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Ø Jueves
Santo 2019. Celebración de la Misa vespertina “en la Cena del Señor”. Origen de
la
celebración de la
pascua. La celebración de la pascua judía. La pascua de Cristo y nuestra
pascua. El lavatorio de pies: para nosotros es ponernos al servicio de los
demás, ayudarnos unos a otros. La resistencia de Pedro hasta que escucha al
Señor y comprende. Actualmente,
Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo.
Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento,
realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. Y,
en los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y
nos purifica. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos
lavar continuamente por esta agua pura.
v
Cfr. Jueves Santo de 2019
Éxodo 12,
1-8.11-14; Salmo Responsorial 115, 12-13.15-16BC.17-19; 1 Corintios 11,
23-26; Juan
13,1-15
18 de abril de
2919
Primera
lectura: Éxodo 12, 1-8.11-14: Dijo
Yahveh a Moisés y Aarón en el país de Egipto: 2 «Este mes será para vosotros el
comienzo de los meses; será el primero de los meses del año. Hablad a toda la
comunidad de Israel y decid: El día diez
de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una
res de ganado menor por casa. 4 Y si la familia fuese demasiado reducida
para una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su casa, según el número de personas y conforme a lo
que cada cual pueda comer. 5 El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo
escogeréis entre los corderos o los cabritos. 6 Lo guardaréis hasta el día
catorce de este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo
inmolará entre dos luces. 7 Luego tomarán la sangre y untarán las dos
jambas y el dintel de las casas donde lo coman. 8 En aquella misma noche
comerán la carne. La comerán asada al fuego, con ázimos y con hierbas
amargas. 11 Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados
vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es la Pascua del Señor. 12 Yo pasaré esta noche por la tierra de
Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres
hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto.
Yo, Yahveh. 13 La sangre será vuestra
señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante
vosotros, y no habrá entre vosotros
plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto. 14 Este será un día
memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de
generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre».
Evangelio: Juan 13, 1-15: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. 2
Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas
Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3 sabiendo que el Padre
le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4
se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó.
5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y
a secárselos con la toalla con que
estaba ceñido. 6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme
a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes
ahora: lo comprenderás más tarde.» 8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies
jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» 9 Le dice
Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» 10
Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio.
Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» 11 Sabía quién le iba a entregar,
y por eso dijo: «No estáis limpios todos.» 12 Después que les lavó los pies,
tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho
con vosotros? 13 Vosotros me llamáis
"el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros
también debéis lavaros los pies unos a otros. 15 Porque os he dado ejemplo,
para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.
1. Jesús celebra con sus discípulos la pascua judía.
v
A) la fiesta de la Pascua judía: se describe en
la primera lectura [1].
·
Jesús, como
sabemos, quiso celebrar la fiesta de la pascua judía con sus discípulos. ¿Qué
fiesta era ésta
de la Pascua judía? La
historia es muy sencilla.
o
Probable origen de la Pascua: una fiesta de
pastores de la primavera
- Probablemente
la Pascua era en su origen una fiesta de pastores que en primavera, cuando
nacen los corderos y se inicia el viaje hacia los pastos de verano, ofrecían un
sacrificio de una res recién nacida, y con su sangre realizaban un rito
especial para impetrar la preservación y
la fecundidad de los rebaños. También comían juntos el animal como señal de
solidaridad.
o
Un
significado nuevo: la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto
- Pero ese año del que habla la primera
lectura, hacia el 1250 a.C., el rito tuvo un significado nuevo. Los israelitas
vivían en Egipto, donde eran esclavos del Faraón, y vivían en condiciones muy
duras (Cf. Éxodo 1, 8-22). Dios habló entonces con un israelita, Moisés, y le
encargó que hablase con el faraón para
pedirle que dejase marchar al pueblo de Israel fuera de Egipto, liberándolo así
de la esclavitud (Cf Éxodo 3,7-4,31). Sabéis por la historia que Moisés habló
con el Faraón, pero éste no hizo caso, y Dios castigó al Faraón y al pueblo
egipcio con la famosas plagas (Cf Éxodo
7, 8-11,10).
-
La décima y última fue muy dura: como castigo por no dejar salir al pueblo de
Israel de la tierra de Egipto, el Señor
- como acabamos de leer – “pasó
por la tierra de Egipto de noche, hiriendo a muerte a todos los primogénitos
del pueblo egipcio”. El Señor les había ordenado que antes de esa noche
llevasen el cordero al Templo de Jerusalén para ser allí matado, y después lo
comiesen en sus casas antes del paso del Señor. Pero además, con la sangre del
cordero debían hacer una señal en las dos jambas y en el dintel de la casa, con
el fin de que cuando esa noche pasase el Señor Él viendo esa señal no haría
daño alguno a los habitantes de esa casa. Por tanto, el Señor pasó esa noche por la tierra de Egipto
hiriendo a todos los primogénitos en sus casas, excepto en aquellas casas que
tenían la señal con la sangre: en estos casos pasó de largo sin hacer mal a la familia que estaba en es
casa.
-
Y el Señor les dijo que ese hecho debía
ser memorable para los israelitas, y lo deberían celebrar todos los años a partir de entonces, en honor de Yahvé que les había preservado
de la muerte y de la esclavitud. Efectivamente, como consecuencia de esa plaga
el Faraón dejó partir al pueblo israelita, y éste recuperó su libertad. Partió
hacia la tierra prometida a las órdenes de Moisés. A partir de entonces los israelitas
celebrarían ese paso del Señor, es decir la pascua del Señor (Cf. Exodo 12,14). (Cf. CCE 1340; 611,
1363 y 1364).
v
B) La pascua de Cristo. Celebró un rito e hizo
un paso: de este mundo al Padre a través de su muerte y resurrección
(Juan 13, 1).
·
Jesús había
querido celebrar esa fiesta, la pascua judía, con sus discípulos. Y después de
esa celebración
Instituyó la Eucaristía. Así lo recordaba San Pablo a
los cristianos de Corinto, en el texto que hemos leído hoy:
2ª lectura: 1 Corintios 11, 23-26: Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús,
la noche en que fue entregado, tomó pan, 24 y después de dar gracias, lo partió
y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»
25 Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva
Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» 26
Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del
Señor, hasta que venga.
·
Y así lo recuerda
el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1340: “Al celebrar la última Cena con sus
apóstoles en el transcurso
del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En
efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua
nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da
cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la
gloria del Reino”.
·
En vez de la
inmolación de un cordero, Él ofrece su vida derramando su sangre para librarnos
a nosotros
no de la esclavitud de los
egipcios sino de la esclavitud del pecado; Él
pasa - pascua
- de la muerte a la vida ..... con su
muerte y resurrección. Y los cristianos celebramos a partir de entonces, en la
Eucaristía, ese paso que es nuestra liberación. Cuando instituyó la Eucaristía,
Jesús dijo unas palabras que se repiten todas las veces que se celebra la Misa:
Esto es mi cuerpo que será entregado por
vosotros, ésta es mi sangre que será derramada por vosotros ..... Cada vez que comemos de este pan y bebemos
de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas ..... Haced esto en
memoria mía.
·
Jesús, como los
israelitas, no sólo hizo un rito, sino que cumplió un paso.
v
Nuestra Pascua: también debemos hacer nuestro
paso
·
¿Qué se requiere para celebrar nosotros la
Pascua? Celebramos un rito y, además, hacemos
nuestro paso: en la vida cristiana, no de un sitio a otro,
sino – como dice San Pablo – del hombre viejo al hombre nuevo (1 Co 5,8); de un modo de vivir a otro, de un modo pagano
a un modo cristiano.
·
Es la conversión. Que lleva consigo fatiga,
sacrificio, pero, sobre todo es un paso hacia la
libertad, hacia la alegría. De la esclavitud de las
comodidades, prejuicios, etc. pero sobre todo de los pecados, porque “quien
comete el pecado es esclavo del pecado” (Juan 8,34). Se trata de abrirnos al
Señor, dejarnos iluminar por su luz
(cirio de la Vigilia), de pasar de las tinieblas a la luz.
2. Otros aspectos de la celebración de la Misa vespertina “en la Cena del
Señor” del Jueves Santo.
v
A. El lavatorio de los pies de los discípulos
por parte del Señor
o
Lavar los pies es: “yo estoy a tu servicio”.
Francisco,
Homilía en el Instituto Penal de Menores Casal del Marmo, Misa de la Cena del
Señor. 28 de marzo de 2013
§ Significa
que tenemos que ayudarnos unos a otros.
Jesús vino precisamente para esto: para servir, para ayudarnos.
"Esto es conmovedor. Jesús que lava
los pies a sus discípulos. Pedro no entendía nada, se negaba. Pero Jesús se lo
explicó ¡Jesús -Dios- ha hecho esto! Y él mismo explica a sus discípulos:
"¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro
y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el
Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros,
también lo hagáis vosotros". Es el ejemplo del Señor: Él es el más
importante y lava los pies, para que entre nosotros el que es el más alto tiene
que estar al servicio de los demás. Y esto es un símbolo, una señal, ¿no?
Lavar los pies es: "yo estoy a su servicio." Y también
nosotros, entre nosotros, no es que tenemos que lavar los pies todos los días
uno al otro, pero ¿qué significa esto? Que tenemos que ayudarnos, unos a otros.
A veces me enfado con uno, con otra ... pero ... olvídalo, olvídalo, y si te
pide un favor, hazlo. Ayudarse unos a otros: Jesús nos enseña esto y esto es lo
que yo hago, y lo hago de corazón, porque es mi deber. Como cura y como obispo
tengo que estar a vuestro servicio. Pero es un deber que nace de mi corazón: lo
amo. Amo esto y amo hacerlo porque el Señor así me lo ha enseñado. Pero,
también vosotros, ayudaos: ayudaos siempre. El uno al otro. Y así, ayudándonos,
nos haremos bien. Ahora haremos esta ceremonia de lavarnos los pies y pensamos,
cada uno de nosotros piense, "¿yo realmente estoy dispuesta, estoy
dispuesto a servir, a ayudar al otro?" Pensemos esto, solamente. Y
pensemos que este signo es una caricia de Jesús, que hace Jesús, porque Jesús
vino precisamente para esto: para servir, para ayudarnos."
o
Pedro en el lavatorio de los pies: debía
aprender que la grandeza de Dios consiste en la humildad del servicio, en el
despojamiento de sí mismo.
Benedicto XVI, Misa «In Cena Domini», Jueves Santo
20 de marzo de 2008
En
el pasaje evangélico del lavatorio de los pies, la conversación de Jesús con
Pedro presenta otro aspecto de la práctica de la vida cristiana, en el que
quiero centrar, por último, la atención. En un primer momento, Pedro no quería
dejarse lavar los pies por el Señor. Esta inversión del orden, es decir, que el
maestro, Jesús, lavara los pies, que el amo realizara la tarea del esclavo,
contrastaba totalmente con su temor reverencial hacia Jesús, con su concepto de
relación entre maestro y discípulo. «No me lavarás los pies jamás» (Jn 13, 8),
dice a Jesús con su acostumbrada vehemencia. Su concepto de Mesías implicaba
una imagen de majestad, de grandeza divina. Debía aprender continuamente que la
grandeza de Dios es diversa de nuestra idea de grandeza; que consiste
precisamente en abajarse, en la humildad del servicio, en la radicalidad del
amor hasta el despojamiento total de sí mismo. Y también nosotros debemos
aprenderlo sin cesar, porque sistemáticamente deseamos un Dios de éxito y no de
pasión; porque no somos capaces de caer en la cuenta de que el Pastor viene
como Cordero que se entrega y nos lleva así a los pastos verdaderos.
o
Pedro al principio se resiste a que Jesús le
lave los pies. Luego comprende y acepta.
Juan Pablo II, Homilía, Misa “en la Cena del Señor”,
17 de abril de 2003
§ También
a nosotros se nos invita a comprender: lo primero que
el discípulo debe hacer es ponerse a la escucha de su Señor, abriendo el
corazón para acoger la iniciativa de su amor.
·
Mientras
están cenando, Jesús se levanta de la mesa y comienza a lavar los pies a los discípulos. Pedro,
al principio, se
resiste; luego, comprende y acepta. También a nosotros se nos invita a
comprender: lo primero que el discípulo debe hacer es ponerse
a la escucha de su Señor, abriendo el corazón para acoger la iniciativa de su amor. Sólo después será invitado a
reproducir a su vez lo que ha hecho el Maestro. También él deberá "lavar
los pies" a sus hermanos, traduciendo en gestos de servicio mutuo ese
amor, que constituye la síntesis de todo el Evangelio (cf. Juan 13, 1-20). (…)
El lavatorio de los pies y el sacramento de la Eucaristía son dos manifestaciones de un mismo
misterio de amor confiado a
los discípulos "para que -dice Jesús- lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis" (Juan 13,
15).
o
Jesús les
lavó los pies. Con un gesto que normalmente correspondía a los esclavos.
Juan Pablo II, Homilía en la Cena del Señor, 8
de abril de 2004
§ Los
cristianos saben que deben "hacer memoria" de su Maestro prestándose
recíprocamente el servicio de la caridad: "lavarse los pies unos a
otros".
·
Antes
de celebrar la última Pascua con sus discípulos, Jesús les lavó los pies. Con un gesto
que
normalmente
correspondía a los esclavos, quiso grabar en la mente de los Apóstoles el
sentido de lo que sucedería poco después.
En efecto, la
pasión y la muerte constituyen
el servicio de amor fundamental con el que el Hijo de Dios
libró a la humanidad del pecado. Al mismo tiempo, la pasión y la muerte de
Cristo revelan el sentido profundo del nuevo mandamiento que dio a los
Apóstoles: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34).
"Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24. 25), dijo dos veces,
distribuyendo el pan convertido en su Cuerpo y el vino convertido en su Sangre.
"Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros
también lo hagáis" (Jn 13,
15), había recomendado poco antes, tras haber lavado los pies a los Apóstoles.
Así pues, los cristianos saben que deben "hacer memoria" de su
Maestro prestándose recíprocamente el servicio de la
caridad: "lavarse los pies unos a otros". En particular, saben
que deben recordar a Jesús repitiendo el "memorial" de la Cena con el
pan y el vino consagrados por el ministro, el cual repite sobre ellos las
palabras pronunciadas en aquella ocasión por Cristo.
o
Actualmente, Cristo nos purifica
mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo.
Benedicto XVI, Homilía en la Misa «In Cena Domini», Jueves
Santo, 20 de marzo de 2008
§ Las
palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico
lavado, una purificación del alma, del hombre interior. El evangelio del
lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar continuamente por esta agua
pura.
Y en los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros
pies y nos purifica.
En el lavatorio de los pies este proceso
esencial de la hora de Jesús está representado en una especie de acto profético
simbólico. En él Jesús pone de relieve con un gesto concreto precisamente lo
que el gran himno cristológico de la carta
a los Filipenses describe
como el contenido del misterio de Cristo. Jesús se despoja de las vestiduras de
su gloria, se ciñe el «vestido» de la humanidad y se hace esclavo. Lava los
pies sucios de los discípulos y así los capacita para acceder al banquete
divino al que los invita.
En lugar de las purificaciones cultuales y
externas, que purifican al hombre ritualmente, pero dejándolo tal como está, se
realiza un baño nuevo: Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor,
mediante el don de sí mismo. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra
que os he anunciado», dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su
palabra. Sí, las palabras de Jesús, si las acogemos con una actitud de
meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora.
Día tras día nos cubrimos de muchas clases de suciedad, de palabras vacías, de
prejuicios, de sabiduría reducida y alterada; una múltiple semi-falsedad o
falsedad abierta se infiltra continuamente en nuestro interior. Todo ello
ofusca y contamina nuestra alma, nos amenaza con la incapacidad para la verdad
y para el bien.
Las palabras de Jesús, si las acogemos con
corazón atento, realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del
hombre interior. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos
lavar continuamente por esta agua pura, a dejarnos capacitar para participar en
el banquete con Dios y con los hermanos. Pero, después del golpe de la lanza
del soldado, del costado de Jesús no sólo salió agua, sino también sangre (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 6. 8).
Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó
palabras. Se entrega a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre,
es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo
más que un simple hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51). En los santos sacramentos, el
Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el
baño sagrado de su amor verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez
más.
o
Jesús es nuestro modelo. Con su anonadamiento
nos ha dado un ejemplo que imitar.
Catecismo de
la Iglesia Católica
§ El
Bautizado está llamado a servir a los demás.
él es el "hombre
perfecto" (Gaudium et spes,
38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su
anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Juan 13,15); con su oración atrae a la
oración (cf. Lucas 11,1); con su pobreza, llama a
aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mateo 5,11-12).
·
n. 1269: Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no
se pertenece a sí mismo (1Corintios 6,19),
sino al que murió y resucitó
por nosotros (cf 2 Corintios 5,15). Por tanto, está llamado
a someterse a los demás (Efesios 5,21 1 Corintios 16,15-16), a servirles
(cf Juan 13,12-15) en la comunión de la Iglesia.
(…)
o
No se puede separar la participación en la mesa
del Señor del deber de amar al prójimo.
Juan Pablo II, Homilía, Misa “en la Cena
del Señor”, 28 de marzo de 2002
§ Nos
comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, "lavar los pies" de
nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta y transparente de Aquel
que "se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo" (Filipenses 2,
7).
·
"Haced
esto en conmemoración mía" (1 Co 11,
24-25). Con este mandato, que nos compromete a repetir
su gesto, Jesús concluye la institución del Sacramento del altar.
También al terminar el lavatorio de los pies, nos invita a imitarlo: "Os
he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis
vosotros" (Jn 13,
15). De este modo establece una íntima correlación entre la Eucaristía,
sacramento del don de su sacrificio, y el mandamiento del amor, que nos
compromete a acoger y a servir a nuestros hermanos.
No
se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar al
prójimo. Cada vez que
participamos en la Eucaristía, también nosotros pronunciamos nuestro
"Amén" ante el Cuerpo y la Sangre del Señor. Así nos comprometemos a
hacer lo que Cristo hizo, "lavar los pies" de nuestros hermanos,
transformándonos en imagen concreta y transparente de Aquel que "se
despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo" (Flp 2, 7).
El amor es la herencia más valiosa que él
deja a los que llama a su seguimiento. Su amor, compartido por sus discípulos,
es lo que esta tarde se ofrece a la humanidad entera.
v B.
«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lucas
22,15).
Benedicto XVI, Homilía en la Misa de la Cena del
Señor, Jueves Santo, 21 de abril de 2011.
o
En el deseo de Jesús reconocemos el deseo de
Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera.
§ Jesús
nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No
sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su
cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía?
¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras
cosas?
«Ardientemente
he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15).
Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la
institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al
encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba
a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento
que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la
transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos,
para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo. En el deseo de
Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su
creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el
amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo
que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los
hijos de Dios (cf. Rm 8,19).
Jesús
nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No
sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su
cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más
bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas? Por las
parábolas de Jesús sobre los banquetes, sabemos que él conoce la realidad de
que hay puestos que quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él
y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin
excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una
realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su
particular cercanía. Jesús también tenía experiencia de aquellos invitados que
vendrían, sí, pero sin ir vestidos con el traje de boda, sin alegría por su
cercanía, como cumpliendo sólo una costumbre y con una orientación de sus vidas
completamente diferente. San Gregorio Magno, en una de sus homilías se
preguntaba: ¿Qué tipo de personas son aquellas que vienen sin el traje nupcial?
¿En qué consiste este traje y como se consigue? Su respuesta dice así: Los que
han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre
la puerta. Pero les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor
no está preparado para la boda y es arrojado fuera. La comunión eucarística
exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está
muerta.
Vida Cristiana
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