[Chiesa/Omelie1/SettSanta/CRamos19IngresoJerusalénPasióSegúnLucas]
- Domingo
de Ramos (2019). En el centro de la liturgia hay dos aspectos: la
conmemoración
Cfr. Domingo de Ramos del 2019 Ciclo C – 14 de abril de 2019
Isaías
50, 4-7; Filipenses 2, 6-11; Lucas 22, 14-23,56
Cfr.
R. Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Piemme 1999 pp. 114-119;
Gianfranco
Ravasi,
Secondo le Scritture, Anno C, Piemme 1999 pp. 97-102; S. Biblia
Universidad
de Navarra; Biblia de Jerusalén
Isaías 50, 4-7: 4: El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que sepa sostener con mi palabra al abatido. Mañana tras mañana despierta mi oído, para que escuche como los discípulos; 5 el Señor Yahveh me ha abierto el oído y yo no me he resistido, ni me he echado atrás. 6 Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos. 7 El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Filipenses 2,
6-11: 6 El cual,
siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el
ser igual a Dios, 7 sino que se anonadó a sí mismo tomando la
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose
igual que los demás hombres; 8 se humilló a sí mismo haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Y por eso Dios lo
exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; 10 para
que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en
los cielos, en la tierra y en los abismos, 11 y toda
lengua confiese:
«¡Jesucristo es el Señor!», para gloria de Dios Padre.
1. En la primera Lectura
Un personaje cuyo perfil no es el de la realeza sino el del hombre humillado.
- cfr. Comentario al Antiguo Testamento II, La Casa de la Biblia 1997, p. 88. Se nos presenta una
figura
mesiánica misteriosa: un personaje salvador que recorre el camino
del sufrimiento, no el del triunfo; su perfil no es el de la realeza
sino el del hombre humillado. Su situación y destino coinciden en
algunos aspectos con el personaje anónimo que aparece en Isaías 42,
n 1-7; 42, 18-23; 43, 8-13.
«Este
personaje «es plenamente consciente de su misión y de su destino.
Por ello la insistencia sobre el “aprender”, y “abrir el oído”.
Sabe que debe enfrentarse en un juicio con sus enemigos. Así lo
sugiere el vocabulario judicial de Is 50, 8-9: defensor, denunciar,
comparecer, acusar, condenar. Sabe que dispone de los medios
necesarios para hacer frente a la situación y salir victorioso. Pero
sabe también que no tendrá necesidad de utilizar esos medios (véase
Isaías 54,17 y Mateo 10, 19-20). El Señor mismo tomará a su cargo
su defensa, y él no se rebela a su destino»».
- cfr. Biblia de Jerusalén[Is 50,4-11: En este tercer canto, el siervo aparece no tanto como
profeta
sino como un sabio, discípulo fiel de Jahvé (vv 4-5), encargado de
instruir, a su vez, a aquellos que «temen a Dios», es decir a todos
los judíos piadosos (v 10), y también a los que se han perdido o
infieles «que caminan en las tinieblas». Gracias a su coraje y a la
ayuda divina (vv 7-9), soportará las persecuciones (vv 5-6, hasta
que Dios le concederá el triunfo definitivo (vv 9-11). Hasta el v 9
incluido, es el siervo quien habla.
- cfr. Biblia de Jerusalén, Is 50,6: Esta descripción de los sufrimientos del siervo será propuesta
de
nuevo y desarrollada en el cuarto canto (Isaías 52, 13-53,12). Ella
evoca ya a Mateo 26, 27, Mateo 27, 30 ss).
2. En la segunda Lectura
En esta segunda lectura, San Pablo nos da la llave de interpretación de la vida de Cristo, y es, al mismo tiempo, una síntesis insuperable.
La obediencia de Cristo hasta la cruz repara la desobediencia del primer hombre, y por eso Dios le exaltó sobre todos los seres creados
Los hombres deberán confesar la verdad fundamental de la doctrina cristiana: «Jesucristo es el Señor», es decir, Jesucristo es Dios.
- Cfr. Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Facultad de Teología, Universidad de Navarra 1999 pp.
771-772:
Es uno de los textos más antiguos del Nuevo Testamento sobre la
divinidad de Jesucristo. Quizá es un himno utilizado por los
primeros cristianos que San Pablo retoma. En el se canta la
humillación y la exaltación de Cristo. El Apóstol, teniendo
presente la divinidad de Cristo, centra su atención en la muerte de
cruz como ejemplo supremo de humildad y de obediencia. Los vv. 6-8
evocan el contraste entre Jesucristo y Adán, que siendo hombre
ambicionó ser como Dios (cfr Génesis 3,5). Por el contrario,
Jesucristo, siendo Dios, «se anonadó a sí mismo» (v 7). La
obediencia de Cristo hasta la cruz repara así la desobediencia del
primer hombre, y por eso Dios le exaltó sobre todos los seres
creados. El v. 9 expresa que Dios Padre, al resucitar a Jesús y
sentarlo a su derecha, concedió a su Humanidad el poder manifestar
la gloria de la divinidad que le corresponde - «el nombre que está
sobre todo nombre» - , es decir, el nombre de Dios.«Esta expresión
“le exaltó” no pretende significar que haya sido exaltada la
naturaleza del Verbo (...) Términos como “humillado” y
“exaltado” se refieren únicamente a la dimensión humana.
Efectivamente, sólo lo que es humilde es susceptible de ser
ensalzado» ( S. Atanasio, Or. Contr. Arian. 1,41). Todas las
criaturas quedaron sometidas a su poder, y los hombres deberán
confesar la verdad fundamental de la doctrina cristiana: «Jesucristo
es el Señor», es decir, Jesucristo es Dios.
3. La narración de la Pasión según Lucas
A. Adhesión personal y vital del cristiano: el seguimiento de Cristo
- cfr Ravasi o.c. p. 98: “ Simón de Cirene y las mujeres no son espectadores o testimonios neutrales
sino
como modelos del seguimiento de Cristo también en el momento último
y decisivo. Acerca de Simón, Lucas subraya que «le obligaron a
llevar la cruz detrás de Jesús» (Lucas 23, 26), y esta expresión
es usada normalmente por el evangelista para definir el compromiso
del discípulo «que lleva cada día la cruz» siguiendo a su Señor
también en la entrega última».
Las
mujeres «lloran y se lamentan por él»... (v 27) ... y «la
multitud al contemplar lo ocurrido regresaba golpeándose el pecho»
(v 48).
B. Jesús ofrece el perdón (Lucas 26, 34)
- Esteban, el primer mártir cristiano, en el instante de su muerte pondrá en práctica esta enseñanza
de Jesús. (cfr. Ravasi pp. 99)
C. El perfecto abandono en las manos de Dios
- Solamente San Lucas refiere las palabras de Jesús «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
(Lucas 23,46) que son del Salmo 31. (cfr.Ravasi p.
99)
D. Jesús “modelo del perfecto orante”
- Dos veces advierte a los discípulos que oren par no caer en la tentación (Lucas 22, 40 y 46) (cfr.
Ravasi p. 101).
E. En el monte de los olivos: el dolor moral que es asumido y santificado.
- «Y entrando en agonía oraba con más intensidad y le sobrevino un sudor como de gotas de gotas
de
sangre ....» (Lucas 22,44-45) Jesús no ha sufrido todavía ningún
tormento físico, y sin embargo suda sangre.
- “El mundo es muy sensible a los dolores físicos, se conmueve fácilmente por ellos; y es mucho
menos
sensible hacia los dolores morales de los que a veces se ríe,
considerándolos como hipersensibilidad, autosugestión, antojos. Y
sin embargo Jesús sudó sangre en este momento, cuando era su
corazón lo que iba a ser aplastado. Dios toma muy en serio el dolor
del corazón. Pienso en quien ve quebrado el vínculo más fuerte que
tenía en la vida y se encuentra solo (más frecuentemente sola). En
quien es traicionado en sus afectos, angustiado por alguna cosa que
amenaza su vida o la de una persona querida. En quien, con razón o
sin ella (desde este punto de vista la diferencia no es grande), se
ve expuesto a público ludibrio de un día para otro. Cuántos
«huertos de los olivos» hay escondidos en el mundo y dentro de
nuestras casas!
El
evangelio nos recuerda que también este suplicio del corazón ha
sido asumido y santificado. (cfr. R. Cantalamessa o.c. p. 116)
“Del Jesús de los Huerto de los Olivos debemos recoger una enseñanza: «Y entrando en agonía oraba con más intensidad» (v. 43). ¡Rezar es la prueba! Es nuestro recurso; es el canal a través del cual nos son transmitidos la fuerza y el coraje de Jesús. (cfr. R. Cantalamessa o.c. p. 116).
F. En el Pretorio de Pilato
-
“Después de haberle
hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado”
(Marcos 15,15).
“El flagelo
era un bastón corto, con tiras de cuero que tenían, en la
extremidad, o bolas de plomo o puntas agudas. Por lo que sabemos de
las descripciones antiguas, fue el momento más atroz de los
sufrimientos físicos de Cristo. Muchos morían mientras eran
golpeados. Las carnes eran desgarradas, los nervios puestos al
descubierto. Después de haber conocido esta imagen de un Dios que
sufre, todas las otras nos sobran; nos parecen inadecuadas.
Si
en el huerto de los olivos Jesús ha consumado su pasión moral, aquí
ha consumado la física. El está cerca también de los que sufren en
el cuerpo. (...) Quien se debate en el sufrimiento puede estar seguro
de que será comprendido por Jesús, también cuando no puede más y
grita a Dios: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿ Por qué?” (R.
Cantalamessa o.c. p. 117).
G. En el Gólgota.
“Nos
paramos a considerar una de las «siete palabras», la que dirigió a
su Madre. Leemos en el Evangelio de San Juan (19, 25-27): 25
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre,
María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su
madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí
tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en
su casa. (...)
Lo
que nos interesa más de María no es saber que estaban «junto a la
Cruz», sino saber «como» estaba. ¡Estaba con esperanza! (...)
Puesto que caminaba también ella en la fe, ella ha esperado que de
un momento a otro cambiase el curso de los acontecimientos, y que
fuese reconocida la inocencia del hijo.
Ha
esperado que Pilatos lo absolviese, como parecía que iba a hacer,
pero nada. Ha esperado a la largo de la subida al Calvario, una vez
llegados al Calvario, hasta un minuto antes de que expirase. ¿No
podía ser! ¡El ángel le había prometido que su hijo habría
recibido el trono de David y que reino habría tenido fin! Pero nada.
María, más que Abraham, ha «esperado contra toda esperanza». Con
Abraham Dios se paró un instante antes de la muerte del hijo, con
María no. Le pidió que continuase hacia delante y que asistiese a
la muerte del hijo y «a la muerte de cruz». (R. Cantalamessa o.c.
pp. 118-119)
4. La Pasión del Señor en algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica
-
n. 112: 1. Prestar
una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la
Escritura». En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la
componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de
Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde
su Pascua (Cf Lc 24,
25-27. 44-46).
El
corazón (Cf Sal 22,
15) de Cristo designa
la Sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo. Este
corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era
oscura. Pero
la Escritura fue abierta después de la Pasión,
porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y
disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías
(S. Tomás de A., Psal. 21,11).
-
n. 440: Jesús acogió
la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la
próxima pasión del Hijo del Hombre (cf.
Mateo 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza
mesiánica en la identidad trascendente del Hijo del Hombre «que ha
bajado del cielo» (Juan 3, 13; cf. Juan 6,62; Daniel 7 13), a la vez
que en su misión redentora como Siervo sufriente: «el Hijo del
hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos» (Mt 20, 28; cf. Isaías 53, 10-12). Por esta
razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más
que desde lo alto de la Cruz (Juan 19, 19-22; Lucas 23, 39-43).
Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá
ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: «Sepa, pues, con
certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hechos
2, 36).
-
n. 515: Los
evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de
los primeros que tuvieron fe (cf. Marcos 1, 1; Juan 21, 24) y
quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién
es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante
toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lucas 2,7)
hasta el vinagre de su
Pasión (cf. Mateo
27,48) y el sudario de su Resurrección (cf Juan 20,7), todo en la
vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus
milagros y sus palabras, se ha revelado que «en él reside toda la
plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Su humanidad
aparece así como el «sacramento», es decir, el signo y el
instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo
que había de visible en su vida terrena conduce al misterio
invisible de su filiación divina y de su misión redentora.
- n. 555: Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro.
Muestra
también que para «entrar en su gloria» (Lucas 24, 26), es
necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían
visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían
anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lucas 24, 27). La
Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo
actúa como siervo de Dios
(cf. Isaías 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo:
«Tota Trinitas
apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara»
(«Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el
hombre, el Espíritu en la nube luminosa») (Santo Tomás, s. th. 3,
45, 4, ad 2).
En
el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos
contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando
te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente y
anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre
(Liturgia bizantina,
Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración).
- n. 598: Todos los pecadores fueron los autores de la pasión de Cristo. La Iglesia, en el
magisterio
de su fe y en el testimonio de sus santos no ha olvidado jamás que
«los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de
todas las penas que soportó el divino Redentor» (Catech. R. 1, 5,
11; cf. Hebreos 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados
alcanzan a Cristo mismo (cf. Mateo 25, 45; Hechos 9, 4 - 5), la
Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más
grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos, con
demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
Debemos
considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan
recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las
que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la
cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el
mal «crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a
pública infamia» (Hebreos 6, 6). Y es necesario reconocer que
nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque
según el testimonio del apóstol, «de haberlo conocido ellos no
habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria» (1 Co 2, 8).
Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando
renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre
El nuestras manos criminales (Catech. R. 1, 5, 11).
Y
los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con
ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía,
deleitándote en los vicios y en los pecados (S. Francisco de Asís,
admon. 5, 3).
-
n. 1851: En
la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado.
En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su
multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes
y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados,
traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono
de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y
del príncipe de este mundo (Cf
Jn 14, 30), el
sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que
brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.
n.
609: Jesús acepta
libremente el amor redentor del Padre. Jesús, al aceptar en su
corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, «los amó hasta
el extremo» (Jn 13, 1) porque «nadie tiene mayor amor que el que da
su vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en
la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su
amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hebreos 2,
10. 17 - 18; Hb 4, 15; Hb 5, 7 - 9). En efecto,
aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los
hombres que el Padre quiere salvar:
«Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente» (Jn 10, 18). De
aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando El mismo se
encamina hacia la muerte (cf. Juan 18, 4 - 6; Mateo 26, 53).
n.
964: LA MATERNIDAD DE
MARIA RESPECTO DE LA IGLESIA. Totalmente unida a su Hijo... El papel
de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con
Cristo, deriva directamente de ella. «Esta
unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación
se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo
hasta su muerte» (Lumen
Gentium 57). Se
manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
La
Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo
fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de
Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo ö y se unió a
su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su
consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente,
Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo
con estas palabras: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,
26-27) (Lumen Gentium
58).
n.
1402: LA EUCARISTIA,
«PIGNUS FUTURAE GLORIAE». En una antigua oración, la Iglesia
aclama el misterio de la Eucaristía: «O
sacrum convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis
eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur»
(«¡Oh sagrado
banquete, en
que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión;
el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria
futura!»). Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor
y si por nuestra comunión en el altar somos colmados «de gracia y
bendición» (MR, Canon Romano 96: "Supplices
te rogamus"), la
Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.
Vida
Cristiana
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