Ø El Reino de Dios (septiembre de 2017). Palabras de Papa Francisco en el rezo del Angelus. La parábola de los llamados a trabajar en una viña. Jesús no quiere hablar del problema del trabajo o del salario justo, sino del Reino de Dios; quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso. No hay desocupados este Reino. Todos estamos llamados a trabajar en él. Jesús quiere hacernos contemplar la mirada de aquel dueño: la mirada con que ve a cada uno de los obreros que esperan un trabajo, y los llama a ir a su viña. Es una mirada llena de atención, de benevolencia; una mirada que llama, que invita a levantarse, a ponerse en camino, porque quiere la vida para cada uno de nosotros, quiere una vida plena, comprometida, salvada del vacío y de la inercia.
Palabras de Papa Francisco en el Rezo del Angelus
v
Cfr. 25º Domingo del Tiempo Ordinario – 24 de
septiembre de 2017
¡Queridos hermanos y hermanas,
buenos días! En la página evangélica de hoy (cfr. Mt 20,1-16) encontramos la
parábola de los trabajadores llamados al jornal, que Jesús cuenta para
comunicar dos aspectos del Reino de Dios: el primero, que Dios quiere llamar a
todos a trabajar por su Reino; el segundo, que al final quiere dar a todos la
misma recompensa, o sea, la salvación, la
vida eterna.
El dueño de una viña, que
representa a Dios, sale al alba y contrata a un grupo de trabajadores,
acordando con ellos el salario de un denario por la jornada: era un salario
justo. Luego sale también en horas posteriores –hasta cinco veces aquel día–
incluso al final de la tarde, para contratar a otros obreros que ve
desocupados. Al término de la jornada, el dueño ordena que le den un denario a
cada uno, también a los que habían trabajado pocas horas.
Naturalmente, los primeros obreros
contratados se quejan, porque se ven pagados igual que los que han trabajado
menos. El dueño, sin embargo, les recuerda que han recibido lo que habían
pactado; si luego Él quiere ser generoso con los otros, ellos no deben ser
envidiosos.
En realidad, esta “injusticia”
del dueño sirve para provocar, en quien escucha la parábola, un salto de nivel,
porque aquí Jesús no quiere hablar del problema del trabajo o del salario
justo, sino del Reino de Dios. Y el mensaje es este: en el Reino de Dios no hay
desocupados, todos están llamados a poner de su parte; y para todos, al final,
habrá la recompensa que viene de la justicia divina –¡no humana,
afortunadamente para nosotros!–, es decir, la salvación que Jesucristo nos ha
adquirido con su muerte y resurrección. Una salvación que no es merecida, sino
dada –la salvación es gratuita–, por lo que «los últimos serán los primeros y
los primeros los últimos» (Mt 20,16).
Con esta parábola, Jesús quiere
abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y
generoso. Se trata de dejarnos asombrar y fascinar por los «pensamientos» y los
«caminos» de Dios que, como recuerda el profeta Isaías, no son nuestros
pensamientos ni nuestros caminos (cfr. Is 55,8). Los pensamientos humanos
suelen estar cargados de egoísmos y cuentas
pendientes, y nuestros angostos y tortuosos senderos no son
comparables a las amplias y rectas carreteras del Señor. Él usa misericordia
–no olvidar esto: Él usa misericordia–, perdona ampliamente, está lleno de generosidad
y de bondad que derrama sobre cada uno de nosotros, abre a todos los
territorios ilimitados de su amor y de su gracia, los únicos que pueden dar al
corazón
humano la plenitud de la alegría.
Jesús quiere hacernos contemplar
la mirada de aquel dueño: la mirada con que ve a cada uno de los obreros que
esperan un trabajo, y los llama a ir a su viña. Es una mirada llena de
atención, de benevolencia; una mirada que llama, que invita a levantarse, a
ponerse en camino, porque quiere la vida para cada uno de nosotros, quiere una
vida plena, comprometida, salvada del vacío y de la
inercia. Dios no excluye a nadie y quiere que cada uno
alcance su plenitud. Ese es el amor de nuestro Dios, de nuestro Dios que es
Padre.
Que María Santísima nos ayude a
acoger en nuestra vida la lógica del amor, que nos libera de la presunción de
merecer la recompensa de Dios y del juicio negativo sobre los demás.
Vida Cristiana
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