martes, 27 de junio de 2017

En la fiesta del Bautismo del Señor (2012). Jesús es ungido por Dios con el Espíritu Santo. Nuestra participación en la unción de Jesús en nuestro bautismo.


1 [Chiesa/Omelie1/Gesucristo/Battesimo/BautismoSeñor12NuestraParticipaciónUnciónJesúsEspíritu] En la fiesta del Bautismo del Señor (2012). Jesús es ungido por Dios con el Espíritu Santo. Nuestra participación en la unción de Jesús en nuestro bautismo. Cfr. El Bautismo de Jesús, 8 de enero de 2012 Isaías 42, 1-4. 6-7: 1 Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien se complace mi alma. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. 2 No gritará, ni chillará, no hará oír su voz en la calle. 3 No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo vacilante. Dictará sentencia según la verdad. 4 No desfallecerá ni se doblará hasta que establezca el derecho en la tierra. Las islas esperará su ley. 6 «Yo, el Señor, te he llamado en justicia, te he tomado de la mano, te he guardado y te he destinado para alianza del pueblo, para luz de las naciones, 7 para abrir los ojos de los ciegos, para sacar a los cautivos de la prisión, y del calabozo a los que yacen en tinieblas.» Hechos de los Apóstoles 10, 34-38: En aquellos días, Pedro se dirigió a Cornelio y a los que estaban en su casa, y dijo: 34 «En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas. Está claro que Dios no hace distinciones; 35 sino que en cualquier pueblo le es agradable el que le teme y obra la justicia. 36 Ha enviado su palabra a los hijos de Israel, anunciando el Evangelio de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. 37 Vosotros sabéis lo ocurrido por toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan: 38 cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y poder, y cómo pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.» Marcos 1, 7-11: “En aquel tiempo 7 Juan predicaba diciendo: «Después de mí viene el que es más poderoso que yo, ante quien no soy digno de inclinarme para desatarle la correa de la sandalias. 8 Yo os he bautizado en agua, pero él os bautizará en el Espíritu Santo». 9 Y sucedió que en aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. 10 Y nada más salir del agua vio los cielos abiertos y al Espíritu que, en forma de paloma, descendía sobre él; 11 y se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido” 1. Dios ungió a Jesús con el Espíritu Santo después de ser bautizado por Juan en el río Jordán. Cfr. Evangelio y segunda Lectura de los Hechos de los Apóstoles Al acercarse a Juan, Jesús apareció como uno más entre los pecadores, pero enseguida Dios Padre dio a conocer la verdadera realidad de Jesús de Nazaret, como el Hijo de Dios. • Aunque libre de todo pecado, Jesús fue al Jordán para ser bautizado por Juan. Aparece, ante los ojos de la muchedumbre que se acercaba a Juan, como un pecador, aunque no lo fuese. Es más, después se habría ofrecido como el “Cordero que quita los pecados del mundo”. Pero “inmediatamente después de ser bautizado”, “una voz desde los cielos dijo: Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido”. Aparece la verdadera realidad de Jesús de Nazaret: es el Hijo de Dios. Se trata de una nueva Epifanía o manifestación después de treinta años de silencio. Es presentado al mundo por Dios Padre. • Se trata de una nueva Epifanía, manifestación de Dios. Como una segunda manifestación, después de treinta años de silencio y de ocultamiento que habían hecho que Jesús apareciese como un hombre entre otros. Podemos decir que el Bautismo de Jesús es como una nueva etapa en su vida en la que es presentado al mundo por Dios Padre. • “Él es presentado oficialmente al mundo por el Padre, como el Mesías que habla y actúa con autoridad en su nombre. Es el inicio de la llamada vida pública de Jesús. Comenzaremos a oír en boca de Jesús la expresión «pero yo os digo» y ese hablar «con autoridad» que asombrará a los escribas y fariseos. (...) El Espíritu estaba ya en Jesús de Nazaret desde la encarnación. Había descendido en María antes que en el Jordán. Pero entonces se había tratado de un acontecimiento silencioso, desconocido; ahora, por el contrario, hay una manifestación al mundo de aquella realidad del Espíritu. La unción profética y mesiánica de Jesús aparece patente al mundo. En su bautismo, Jesús aparece como el esperado sobre el que se ha posado el Espíritu del Señor tal como se había descrito por Isaías el profeta. Por tanto, “la importancia del bautismo, además de la manifestación del Espíritu, está en la solemne proclamación del Padre: Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido” (Cfr. Raniero Cantalamessa, El misterio del Bautismo de Jesús, Edicep diciembre de 1997). o Así lo explican tres números del Catecismo de la Iglesia Católica Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena, en el momento de su bautismo • CEC n. 438: La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. "Por otra parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobreentendido El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre, El que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción". Su eterna consagración mesiánica fue 2 revelada en el tiempo de su vida terrena, en el momento de su bautismo, por Juan cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Ac 10,38) "para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1,31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como "el santo de Dios" (Mc 1,24 Jn 6,69 Ac 3,14). Jesús de Nazaret es el Cristo porque Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder • CEC n. 453: El nombre de Cristo significa "Ungido", "Mesías". Jesús es el Cristo porque "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hechos 10,38). Era "el que ha de venir", el objeto de "la esperanza de Israel" (Hechos 28,20). Jesús es el Cristo (el Mesías, el Ungido) desde el principio de su existencia humana, lo cual fue manifestado progresivamente a los pastores, a los magos, a Juan Bautista, a los discípulos. • CEC n. 486: El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María, es "Cristo", es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores, a los magos, a Juan Bautista, a los discípulos. Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará "cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hechos 10,38). 2. Nuestra participación en la unción de Cristo o El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en el Jordán... es para nuestra santificación. La unción de Cristo es una unción «para nosotros». Un mismo Espíritu fluye en Jesús y en nosotros, del mismo modo que es una misma savia la que fluye entre la vid y los sarmientos. Cfr. Raniero Cantalamessa, El misterio del Bautismo de Jesús, Edicep 1997, pp. 14- 16 • Sólo ahora, después de haber tomado nota de la importancia que tuvo el bautismo, personalmente, para Jesús, podemos considerar también la importancia que éste revestía para la Iglesia y valorizar plenamente las afirmaciones hechas por lo padres de la Iglesia a este respecto. «A nosotros - escribe san Atanasio - está destinado el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en el Jordán... es para nuestra santificación, a fin de que fuésemos hechos partícipes de su unción y se pudiera decir de nosotros: ¿No sabéis que sois santuario de Dios y el Espíritu Santo habita en vosotros? (1 Corintios 3,16). En efecto, mientras el Señor, como hombre, era lavado en el Jordán, también nosotros éramos lavados, con el Señor y por el Señor, y mientras él recibía el Espíritu, éramos nosotros quienes, por el Señor, nos hacíamos capaces de recibir el Espíritu» 1 . La unción de Cristo era una unción «para nosotros», en el sentido de que estaba destinada a nosotros. San Pedro, queriendo explicar el prodigio de Pentecostés a la multitud que allí había acudido, pronuncia estas palabras: Este Jesús... ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís (Hechos 2, 32s.). En Pentecostés y, todavía antes, en el Misterio Pascual, Jesús derramó sobre la Iglesia aquel Espíritu que había recibido del Padre en su bautismo. Por ello es llamado el «Espíritu de Cristo». En Pentecostés el Señor Jesús - dice el texto del Vaticano II ya citado - «hace partícipe a todo su Cuerpo místico de la unción del Espíritu con que fue él ungido» 2 . Un mismo Espíritu fluye, pues, en Jesús y en nosotros, del mismo modo que es una misma savia la que fluye entre la vid y los sarmientos. (...) En el Espíritu Santo, a través de Jesús, nosotros accedemos directamente (es decir, sin barreras extrañas a la naturaleza divina) al Padre mismo. Dios - escribe el Apóstol - ha enviado a nuestros corazones «el Espíritu de su Hijo», esto es, el Espíritu de Jesús que clama «Abbá, Padre» (cfr. Romanos 8, 15). (...) o Nuestra participación según el Catecismo de la Iglesia Católica La participación en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que Cristo posee, para que de nuestra vida se desprenda “el buen olor de Cristo”. • CEC no 1294: (...) Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos, participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee, a fin de que toda su vida desprenda «el buen olor de Cristo» (Cf 2 Co 2, 15). • CEC n. 739: (...) Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y santificador, a los miembros de su Cuerpo. 1 SAN ATANASIO, Or. I c. Arian. 47; PG 26, 108s. 2 Presbyterorum ordinis, 1,2. 3 CEC n. 1241: La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, «ungido» por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (Cf OBP, n.º 62). Por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, los bautizados quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo. CEC n. 784: Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: «Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo "un reino de sacerdotes para Dios, su Padre". Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo» (LG 10). • CEC n. 1141: (...) los bautizados: «por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales» (LG 10). Este «sacerdocio común» es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros (Cf LG 10; 34; PO 2) (...). La unción de Cristo como rey; los cristianos realizamos la «dignidad regia» viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo. • CEC n. 786: El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (Cf Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo «venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). Para el cristiano, «servir es reinar» (LG 36) particularmente «en los pobres y en los que sufren» donde descubre «la imagen de su Fundador pobre y sufriente» (LG 8). El pueblo de Dios realiza su «dignidad regia» viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo. La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón (S. León Magno, serm. 4, 1)? o La Iglesia dispone de diversos medios para ponernos en contacto con el bautismo de Jesús y el misterio de su unción: Bautismo, Confirmación … Cfr. Raniero Cantalamessa, El misterio del Bautismo de Jesús, Edicep 1997, pp. 21- 23 Son inoperantes sin el esfuerzo personal. El fruto es que seamos «buen olor de Cristo» en el mundo, que exhalemos el perfume de una vida santa. • La Iglesia dispone de diversos medios para ponemos en contacto con el bautismo de Jesús y el misterio de su unción. Uno de estos medios es la fiesta litúrgica del bautismo de Jesús que hace revivir el acontecimiento histórico, como sucede en la misma índole de la fiesta. Pero todavía más importante es el medio sacramental constituido por el bautismo y, en particular, por la unción: ya sea la unción que ha quedado hoy como rito complementario del bautismo, así como la unción que ha llegado a configurarse, poco a poco, como sacramento aparte: la «confirmación» y que, literalmente, significa crismación, unción. • (...) La Iglesia dispone, pues, de distintos medios para ponemos en contacto con el misterio de la unción de Jesús -, pero todos estos medios, como siempre, quedan inoperantes si no se une a ellos el esfuerzo personal. Al plano histórico (el bautismo de Jesús en el Jordán) y al plano sacramental (nuestro bautismo y nuestra configuración), se debe añadir el plano existencial o moral. Es más, todo aquello que la palabra de Dios nos ha revelado hasta aquí, acerca del misterio de la unción, tiende a este plan operativo; tiende a producir su fruto en nosotros. Y el fruto es éste: que lleguemos a ser nosotros mismos «buen olor de Cristo» en el mundo. En la misa crismal del día de jueves santo, dice el Obispo al consagrar el óleo que debe servir para la unción bautismal y crismal: «Que este crisma sea sacramento de la plenitud de la vida cristiana para todos los que van a ser renovados por el baño espiritual del bautismo; haz que los consagrados por esta unción, libres del pecado en que nacieron, y convertidos en templo de tu divina presencia, exhalen el perfume de una vida santa». Orígenes: Jesús ha consagrado con el Espíritu divino y ha enviado por el mundo a un gran número de discípulos, que se dedican a la salvación de los hombres, viviendo con pureza y rectitud, enseñando la misma doctrina de Jesús. 4 Orígenes nos informa de que los paganos de su tiempo desafiaban a los cristianos diciendo: ¿Cómo puede un hombre solo, que vivió además en un lóbrego poblado de Judea, llenar el mundo entero de la fragancia del conocimiento de Dios, como decís vosotros, los cristianos? (cfr. 2 Co 2, 14). Orígenes respondía diciendo: Jesús puede hacerlo porque ha consagrado con el Espíritu divino y ha enviado por el mundo a un gran número de discípulos, que se dedican a la salvación de los hombres, viviendo con pureza y rectitud, enseñando la misma doctrina de Jesús. Gracias a ellos «el ungüento precioso extendido sobre la cabeza» del verdadero Aarón, que es Cristo, va bajando «hasta la franja de su ornamento» (cfr. Sal 133, 2), esto es, se difunde en todo el cuerpo de la Iglesia y, a través de ella, por todo el mundo 3 . Es necesario que mortifiquemos las obras de la carne, el hombre viejo, que hace de escudo en nosotros a la irradiación del Espíritu. Somos aquellos discípulos enviados por todo el mundo para esparcir el buen olor de Cristo. Para obtener esto, es necesario que también nosotros «rompamos» el frasco de alabastro de nuestra humanidad, esto es, que mortifiquemos las obras de la carne, el hombre viejo, que hace de escudo en nosotros a la irradiación del Espíritu. El perfume de Cristo emana de los «frutos del Espíritu»: si en nosotros están los frutos del Espíritu que, según Pablo, son: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, sencillez, dominio de sí» (Ga 5, 22), entonces, sin darnos cuenta de ello (y quizás mientras no sentimos salir de nosotros otra cosa más que el mal olor de nuestro pecado), puede que alguno a nuestro alrededor sienta algo de esa fragancia del Espíritu de Cristo. El mundo necesita urgentemente sentir este perfume de Cristo. Lo necesita para ser preservado de la corrupción o, al menos, para que su corrupción sea puesta de manifiesto y juzgada: Pues nosotros - escribe el Apóstol- somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden: para los unos, olor que de la muerte lleva a la muerte; para los otros, olor que de la vida lleva a la vida (2 Co 2, 15s.). Termino esta meditación con esa bella plegaria que la liturgia pone en labios del obispo, en la misa crismal del jueves santo: «Oh Dios, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, y a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes de su misma unción; ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres». 3. Tres signos del tiempo navideño a través de los cuales descubrimos la presencia de Dios en nuestras vidas. • Benedicto XVI, Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 11 de enero 2009: Las palabras que el evangelista san Marcos menciona al inicio de su evangelio: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" (Mc 1, 11), nos introducen en el corazón de la fiesta de hoy del Bautismo del Señor, con la que se concluye el tiempo de Navidad. El ciclo de las solemnidades navideñas nos permite meditar en el nacimiento de Jesús anunciado por los ángeles, envueltos en el esplendor luminoso de Dios. El tiempo navideño nos habla de la estrella que guía a los Magos de Oriente hasta la casa de Belén, y nos invita a mirar al cielo que se abre sobre el Jordán, mientras resuena la voz de Dios. Son signos a través de los cuales el Señor no se cansa de repetirnos: "Sí, estoy aquí. Os conozco. Os amo. Hay un camino que desde mí va hasta vosotros. Hay un camino que desde vosotros sube hacia mí". El Creador, para poder dejarse ver y tocar, asumió en Jesús las dimensiones de un niño, de un ser humano como nosotros. Al mismo tiempo, Dios, al hacerse pequeño, hizo resplandecer la luz de su grandeza, porque, precisamente abajándose hasta la impotencia inerme del amor, demuestra cuál es la verdadera grandeza, más aún, qué quiere decir ser Dios. La fiesta del Bautismo de Jesús nos introduce en la cotidianidad de una relación personal con él. El significado de la Navidad, y más en general el sentido del año litúrgico, es precisamente el de acercarnos a estos signos divinos, para reconocerlos presentes en los acontecimientos de todos los días, a fin de que nuestro corazón se abra al amor de Dios. Y si la Navidad y la Epifanía sirven sobre todo para hacernos capaces de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, la fiesta del Bautismo de Jesús nos introduce, podríamos decir, en la cotidianidad de una relación personal con él. En efecto, Jesús se ha unido a nosotros, mediante la inmersión en las aguas del Jordán. El Bautismo es, por decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y sentirnos amados por él. (…) 3 Cfr. ORÍGENES, C. Cels. VI, 79; SCh 147, 376. 5 Con el Bautismo, no nos sumergimos simplemente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro compromiso de conversión, sino que se efunde en nosotros la sangre redentora de Cristo, que nos purifica y nos salva. El Hijo amado del Padre adquiere de nuevo para nosotros la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente "hijos" de Dios. San Marcos narra que, mientras Juan Bautista predica a orillas del río Jordán, proclamando la urgencia de la conversión con vistas a la venida ya próxima del Mesías, he aquí que Jesús, mezclado entre la gente, se presenta para ser bautizado. Ciertamente, el bautismo de Juan es un bautismo de penitencia, muy distinto del sacramento que instituirá Jesús. Sin embargo, en aquel momento ya se vislumbra la misión del Redentor, puesto que, cuando sale del agua, resuena una voz desde cielo y baja sobre él el Espíritu Santo (cf. Mc 1, 10): el Padre celestial lo proclama como su hijo predilecto y testimonia públicamente su misión salvífica universal, que se cumplirá plenamente con su muerte en la cruz y su resurrección. Sólo entonces, con el sacrificio pascual, el perdón de los pecados será universal y total. Con el Bautismo, no nos sumergimos simplemente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro compromiso de conversión, sino que se efunde en nosotros la sangre redentora de Cristo, que nos purifica y nos salva. Es el Hijo amado del Padre, en el que él se complace, quien adquiere de nuevo para nosotros la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente "hijos" de Dios. Dentro de poco reviviremos este misterio evocado por la solemnidad que hoy celebramos; los signos y símbolos del sacramento del Bautismo nos ayudarán a comprender lo que el Señor realiza en el corazón de estos niños 4 , haciéndolos "suyos" para siempre, morada elegida de su Espíritu y "piedras vivas" para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. La Virgen María, Madre de Jesús, el Hijo amado de Dios, vele sobre ellos y sobre sus familias y los acompañe siempre, para que puedan realizar plenamente el proyecto de salvación que, con el Bautismo, se realiza en su vida. Y nosotros, queridos hermanos y hermanas, acompañémoslos con nuestra oración; oremos por los padres, los padrinos y las madrinas y por sus parientes, para que les ayuden a crecer en la fe; oremos por todos nosotros aquí presentes para que, participando devotamente en esta celebración, renovemos las promesas de nuestro Bautismo y demos gracias al Señor por su constante asistencia. Amén. o En el Bautismo restituimos a Dios lo que de él ha venido. El niño no es propiedad de los padres, sino que el Creador lo confía a su responsabilidad, libremente y de modo siempre nuevo, para que ellos le ayuden a ser un hijo libre de Dios. En efecto, esto es lo que implica el Bautismo: restituimos a Dios lo que de él ha venido. El niño no es propiedad de los padres, sino que el Creador lo confía a su responsabilidad, libremente y de modo siempre nuevo, para que ellos le ayuden a ser un hijo libre de Dios. Sólo si los padres maduran esta certeza lograrán encontrar el equilibrio justo entre la pretensión de poder disponer de sus hijos como si fueran una posesión privada, plasmándolos según sus propias ideas y deseos, y la actitud libertaria que se expresa dejándolos crecer con plena autonomía, satisfaciendo todos sus deseos y aspiraciones, considerando esto un modo justo de cultivar su personalidad. Es preciso enseñar a los bautizados a reconocer a Dios como su Padre y a relacionarse con él con actitud de hijo. Si con este sacramento el recién bautizado se convierte en hijo adoptivo de Dios, objeto de su amor infinito que lo tutela y defiende de las fuerzas oscuras del maligno, es preciso enseñarle a reconocer a Dios como su Padre y a relacionarse con él con actitud de hijo. Por tanto, según la tradición cristiana, tal como hacemos hoy, cuando se bautiza a los niños introduciéndolos en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se los fuerza, sino que se les da la riqueza de la vida divina en la que reside la verdadera libertad, que es propia de los hijos de Dios; una libertad que deberá educarse y formarse con la maduración de los años, para que llegue a ser capaz de opciones personales responsables. 4. Todos, por el Bautismo, hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia. • Es Cristo que pasa, 96: “(...) Todos, por el Bautismo, hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia, para ofrecer víctimas espirituales, que sean agradables a Dios por Jesucristo, para realizar cada una de nuestras acciones en espíritu de obediencia a la voluntad de Dios, perpetuando así la misión del Dios-Hombre”. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 4 Benedicto XVI bautizó algunos niños durante la misa en la que pronuncia esta homilía

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