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Domingo de Ramos del 2019, Año C (14 de abril de 2019). En la procesión de los ramos, nos unimos a los que acompañaron al Señor con alegría en su entrada en Jerusalén. Ese acompañamiento irá acompañado por un “seguimiento interior”: una nueva orientación de nuestra existencia, estar a su disposición. Renunciar al propio yo y desprendernos de nosotros mismos; se trata de un cambio interior de la existencia. Nos exige que ya no estemos encerrados en nuestro yo, y no consideremos la autorrealización como la razón principal de la vida, sino que nos entreguemos a Otro, por la verdad, por amor, por Dios que, en Jesucristo os precede y nos indica el camino.
El
perfil del cristiano: es quien acompaña a Cristo
El
seguimiento exterior y el interior de Cristo
La procesión de Ramos. El seguimiento de Cristo por nuestra parte.
Cfr. Benedicto XVI, 1
de abril de 2007
a) Es un testimonio que damos de Jesucristo, porque reconocemos a Jesús como Hijo de David, el Rey de la paz y de la justicia, como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos.
En la procesión
del domingo de Ramos nos unimos a la multitud de los discípulos que,
con gran alegría, acompañan al Señor en su entrada en Jerusalén.
Como ellos, alabamos al Señor aclamándolo por todos los prodigios
que hemos visto. Sí, también nosotros hemos visto y vemos todavía
ahora los prodigios de Cristo: cómo lleva a hombres y mujeres a
renunciar a las comodidades de su vida y a ponerse totalmente al
servicio de los que sufren; cómo da a hombres y mujeres la valentía
para oponerse a la violencia y a la mentira, para difundir en el
mundo la verdad; cómo, en secreto, induce a hombres y mujeres a
hacer el bien a los demás, a suscitar la reconciliación donde había
odio, a crear la paz donde reinaba la enemistad.
La procesión es, ante todo, un
testimonio gozoso que damos de Jesucristo, en el que se nos ha hecho
visible el rostro de Dios y gracias al cual el corazón de Dios se
nos ha abierto a todos. En el evangelio de san Lucas, la narración
del inicio del cortejo cerca de Jerusalén está compuesta en parte,
literalmente, según el modelo del rito de coronación con el que,
como dice el primer libro de los Reyes, Salomón fue revestido como
heredero de la realeza de David (cf. 1 R 1, 33-35). Así, la
procesión de Ramos es también una procesión de Cristo Rey:
profesamos la realeza de Jesucristo, reconocemos a Jesús como el
Hijo de David, el verdadero Salomón, el Rey de la paz y de la
justicia.
Reconocerlo como rey significa
aceptarlo como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos
fiamos y al que seguimos. Significa aceptar día a día su palabra
como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en él la
autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a él, porque su
autoridad es la autoridad de la verdad.
b) Es también expresión de alegría, porque él nos concede ser sus amigos y porque nos ha dado la clave de la vida.
La procesión de
Ramos es —como sucedió en aquella ocasión a los discípulos—
ante todo expresión de alegría, porque podemos conocer a Jesús,
porque él nos concede ser sus amigos y porque nos ha dado la clave
de la vida. Pero esta alegría del inicio es también expresión de
nuestro "sí" a Jesús y de nuestra disponibilidad a ir con
él a dondequiera que nos lleve. Por eso, la exhortación inicial de
la liturgia de hoy interpreta muy bien la procesión también como
representación simbólica de lo que llamamos "seguimiento de
Cristo": "Pidamos la gracia de seguirlo", hemos dicho.
La expresión "seguimiento de Cristo" es una descripción
de toda la existencia cristiana en general. ¿En qué consiste? ¿Qué
quiere decir en concreto "seguir a Cristo"?
c) El seguimiento de Cristo debe también ser interior: una nueva orientación de nuestra existencia, estar a su disposición. Renunciar al propio yo y desprenderse de sí mismo. Un cambio interior de la existencia.
Al inicio, con los primeros
discípulos, el sentido era muy sencillo e inmediato: significaba que
estas personas habían decidido dejar su profesión, sus negocios,
toda su vida, para ir con Jesús. Significaba emprender una nueva
profesión: la de discípulo. El contenido fundamental de esta
profesión era ir con el maestro, dejarse guiar totalmente por él.
Así, el seguimiento era algo exterior y, al mismo tiempo, muy
interior. El aspecto exterior era caminar detrás de Jesús en sus
peregrinaciones por Palestina; el interior era la nueva orientación
de la existencia, que ya no tenía sus puntos de referencia en los
negocios, en el oficio que daba con qué vivir, en la voluntad
personal, sino que se abandonaba totalmente a la voluntad de Otro.
Estar a su disposición había llegado a ser ya una razón de vida.
Eso implicaba renunciar a lo que era propio, desprenderse de sí
mismo, como podemos comprobarlo de modo muy claro en algunas escenas
de los evangelios.
Pero esto también pone claramente de
manifiesto qué significa para nosotros el seguimiento y cuál es su
verdadera esencia: se trata de un cambio interior de la existencia.
Me exige que ya no esté encerrado en mi yo, considerando mi
autorrealización como la razón principal de mi vida. Requiere que
me entregue libremente a Otro, por la verdad, por amor, por Dios que,
en Jesucristo, me precede y me indica el camino.
Se trata de la decisión fundamental de no considerar ya los beneficios y el lucro, la carrera y el éxito como fin último de mi vida, sino de reconocer como criterios auténticos la verdad y el amor.
Se trata de la
decisión fundamental de no considerar ya los beneficios y el lucro,
la carrera y el éxito como fin último de mi vida, sino de reconocer
como criterios auténticos la verdad y el amor. Se trata de la opción
entre vivir sólo para mí mismo o entregarme por lo más grande. Y
tengamos muy presente que verdad y amor no son valores abstractos; en
Jesucristo se han convertido en persona. Siguiéndolo a él, entro al
servicio de la verdad y del amor. Perdiéndome, me encuentro.
Vida
Cristiana
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