lunes, 10 de julio de 2017
La oración cristiana (32) La oración en los Hechos de los Apóstoles (4). El testimonio de san Esteban. Jesús es el nuevo templo, inaugura el nuevo culto y sustituye, con la ofrenda que hace de sí mismo en la cruz, lo sacrificios antiguos. Esteban saca de su comunión con Cristo, de su meditación sobre la historia de la salvación, la fortaleza para afrontar a sus perseguidores y llegar hasta el don de sí mismo. La meditación de la Sagrada Escritura permite a Esteban comprender su misión, su vida, su presente, al seguir a Jesús hasta el martirio.
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La oración cristiana (32) La oración en los Hechos de los Apóstoles (4). El testimonio de san
Esteban. Jesús es el nuevo templo, inaugura el nuevo culto y sustituye, con la ofrenda que hace de sí
mismo en la cruz, lo sacrificios antiguos. Esteban saca de su comunión con Cristo, de su meditación
sobre la historia de la salvación, la fortaleza para afrontar a sus perseguidores y llegar hasta el don
de sí mismo. La meditación de la Sagrada Escritura permite a Esteban comprender su misión, su
vida, su presente, al seguir a Jesús hasta el martirio.
Cfr. Benedicto XVI, Catequesis sobre la oración en el testimonio de san
Esteban. La fecunda relación entre la Palabra de Dios y la oración.
2 de mayo de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
En las últimas catequesis hemos visto cómo, en la oración personal y comunitaria, la lectura y la
meditación de la Sagrada Escritura abren a la escucha de Dios que nos habla e infunden luz para
comprender el presente. Hoy quiero hablar del testimonio y de la oración del primer mártir de la
Iglesia, san Esteban, uno de los siete elegidos para el servicio de la caridad con los necesitados. En
el momento de su martirio, narrado por los Hechos de los Apóstoles, se manifiesta, una vez más, la
fecunda relación entre la Palabra de Dios y la oración.
o Jesús es el nuevo templo, inaugura el nuevo culto y sustituye, con la ofrenda
que hace de sí mismo en la cruz, lo sacrificios antiguos.
Esteban muestra el «lugar» de la presencia definitiva de Dios, que es
Jesucristo, en particular su pasión, muerte y resurrección.
La meditación de la Sagrada Escritura permite a Esteban
comprender su misión, su vida, su presente, al seguir a Jesús
hasta el martirio.
Esteban es llevado al tribunal, ante el Sanedrín, donde se le acusa de haber declarado que «Jesús...
destruirá este lugar, [el templo], y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés» (Hch 6, 14).
Durante su vida pública, Jesús efectivamente anunció la destrucción del templo de Jerusalén:
«Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19). Sin embargo, como anota el
evangelista san Juan, «él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos,
los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron en la Escritura y en la Palabra que
había dicho Jesús» (Jn 2, 21-22).
El discurso de Esteban ante el tribunal, el más largo de los Hechos de los Apóstoles, se desarrolla
precisamente sobre esta profecía de Jesús, el cual es el nuevo templo, inaugura el nuevo culto y
sustituye, con la ofrenda que hace de sí mismo en la cruz, lo sacrificios antiguos. Esteban quiere
demostrar que es infundada la acusación que se le hace de cambiar la ley de Moisés e ilustra su
visión de la historia de la salvación, de la alianza entre Dios y el hombre. Así, relee toda la
narración bíblica, itinerario contenido en la Sagrada Escritura, para mostrar que conduce al «lugar»
de la presencia definitiva de Dios, que es Jesucristo, en particular su pasión, muerte y resurrección.
En esta perspectiva Esteban lee también el hecho de que es discípulo de Jesús, siguiéndolo hasta el
martirio. La meditación sobre la Sagrada Escritura le permite de este modo comprender su misión,
su vida, su presente. En esto lo guía la luz del Espíritu Santo, su relación íntima con el Señor, hasta
el punto de que los miembros del Sanedrín vieron su rostro «como el de un ángel» (Hch 6, 15). Ese
signo de asistencia divina remite al rostro resplandeciente de Moisés cuando bajó el monte Sinaí
después de haberse encontrado con Dios (cf. Ex 34, 29-35; 2 Co 3, 7-8).
o En su discurso, Esteban ve en todo el Antiguo Testamento la prefiguración de
la vida de Jesús mismo, el Hijo de Dios hecho carne, que —como los
antiguos Padres— afronta obstáculos, rechazo, muerte.
En su discurso, Esteban parte de la llamada de Abrahán, peregrino hacia la tierra indicada por Dios
y que tuvo en posesión sólo a nivel de promesa; pasa luego a José, vendido por sus hermanos, pero
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asistido y liberado por Dios, para llegar a Moisés, que se transforma en instrumento de Dios para
liberar a su pueblo, pero también encuentra en varias ocasiones el rechazo de su propia gente. En
estos acontecimientos narrados por la Sagrada Escritura, de la que Esteban muestra que está en
religiosa escucha, emerge siempre Dios, que no se cansa de salir al encuentro del hombre a pesar de
hallar a menudo una oposición obstinada. Y esto en el pasado, en el presente y en el futuro. Por
consiguiente, en todo el Antiguo Testamento él ve la prefiguración de la vida de Jesús mismo, el
Hijo de Dios hecho carne, que —como los antiguos Padres— afronta obstáculos, rechazo, muerte.
El nuevo verdadero templo, en el que Dios habita, es su Hijo, que asumió
la carne humana; es la humanidad de Cristo, el Resucitado que congrega
a los pueblos y los une en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Esteban se refiere luego a Josué, a David y a Salomón, puestos en relación con la construcción del
templo de Jerusalén, y concluye con las palabras del profeta Isaías (66, 1-2): «Mi trono es el cielo;
la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me vais a construir o qué lugar para que descanse? ¿No
ha hecho mi mano todo esto?» (Hch 7, 49-50). En su meditación sobre la acción de Dios en la
historia de la salvación, evidenciando la perenne tentación de rechazar a Dios y su acción, afirma
que Jesús es el Justo anunciado por los profetas; en él Dios mismo se hizo presente de modo único y
definitivo: Jesús es el «lugar» del verdadero culto. Esteban no niega la importancia del templo
durante cierto tiempo, pero subraya que «Dios no habita en edificios construidos por manos
humanas» (Hch 7, 48). El nuevo verdadero templo, en el que Dios habita, es su Hijo, que asumió la
carne humana; es la humanidad de Cristo, el Resucitado que congrega a los pueblos y los une en el
Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. La expresión sobre el templo «no construido por manos
humanas» se encuentra también en la teología de san Pablo y de la Carta a los Hebreos: el cuerpo
de Jesús, que él asumió para ofrecerse a sí mismo como víctima sacrificial a fin de expiar los
pecados, es el nuevo templo de Dios, el lugar de la presencia del Dios vivo; en él Dios y el hombre,
Dios y el mundo están realmente en contacto: Jesús toma sobre sí todo el pecado de la humanidad
para llevarlo en el amor de Dios y para «quemarlo» en este amor. Acercarse a la cruz, entrar en
comunión con Cristo, quiere decir entrar en esta transformación. Y esto es entrar en contacto con
Dios, entrar en el verdadero templo.
La vida y el discurso de Esteban improvisamente se interrumpen con la lapidación, pero
precisamente su martirio es la realización de su vida y de su mensaje: llega a ser uno con Cristo. Así
su meditación sobre la acción de Dios en la historia, sobre la Palabra divina que en Jesús encontró
su plena realización, se transforma en una participación en la oración misma de la cruz. En efecto,
antes de morir exclama: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7, 59), apropiándose las palabras del
Salmo 31 (v. 6) y recalcando la última expresión de Jesús en el Calvario: «Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46); y, por último, como Jesús, exclama con fuerte voz ante los
que lo estaban apedreando: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7, 60). Notemos que,
aunque por una parte la oración de Esteban recoge la de Jesús, el destinatario es distinto, porque la
invocación se dirige al Señor mismo, es decir, a Jesús, a quien contempla glorificado a la derecha
del Padre: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (v. 56).
o Esteban saca de su comunión con Cristo, de su meditación sobre la historia
de la salvación, la fortaleza para afrontar a sus perseguidores y llegar hasta
el don de sí mismo.
Queridos hermanos y hermanas, el testimonio de san Esteban nos ofrece algunas indicaciones para
nuestra oración y para nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿De dónde sacó este primer mártir
cristiano la fortaleza para afrontar a sus perseguidores y llegar hasta el don de sí mismo? La
respuesta es sencilla: de su relación con Dios, de su comunión con Cristo, de su meditación sobre la
historia de la salvación, de ver la acción de Dios, que en Jesucristo llegó al culmen. También
nuestra oración debe alimentarse de la escucha de la Palabra de Dios, en la comunión con Jesús y su
Iglesia.
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Un segundo elemento: san Esteban ve anunciada, en la historia de la relación de amor entre Dios y
el hombre, la figura y la misión de Jesús. Él —el Hijo de Dios— es el templo «no construido con
manos humanas» en el que la presencia de Dios Padre se ha hecho tan cercana que ha entrado en
nuestra carne humana para llevarnos a Dios, para abrirnos las puertas del cielo. Nuestra oración, por
consiguiente, debe ser contemplación de Jesús a la derecha de Dios, de Jesús como Señor de nuestra
existencia diaria, de mi existencia diaria. En él, bajo la guía del Espíritu Santo, también nosotros
podemos dirigirnos a Dios, tomar contacto real con Dios, con la confianza y el abandono de los
hijos que se dirigen a un Padre que los ama de modo infinito. Gracias.
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Vida Cristiana
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