viernes, 3 de agosto de 2018

El sacramento del Bautismo (4). Catequesis de Papa Francisco (2018). La fuente de la vida.

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  • El sacramento del Bautismo (4). Catequesis de Papa Francisco (2018). La fuente de la vida.
El agua es fuente de vida y bienestar, mientras que su ausencia apaga toda fecundidad, como sucede en el desierto; pero el agua también puede ser causa de muerte cuando ahoga entre sus olas o en gran cantidad lo arrasa todo; finalmente, el agua tiene la capacidad de lavar, limpiar y purificar. Por eso, la Iglesia invoca la acción del Espíritu «sobre el agua de esta fuente, para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el Bautismo, resuciten con él a la vida».

  • Cfr. Catequesis de Papa Francisco, Audiencia General

Miércoles, 2 de mayo de 2018
Catequesis sobre el Bautismo: 4. Fuente de la vida

  1. El agua. Un simbolismo natural.

  • El agua es fuente de vida y de bienestar, pero también causa de muerte cuando ahoga ente sus olas: también tiene la capacidad de lavar, limpiar y purificar.

  • El poder de perdonar los no está en el agua en sí, ya que lo tiene el agua que tiene la gracia de Cristo, la eficacia es del Espíritu Santo.

  • Por eso, la Iglesia invoca la acción del Espíritu «sobre el agua de esta fuente, para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el Bautismo, resuciten con él a la vida»
Siguiendo con la reflexión sobre el Bautismo, hoy quisiera detenerme en los ritos centrales que se hacen junto a la fuente bautismal. Consideremos en primer lugar el agua, sobre la que se invoca el poder del Espíritu para que tenga la fuerza de regenerar y renovar (cfr. Jn 3,5 y Tt 3,5). El agua es fuente de vida y bienestar, mientras que su ausencia apaga toda fecundidad, como sucede en el desierto; pero el agua también puede ser causa de muerte cuando ahoga entre sus olas o en gran cantidad lo arrasa todo; finalmente, el agua tiene la capacidad de lavar, limpiar y purificar.

A partir de este simbolismo natural, universalmente reconocido, la Biblia describe las intervenciones y promesas de Dios mediante el signo del agua. Sin embargo, el poder de perdonar los pecados no está en el agua en sí, como explicaba San Ambrosio a los recién bautizados: «Has visto el agua, pero no toda agua cura: sana el agua que tiene la gracia de Cristo. […] La acción es del agua, la eficacia es del Espíritu Santo» (De sacramentis 1,15).

Por eso, la Iglesia invoca la acción del Espíritu «sobre el agua de esta fuente, para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el Bautismo, resuciten con él a la vida» (Rito del Bautismo de niños, n. 123). La oración de bendición dice que Dios ha preparado el agua «para significar la gracia del Bautismo» y recuerda las principales figuras bíblicas: sobre las aguas de los orígenes se
cernía el Espíritu para hacerlas germen de vida (cfr. Gen 1,1-2); el agua del diluvio marcó el final del pecado y el inicio de la vida nueva (cfr. Gen 7,6-8,22); a través del agua del Mar Rojo fueron liberados de la esclavitud de Egipto los hijos de Abraham (cfr. Ex 14,15-31).

  1. Se pide a Dios que infunda en el agua de la fuente la gracia de Cristo muerto y

resucitado (cfr. Rito del Bautismo de niños, n. 123). Esa agua se transforma en agua que lleva en sí la fuerza del Espíritu Santo. Con esa agua bautizamos a la gente.

  • También hay que disponer el corazón para acceder al bautismo.

  • Esto tiene lugar con la renuncia a Satanás y la profesión de fe, dos actos estrechamente conectados entre sí.

  • En la medida en que digo “no” a las insinuaciones del diablo soy capaz de decir “sí” a Dios que me llama a conformarme a Él en los pensamientos y en las obras.
Yo renuncio y yo creo: esto está en la base del Bautismo. Es una elección responsable, que exige ser traducida en gestos concretos de confianza en Dios. El acto de fe supone un compromiso que el mismo Bautismo ayudará a mantener con perseverancia en las diversas situaciones y pruebas de la vida.
Respecto a Jesús, se recuerda su bautismo en el Jordán (cfr. Mt 3,13-17), la sangre y el agua vertidas de su costado (cfr. Jn 19,31-37), y el mandato a los discípulos de bautizar a todos los pueblos en el nombre de la Trinidad (cfr. Mt 28,19). Fortalecidos por esa memoria, se pide a Dios que infunda en el agua de la fuente la gracia de Cristo muerto y resucitado (cfr. Rito del Bautismo de niños, n. 123). Esa agua se transforma en agua que lleva en sí la fuerza del Espíritu Santo. Y con esa agua con la fuerza del Espíritu Santo, bautizamos a la gente, bautizamos a los adultos, a los niños, a todos.

Santificada el agua de la fuente, hay que disponer el corazón para acceder al Bautismo. Esto tiene lugar con la renuncia a Satanás y la profesión de fe, dos actos estrechamente conectados entre sí. En la medida en que digo “no” a las insinuaciones del diablo –el que divide– soy capaz de decir “sí” a Dios que me llama a conformarme a Él en los pensamientos y en las obras. El diablo divide;
Dios une siempre a la comunidad, a la gente en un solo pueblo. No es posible unirse a Cristo poniendo condiciones. Hay que desprenderse de ciertos vínculos para poder abrazar otros de verdad; o estás bien con Dios o está bien con el diablo. Por eso, la renuncia y el acto de fe van juntos. Hay que cortar puentes, dejándolos atrás, para emprender la nueva Vía que es Cristo.

La respuesta a las preguntas –«¿Renunciáis a Satanás, a todas sus obras, y a todas sus seducciones?»– está formulada en primera persona del singular: «Renuncio». Y del mismo modo viene profesada la fe de la Iglesia, diciendo: «Creo». Yo renuncio y yo creo: esto está en la base del Bautismo. Es una elección responsable, que exige ser traducida en gestos concretos de
confianza en Dios. El acto de fe supone un compromiso que el mismo Bautismo ayudará a mantener con perseverancia en las diversas situaciones y pruebas de la vida. Recordemos la antigua sabiduría de Israel: «Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba» (Sir 2,1), es decir, prepárate para la lucha. Y la presencia del Espíritu Santo nos da la fuerza para luchar bien.

  1. El agua bendita


Queridos hermanas y hermanas, cuando metamos la mano en el agua bendita –al entrar en una iglesia tocamos el agua bendita– y hagamos la señal de la Cruz, pensemos con alegría y agradecimiento en el Bautismo que recibimos –esa agua bendita nos recuerda al Bautismo– y renovemos nuestro “Amén”. –“Estoy contento”–, para vivir inmersos en el amor de la Santísima Trinidad.




VIDA CRISTIANA

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