jueves, 1 de febrero de 2018

La eucaristía (2018). La Santa Misa (8). Liturgia de la Palabra. I. Diálogo entre Dios y su pueblo. Catequesis del Papa Francisco.


Ø La eucaristía (2018). La Santa Misa (8). Liturgia de la Palabra. I. Diálogo entre Dios y su pueblo.  Catequesis del Papa Francisco.  «Cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio». No es bueno hablar en ese momento de otras cosas, chismorrear. Debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras cosas ni hablar de otras cosas. ¡Es muy importante escuchar! «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de Dios. La Liturgia de la Palabra es la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. Su sustitución por textos no bíblicos, está prohibida. Escuchamos la semilla de la divina Palabra con los oídos y pasa al corazón; no se queda en las orejas, debe ir al corazón. Y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras.


v  Papa Francisco, Catequesis, Audiencia General

Miércoles, 31 de enero de 2018

La Santa Misa - 8. Liturgia de la Palabra: I. Diálogo entre Dios y su pueblo

o   «Cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio».

§  No es bueno hablar en ese momento de otras cosas, chismorrear. Debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras cosas ni hablar de otras cosas.
Continuamos hoy las catequesis sobre la Santa Misa. Tras habernos detenido en los ritos de introducción, consideremos ahora la Liturgia de la Palabra, que es parte constitutiva porque nos reunimos precisamente para escuchar lo que Dios dijo y todavía quiere hacer por nosotros.
Es una experiencia que sucede “en directo” y no “de oídas”, porque «cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio» (Ordenación General del Misal Romano, 29; cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, 7; 33).
Y cuántas veces, mientras se lee la Palabra de Dios, se comenta: “Mira ese…, mira aquella…, mira qué pelos lleva esa: qué ridícula”. Y se empiezan a hacer comentarios. ¿No es verdad? ¿Se deben hacer comentarios mientras se lee la Palabra de Dios? [responden: “¡No!”]. No,
porque si chismorreas con la gente no escuchas la Palabra de Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia –la primera Lectura, la segunda, el Salmo responsorial y el Evangelio– debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras cosas ni hablar de otras cosas. ¿Entendido? Os explicaré qué es lo que sucede en esta Liturgia de la Palabra.

o   Es Dios quien, a través de la persona que lee, nos habla y nos interpela a nosotros. Es “palabra viva” pronunciada por Dios.

§  Para oír la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto para recibir sus palabras en el corazón. ¡Es muy importante escuchar!
Las páginas de la Biblia dejan de ser un “escrito” para convertirse en “palabra viva”, pronunciada por Dios. Es Dios quien, a través de la persona que lee, nos habla y nos interpela a nosotros, que escuchamos con fe. El Espíritu «que habló por los profetas» (Credo) e inspiró a los autores sagrados, hace que «la palabra de Dios obre de verdad en los corazones lo que hace sonar en los oídos» (Leccionario, Introd., 9).
Pero para oír la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto para recibir sus palabras en el corazón. Dios habla y nosotros le prestamos atención, para luego poner en práctica lo que hemos escuchado. ¡Es muy importante escuchar! Algunas veces quizá no comprendamos bien, porque hay algunas lecturas un poco difíciles. Pero Dios nos dice lo mismo de otro modo. ¡En silencio, escuchar la Palabra de Dios! No olvidéis esto: en Misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la Palabra de Dios.

o   «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de Dios.

§  La Liturgia de la Palabra es la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual.
Su sustitución por textos no bíblicos, está prohibida.
¡Necesitamos escucharlo! Es una cuestión vital, como bien recuerda la incisiva expresión que «no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra como de la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. Es una mesa abundante la de la Liturgia, que se basa mayormente en los tesoros de la Biblia (cfr. SC, 51), tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, porque en ellos la Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo (cfr. Leccionario, Introd., 5). Pensemos en la riqueza de las lecturas bíblicas propuesta por los tres ciclos dominicales que, a la luz de los evangelios sinópticos, nos acompañan a lo largo del año litúrgico: una gran riqueza.
Deseo recordar aquí también la importancia del Salmo responsorial, cuya función es favorecer la meditación de lo escuchado en la lectura que le precede. Es bueno que el Salmo sea enriquecido con el canto, al menos el estribillo (cfr. OGMR, 61; Leccionario, Introd., 19-22).

La proclamación litúrgica de las mismas lecturas, con los cánticos tomados de la Sagrada Escritura, expresa y favorece la comunión eclesial, acompañando el camino de todos y de cada uno. Así se entiende porqué algunas “opciones subjetivas”, como la omisión de lecturas o su sustitución por textos no bíblicos, estén prohibidas. He oído que alguno, si hay una noticia, lee el periódico,
porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de Dios es la Palabra de Dios! El periódico lo podemos leer después, pero allí se lee la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos habla. Sustituir esa Palabra por otras cosas empobrece y deteriora el diálogo entre Dios y su pueblo en oración. Al contrario, se requiere la dignidad del ambón y el uso del Leccionario, la disponibilidad de buenos
lectores y salmistas. Hay que buscar buenos lectores, de los que sepan leer bien, no esos que leen mal y no se entiende nada. ¡Es así: buenos lectores! Se deben preparar y hacer una prueba antes de la Misa para leer bien. Y esto crea un clima de silencio receptivo [1].

o   La Palabra del Señor es una ayuda indispensable para no desorientarnos en nuestra peregrinación terrena.

Sabemos que la Palabra del Señor es una ayuda indispensable para no desorientarnos, como bien reconoce el Salmista que, dirigido al Señor, confiesa: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino» (Salmo 119,105). ¿Cómo podríamos afrontar nuestra peregrinación terrena, con sus penas y pruebas, sin estar habitualmente alimentados e iluminados por la Palabra de Dios que resuena en la Liturgia?

o   Ciertamente no basta oír con los oídos.

§  Escuchamos la semilla de la divina Palabra con los oídos y pasa al corazón; no se queda en las orejas, debe ir al corazón.
Y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras.
Ciertamente no basta oír con los oídos, sin acoger en el corazón la semilla de la divina Palabra, permitiéndole que dé fruto. Acordémonos de la parábola del sembrador y de los diversos resultados según los distintos tipos de terreno (cfr. Marcos 4,14-20). La acción del Espíritu, que hace eficaz la respuesta, necesita corazones que se dejen trabajar y cultivar, de modo que cuanto se escuche en Misa pase a la vida ordinaria, según la advertencia del apóstol Santiago: «Tenéis que ponerla en práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1,22).
La Palabra de Dios realiza un camino dentro de nosotros: la escuchamos con los oídos y pasa al corazón; pero no se queda en las orejas, debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Ese es el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las
manos. Aprendamos estas cosas. Gracias.






Vida Cristiana



[1] «La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. Además, conviene que durante la misma haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta» (OGMR, 56).

La eucaristía (2018). La Santa Misa (7). El canto del “Gloria” y la oración colecta. Catequesis del Papa Francisco.



Ø La eucaristía (2018). La Santa Misa (7). El canto del “Gloria” y la oración colecta. Catequesis del Papa Francisco. En el “Gloria” toma vida el  encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina. «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». La oración “colecta”. Al decir el sacerdote oremos viene un momento de silencio cada uno piensa en las cosas que necesita, por las que quiere pedir en la oración. El silencio ayuda a recogernos y a pensar porqué estamos allí. Es la importancia de escuchar nuestra alma para abrirla luego al Señor. El sacerdote reza esta súplica, esta oración colecta, con los brazos extendidos es la actitud del orante, tomado por los cristianos desde los primeros siglos –como manifiestan los frescos de las catacumbas romanas– para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el leño de la cruz.


v  Cfr. Papa Francisco, Audiencia General.

                  Miércoles, 10 de enero de 2018

La Santa Misa - 7. El canto del “Gloria” y la oración colecta


Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En el recorrido de catequesis sobre la celebración eucarística, vimos que el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a presentarnos ante Dios como somos realmente, conscientes de ser pecadores, con la esperanza de ser perdonados.

o   En el “Gloria” toma vida el  encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina.

§  «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
Precisamente del encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina toma vida la gratitud expresada en el “Gloria”, «un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, reunida en el Espíritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero» (Ordenación General del Misal Romano, 53).
El comienzo de este himno –“Gloria a Dios en el cielo”– retoma el canto de los Ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén, gozoso anuncio del abrazo entre cielo y tierra. Este canto nos envuelve también a nosotros reunidos en oración: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».

o   La oración “colecta”.

§  Al decir el sacerdote oremos viene un momento de silencio cada uno piensa en las cosas que necesita, por las que quiere pedir en la oración.
El silencio ayuda a recogernos y a pensar porqué estamos allí. Es la importancia de escuchar nuestra alma para abrirla luego al Señor.
Después del “Gloria” o, cuando no lo hay, inmediatamente tras el Acto penitencial, la oración toma forma particular en la oración denominada “colecta”, por medio de la cual se expresa el carácter propio de la celebración, variable según los días y los tiempos del año (cfr. ibíd., 54). Con la invitación «oremos», el sacerdote exhorta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio, con el fin de tomar conciencia de estar en la presencia de Dios y hacer surgir, cada uno en su corazón, las personales intenciones con las que participa en la Misa (cfr. ibíd., 54). El sacerdote dice «oremos»; y luego viene un momento de silencio, y cada uno piensa en las cosas que necesita, por las que quiere pedir en la oración.
El silencio no se reduce a la ausencia de palabras, sino a disponerse para escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del sagrado silencio depende del momento en que tiene lugar: «Durante el acto penitencial y tras la invitación a la oración, ayuda al recogimiento; después la lectura o la homilía, es un reclamo a meditar brevemente lo que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la
oración interior de alabanza y de súplica» (ibíd., 45).
Así pues, antes de la oración inicial, el silencio ayuda a recogernos y a pensar porqué estamos allí. Es la importancia de escuchar nuestra alma para abrirla luego al Señor. Quizá
venimos de días de cansancio, de alegría, de dolor, y queremos decírselo al Señor, invocar su ayuda, pedirle que esté cerca; tenemos familiares y amigos enfermos o que pasan momentos difíciles; deseamos confiar a Dios el destino de la Iglesia y del mundo. Y para eso hace falta el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la común oración que concluye los ritos de introducción, rezando precisamente la “colecta” de las intenciones particulares.
Recomiendo vivamente a los sacerdotes que cuiden ese momento de silencio y no tengan prisa: «oremos», y que se haga el silencio. Lo recomiendo a los sacerdotes. Sin ese silencio, corremos el riesgo de descuidar el recogimiento del alma.

o   El sacerdote reza esta súplica, esta oración colecta, con los brazos extendidos es la actitud del orante, tomado por los cristianos desde los primeros siglos –como manifiestan los frescos de las catacumbas romanas– para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el leño de la cruz.

El sacerdote reza esta súplica, esta oración colecta, con los brazos extendidos es la actitud del orante, tomado por los cristianos desde los primeros siglos –como manifiestan los frescos de las catacumbas romanas– para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el leño de la cruz. ¡Y ahí, Cristo es el Orante y es a la vez la oración! En el Crucificado reconocemos al Sacerdote que ofrece
a Dios el culto agradable a Él, o sea, la obediencia filial.
En el Rito Romano las oraciones son breves pero llenas de significado: se pueden hacer tantas bonitas meditaciones sobre esas oraciones. ¡Tan hermosas! Volver a meditar los textos, también fuera de la Misa, puede ayudarnos a aprender cómo dirigirnos a Dios, qué pedir, qué palabras usar.
Que la liturgia pueda convertirse para todos nosotros en una verdadera escuela de oración.





Vida Cristiana

martes, 30 de enero de 2018

Domingo 5º del Tiempo ordinario Ciclo B (2018). La compasión de Jesús.


Ø Domingo 5º del Tiempo ordinario  Ciclo B (2018).   La compasión de Jesús. La miseria humana, signo de la debilidad del hombre, atrae la compasión de Cristo Salvador: su mirada nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres.


v  Cfr. Domingo 5º del tiempo ordinario ciclo B, 4 de febrero 2018

             Marcos 1, 29-39; 1 Corintios 9, 16-19. 22-23; Job 7, 1-4.6-7.
Marcos 1, 29-39: En aquel tiempo, 29 al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. 31 Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. 32 Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. 35 Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. 36 Simón y sus compañeros fueron  37 y, al encontrarlo, le dijeron: - «Todo el mundo te busca.» 38 Él les respondió: - «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.» 39 Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
1 Corintios 9, 16-19.22-23: 16 El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! 17 Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. 18 Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. 19 Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. 22 Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos. 23 Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

La compasión de Cristo
Jesús curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios
(Evangelio de hoy: Marcos 1, 34)
Me he hecho todo para todos
(Segunda Lectura: 1 Corintios 9, 22)

1.  La compasión según la sabiduría común

·         Se describe la compasión normalmente como un sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a
alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. Revela amor por el prójimo.
·         Es una actitud del alma que nos hace sensibles al mal que padecen otros seres humanos, que lleva a comprender las
situaciones en las que se encuentran y al deseo de aliviar sus sufrimientos. Empuja, por tanto, a la solidaridad, superando el simple sentimiento de pena antes los males ajenos. Dostoevskij en El idiota afirma que «La compasión es la más importante y tal vez  la única ley de toda la humanidad». La compasión es un sentimiento que  lleva a salir de uno mismo para compartir gratuitamente lo que uno tiene con quien tiene necesidad. Se consideran sinónimos, entre otros, la lástima,  la conmiseración, la misericordia, la piedad …, y se consideran antónimos la  mofa y  la impiedad.
Entre otros, se suelen  considerar  como sinónimos la conmiseración, la piedad, la lástima, la condolencia,  la solidaridad … y como antónimos,  la crueldad y la insensibilidad.
·         Los actos del amor son muchos: conocer al otro, dialogar, compartir, acompañar, alegrarse,
perdonar, cuidar, curar, respetar, comprender, ser leal, confiar, regalar, honrar, enseñar, corregir, contemplar, etc. etc. Uno de entre estos actos  es  el compadecer [1].

2.  La compasión de Cristo. El Señor cura a muchos enfermos, expulsa demonios; reza, predica, todos le buscan. Características de la compasión de Cristo

·         «De ninguno de los antiguos se lee que haya curado tantas deformidades, tantas enfermedades y
tantas torturas humanas con un poder nunca semejante» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 91,3) [2].
·         Ante la grande actividad del Señor durante una jornada - la descripción de Marco ha sido calificada como
«24 horas típicas de Jesús» -,  podemos concluir,  entre otras cosas, que Jesús tiene compasión por las personas. Acerca de esa compasión el Catecismo de la Iglesia Católica señala una serie de características que nos ayudan a descubrir el rostro del Señor:
a) La compasión de Cristo es un signo maravilloso de que el Reino de Dios está muy cerca (n. 1503); la
liberación de los males terrenos (hambre, injusticia, enfermedad y muerte) son signos mesiánicos (n. 549); su compasión llega hasta identificarse con los enfermos («Estuve enfermo y me visitasteis» Mateo 25,36) (n. 1503);
b) Jesús tiene el poder para curar y también para perdonar los pecados, vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; la finalidad de su venida no fue para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la  esclavitud del pecado, que es obstáculo  en la vocación de los hombres de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres o esclavitudes humanas (nn. 549; 1421);
c) con compasión Cristo proclama que «es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal,  salvar una vida en vez de destruirla» (Mc 3, 4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios  «El Hijo del hombre es Señor del sábado» (Mc 2, 28). (n. 2173);

o   La miseria humana es signo de la debilidad del hombre y atrae la compasión de Cristo Salvador.

·         «Bajo sus múltiples formas - indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y,
por último, la muerte -, la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los "más pequeños de sus hermanos". (...) (n. 2448).

 

3. La compasión en los cristianos.

a) El número 1503 del Catecismo de la Iglesia Católica añade  que «el amor de predilección de Cristo para con
los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren».
El n. 2715 afirma: “La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres”.
El n. 1506 afirma que Jesús hace participar a sus discípulos de su  ministerio de compasión y que al seguirle adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos.  
b) La vida y la salud física son bienes preciosos que Dios nos ha confiado, y debemos cuidar de ellos racionalmente, teniendo en cuenta  las necesidades de los demás y el bien común (n. 2288). El cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad (n. 2288).
c) (...) Los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables» (CDF, instr. «Libertatis conscientia» 68). (n. 2448).
d) n. 2844: “el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina”.

4. El peregrinaje del cristiano en el mundo debe ser un continuo servicio prestado siempre por amor a Dios y al prójimo.

·         Es Cristo que pasa, n. 98: “Ser cristiano no es algo accidental, es una divina realidad que se
inserta en las entrañas de nuestra vida, dándonos una visión limpia y una voluntad decidida para actuar como quiere Dios. Se aprende así que El peregrinaje del cristiano en el mundo ha de convertirse en un continuo servicio prestado de modos muy diversos, según las circunstancias personales, pero siempre por amor a Dios y al prójimo. (...) Se dan, a veces, algunas actitudes, que son producto de no saber penetrar en ese misterio de Jesús. Por ejemplo, la mentalidad de quienes ven el cristianismo como un conjunto de prácticas o actos de piedad, sin percibir su relación con las situaciones de la vida corriente, con la urgencia de atender a las necesidades de los demás y de esforzarse por remediar las injusticias.
            Diría que quien tiene esa mentalidad no ha comprendido todavía lo que significa que el Hijo de Dios se haya encarnado, que haya tomado cuerpo, alma y voz de hombre, que haya participado en nuestro destino hasta experimentar el desgarramiento supremo de la muerte. Quizá, sin querer, algunas personas consideran a Cristo como un extraño en el ambiente de los hombres”.
Vida Cristiana




[1] Cfr. Ricardo Yepes Stork, Fundamentos de Antropología, Eunsa 1996, p. 190.
[2] Cfr. Nuevo Testamento, Eunsa 2004, Cita Marcos 1, 32-34. 

Papa Francisco, Catequesis, Audiencia General del 27 de abril de 2016. La parábola del buen samaritano.



Ø El buen samaritano. ¿Quién es el prójimo? El servicio al prójimo. La compasión: es una característica esencial de la misericordia de Dios. Dios tiene compasión de nosotros. ¿Qué quiere decir? Padece con nosotros, nuestros sufrimientos Él los siente. Compasión significa “padecer con”. El verbo indica que las entrañas se remueven a la vista del mal del hombre. Y en los gestos y en acciones del buen samaritano reconocemos el obrar misericordioso de Dios en toda la historia de la salvación. Es la misma compasión con la que el Señor sale al encuentro de cada uno de nosotros.


v  Cfr. Papa Francisco, Catequesis,  Audiencia General del 27 de abril de 2016.

La parábola del buen samaritano

Hoy reflexionamos sobre la parábola del buen samaritano (cfr. Lc 10,25-37). Un doctor de la Ley pone a prueba a Jesús con esta pregunta: «Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?» (v. 25). Jesús le pide que responda él mismo, y aquel da la respuesta perfectamente: «Amarás el Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo» (v. 27). Jesús entonces concluye: «Haz eso y vivirás» (v. 28).

Pero aquel hombre plantea otra pregunta, que es muy valiosa para nosotros: «¿Quién es mi prójimo?» (v. 29), se sobreentiende: “¿mis parientes? ¿Mis paisanos? ¿Los de la mi religión?...”. En definitiva, quiere una regla clara que le permita clasificar a los demás en “prójimo” y “no-prójimo”, en los que pueden ser prójimos y en los que no pueden ser prójimos.

Y Jesús responde con una parábola, que pone en escena a un sacerdote, un levita y un samaritano. Los primeros dos son figuras ligadas al culto del templo; el tercero es un hebreo cismático, considerado como un extranjero, pagano e impuro, o sea, el samaritano. En el camino de Jerusalén a Jericó el sacerdote y el levita se encuentran a un hombre moribundo, al que los bandidos han asaltado, robado y abandonado. La Ley del Señor en situaciones similares preveía la obligación de socorrerlo, pero ambos pasan de largo sin pararse. Tenían prisa… El sacerdote, quizá, miró el reloj y dijo: “Es que llego tarde a Misa… Tengo que decir Misa”. Y el otro dijo: “Pues no sé si la Ley me lo permite, porque hay sangre, y quedaré impuro…”. Van por otro camino y no se acercan. Y aquí la parábola nos ofrece una primera enseñanza: no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce su misericordia sepa amar al prójimo. ¡No es automático! Tú puedes saber toda la Biblia, puedes conocer todas las rúbricas litúrgicas, puedes saber toda la teología, pero del conocer no es automático el amar: amar tiene otra camino, hace falta la inteligencia, pero también algo más… El sacerdote y el levita ven, pero ignoran; miran, pero no hacen nada. Sin embargo, no existe verdadero culto si no se traduce en servicio al prójimo. No lo olvidemos nunca: ante el sufrimiento de tanta gente agotada por el hambre, la violencia y las injusticias, no podemos permanecer espectadores. Ignorar el sufrimiento del hombre, ¿qué significa? ¡Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a aquel hombre, a aquella mujer, a aquel niño, a aquel anciano o anciana que sufre, no me acerco a Dios.

Pero vayamos al centro de la parábola: el samaritano, o sea, precisamente el despreciado, sobre el que nadie apostaría nada, y que también tenía sus compromisos y sus cosas que hacer, cuando ve al hombre herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban ligados al Templo, sino «que tuvo compasión» (v. 33). Así dice el Evangelio: “Tuvo compasión”, es decir, el corazón, ¡las entrañas se le conmovieron! Esa es la diferencia. Los otros dos “vieron”, pero sus corazones permanecieron cerrados, fríos. En cambio el corazón del samaritano estaba sintonizado con el corazón mismo de Dios. Porque la “compasión” es una característica esencial de la misericordia de Dios. Dios tiene compasión de nosotros. ¿Qué quiere decir? Padece con nosotros, nuestros sufrimientos Él los siente. Compasión significa “padecer con”. El verbo indica que las entrañas se remueven a la vista del mal del hombre. Y en los gestos y en acciones del buen samaritano reconocemos el obrar misericordioso de Dios en toda la historia de la salvación. Es la misma compasión con la que el Señor sale al encuentro de cada uno de nosotros: Él no nos ignora, conoce nuestros dolores, sabe cuánto necesidad tenemos de ayuda y consuelo. Se nos acerca y nunca nos abandona. Que cada uno se haga la pregunta y responda en su corazón: “¿Yo me lo creo? ¿Creo que el Señor tiene compasión de mí, tal y como soy, pecador, con tantos problemas y tantas cosas?”. Pensad en eso, y la respuesta es: “¡Sí!”. Pero cada uno debe mirar en el corazón si tiene fe en esa compasión de Dios, de Dios bueno que se acerca, nos cura, nos acaricia. Y si lo rechazamos, Él espera: es paciente y está siempre junto a nosotros.

El samaritano se comporta con verdadera misericordia: venda las heridas de aquel hombre, lo transporta a un albergue, cuida de él personalmente y paga su asistencia. Toso esto nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento vago, sino que significa cuidar del otro hasta pagar en persona. Significa comprometerse dando todos los pasos necesarios para “acercarse” al otro hasta hacerse uno con él: «amarás al prójimo como a ti mismo». Ese es el Mandamiento del Señor.

Concluida la parábola, Jesús devuelve la pregunta al doctor de la Ley y le pide: «¿Quién de estos tres te parece que haya sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (v. 36). La respuesta es finalmente inequívoca: «El que tuvo compasión de él» (v. 27). Al comienzo de la parábola, para el sacerdote y el levita el prójimo era el moribundo; al final, el prójimo es el samaritano que se acercó. Jesús da la vuelta a la perspectiva: no clasificar a los demás para ver quien es prójimo y quién no. Tú puedes ser prójimo de cualquiera que encuentres en necesidad, y lo serás si en tu corazón tienes compasión, es decir, si tienes esa capacidad de padecer con el otro.

Esta parábola es uno estupendo regalo para todos nosotros, ¡y también un compromiso! A cada uno de nosotros Jesús repite lo que dijo al doctor de la Ley: «Ve, y haz tú lo mismo» (v. 37). Estamos todos llamados a recorrer el mismo camino del buen samaritano, que es figura de Cristo: Jesús se inclinó hacia nosotros, se hizo nuestro siervo, y así nos salvó, para que también nosotros podamos amarnos como él nos amó, del mismo modo.



Vida Cristiana

La parábola del Buen Samaritano: su compasión ante el hombre herido que encuentra en el camino. Lucas 10, 25-37



Ø La parábola del Buen Samaritano: su compasión ante el hombre herido que encuentra en el camino. 

      Lucas 10, 25-37

“Pero un samaritano que iba de viaje se llegó hasta él
y, al verlo, se llenó de compasión”  (Lucas 10, 33).
Algunos textos de la Carta Apostólica Salvifici doloris,
de S. Juan Pablo II (11 de febrero de 1984),
nn. 28-30, que hacen referencia a la compasión.

v  La sensibilidad (disponibilidad) del corazón ante el sufrimiento ajeno, testimonia la compasión hacia el que sufre.


28. (…) « Prójimo » quiere decir también aquél que cumplió el mandamiento del amor al prójimo. Otros dos hombres recorrían el mismo camino; uno era sacerdote y el otro levita, pero cada uno « lo vio y pasó de largo ». En cambio, el Samaritano « lo vio y tuvo compasión... Acercóse, le vendó las heridas », a continuación « le condujo al mesón y cuidó de él » ( Lucas 10, 33-34) y al momento de partir confió el cuidado del hombre herido al mesonero, comprometiéndose a abonar los gastos correspondientes.
(…) No nos está permitido « pasar de largo », con indiferencia, sino que debemos « pararnos » junto a él. Buen Samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad. Es como el abrirse de una determinada disposición interior del corazón, que tiene también su expresión emotiva. Buen Samaritano es todo hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre que « se conmueve » ante la desgracia del prójimo. Si Cristo, conocedor del interior del hombre, subraya esta conmoción, quiere decir que es importante para toda nuestra actitud frente al sufrimiento ajeno. Por lo tanto, es necesario cultivar en sí mismo esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. A veces esta compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de nuestra solidaridad hacia el hombre que sufre.
§  El buen Samaritano de la parábola de Cristo no se queda en la mera conmoción y compasión. Ofrece ayuda en el sufrimiento. Es uno de los puntos clave de la antropología cristiana.
Sin embargo, el buen Samaritano de la parábola de Cristo no se queda en la mera conmoción y compasión. Estas se convierten para él en estímulo a la acción que tiende a ayudar al hombre herido. Por consiguiente, es en definitiva buen Samaritano el que ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea. Ayuda, dentro de lo posible, eficaz. (…) Tocamos aquí uno de los puntos clave de toda la antropología cristiana. El hombre no puede « encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás», (Conc. Ecum. Vat. II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, 24.) Buen Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo.

29. (…) No puede el hombre « prójimo » pasar con desinterés ante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental solidaridad humana; y mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debe « pararse », « conmoverse », actuando como el Samaritano de la parábola evangélica. La parábola en sí expresa una verdad profundamente cristiana, pero a la vez tan universalmente humana. No sin razón, aun en el lenguaje habitual se llama obra « de buen samaritano » toda actividad en favor de los hombres que sufren y de todos los necesitados de ayuda.

o   La ayuda asume formas muy diversas.

Esta actividad asume, en el transcurso de los siglos, formas institucionales organizadas y constituye un terreno de trabajo en las respectivas profesiones. ¡Cuánto tiene « de buen samaritano » la profesión del médico, de la enfermera, u otras similares! Por razón del contenido « evangélico », encerrado en ella, nos inclinamos a pensar más bien en una vocación que en una profesión. Y las instituciones que, a lo largo de las generaciones, han realizado un servicio « de samaritano » se han desarrollado y especializado todavía más en nuestros días. (…) Y pensando en todos los hombres, que con su ciencia y capacidad prestan tantos servicios al prójimo que sufre, no podemos menos de dirigirles unas palabras de aprecio y gratitud. 
Estas se extienden a todos los que ejercen de manera desinteresada el propio servicio al prójimo que sufre, empeñándose voluntariamente en la ayuda « como buenos samaritanos », y destinando a esta causa todo el tiempo y las fuerzas que tienen a su disposición fuera del trabajo profesional. (…) No es menos preciosa también la actividad individual, especialmente por parte de las personas que están mejor preparadas para ella, teniendo en cuenta las diversas clases de sufrimiento humano a las que la ayuda no puede ser llevada sino individual o personalmente. Ayuda familiar, por su parte, significa tanto los actos de amor al prójimo hechos a las personas pertenecientes a la misma familia, como la ayuda recíproca entra las familias.
Es difícil enumerar aquí todos los tipos y ámbitos de la actividad « como samaritano » que existen en la Iglesia y en la sociedad. Hay que reconocer que son muy numerosos, y expresar también alegría porque, gracias a ellos, los valores morales fundamentales, como el valor de la solidaridad humana, el valor del amor cristiano al prójimo, forman el marco de la vida social y de las relaciones interpersonales, combatiendo en este frente las diversas formas de odio, violencia, crueldad, desprecio por el hombre, o las de la mera « insensibilidad », o sea la indiferencia hacia el prójimo y sus sufrimientos.
(…). Las instituciones son muy importantes e indispensables; sin embargo, ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales, y cuando la que sufre es ante todo el alma.

30. La parábola del buen Samaritano, que —como hemos dicho— pertenece al Evangelio del sufrimiento, camina con él a lo largo de la historia de la Iglesia y del cristianismo, a lo largo de la historia del hombre y de la humanidad. Testimonia que la revelación por parte de Cristo del sentido salvífico del sufrimiento no se identifica de ningún modo con una actitud de pasividad. Es todo lo contrario. El Evangelio es la negación de la pasividad ante el sufrimiento. (…) La parábola del buen Samaritano está en profunda armonía con el comportamiento de Cristo mismo. (…)
Se podría ciertamente alargar la lista de los sufrimientos que han encontrado la sensibilidad humana, la compasión, la ayuda, o que no las han encontrado. La primera y la segunda parte de la declaración de Cristo sobre el juicio final indican sin ambigüedad cuán esencial es, en la perspectiva de la vida eterna de cada hombre, el « pararse », como hizo el buen Samaritano, junto al sufrimiento de su prójimo, el tener « compasión », y finalmente el dar ayuda. (…)







Vida  Cristiana

domingo, 28 de enero de 2018

Peregrinación a Tierra Santa. Del 6 al 13/09/2018



4º domingo tiempo ordinario Ciclo B 28 de enero de 2018

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Ø     4º Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B (2018). La Palabra de Dios. Todos los hombres estamos llamados a entrar en el Reino de Dios: para ello es necesario acoger la palabra de Jesús. Ahora la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret. Enseña y actúa con potestad propia. Su potestad se refiere a dos aspectos: a su enseñanza y a su poder sobre espíritus impuros. Su palabra es una fuerza liberadora que aniquila el mal que hay dentro de nosotros, en  nuestros corazones. “Manda hasta los espíritus impuros y le obedecen” (Marcos 1, 27). Todos nosotros tenemos necesidad de exterminar los demonios secretos que tenemos dentro.


v     Cfr. 4º domingo tiempo ordinario  Ciclo B 28 de enero de 2018

Evangelio: Marcos 1, 21-28; 1 Corintios 7, 32-35; Deuteronomio 18, 15-20 

Deuteronomio 18: 15 Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis. 16 Es exactamente lo que tú pediste a Yahveh tu Dios en el Horeb, el día de la Asamblea, diciendo: «Para no morir, no volveré a escuchar la voz de Yahveh mi Dios, ni miraré más a este gran fuego». 17 Y Yahveh me dijo a mí: «Bien está lo que han dicho. 18 Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. 19 Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello. 20 Pero si un profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá.»
Marcos 1, 21-28: 21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. 23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.». 25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» 26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. 27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» 28    Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
           
Jesús de Nazaret les enseñaba como quien tiene autoridad
(Evangelio: Marcos 1, 22)
Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen
(Evangelio: Marcos 1, 27)

1. Para entrar en el Reino de Dios es necesario acoger la palabra de Jesús.

v     Todos los hombres estamos llamados a entrar en el Reino de Dios: para ello es necesario acoger la palabra de Jesús. 

·         Catecismo de la Iglesia Católica, n. 543: Todos los hombres están llamados a entrar en el
Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (Cf Mateo 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (Cf Mateo 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (Concilio Vaticano II, Lumen gentium,  5).

v     Una pequeña anotación sobre el uso de la palabra en la sinagoga

·         Romano Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad 2ª edición 2005, p. 79:  “La sinagoga no era el
templo, sino una casa de la comunidad, en  la que ésta se reunía para orar y escuchar la sagrada doctrina. En ella no oficiaban sacerdotes, sino que cada miembro adulto de la comunidad tenía derecho a tomar la palabra para estímulo de los demás. Recordemos el relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando Pablo, de viaje, entra en la sinagoga con sus compañeros. El jefe de la sinagoga les manda a decir: «Hermanos, si queréis pronunciar unas palabras para exhortar al pueblo, hablad». Y Pablo se pone en pie y habla (13, 14-16). Del mismo modo, Jesús podía hacer, sin más, uso de la palabra. Y lo hizo en toda la región; también aquí, en su pueblo”

2. Jesucristo: es Él mismo la palabra viviente y sustancial de Dios. No solamente anuncia el mensaje de Dios sino que lo realiza con obras de salvación.

·         En relación con el mensaje de Jesús, se deben precisar varias cosas: a) Él mismo es la palabra
viviente y sustancial de Dios; b) no solamente anuncia el mensaje de Dios sino que lo realiza con obras de salvación.

v     Cristología de la Palabra

                  Cfr. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 30 septiembre 2010

o     La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer».

§         Ahora la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret.
·         [11] La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en
Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Gálatas 4,4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad. Así se entiende por qué «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».[ Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005)] La renovación de este encuentro y de su comprensión produce en el corazón de los creyentes una reacción de asombro ante una iniciativa divina que el hombre, con su propia capacidad racional y su imaginación, nunca habría podido inventar. Se trata de una novedad inaudita y humanamente inconcebible: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros» (Juan1,14a).
·         [12] Ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos
ver: Jesús de Nazaret.[Cf. Mensaje final]
·         [12]Los cristianos han sido conscientes desde el comienzo de que, en Cristo, la Palabra de Dios está
presente como Persona. La Palabra de Dios es la luz verdadera que necesita el hombre. Sí, en la resurrección, el Hijo de Dios surge como luz del mundo. Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz.

v     Enseña y actúa con potestad propia.

o     Su potestad se refiere a dos aspectos: a su enseñanza y a su poder sobre espíritus impuros.

·         Evangelio de hoy, cfr. Nuevo Testamento Eunsa 2004, Mc 1, 21-28: El primer episodio que se narra
es la liberación de un endemoniado. El evangelista, haciéndose eco del comentario de la muchedumbre (v. 27), proclama con admiración que Jesús enseñaba y actuaba «con potestad» (v. 22). A lo largo de estos primeros capítulos del evangelio, Jesús irá mostrando que su potestad abarca muchas cosas: las enfermedades y los demonios (1, 29-34), las leyes rituales (2, 18-28), etc. Ahora, sin embargo, la potestad se refiere a dos aspectos: a su enseñanza y a su poder sobre el demonio. Jesús no se remite a la enseñanza de los maestros de Israel, ni siquiera introduce su doctrina, como los profetas, afirmando que proclama la palabra de Dios: su palabra es la de Dios. Y, como para refrendar el poder de su palabra, con ella libera también al endemoniado. (...) Los demonios tienen un conocimiento superior a los hombres, pero frente a Jesús no les sirve para nada. Así, por ejemplo, conocen que Jesús es el «Santo de Dios» (v. 24), pero desconocen que es también el Siervo del Señor que liberará al mundo con la cruz.

o     Su palabra es una fuerza liberadora que aniquila el mal que hay dentro de nosotros, en  nuestros corazones.

§         “Manda hasta los espíritus impuros y le obedecen” (Marcos 1, 27).
Todos nosotros tenemos necesidad de exterminar los demonios secretos que tenemos dentro.

·         Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno B, Piemme 1996 p. 165: «La palabra de Jesús
penetra en nuestra historia e inicia un proceso de aniquilamiento del mal. (...) La «doctrina nueva» de Cristo no es una vaga teoría filosófica sino una fuerza creadora y liberadora. Todos nosotros tenemos necesidad de exterminar los demonios secretos que tenemos dentro y que se llaman, como decía Jesús, “los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, 22 los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez”. El origen del pecado no hay que buscarlo en lo creado, pues Dios, tras crear todas las cosas, vio que eran buenas (cfr. Génesis 1, 31), sino en  el corazón del hombre que, después del pecado original, se ve sometido a los asaltos de la concupiscencia»[1].
·         Nuevo Testamento, Eunsa 1999, Marcos 7, 1-23: “El origen del pecado y de la mancha moral no hay
que buscarlo en lo creado, pues Dios, tras crear todas las cosas, vio que eran buenas (cfr. Génesis 1, 31), sino en  el corazón del hombre que, después del pecado original, fue «mudado en peor» y se ve sometido a los asaltos de la concupiscencia. Con esto no se enseña que el hombre no puede vencer (Génesis 4,7), pero sí que necesita luchar (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1707)”.

v     El Pan y la Palabra, camino para encontrarnos con Cristo

                  Es Cristo que pasa, 118
-          Si sabemos contemplar el misterio de Cristo, si nos esforzamos en verlo con los ojos limpios,
nos daremos cuenta de que es posible también ahora acercarnos íntimamente a Jesús, en cuerpo y alma. Cristo nos ha marcado claramente el camino: por el Pan y por la Palabra, alimentándonos con la Eucaristía y conociendo y cumpliendo lo que vino a enseñarnos, a la vez que conversamos con El en la oración. Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él. Quien conoce mis mandamientos y los cumple, ése es quien me ama. Y el que me ame será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él (Juan 14, 21).

3. Algunos números del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la Palabra de Dios.


·         Cfr. Benedicto XVI, Carta Apostólica «Porta Fidei», con la que se convoca el Año de la Fe [2], nn. 11 y
12: Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.
A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia.
El Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe,
especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.
§         La Iglesia ha venerado siempre las Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. El Pan de Vida se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.
103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
§         La palabra de Dios se encuentra de modo privilegiado en el Nuevo Testamento. Su objeto central es Jesucristo.
124 «La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. DV 20).
§         La Palabra de Dios es sustento y vigor para la Iglesia, alimento del alma, fuente de vida espiritual.
131 «Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (DV 21). «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV 22).
§         Para entrar en el Reino de Dios es necesario acoger la palabra de Jesús. Es una semilla que, escuchada con fe, después germina y crece por sí misma.
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
«La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (Lumen Gentium 5).
§         La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo.
752 En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11, 18; 14, 19. 28. 34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia" es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
§         La lectura de la Palabra de Dios es uno de los elementos de la celebración del sacramento de la Penitencia: ilumina la conciencia y suscita la contrición.
1480 Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente los elementos de su celebración son: saludo y bendición del sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la penitencia; la absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición del sacerdote.
§         La Palabra de Dios es luz para nuestros pasos. Asimilándola se forma la conciencia moral.
1802 La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la conciencia moral. [3]

 

4. La moral cristiana es  adhesión a la persona de Jesús

§         Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, 19: No se trata solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre.
·         “«Ven, y sígueme» (Mt 19, 21) - 19. El camino y, a la vez, el contenido de esta perfección
consiste en la  sequela Christi, en el seguimiento de Jesús, después de haber renunciado a los propios bienes y a sí mismos. Precisamente ésta es la conclusión del coloquio de Jesús con el joven: «luego ven, y sígueme» (Mateo 19, 21). Es una invitación cuya profundidad maravillosa será entendida plenamente por los discípulos después de la resurrección de Cristo, cuando el Espíritu Santo los guiará hasta la verdad completa (cf. Juann 16, 13).
Es Jesús mismo quien toma la iniciativa y llama a seguirle. La llamada está dirigida sobre todo a aquellos a quienes confía una misión particular, empezando por los Doce; pero también es cierto que la condición de todo creyente es ser discípulo de Cristo (cf. Hechos  6, 1). Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana: como el pueblo de Israel seguía a Dios, que lo guiaba por el desierto hacia la tierra prometida (cf. Exodo 13, 21), así el discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el mismo Padre (cf. Juan 6, 44).
No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre. El discípulo de Jesús, siguiendo, mediante la adhesión por la fe, a aquél que es la Sabiduría encarnada, se hace verdaderamente discípulo de Dios (cf. Juan 6, 45). En efecto, Jesús es la luz del mundo, la luz de la vida (cf. Juan 8, 12); es el pastor que guía y alimenta a las ovejas (cf. Jn 10, 11-16), es el camino, la verdad y la vida (cf. Juan 14, 6), es aquel que lleva hacia el Padre, de tal manera que verle a él, al Hijo, es ver al Padre (cf. Jn 14, 6-10). Por eso, imitar al Hijo, «imagen de Dios invisible» (Colosenses 1, 15), significa imitar al Padre”.

Vida Cristiana


[1] Cfr. Marcos 7, 20-23: “Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. Porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen impuro al hombre”.
[2] El «Año de la fe» fue convocado  por  Benedicto XVI (11 octubre 2011). Comenzó el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminó en la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. 

[3] Nota de la Redacción de Vida Cristiana: cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, 1 de enero de 2011, párrafo acerca de la “maduración de la responsabilidad de las conciencias” : «El concilio Vaticano II dijo, a este respecto, que "el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes, 22). Esta unión ha confirmado el plan original de una humanidad creada a "imagen y semejanza" de Dios. En realidad, el Verbo encarnado es la única imagen perfecta y consustancial del Dios invisible. Jesucristo es el hombre perfecto. "En él —afirma asimismo el Concilio— la naturaleza humana ha sido asumida (...); por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una dignidad sublime" (ib.). Por esto, la historia terrena de Jesús, que culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una "revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo. Esta revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad en las conciencias».

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