lunes, 10 de julio de 2017
La oración cristiana (9). Los “oasis” del espíritu. Dios habla en el silencio, pero es necesario saberlo escuchar. Por eso los monasterios son oasis en los que Dios habla a la humanidad; y en ellos se encuentra el claustro, lugar simbólico, porque es un espacio cerrado, pero abierto hacia el cielo.
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La oración cristiana (9). Los “oasis” del espíritu. Dios habla en el silencio, pero es necesario
saberlo escuchar. Por eso los monasterios son oasis en los que Dios habla a la humanidad; y en ellos
se encuentra el claustro, lugar simbólico, porque es un espacio cerrado, pero abierto hacia el cielo.
Cfr. Benedicto XVI, Audiencia General, 10 de agosto de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
o Los “oasis” el espíritu. Dos elementos muy importantes para la vida
contemplativa: la belleza de la creación y el silencio.
En cada época, hombres y mujeres que consagraron su vida a Dios en la oración —como los
monjes y las monjas— establecieron sus comunidades en lugares particularmente bellos, en el
campo, sobre las colinas, en los valles de las montañas, a la orilla de lagos o del mar, o incluso en
pequeñas islas. Estos lugares unen dos elementos muy importantes para la vida contemplativa: la
belleza de la creación, que remite a la belleza del Creador, y el silencio, garantizado por la lejanía
respecto a las ciudades y a las grandes vías de comunicación.
o El silencio es la condición ambiental que mejor favorece el recogimiento, la
escucha de Dios y la meditación.
Dios habla en el silencio, pero es necesario saberlo escuchar. Por eso
los monasterios son oasis en los que Dios habla a la humanidad; y en
ellos se encuentra el claustro, lugar simbólico, porque es un espacio
cerrado, pero abierto hacia el cielo.
El silencio es la condición ambiental que mejor favorece el recogimiento, la escucha de Dios
y la meditación. Ya el hecho mismo de gustar el silencio, de dejarse, por decirlo así, «llenar» del
silencio, nos predispone a la oración. El gran profeta Elías, sobre el monte Horeb —es decir, el
Sinaí— presencia un huracán, luego un terremoto, y, por último, relámpagos de fuego, pero no
reconoce en ellos la voz de Dios; la reconoce, en cambio, en una brisa suave (cf. 1 R 19, 11-13).
Dios habla en el silencio, pero es necesario saberlo escuchar. Por eso los monasterios son oasis en
los que Dios habla a la humanidad; y en ellos se encuentra el claustro, lugar simbólico, porque es un
espacio cerrado, pero abierto hacia el cielo.
Un “oasis” del espíritu: el pequeño convento de San Damián,
situado un poco más abajo de la ciudad de Asís
Mañana, queridos amigos, haremos memoria de santa Clara de Asís. Por ello me complace
recordar uno de estos «oasis» del espíritu apreciado de manera especial por la familia franciscana y
por todos los cristianos: el pequeño convento de San Damián, situado un poco más abajo de la
ciudad de Asís, en medio de los olivos que descienden hacia Santa María de los Ángeles. Junto a
esta pequeña iglesia, que san Francisco restauró después de su conversión, Clara y las primeras
compañeras establecieron su comunidad, viviendo de la oración y de pequeños trabajos. Se
llamaban las «Hermanas pobres», y su «forma de vida» era la misma que llevaban los Frailes
Menores: «Observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (Regla de santa Clara, I, 2),
conservando la unión de la caridad recíproca (cf. ib., X, 7) y observando en particular la pobreza y
la humildad vividas por Jesús y por su santísima Madre (cf. ib., XII, 13).
El mundo está lleno de estos oasis del espíritu, algunos muy
antiguos, sobre todo en Europa, otros recientes, otros
restaurados por nuevas comunidades.
El silencio y la belleza del lugar donde vive la comunidad monástica —belleza sencilla y
austera— constituyen como un reflejo de la armonía espiritual que la comunidad misma intenta
realizar. El mundo está lleno de estos oasis del espíritu, algunos muy antiguos, sobre todo en
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Europa, otros recientes, otros restaurados por nuevas comunidades. Mirando las cosas desde una
perspectiva espiritual, estos lugares del espíritu son la estructura fundamental del mundo. Y no es
casualidad que muchas personas, especialmente en los períodos de descanso, visiten estos lugares y
se detengan en ellos durante algunos días: ¡también el alma, gracias a Dios, tiene sus exigencias!
Recordemos, por tanto, a santa Clara. Pero recordemos también a otras figuras de santos que nos
hablan de la importancia de dirigir la mirada a las «cosas del cielo», como santa Edith Stein, Teresa
Benedicta de la Cruz, carmelita, copatrona de Europa, que celebramos ayer.
Y hoy, 10 de agosto, no podemos olvidar a san Lorenzo, diácono y mártir, con una felicitación
especial a los romanos, que desde siempre lo veneran como uno de sus patronos. Por último,
dirijamos nuestra mirada a la santísima Virgen María, para que nos enseñe a amar el silencio y la
oración.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
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