lunes, 10 de julio de 2017
La oración cristiana (33). La oración en los Hechos de los Apóstoles (5). La oración de la Iglesia por la liberación de san Pedro de la cárcel. Pedro «estaba durmiendo»: actitud que denota tranquilidad y confianza en Dios. Vive la noche de la prisión y de la liberación de la cárcel como un momento de su seguimiento del Señor, que vence las tinieblas de la noche y libra de la esclavitud de las cadenas y del peligro de muerte. La Iglesia, cada uno de nosotros, atraviesa la noche de la prueba, pero lo que nos sostiene es la vigilancia incesante de la oración.Con la oración constante y confiada el Señor nos libra de las cadenas, nos guía para atravesar cualquier noche de prisión que pueda atenazar nuestro corazón, nos da la serenidad del corazón para afrontar las dificultades de la vida, incluso el rechazo, la oposición y la persecución.
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La oración cristiana (33). La oración en los Hechos de los Apóstoles (5). La oración de la Iglesia
por la liberación de san Pedro de la cárcel. Pedro «estaba durmiendo»: actitud que denota
tranquilidad y confianza en Dios. Vive la noche de la prisión y de la liberación de la cárcel como un
momento de su seguimiento del Señor, que vence las tinieblas de la noche y libra de la esclavitud de
las cadenas y del peligro de muerte. La Iglesia, cada uno de nosotros, atraviesa la noche de la prueba,
pero lo que nos sostiene es la vigilancia incesante de la oración.Con la oración constante y confiada el
Señor nos libra de las cadenas, nos guía para atravesar cualquier noche de prisión que pueda
atenazar nuestro corazón, nos da la serenidad del corazón para afrontar las dificultades de la vida,
incluso el rechazo, la oposición y la persecución.
Cfr. Benedicto XVI, Catequesis sobre la oración de la Iglesia con ocasión de la
liberación de san Pedro de la cárcel.
9 de mayo de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
o La liberación de san Pedro de la cárcel: un relato marcado por la oración de la
Iglesia
Hoy quiero reflexionar sobre el último episodio de la vida de san Pedro narrado en los Hechos de
los Apóstoles: su encarcelamiento por orden de Herodes Agripa y su liberación por la intervención
prodigiosa del ángel del Señor, en la víspera de su proceso en Jerusalén (cf. Hch 12, 1-17).
El relato está marcado, una vez más, por la oración de la Iglesia. De hecho, san Lucas escribe:
«Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él»
(Hch 12, 5). Y, después de salir milagrosamente de la cárcel, con ocasión de su visita a la casa de
María, la madre de Juan llamado Marcos, se afirma que «había muchos reunidos en oración» (Hch
12, 12). Entre estas dos importantes anotaciones que explican la actitud de la comunidad cristiana
frente al peligro y a la persecución, se narra la detención y la liberación de Pedro, que comprende
toda la noche. La fuerza de la oración incesante de la Iglesia se eleva a Dios y el Señor escucha y
realiza una liberación inimaginable e inesperada, enviando a su ángel.
o El relato alude a los grandes elementos de la liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto, la Pascua judía.
El relato alude a los grandes elementos de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, la
Pascua judía. Como sucedió en aquel acontecimiento fundamental, también aquí realiza la acción
principal el ángel del Señor que libera a Pedro. Y las acciones mismas del Apóstol —al que se le
pide que se levante de prisa, que se ponga el cinturón y que se envuelva en el manto— reproducen
las del pueblo elegido en la noche de la liberación por intervención de Dios, cuando fue invitado a
comer deprisa el cordero con la cintura ceñida, las sandalias en los pies y un bastón en la mano,
listo para salir del país (cf. Ex 12, 11). Así Pedro puede exclamar: «Ahora sé realmente que el Señor
ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes» (Hch 12, 11).
Un recuerdo, también, de la Resurrección de Cristo.
Pero el ángel no sólo recuerda al de la liberación de Israel de Egipto, sino también al de la
Resurrección de Cristo. De hecho, los Hechos de los Apóstoles narran: «De repente se presentó el
ángel del Señor y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó» (Hch 12, 7). La
luz que llena la celda de la prisión, la acción misma de despertar al Apóstol, remiten a la luz
liberadora de la Pascua del Señor que vence las tinieblas de la noche y del mal. Por último, la
invitación: «Envuélvete en el manto y sígueme» (Hch 12, 8), hace resonar en el corazón las palabras
de la llamada inicial de Jesús (cf. Mc 1, 17), repetida después de la Resurrección junto al lago de
Tiberíades, donde el Señor dice dos veces a Pedro: «Sígueme» (Jn 21, 19.22). Es una invitación
apremiante al seguimiento: sólo saliendo de sí mismos para ponerse en camino con el Señor y hacer
su voluntad, se vive la verdadera libertad.
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o Pedro «estaba durmiendo»: actitud que denota tranquilidad y confianza en
Dios.
Pedro vive la noche de la prisión y de la liberación de la cárcel como un
momento de su seguimiento del Señor, que vence las tinieblas de la
noche y libra de la esclavitud de las cadenas y del peligro de muerte.
Quiero subrayar también otro aspecto de la actitud de Pedro en la cárcel: de hecho, notamos que,
mientras la comunidad cristiana ora con insistencia por él, Pedro «estaba durmiendo» (Hch 12, 6).
En una situación tan crítica y de serio peligro, es una actitud que puede parecer extraña, pero que en
cambio denota tranquilidad y confianza; se fía de Dios, sabe que está rodeado por la solidaridad y la
oración de los suyos, y se abandona totalmente en las manos del Señor. Así debe ser nuestra
oración: asidua, solidaria con los demás, plenamente confiada en Dios, que nos conoce en lo más
íntimo y cuida de nosotros de manera que —dice Jesús— «hasta los cabellos de la cabeza tenéis
contados. Por eso, no tengáis miedo» (Mt 10, 30-31). Pedro vive la noche de la prisión y de la
liberación de la cárcel como un momento de su seguimiento del Señor, que vence las tinieblas de la
noche y libra de la esclavitud de las cadenas y del peligro de muerte. Su liberación es prodigiosa,
marcada por varios pasos descritos esmeradamente: guiado por el ángel, a pesar de la vigilancia de
los guardias, atraviesa la primera y la segunda guardia, hasta el portón de hierro que daba a la
ciudad, el cual se abre solo ante ellos (cf. Hch 12, 10). Pedro y el ángel del Señor avanzan juntos un
tramo del camino hasta que, vuelto en sí, el Apóstol se da cuenta de que el Señor lo ha liberado
realmente y, después de reflexionar, se dirige a la casa de María, la madre de Marcos, donde
muchos de los discípulos se hallan reunidos en oración; una vez más la respuesta de la comunidad a
la dificultad y al peligro es ponerse en manos de Dios, intensificar la relación con él.
o La oración de la Iglesia en otros momentos difíciles: una advertencia
importante para nosotros.
Aprender a orar bien.
Aquí me parece útil recordar otra situación no fácil que vivió la comunidad cristiana de los
orígenes. Nos habla de ella Santiago en su Carta. Es una comunidad en crisis, en dificultad, no tanto
por las persecuciones, cuanto porque en su seno existen celos y disputas (cf. St 3, 14-16). Y el
Apóstol se pregunta el porqué de esta situación. Encuentra dos motivos principales: el primero es el
dejarse dominar por las pasiones, por la dictadura de sus deseos de placer, de su egoísmo (cf. St 4,
1-2a); el segundo es la falta de oración —«no pedís» (St 4, 2b)— o la presencia de una oración que
no se puede definir como tal –«pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer
vuestras pasiones» (St 4, 3). Esta situación cambiaría, según Santiago, si la comunidad unida
hablara con Dios, si orara realmente de modo asiduo y unánime. Incluso hablar sobre Dios, de
hecho, corre el riesgo de perder su fuerza interior y el testimonio se desvirtúa si no están animados,
sostenidos y acompañados por la oración, por la continuidad de un diálogo vivo con el Señor. Una
advertencia importante también para nosotros y para nuestras comunidades, sea para las pequeñas,
como la familia, sea para las más grandes, como la parroquia, la diócesis o la Iglesia entera. Y me
hace pensar que oraban en esta comunidad de Santiago, pero oraban mal, sólo por sus propias
pasiones. Debemos aprender siempre de nuevo a orar bien, orar realmente, orientarse hacia Dios y
no hacia el propio bien.
o La Iglesia, cada uno de nosotros, atraviesa la noche de la prueba, pero lo que
nos sostiene es la vigilancia incesante de la oración.
Con la oración constante y confiada el Señor nos libra de las cadenas,
nos guía para atravesar cualquier noche de prisión que pueda atenazar
nuestro corazón, nos da la serenidad del corazón para afrontar las
dificultades de la vida, incluso el rechazo, la oposición y la persecución.
La comunidad, en cambio, que acompaña a Pedro mientras se halla en la cárcel, es una comunidad
que ora verdaderamente, durante toda la noche, unida. Y es una alegría incontenible la que invade el
corazón de todos cuando el Apóstol llama inesperadamente a la puerta. Son la alegría y el asombro
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ante la acción de Dios que escucha. Así, la Iglesia eleva su oración por Pedro; y a la Iglesia vuelve
él para narrar «cómo el Señor lo sacó de la cárcel» (Hch 12, 17). En aquella Iglesia en la que está
puesto como roca (cf. Mt 16, 18), Pedro narra su «Pascua» de liberación: experimenta que en seguir
a Jesús está la verdadera libertad, que nos envuelve la luz deslumbrante de la Resurrección y por
esto se puede testimoniar hasta el martirio que el Señor es el Resucitado y «realmente el Señor ha
mandado a su ángel para librarlo de las manos de Herodes» (cf. Hch 12, 11). El martirio que sufrirá
después en Roma lo unirá definitivamente a Cristo, que le había dicho: cuando seas viejo, otro te
llevará adonde no quieras, para indicar con qué muerte iba a dar gloria a Dios (cf. Jn 21, 18-19).
Queridos hermanos y hermanas, el episodio de la liberación de Pedro narrado por san Lucas nos
dice que la Iglesia, cada uno de nosotros, atraviesa la noche de la prueba, pero lo que nos sostiene es
la vigilancia incesante de la oración. También yo, desde el primer momento de mi elección a
Sucesor de san Pedro, siempre me he sentido sostenido por vuestra oración, por la oración de la
Iglesia, sobre todo en los momentos más difíciles. Lo agradezco de corazón. Con la oración
constante y confiada el Señor nos libra de las cadenas, nos guía para atravesar cualquier noche de
prisión que pueda atenazar nuestro corazón, nos da la serenidad del corazón para afrontar las
dificultades de la vida, incluso el rechazo, la oposición y la persecución. El episodio de Pedro
muestra esta fuerza de la oración. Y el Apóstol, aunque esté en cadenas, se siente tranquilo, con la
certeza de que nunca está solo: la comunidad está orando por él, el Señor está cerca de él; más aún,
sabe que «la fuerza de Cristo se manifiesta plenamente en la debilidad» (2 Co 12, 9). La oración
constante y unánime es un instrumento valioso también para superar las pruebas que puedan surgir
en el camino de la vida, porque estar unidos a Dios es lo que nos permite estar también
profundamente unidos los unos a los otros. Gracias.
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Vida Cristiana
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