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- El sacramento del Bautismo (3). Catequesis de Papa Francisco (2018). La fuerza de vencer el
mal.
El camino
de los catecúmenos adultos está marcado por repetidos
exorcismos/oraciones que invocan la liberación de todo lo que separa
de Cristo e impide la íntima unión con Él. El Bautismo no es una
fórmula mágica sino un don del Espíritu Santo que
habilita a quien lo recibe «a luchar contra el espíritu del
mal». Sabemos por experiencia que la vida cristiana siempre está
sujeta a la tentación, sobre todo a la tentación de separarse de
Dios, de su querer, de la comunión con Él. Y el Bautismo nos
prepara, nos da fuerza para esa lucha cotidiana, también para luchar
contra el diablo que -como dice San Pedro-, como un león intenta
devorarnos, destruirnos.
Cfr. Catequesis de Papa Francisco, Audiencia General
Miércoles,
25 de abril de 2018
Catequesis
sobre el Bautismo: 3. La fuerza de vencer el mal
«El Bautismo es de un modo particular “el sacramento de la fe” por ser la entrada sacramental en la vida de fe»
Y la fe es la entrega de sí mismos al Señor Jesús, reconocido como «fuente de agua […] para la vida eterna», «luz del mundo», «vida y resurrección».
El Evangelio lleva consigo la fuerza de transformar a quien lo recibe con fe, arrancándolo del dominio del maligno para que aprenda a servir al Señor con alegría y novedad de vida.
Continuamos
nuestra reflexión sobre el Bautismo, siempre a la luz de la Palabra
de Dios. Es el Evangelio quien ilumina a los candidatos y suscita la
adhesión de fe: «El Bautismo es de un modo particular “el
sacramento de la fe” por ser la entrada sacramental en la vida de
fe» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1236). Y la fe es la entrega
de sí mismos al Señor Jesús, reconocido como «fuente de agua […]
para la vida eterna» (Jn 4,14), «luz del mundo» (Jn 9,5), «vida y
resurrección» (Jn 11,25), como enseña el itinerario recorrido,
también hoy, por los catecúmenos ya próximos a recibir la
iniciación cristiana. Educados por la escucha de Jesús, por su
enseñanza y por sus obras, los catecúmenos reviven la experiencia
de la mujer samaritana sedienta de agua viva, del ciego de
nacimiento que abre los ojos a la luz,
de Lázaro que sale del sepulcro. El Evangelio lleva consigo la
fuerza de transformar a quien lo recibe con fe, arrancándolo del
dominio del maligno para que aprenda a servir al Señor con alegría
y novedad de vida.
A la fuente bautismal nunca se va solo, sino acompañados por la oración de toda la Iglesia, como recuerdan las letanías de los Santos.
Debemos rezar, unidos a la Iglesia, por los demás.
La oración de la Iglesia siempre está en acto.
A la fuente
bautismal nunca se va solo, sino acompañados por la oración de
toda la Iglesia, como recuerdan las letanías de los Santos que
preceden la oración de exorcismo y la unción prebautismal con el
óleo de los catecúmenos. Son gestos que, desde la antigüedad,
aseguran a cuantos se aprestan a renacer como hijos de Dios que la
oración de la Iglesia les asiste en la lucha contra el mal, les
acompaña por el camino del bien, les ayuda a escapar del poder del
pecado para
pasar al reino de la gracia divina. La
oración de la Iglesia. ¡La Iglesia reza, y reza por todos, por
todos nosotros! Nosotros Iglesia, rezamos por los demás. Es bonito
rezar por los demás. Cuántas veces no tenemos ninguna necesidad
urgente y no rezamos. Debemos rezar, unidos a la Iglesia, por los
demás: “Señor, yo te pido por los que pasan necesidad, por los
que no tienen fe…”. No os
olvidéis: la oración de la Iglesia
siempre está en acto. Pero nosotros debemos entrar en esa oración y
rezar por todo el pueblo de Dios y por los que necesitan oraciones.
El camino de los catecúmenos adultos está marcado por repetidos exorcismos/oraciones que invocan la liberación de todo lo que separa de Cristo e impide la íntima unión con Él.
También para los niños se pide a Dios que los libere del pecado original y los consagre como morada del Espíritu Santo.
Jesús mismo combatió y expulsó a los demonios para manifestar la venida del reino de Dios: su victoria sobre el poder del maligno deja libre espacio al señorío de Dios que alegra y reconcilia con la vida.
El Bautismo no es una fórmula mágica sino un don del Espíritu Santo que habilita a quien lo recibe «a luchar contra el espíritu del mal».
Sabemos por experiencia que la vida cristiana siempre está sujeta a la tentación, sobre todo a la tentación de separarse de Dios, de su querer, de la comunión con Él.
Y el Bautismo nos prepara, nos da fuerza para esa lucha cotidiana, también para luchar contra el diablo que -como dice San Pedro-, como un león intenta devorarnos, destruirnos.
Por eso, el camino
de los catecúmenos adultos está marcado por repetidos exorcismos
pronunciados por el sacerdote (cfr. CCC, 1237), o sea por
oraciones que invocan la liberación de todo lo que separa de Cristo
e impide la íntima unión con Él. También para los niños se pide
a Dios que los libere del pecado original y los consagre como morada
del Espíritu Santo (cfr. Rito del
Bautismo de niños, n. 56). Los niños.
Rezar por los niños, por la salud espiritual y corporal. Es un modo
de proteger a los niños con la oración.
Como dan fe los
Evangelios, Jesús mismo combatió y expulsó a los demonios para
manifestar la venida del reino de Dios (cfr. Mt 12,28): su
victoria sobre el poder del maligno
deja libre espacio al señorío de Dios
que alegra y reconcilia con la vida.
El Bautismo no es una fórmula mágica
sino un don del Espíritu Santo que habilita a quien lo
recibe «a luchar contra el espíritu del mal», creyendo que
«Dios envió al mundo a su Hijo para destruir el poder de satanás y
conducir al hombre de las tinieblas a su reino de luz infinita»
cfr. Rito del Bautismo de niños, n. 56).
Sabemos por
experiencia que la vida cristiana siempre está sujeta a la
tentación, sobre todo a la tentación de separarse de Dios, de su
querer, de la comunión con Él, para recaer en los lazos de las
seducciones mundanas. Y el Bautismo nos prepara, nos da fuerza para
esa lucha cotidiana, también para luchar contra el diablo que -como
dice San Pedro-, como un león intenta devorarnos, destruirnos.
Además de la oración, está la unción en el pecho con el óleo de los catecúmenos, los cuales «reciben vigor para renunciar al diablo y al pecado, antes de acercarse a la fuente y renacer a vida nueva».
Los antiguos luchadores solían untarse de aceite para tonificar los músculos y para escapar más fácilmente de la presa del adversario.
Los cristianos de los primeros siglos adoptaron el uso de ungir el cuerpo de los candidatos al Bautismo con el óleo bendecido por el Obispo.
Es cansado combatir contra el mal, huir de sus engaños, retomar fuerza tras una lucha agotadora, pero debemos saber que toda la vida cristiana es un combate.
Además de la
oración, está luego la unción en el pecho con el óleo de los
catecúmenos, los cuales «reciben vigor para renunciar al diablo y
al pecado, antes de acercarse a la fuente y renacer a vida nueva»
(Bendición de los óleos, Premisas, n. 3). Por la propiedad del óleo
de penetrar en los tejidos del cuerpo dando beneficio, los antiguos
luchadores solían untarse de aceite para tonificar
los músculos y para escapar más
fácilmente de la presa del adversario.
A la luz de este
simbolismo, los cristianos de los primeros siglos adoptaron el uso de
ungir el cuerpo de los candidatos al Bautismo con el óleo bendecido
por el Obispo 1 , con el fin de significar, mediante ese «signo de
salvación», que el poder de Cristo Salvador fortifica para luchar
contra el mal y vencerlo (cfr. Rito del Bautismo de niños, n.
105).
Es cansado
combatir contra el mal, huir de sus engaños, retomar fuerza tras una
lucha agotadora, pero debemos saber que toda la vida cristiana es un
combate.
Debemos saber que no estamos solos, que la Madre Iglesia reza para que sus hijos, regenerados en el Bautismo, no sucumban a las insidias del maligno.
Todos podemos vencer, vencerlo todo, pero con la fuerza que me viene de Jesús.
Y también debemos
saber que no estamos solos, que la Madre Iglesia reza para que sus
hijos, regenerados en el Bautismo, no sucumban a las insidias del
maligno, sino que las venzan por el poder de la Pascua de Cristo.
Fortificados por el Señor Resucitado, que derrotó al príncipe de
este mundo (cfr. Jn 12,31), también nosotros podemos repetir con la
fe de san Pablo: «Todo lo puedo en
aquel que me conforta» (Fil 4,13).
Todos podemos vencer, vencerlo todo, pero con la fuerza que me viene
de Jesús.
VIDA
CRISTIANA
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