martes, 27 de junio de 2017

Domingo 23 del tiempo ordinario, Ciclo C (2010). El Señor pide que le amemos sobre todas las cosas. La elección de la fe es radical, está en la cima de la escala de valores sobre la que se ordena el resto: hemos de huir de la componenda, del acomodamiento, de la tibieza.


1 Domingo 23 del tiempo ordinario, Ciclo C (2010). El Señor pide que le amemos sobre todas las cosas. La elección de la fe es radical, está en la cima de la escala de valores sobre la que se ordena el resto: hemos de huir de la componenda, del acomodamiento, de la tibieza. Cfr. Domingo 23 tiempo ordinario Ciclo C (2010) - Lucas 14, 25-33 5 septiembre 2010 Lucas 14, 25-33: 25 Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo: 26 «Si alguno viene a mí y no pospone 1 a su padre, a su madre, a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos, a sus hermanas, hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. 27 El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. 28 «Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? 29 No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: 30 "Este comenzó a edificar y no pudo terminar." 31 O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? 32 Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. 33 Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. La radicalidad de la vida cristiana: 3 condiciones para ser discípulos del Señor, que pretende el primer lugar en nuestros afectos e invita a calcular bien los medios para conseguirlo 2 . Tres cuadros o condiciones con las que Jesús delinea el perfil del discípulo suyo: 1 «Odiar» al padre a la madre, a los hermanos; 2 Llevar la cruz; 3 hacer bien los cálculos de lo necesario para seguirle (Ravasi o.c.) 1. Primera condición: «odiar» al padre, a la madre, a los hermanos .... (v. 26) Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno9 C, Piemme 1999, XXIII Domenica, pp. 275-278 Primera condición: una propuesta desconcertante, escandalosa y contradictoria. • cfr. Ravasi, o.c. p, 276: Según las traducciones al castellano de este versículo, la propuesta de Jesús es «escandalosa»: para seguirle hace falta odiar a la propia familia. Y es desconcertante y también contradictoria con la misma Biblia y con la misma palabra de Cristo: ¿no hay un cuarto mandamiento que impone «honrar padre y madre»? (Lucas 18,20). ¿Y no había denunciado el mismo Jesús a quienes haciendo una oferta al templo se eximían de curar y sostener a los padres ancianos? (Mateo 15, 3-7) ¿Y no pidió a sus discípulos que «amasen a los enemigos y orasen por quienes les persiguen? (Mateo 5,44). o Traducción «correcta» de este terrible verbo: «odiar». En muchos idiomas semíticos no hay el comparativo relativo (amar una cosa más que otra, o menos de otra); simplifica y reduce todo a amar u odiar: y así «amar menos» se convierte casi automáticamente en «odiar». La frase «Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos ....», se debe entender como «Si alguno viene a mí, sin preferirme a su padre o a su madre ...». Para aceptar esto basta leer el mismo párrafo del evangelio en San Mateo, que dice así: «Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mateo 10,37). Por tanto, el Señor pide que le amemos sobre todas las cosas El amor al Señor debe ser mayor que el amor hacia cualquier otra persona 1 Normalmente en las traducciones al castellano se ha puesto el verbo “odiar”: “quien no «odia» a su padre y a su madre ….”. Por ello, dedicamos la primera parte de estas hojas a explicar por qué se ha hecho esa traducción, indicando cuál debería ser la traducción correcta y precisa del original hebreo. 2 En los textos que siguen quedará claro que el amor por Cristo “no está en competencia” con los diferentes amores humanos (por los padres, entre cónyuges, por los hermanos), “no excluye” esos amores, sino que “los ordena”. (Cfr. Raniero Cantalamessa, en Zenit.org, viernes 7 septiembre 2007). 2 De todos modos permanece intacta la provocación por parte de Jesús. El pide que el amor hacia él sea mayor que el amor hacia cualquier otra persona, ya sea cuantitativamente como cualitativamente. Esto mismo es lo que pedía Dios a los hebreos en el AT: amarlo sobre todas las cosas (cfr. Deuteronomio 6,5). Y no porque sea “rival en el amor”, el amor a Dios no excluye otros amores, sino que los ordena: en Él encuentran su fundamento y su valoración. (Cfr. R. Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Piemme 1999, pp. 245-246). Cfr. CCE 2093: (...) El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por El y a causa de El (Cf. Dt 6,4-5). El Señor pide la vida misma • Es Cristo que pasa, 97: “Pero el Señor determina condiciones. Hay una declaración suya, que nos conserva San Lucas, de la que no se puede prescindir: Si alguno de los que me siguen no aborrece a su padre y madre, y a la mujer y a los hijos, y a los hermanos y hermanas, y aun a su vida misma, no puede ser mi discípulo. Son términos duros. Ciertamente, ni el odiar ni el aborrecer castellanos expresan bien el pensamiento original de Jesús. De todas maneras, fuertes fueron las palabras del Señor, ya que tampoco se reducen a un amar menos, como a veces se interpreta templadamente, para suavizar la frase. Es tremenda esa expresión tan tajante no porque implique una actitud negativa o despiadada, ya que el Jesús que habla ahora es el mismo que ordena amar a los demás como a la propia alma, y que entrega su vida por los hombres: esta locución indica, sencillamente, que ante Dios no caben medias tintas. Se podrían traducir las palabras de Cristo por amar más, amar mejor, más bien, por no amar con un amor egoísta ni tampoco con un amor a corto alcance: debemos amar con el Amor de Dios. De esto se trata. Fijémonos en la última de las exigencias de Jesús: et animam suam. La vida, el alma misma, es lo que pide el Señor. Si somos fatuos, si nos preocupamos sólo de nuestra personal comodidad, si centramos la existencia de los demás y aun la del mundo en nosotros mismos, no tenemos derecho a llamarnos cristianos, a considerarnos discípulos de Cristo. Hace falta la entrega con obras y con verdad, no sólo con la boca”. La elección de la fe es radical, está en la cima de la escala de valores sobre la que se ordena el resto: hemos de huir de la componenda, del acomodamiento, de la tibieza • Gianfranco Ravasi, o.c. pp. 276-277: “El oriental ama los colores encendidos, las exageraciones verbales, los tonos calientes y excitados; a nuestros ojos, su psicología está por encima de nuestras reglas, es provocadora y simbólica. Jesús, por tanto, con su encarnación en las coordenadas concretas de una historia y de un mundo bien precisos, refleja esa cualidades más de una vez. ¿Cuál es, por tanto, el significado último de esa fuerte declaración? La declaración contiene uno de los temas amados por Cristo en su predicación. Para ser sus discípulos es necesario huir de la componenda, del acomodamiento, de la tibieza: la elección de la fe es radical, es como una fuente que debe regar todo el terreno de la vida, está en la cima de la escala de valores sobre la que se ordena todo el resto. El cambio de mentalidad debe ser decidido y es decisivo, y Jesús lo urge, con el modo semítico, con palabras ásperas, intensas, que agarran a las conciencias.” o Un error: la jornada cristiana dividida en compartimentos Muchas veces se ha escrito sobre el error de considerar nuestra jornada, nuestra vida, como dividida en compartimentos, o en algo así como «nichos». Y la fe - según esa concepción errónea - ocupa un «nicho», junto a muchos otros nichos o compartimentos a veces más grandes o mejor cuidados: el trabajo, la política, el dinero, la diversión en sus múltiples facetas, el deporte con tantas posibilidades de elegir, el descanso, etc. o El cristiano, animado por la fe, cambia totalmente la actitud frente al mundo y a la realidad, mirando e interpretando cada cosa a través de los ojos del Espíritu. La lógica de la fe. • Cf. Comité para el Jubileo del Año 2000, El Espíritu del Señor, BAC Madrid 1997. Cap. VIII pp. 139-142: “Así, el cristiano, animado por la fe, cambia totalmente la actitud frente al mundo y a la realidad, mirando e interpretando cada cosa a través de los ojos del Espíritu. El es quien ayuda a discernir cuanto en la historia se opone al plan de salvación y quien abre el corazón a los misterios de Dios, de forma que veamos la vida, los acontecimientos y toda la historia bajo su luz. Se puede comprender sobre todo el misterio de la Cruz, que, de otra manera, sería locura para la simple razón humana. «Nosotros - afirma San Pablo - no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido. De éstos os hemos hablado y no con estudiadas palabras de humana sabiduría sino con palabras aprendidas del Espíritu, adaptando a los espirituales las enseñanzas espirituales, pues el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente» (1 Cor 2, 3 12-14). Bajo la acción del Espíritu el cristiano percibe que la lógica de la fe no está basada sobre la «sabiduría humana», sino «sobre la manifestación del Espíritu y de su fuerza», sobre la cual se fundamenta su fe (cf. 1 Cor 2,2-5). Se trata, en otras palabras, de tomar el corazón del Evangelio, es decir, la lógica propia de Dios, que es opuesta a la de los hombres, según la cual la vida nace de la muerte, se reina sirviendo, se es libre y feliz en la medida en la cual se es capaz de donarse a los otros sin cálculos ni medida, en la misma línea trazada por Cristo con su comportamiento. Cirilo de Jerusalén describe así el modo nuevo con el cual el creyente ve todo en el Espíritu, capaz de interpretar la historia de los hombres: «Así como uno que estaba primero en las tinieblas, después de haber visto de improviso el sol, tiene los ojos del cuerpo iluminados y ve claramente lo que no veía, así, quien se ha hecho digno de recibir al Espíritu Santo, tiene el alma iluminada y ve en modo sobrehumano lo que no veía. El cuerpo está sobre la tierra, el alma contempla los cielos como en un espejo..., el hombre, tan pequeño, extiende la mirada sobre el universo desde el primer inicio hasta el final, en los tiempos intermedios y en la sucesión de los reinos. Viene a conocer lo que ninguno le ha enseñado, porque tiene junto a él quien lo ilumina» (Catequesis, XVI, 16).” 2. Segunda condición: el discípulo lleva su cruz (v. 27). • JPII, 4/06/1979: “El Hijo de Dios consumó la redención del mundo sobre la cruz. Es un misterio: “a través de este misterio, cada cruz colocada sobre la espaldas del hombre, adquiere una dignidad humanamente inconcebible, se hace signo de salvación para el que la lleva y también para los demás. «Suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo» (Col 1,24), ha escrito San Pablo” • Es Cristo que pasa, 97: “El amor a Dios nos invita a llevar a pulso la cruz, a sentir también sobre nosotros el peso de la humanidad entera, y a cumplir, en las circunstancias propias del estado y del trabajo de cada uno, los designios, claros y amorosos a la vez, de la voluntad del Padre. En el pasaje que comentamos, Jesús continúa: Y el que no carga con su cruz y me sigue, tampoco puede ser mi discípulo. Aceptemos sin miedo la voluntad de Dios, formulemos sin vacilaciones el propósito de edificar toda nuestra vida de acuerdo con lo que nos enseña y exige nuestra fe. Estemos seguros de que encontraremos lucha, sufrimiento y dolor, pero, si poseemos de verdad la fe, no nos consideraremos nunca desgraciados: también con penas e incluso con calumnias, seremos felices con una felicidad que nos impulsará a amar a los demás, para hacerles participar de nuestra alegría sobrenatural”. 3. Tercera condición: la sabiduría cristiana. Hacer bien los cálculos para saber ser discípulos del Señor. Calcular ... y renunciar a los bienes ( vv. 28-33). • Acerca de las dos pequeñas parábolas que se encuentran al final del texto del Evangelio que se ha leído: quien quiere edificar ... o quien va a luchar contra otro ... debe calcular los medios con los que cuenta … Jesús pide sabiduría: se trata de la sabiduría cristiana. Seguir a Jesús es una cosa seria, y no se puede afrontar con superficialidad. • Acerca de la renuncia a los bienes: Jesús habla de la necesidad del desprendimiento, de tener el corazón libre, de luchar contra la avaricia. • De esta sabiduría en la vida nos habla el salmo 90/89 que recoge la liturgia hoy, y que nos hace meditar sobre la debilidad humana y sobre brevedad de la vida; en el versículo 12 el salmista pide a Dios: Enséñanos a llevar buena cuenta de nuestros días, para que logremos un corazón sabio • Amigos de Dios, 52: “La sabiduría que lleva a comprender la vida humana con su brevedad y sus penalidades, sólo puede darla Dios. Por eso se la pide ahora. Para el que cree de verdad «no existen fechas malas o inoportunas: todos los días son buenos, para servir a Dios. Sólo surgen las malas jornadas cuando el hombre las malogra con su ausencia de fe, con su pereza, con su desidia que le inclina a no trabajar con Dios, por Dios. ¡Alabaré al Señor, en cualquier ocasión! (Sal 34,2). El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!”. www.parroquiasantamonica.com

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