Los discípulos de Jesús vivimos en el santo temor de Dios, no por miedo del que ha de ser nuestro juez, sino por confianza humilde en el que nos ama.
Tú, Iglesia esposa de Cristo, sabes que, en Cristo, todo se te ha dado porque has sido amada como él es amado.
Te lo recuerda Juan de la Cruz: No le quedan a Dios otras palabras que decirte, no le queden otros dones que hacerte, no le quedan otros mensajeros que enviarte, pues todo te lo ha dicho y dado cuando llevado de la desmesura de su amor envió a su Unigénito para que, creyendo en él, tuvieses vida eterna.
Y porque todo lo has recibido y de nada más eres capaz, ya puedes, olvidada de ti misma, ocuparte de tu Esposo y de sus pobres.
Dichosa tú que, confiada, no por avaricia sino por amor, negocias con los talentos que has recibido.
Dichosa tú que, a los pies del Maestro, escuchas confiada y atenta la palabra del que te ama.
Dichosa tú que, confiada, porque lo amas, en la eucaristía recibes con ternura y agradecimiento de esposa el cuerpo de tu Señor.
Dichosa tú que, confiada, en tu vida te haces una con los pobres en los que tu Señor llama a tu puerta.
Dichosa tú que, confiada, con la certeza que te da la esperanza, ya hoy entras en el gozo de tu Señor, un gozo místicamente anticipado en los sacramentos que celebras.
Feliz Eucaristía, Iglesia amada de Cristo. En la comunidad eclesial y en los pobres, feliz encuentro con tu Señor.
Feliz domingo para todos tus hijos.
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