Ø La eucaristía (2018). La Santa Misa (8). Liturgia de la Palabra. I. Diálogo entre Dios y su pueblo. Catequesis del Papa Francisco. «Cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio». No es bueno hablar en ese momento de otras cosas, chismorrear. Debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras cosas ni hablar de otras cosas. ¡Es muy importante escuchar! «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de Dios. La Liturgia de la Palabra es la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. Su sustitución por textos no bíblicos, está prohibida. Escuchamos la semilla de la divina Palabra con los oídos y pasa al corazón; no se queda en las orejas, debe ir al corazón. Y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras.
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Papa Francisco, Catequesis, Audiencia General
Miércoles, 31
de enero de 2018
La Santa Misa - 8. Liturgia de la Palabra: I. Diálogo entre Dios y su
pueblo
o
«Cuando en la Iglesia se lee la sagrada
Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra,
anuncia el Evangelio».
§ No
es bueno hablar en ese momento de otras cosas, chismorrear. Debemos escuchar,
abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en
otras cosas ni hablar de otras cosas.
Continuamos hoy las catequesis
sobre la Santa Misa. Tras habernos detenido en los ritos de introducción,
consideremos ahora la Liturgia de la Palabra, que es parte constitutiva porque
nos reunimos precisamente para escuchar lo que Dios dijo y todavía quiere hacer
por nosotros.
Es una experiencia que sucede “en
directo” y no “de oídas”, porque «cuando en la Iglesia se lee la sagrada
Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra,
anuncia el Evangelio» (Ordenación General del Misal Romano, 29; cfr. Const.
Sacrosanctum Concilium, 7; 33).
Y cuántas veces, mientras se lee
la Palabra de Dios, se comenta: “Mira ese…, mira aquella…, mira qué pelos lleva
esa: qué ridícula”. Y se empiezan a hacer comentarios. ¿No es verdad? ¿Se deben
hacer comentarios mientras se lee la Palabra de Dios? [responden: “¡No!”]. No,
porque si chismorreas con la gente no escuchas la Palabra de
Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia –la primera Lectura, la
segunda, el Salmo responsorial y el Evangelio– debemos escuchar, abrir el
corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras
cosas ni hablar de otras cosas. ¿Entendido? Os explicaré qué es lo que sucede
en esta Liturgia de la Palabra.
o
Es Dios quien, a través de la persona que lee,
nos habla y nos interpela a nosotros. Es “palabra viva” pronunciada por Dios.
§ Para
oír la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto para recibir
sus palabras en el corazón. ¡Es muy importante escuchar!
Las páginas de la Biblia dejan de
ser un “escrito” para convertirse en “palabra viva”, pronunciada por Dios. Es
Dios quien, a través de la persona que lee, nos habla y nos interpela a
nosotros, que escuchamos con fe. El Espíritu «que habló por los profetas»
(Credo) e inspiró a los autores sagrados, hace que «la palabra de Dios obre de
verdad en los corazones lo que hace sonar en los oídos» (Leccionario, Introd.,
9).
Pero para oír la Palabra de Dios
también hay que tener el corazón abierto para recibir sus palabras en el
corazón. Dios habla y nosotros le prestamos atención, para luego poner en
práctica lo que hemos escuchado. ¡Es muy importante escuchar! Algunas veces
quizá no comprendamos bien, porque hay algunas lecturas un poco difíciles. Pero
Dios nos dice lo mismo de otro modo. ¡En silencio, escuchar la Palabra de Dios!
No olvidéis esto: en Misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la Palabra
de Dios.
o
«No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de
Dios.
§ La
Liturgia de la Palabra es la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra
vida espiritual.
Su sustitución por textos no bíblicos, está prohibida.
¡Necesitamos escucharlo! Es una
cuestión vital, como bien recuerda la incisiva expresión que «no solo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4):
la vida que nos da la Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia
de la Palabra como de la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra
vida espiritual. Es una mesa abundante la de la Liturgia, que se basa
mayormente en los tesoros de la Biblia (cfr. SC, 51), tanto del Antiguo como
del Nuevo Testamento, porque en ellos la Iglesia anuncia el único e idéntico
misterio de Cristo (cfr. Leccionario, Introd., 5). Pensemos en la riqueza de
las lecturas bíblicas propuesta por los tres ciclos dominicales que, a la luz
de los evangelios sinópticos, nos acompañan a lo largo del año litúrgico: una
gran riqueza.
Deseo recordar aquí también la
importancia del Salmo responsorial, cuya función es favorecer la meditación de
lo escuchado en la lectura que le precede. Es bueno que el Salmo sea
enriquecido con el canto, al menos el estribillo (cfr. OGMR, 61; Leccionario,
Introd., 19-22).
La proclamación litúrgica de las
mismas lecturas, con los cánticos tomados de la Sagrada Escritura, expresa y
favorece la comunión eclesial, acompañando el camino de todos y de cada uno.
Así se entiende porqué algunas “opciones subjetivas”, como la omisión de
lecturas o su sustitución por textos no bíblicos, estén prohibidas. He oído que
alguno, si hay una noticia, lee el periódico,
porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de Dios es la
Palabra de Dios! El periódico lo podemos leer después, pero allí se lee la
Palabra de Dios. Es el Señor quien nos habla. Sustituir esa Palabra por otras
cosas empobrece y deteriora el diálogo entre Dios y su pueblo en oración. Al
contrario, se requiere la dignidad del ambón y el uso del Leccionario, la
disponibilidad de buenos
lectores y salmistas. Hay que buscar buenos lectores, de los
que sepan leer bien, no esos que leen mal y no se entiende nada. ¡Es así:
buenos lectores! Se deben preparar y hacer una prueba antes de la Misa para
leer bien. Y esto crea un clima de silencio receptivo [1].
o
La Palabra del Señor es una ayuda indispensable
para no desorientarnos en nuestra peregrinación terrena.
Sabemos que la Palabra del Señor
es una ayuda indispensable para no desorientarnos, como bien reconoce el
Salmista que, dirigido al Señor, confiesa: «Lámpara para mis pasos es tu
palabra, luz en mi camino» (Salmo 119,105). ¿Cómo podríamos afrontar nuestra
peregrinación terrena, con sus penas y pruebas, sin estar habitualmente
alimentados e iluminados por la Palabra de Dios que resuena en la Liturgia?
o
Ciertamente no basta oír con los oídos.
§ Escuchamos
la semilla de la divina Palabra con los oídos y pasa al corazón; no se queda en
las orejas, debe ir al corazón.
Y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras.
Ciertamente no basta oír con los
oídos, sin acoger en el corazón la semilla de la divina Palabra, permitiéndole
que dé fruto. Acordémonos de la parábola del sembrador y de los diversos
resultados según los distintos tipos de terreno (cfr. Marcos 4,14-20). La
acción del Espíritu, que hace eficaz la respuesta, necesita corazones que se
dejen trabajar y cultivar, de modo que cuanto se escuche en Misa pase a la vida
ordinaria, según la advertencia del apóstol Santiago: «Tenéis que ponerla en
práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1,22).
La Palabra de Dios realiza un
camino dentro de nosotros: la escuchamos con los oídos y pasa al corazón; pero
no se queda en las orejas, debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos,
a las buenas obras. Ese es el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los
oídos al corazón y a las
manos. Aprendamos estas cosas. Gracias.
Vida Cristiana
[1] «La Liturgia de la Palabra
se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar
en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento.
Además, conviene que durante la misma haya breves momentos de silencio,
acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del
Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la
oración, se prepare la respuesta» (OGMR, 56).
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