiene necesidad de muchas cosas —ciertamente, le hacen falta las cosas
necesarias—, sino que tiene necesidad sobre todo del afecto de nuestro corazón, de la luz de Dios.
Una profunda unidad de vida entre oración y acción, entre el amor total a
Dios y el amor a nuestros hermanos.
San Ambrosio, comentando el episodio de Marta y María, exhorta así a sus fieles y también
a nosotros: «Tratemos, por tanto, de tener también nosotros lo que no se nos puede quitar, prestando
a la Palabra del Señor una atención diligente, no distraída: sucede a veces que las semillas de la
Palabra celestial, si se las siembra en el camino, desaparecen. Que te estimule también a ti, como a
María, el deseo de saber: esta es la obra más grande, la más perfecta». Y añade que «ni siquiera la
solicitud del ministerio debe distraer del conocimiento de la Palabra celestial», de la oración
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(Expositio Evangelii secundum Lucam, VII, 85: pl 15, 1720). Los santos, por lo tanto, han
experimentado una profunda unidad de vida entre oración y acción, entre el amor total a Dios y el
amor a los hermanos. San Bernando, que es un modelo de armonía entre contemplación y
laboriosidad, en el libro De consideratione, dirigido al Papa Inocencio II para hacerle algunas
reflexiones sobre su ministerio, insiste precisamente en la importancia del recogimiento interior, de
la oración para defenderse de los peligros de una actividad excesiva, cualquiera que sea la condición
en que se encuentre y la tarea que esté realizando. San Bernardo afirma que demasiadas
ocupaciones, una vida frenética, a menudo acaban por endurecer el corazón y hacer sufrir el espíritu
(cf. II, 3).
o Es una valiosa amonestación para nosotros hoy, acostumbrados a valorarlo
todo con el criterio de la productividad y de la eficiencia. La importancia del
trabajo y de la oración.
Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestra actividad se vacía,
pierde el alma profunda, se reduce a un simple activismo que, al final,
deja insatisfechos.
Cada paso de nuestra vida, cada acción, también de la
Iglesia, se debe hacer ante Dios, a la luz de su Palabra.
“Actiones nostras, quaesumus, Domine, aspirando praeveni …”
Es una valiosa amonestación para nosotros hoy, acostumbrados a valorarlo todo con el
criterio de la productividad y de la eficiencia. El pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda
la importancia del trabajo —sin duda se crea un verdadero ministerio—, del empeño en las
actividades diarias, que es preciso realizar con responsabilidad y esmero, pero también nuestra
necesidad de Dios, de su guía, de su luz, que nos dan fuerza y esperanza. Sin la oración diaria
vivida con fidelidad, nuestra actividad se vacía, pierde el alma profunda, se reduce a un simple
activismo que, al final, deja insatisfechos. Hay una hermosa invocación de la tradición cristiana que
se reza antes de cualquier actividad y dice así: «Actiones nostras, quæsumus, Domine, aspirando
præveni et adiuvando prosequere, ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te
coepta finiatur», «Inspira nuestras acciones, Señor, y acompáñalas con tu ayuda, para que todo
nuestro hablar y actuar tenga en ti su inicio y su fin». Cada paso de nuestra vida, cada acción,
también de la Iglesia, se debe hacer ante Dios, a la luz de su Palabra.
o Cuando la oración se alimenta de la Palabra de Dios, podemos ver la realidad
con nuevos ojos, con los ojos de la fe, y el Señor, que habla a la mente y al
corazón, da nueva luz al camino en todo momento y en toda situación.
El servicio práctico de la caridad es un servicio espiritual. Ambas
realidades deben ir juntas.
En la catequesis del miércoles pasado subrayé la oración unánime de la primera comunidad
cristiana ante la prueba y cómo, precisamente en la oración, en la meditación sobre la Sagrada
Escritura pudo comprender los acontecimientos que estaban sucediendo. Cuando la oración se
alimenta de la Palabra de Dios, podemos ver la realidad con nuevos ojos, con los ojos de la fe, y el
Señor, que habla a la mente y al corazón, da nueva luz al camino en todo momento y en toda
situación. Nosotros creemos en la fuerza de la Palabra de Dios y de la oración. Incluso la dificultad
que estaba viviendo la Iglesia ante el problema del servicio a los pobres, ante la cuestión de la
caridad, se supera en la oración, a la luz de Dios, del Espíritu Santo. Los Apóstoles no se limitan a
ratificar la elección de Esteban y de los demás hombres, sino que, «después de orar, les impusieron
las manos» (Hch 6, 6). El evangelista recordará de nuevo estos gestos con ocasión de la elección de
Pablo y Bernabé, donde leemos: «Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y
los enviaron» (At 13,3). Esto confirma de nuevo que el servicio práctico de la caridad es un servicio
espiritual. Ambas realidades deben ir juntas.
Un ministerio, el de la caridad, que se confiere invocando el Espíritu
Santo, y, por tanto, no se trata de conferir un encargo como sucede en
una organización social.
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Con el gesto de la imposición de las manos los Apóstoles confieren un ministerio particular
a siete hombres, para que se les dé la gracia correspondiente. Es importante que se subraye la
oración —«después de orar», dicen— porque pone de relieve precisamente la dimensión espiritual
del gesto; no se trata simplemente de conferir un encargo como sucede en una organización social,
sino que es un evento eclesial en el que el Espíritu Santo se apropia de siete hombres escogidos por
la Iglesia, consagrándolos en la Verdad, que es Jesucristo: él es el protagonista silencioso, presente
en la imposición de las manos para que los elegidos sean transformados por su fuerza y santificados
para afrontar los desafíos pastorales. El relieve que se da a la oración nos recuerda además que sólo
de la relación íntima con Dios, cultivada cada día, nace la respuesta a la elección del Señor y se
encomienda cualquier ministerio en la Iglesia.
o Para los pastores en la Iglesia: si los pulmones de la oración y de la Palabra
de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el
peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada día
La oración es la respiración del alma y de la vida.
Queridos hermanos y hermanas, el problema pastoral que impulsó a los Apóstoles a elegir y
a imponer las manos sobre siete hombres encargados del servicio de la caridad, para dedicarse ellos
a la oración y al anuncio de la Palabra, nos indica también a nosotros el primado de la oración y de
la Palabra de Dios, que luego produce también la acción pastoral. Para los pastores, esta es la
primera y más valiosa forma de servicio al rebaño que se les ha confiado. Si los pulmones de la
oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el
peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada día: la oración es la respiración del alma y
de la vida.
Hay otra valiosa observación que quiero subrayar: en la relación con Dios, en la escucha de
su Palabra, en el diálogo con él, incluso cuando nos encontramos en el silencio de una iglesia o de
nuestra habitación, estamos unidos en el Señor a tantos hermanos y hermanas en la fe, como un
conjunto de instrumentos que, aun con su individualidad, elevan a Dios una única gran sinfonía de
intercesión, de acción de gracias y de alabanza. Gracias.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
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