martes, 27 de junio de 2017
4º Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B (2012). La Palabra de Dios. Cristo enseña con autoridad propia, y realiza la salvación. Para entrar en el Reino de Dios es necesario acoger la palabra de Jesús. La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer». Ahora la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret. Con ocasión del próximo Año de la Fe: algunos textos del Catecismo sobre la Palabra de Dios.
1 [Chiesa/Omelie1/Parola Dio/4B12JesúsEnseñaConAutoridadPropiaRealizaSalvaciónProfetasPalabraDios] 4º Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B (2012). La Palabra de Dios. Cristo enseña con autoridad propia, y realiza la salvación. Para entrar en el Reino de Dios es necesario acoger la palabra de Jesús. La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer». Ahora la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret. Con ocasión del próximo Año de la Fe: algunos textos del Catecismo sobre la Palabra de Dios. Cfr. 4º domingo tiempo ordinario Ciclo B 29 enero 2012 Evangelio: Marcos 1, 21-28; Deuteronomio 18, 15-20 Deuteronomio 18: 15 Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis. 16 Es exactamente lo que tú pediste a Yahveh tu Dios en el Horeb, el día de la Asamblea, diciendo: «Para no morir, no volveré a escuchar la voz de Yahveh mi Dios, ni miraré más a este gran fuego». 17 Y Yahveh me dijo a mí: «Bien está lo que han dicho. 18 Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. 19 Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello. 20 Pero si un profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá.» Marcos 1, 21-28: 21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. 23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.». 25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» 26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. 27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» 28 Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea. 1. La misión de los profetas: enseñar en nombre de Dios y por tanto con la autoridad que proviene de Él. Cfr. Primera Lectura: “v. 18 Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca” a) Primera lectura: institución del profetismo • Bibblia de Jerusalén Dueteronomio 18, 18: (...) Se trata aquí de la institución del profetismo ... Basándose en este testo del Deuteronomio , los judíos esperaban al Mesías como un nuevo Moisés (ver Juan 1,21+). El Evangelio de San Juan subrayará el paralelismo entre Jesús y Moisés (ver Juan 1, 17+). b) la misión de los profetas: son mensajeros de la palabra de Dios • Juan Chapa (ed.), Historia de los hombres y acciones de Dios, La historia de la salvación en la Biblia, Ediciones Rialp, Madrid 2000, pp. 87-88: “Se ha dicho, no sin razón, que la civilización occidental no sería la que es sin la ley de los romanos, la razón de los griegos y la justicia de los profetas de Israel. (...) La palabra castellana «profeta» deriva del griego profetes, que su vez viene del verbo profemi, «proferir», «hablar en lugar de otro» (en griego también existe el verbo profeteuein que significa hablar en nombre de la divinidad», «revelar cosas oscuras». [El sentido moderno de la palabra como alguien que anuncia cosas futuras (en algunos casos empleado como equivalente a un adivino) es ajeno al sentido etimológico del término profeta. Es, sin embargo, un derivado de éste, ya que lo que dice un profeta, en cuanto que es palabra de Dio, siempre se cumple] Se recoge así fielmente el sentido que aparece en la terminología hebrea. Al profeta se le designa con la palabra nabí (nebiim en plural), que probablemente deriva de un verbo que significa «llamar», «anunciar». Nabí sería «el llamado» o «el que anuncia», es decir, el mensajero de la palabra de Dios”. • Raniero Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Piemme 1999 p. 15: “Los profetas son como los 2 ojos de la humanidad. Sin ellos la humanidad se siente ciega y no sabe en qué dirección moverse. La más grande desventura del pueblo de Israel después del exilio no era la falta de alimento o de sacrificios en el templo, sino la falta de profetas: «no existen ya profetas, ni nadie entre nosotros que sepa hasta cuándo» (Salmo 74,9)”. 2. Jesucristo: es Él mismo la palabra viviente y sustancial de Dios. No solamente anuncia el mensaje de Dios sino que lo realiza con obras de salvación. • En relación con el mensaje de Jesús, se deben precisar varias cosas: a) Él mismo es la palabra viviente y sustancial de Dios; b) no solamente anuncia el mensaje de Dios sino que lo realiza con obras de salvación. o Cristología de la Palabra [11-12] Cfr. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 30 septiembre 2010 La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer». Ahora la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret. • [11] La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Gálatas 4,4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad. Así se entiende por qué «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».[ Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005)] La renovación de este encuentro y de su comprensión produce en el corazón de los creyentes una reacción de asombro ante una iniciativa divina que el hombre, con su propia capacidad racional y su imaginación, nunca habría podido inventar. Se trata de una novedad inaudita y humanamente inconcebible: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros» (Juan1,14a). • [12] Ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret.[Cf. Mensaje final] • [12]Los cristianos han sido conscientes desde el comienzo de que, en Cristo, la Palabra de Dios está presente como Persona. La Palabra de Dios es la luz verdadera que necesita el hombre. Sí, en la resurrección, el Hijo de Dios surge como luz del mundo. Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz. o Enseña y actúa con potestad propia. Su potestad se refiere a dos aspectos: a su enseñanza y a su poder sobre espíritus impuros. • Evangelio de hoy, cfr. Nuevo Testamento Eunsa 2004, Mc 1, 21-28: El primer episodio que se narra es la liberación de un endemoniado. El evangelista, haciéndose eco del comentario de la muchedumbre (v. 27), proclama con admiración que Jesús enseñaba y actuaba «con potestad» (v. 22). A lo largo de estos primeros capítulos del evangelio, Jesús irá mostrando que su potestad abarca muchas cosas: las enfermedades y los demonios (1, 29-34), las leyes rituales (2, 18-28), etc. Ahora, sin embargo, la potestad se refiere a dos aspectos: a su enseñanza y a su poder sobre el demonio. Jesús no se remite a la enseñanza de los maestros de Israel, ni siquiera introduce su doctrina, como los profetas, afirmando que proclama la palabra de Dios: su palabra es la de Dios. Y, como para refrendar el poder de su palabra, con ella libera también al endemoniado. (...) Los demonios tienen un conocimiento superior a los hombres, pero frente a Jesús no les sirve para nada. Así, por ejemplo, conocen que Jesús es el «Santo de Dios» (v. 24), pero desconocen que es también el Siervo del Señor que liberará al mundo con la cruz. Su palabra es una fuerza liberadora que aniquila el mal que hay dentro de nosotros, en nuestros corazones. “Manda hasta los espíritus impuros y le obedecen” (Marcos 1, 27). • Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno B, Piemme 1996 p. 165: «La palabra de Jesús penetra 3 en nuestra historia e inicia un proceso de aniquilamiento del mal. (...) La «doctrina nueva» de Cristo no es una vaga teoría filosófica sino una fuerza creadora y liberadora. Todos nosotros tenemos necesidad de exterminar los demonios secretos que tenemos dentro y que se llaman, como decía Jesús, “los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, 22 los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez”. El origen del pecado no hay que buscarlo en lo creado, pues Dios, tras crear todas las cosas, vio que eran buenas (cfr. Génesis 1, 31), sino en el corazón del hombre que, después del pecado original, se ve sometido a los asaltos de la concupiscencia»1 . • Nuevo Testamento, Eunsa 1999, Marcos 7, 1-23: “El origen del pecado y de la mancha moral no hay que buscarlo en lo creado, pues Dios, tras crear todas las cosas, vio que eran buenas (cfr. Génesis 1, 31), sino en el corazón del hombre que, después del pecado original, fue «mudado en peor» y se ve sometido a los asaltos de la concupiscencia. Con esto no se enseña que el hombre no puede vencer (Génesis 4,7), pero sí que necesita luchar (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1707)”. 3. Algunos números del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la Palabra de Dios. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. (Cfr. Benedicto XVI, Carta Apostólica «Porta Fidei», con la que se convoca el Año de la Fe 2 , nn. 11 y 12). La Iglesia ha venerado siempre las Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. El Pan de Vida se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. 103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21). La palabra de Dios se encuentra de modo privilegiado en el Nuevo Testamento. Su objeto central es Jesucristo. 124 «La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. DV 20). La Palabra de Dios es sustento y vigor para la Iglesia, alimento del alma, fuente de vida espiritual. 1 Cfr. Marcos 7, 20-23: “Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. Porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen impuro al hombre”. 2 El «Año de la fe» ha sido convocado por Benedicto XVI (11 octubre 2011). Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. 4 131 «Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (DV 21). «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV 22). Para entrar en el Reino de Dios es necesario acoger la palabra de Jesús. Es una semilla que, escuchada con fe, después germina y crece por sí misma. 543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: «La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (Lumen Gentium 5). La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo. 752 En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11, 18; 14, 19. 28. 34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia" es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo. La lectura de la Palabra de Dios es uno de los elementos de la celebración del sacramento de la Penitencia: ilumina la conciencia y suscita la contrición. 1480 Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente los elementos de su celebración son: saludo y bendición del sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la penitencia; la absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición del sacerdote. La Palabra de Dios es luz para nuestros pasos. Asimilándola se forma la conciencia moral. 1802 La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la conciencia moral. 3 4. La moral cristiana es adhesión a la persona de Jesús Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, 19: No se trata solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre. • “«Ven, y sígueme» (Mt 19, 21) - 19. El camino y, a la vez, el contenido de esta perfección 3 Nota de la Redacción de Vida Cristiana: cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, 1 de enero de 2011, párrafo acerca de la “maduración de la responsabilidad de las conciencias” : «El concilio Vaticano II dijo, a este respecto, que "el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes, 22). Esta unión ha confirmado el plan original de una humanidad creada a "imagen y semejanza" de Dios. En realidad, el Verbo encarnado es la única imagen perfecta y consustancial del Dios invisible. Jesucristo es el hombre perfecto. "En él —afirma asimismo el Concilio— la naturaleza humana ha sido asumida (...); por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una dignidad sublime" (ib.). Por esto, la historia terrena de Jesús, que culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una "revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo. Esta revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad en las conciencias». 5 consiste en la sequela Christi, en el seguimiento de Jesús, después de haber renunciado a los propios bienes y a sí mismos. Precisamente ésta es la conclusión del coloquio de Jesús con el joven: «luego ven, y sígueme» (Mateo 19, 21). Es una invitación cuya profundidad maravillosa será entendida plenamente por los discípulos después de la resurrección de Cristo, cuando el Espíritu Santo los guiará hasta la verdad completa (cf. Juann 16, 13). Es Jesús mismo quien toma la iniciativa y llama a seguirle. La llamada está dirigida sobre todo a aquellos a quienes confía una misión particular, empezando por los Doce; pero también es cierto que la condición de todo creyente es ser discípulo de Cristo (cf. Hechos 6, 1). Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana: como el pueblo de Israel seguía a Dios, que lo guiaba por el desierto hacia la tierra prometida (cf. Exodo 13, 21), así el discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el mismo Padre (cf. Juan 6, 44). No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre. El discípulo de Jesús, siguiendo, mediante la adhesión por la fe, a aquél que es la Sabiduría encarnada, se hace verdaderamente discípulo de Dios (cf. Juan 6, 45). En efecto, Jesús es la luz del mundo, la luz de la vida (cf. Juan 8, 12); es el pastor que guía y alimenta a las ovejas (cf. Jn 10, 11-16), es el camino, la verdad y la vida (cf. Juan 14, 6), es aquel que lleva hacia el Padre, de tal manera que verle a él, al Hijo, es ver al Padre (cf. Jn 14, 6-10). Por eso, imitar al Hijo, «imagen de Dios invisible» (Colosenses 1, 15), significa imitar al Padre”. www.parroquiasantamonica.com VidaCristiana
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