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de la vida]
- El sacramento del Bautismo (4). Catequesis de Papa Francisco (2018). La fuente de la vida.
El
agua es fuente de vida y bienestar, mientras que su ausencia apaga
toda fecundidad, como sucede en el desierto; pero el agua también
puede ser causa de muerte cuando ahoga entre sus olas o en gran
cantidad lo arrasa todo; finalmente, el agua tiene la capacidad de
lavar, limpiar y purificar. Por eso, la Iglesia invoca la acción
del Espíritu «sobre el agua de esta fuente, para que los sepultados
con Cristo en su muerte, por el Bautismo, resuciten con él a la
vida».
Cfr. Catequesis de Papa Francisco, Audiencia General
Miércoles,
2 de mayo de 2018
Catequesis
sobre el Bautismo: 4. Fuente de la vida
El agua. Un simbolismo natural.
El agua es fuente de vida y de bienestar, pero también causa de muerte cuando ahoga ente sus olas: también tiene la capacidad de lavar, limpiar y purificar.
El poder de perdonar los no está en el agua en sí, ya que lo tiene el agua que tiene la gracia de Cristo, la eficacia es del Espíritu Santo.
Por eso, la Iglesia invoca la acción del Espíritu «sobre el agua de esta fuente, para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el Bautismo, resuciten con él a la vida»
Siguiendo con la
reflexión sobre el Bautismo, hoy quisiera detenerme en los ritos
centrales que se hacen junto a la fuente bautismal. Consideremos en
primer lugar el agua, sobre la que se invoca el poder del Espíritu
para que tenga la fuerza de regenerar y renovar (cfr. Jn 3,5
y Tt 3,5). El agua es fuente de vida y bienestar, mientras
que su ausencia apaga toda fecundidad, como sucede en el desierto;
pero el agua también puede ser causa de muerte cuando ahoga entre
sus olas o en gran cantidad lo arrasa todo; finalmente, el agua tiene
la capacidad de lavar, limpiar y purificar.
A partir de este
simbolismo natural, universalmente reconocido, la Biblia describe las
intervenciones y promesas de Dios mediante el signo del agua. Sin
embargo, el poder de perdonar los pecados no está en el agua en sí,
como explicaba San Ambrosio a los recién bautizados: «Has visto el
agua, pero no toda agua cura: sana el agua que tiene la gracia de
Cristo. […] La acción es del agua, la eficacia es del Espíritu
Santo» (De sacramentis 1,15).
Por eso, la
Iglesia invoca la acción del Espíritu «sobre el agua de esta
fuente, para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el
Bautismo, resuciten con él a la vida» (Rito del Bautismo de niños,
n. 123). La oración de bendición dice que Dios ha preparado el agua
«para significar la gracia del Bautismo» y recuerda las principales
figuras bíblicas: sobre las aguas de los orígenes se
cernía el Espíritu para hacerlas
germen de vida (cfr. Gen 1,1-2); el agua del diluvio marcó el final
del pecado y el inicio de la vida nueva (cfr. Gen 7,6-8,22); a través
del agua del Mar Rojo fueron liberados de la esclavitud de Egipto los
hijos de Abraham (cfr. Ex 14,15-31).
Se pide a Dios que infunda en el agua de la fuente la gracia de Cristo muerto y
resucitado (cfr. Rito del Bautismo de niños, n. 123). Esa agua se transforma en agua que lleva en sí la fuerza del Espíritu Santo. Con esa agua bautizamos a la gente.
También hay que disponer el corazón para acceder al bautismo.
Esto tiene lugar con la renuncia a Satanás y la profesión de fe, dos actos estrechamente conectados entre sí.
En la medida en que digo “no” a las insinuaciones del diablo soy capaz de decir “sí” a Dios que me llama a conformarme a Él en los pensamientos y en las obras.
Yo renuncio y yo creo: esto está en la base del Bautismo. Es una elección responsable, que exige ser traducida en gestos concretos de confianza en Dios. El acto de fe supone un compromiso que el mismo Bautismo ayudará a mantener con perseverancia en las diversas situaciones y pruebas de la vida.
Respecto a Jesús,
se recuerda su bautismo en el Jordán (cfr. Mt 3,13-17), la
sangre y el agua vertidas de su costado (cfr. Jn 19,31-37), y el
mandato a los discípulos de bautizar a todos los pueblos en el
nombre de la Trinidad (cfr. Mt 28,19). Fortalecidos por esa
memoria, se pide a Dios que infunda en el agua de la fuente la gracia
de Cristo muerto y resucitado (cfr. Rito del Bautismo de niños,
n. 123). Esa agua se transforma en agua que lleva en sí la fuerza
del Espíritu Santo. Y con esa agua con la fuerza del Espíritu
Santo, bautizamos a la gente, bautizamos a los adultos, a los niños,
a todos.
Santificada el
agua de la fuente, hay que disponer el corazón para acceder al
Bautismo. Esto tiene lugar con la renuncia a Satanás y la
profesión de fe, dos actos estrechamente conectados entre sí. En la
medida en que digo “no” a las insinuaciones del diablo –el que
divide– soy capaz de decir “sí” a Dios que me llama a
conformarme a Él en los pensamientos y en las obras. El diablo
divide;
Dios une siempre a la comunidad, a la
gente en un solo pueblo. No es posible unirse a Cristo poniendo
condiciones. Hay que desprenderse de ciertos vínculos para poder
abrazar otros de verdad; o estás bien con Dios o está bien con el
diablo. Por eso, la renuncia y el acto de fe van juntos. Hay que
cortar puentes, dejándolos atrás, para emprender la nueva Vía que
es Cristo.
La respuesta a las
preguntas –«¿Renunciáis a Satanás, a todas sus obras, y a todas
sus seducciones?»– está formulada en primera persona del
singular: «Renuncio». Y del mismo modo viene profesada la fe de la
Iglesia, diciendo: «Creo». Yo renuncio y yo creo: esto está en la
base del Bautismo. Es una elección responsable, que exige ser
traducida en gestos concretos de
confianza en Dios. El acto de fe supone
un compromiso que el mismo Bautismo ayudará a mantener con
perseverancia en las diversas situaciones y pruebas de la vida.
Recordemos la antigua sabiduría de Israel: «Hijo, si te acercas a
servir al Señor, prepara tu alma para la prueba» (Sir 2,1), es
decir, prepárate para la lucha. Y la presencia del Espíritu Santo
nos da la fuerza para luchar bien.
El agua bendita
Queridos hermanas
y hermanas, cuando metamos la mano en el agua bendita –al entrar en
una iglesia tocamos el agua bendita– y hagamos la señal de la
Cruz, pensemos con alegría y agradecimiento en el Bautismo que
recibimos –esa agua bendita nos recuerda al Bautismo– y renovemos
nuestro “Amén”. –“Estoy contento”–, para vivir inmersos
en el amor de la Santísima Trinidad.
VIDA
CRISTIANA
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