Ø La
parábola del Buen Samaritano: su compasión ante el hombre herido que encuentra
en el camino.
Lucas 10, 25-37
“Pero un
samaritano que iba de viaje se llegó hasta él
y, al verlo, se
llenó de compasión” (Lucas 10,
33).
Algunos textos de la
Carta Apostólica Salvifici doloris,
de S. Juan Pablo II
(11 de febrero de 1984),
nn. 28-30, que hacen
referencia a la compasión.
v
La sensibilidad (disponibilidad) del corazón
ante el sufrimiento ajeno, testimonia la compasión hacia el que sufre.
28. (…) « Prójimo » quiere decir también aquél que cumplió el
mandamiento del amor al prójimo. Otros dos hombres recorrían el mismo camino;
uno era sacerdote y el otro levita, pero cada uno « lo vio y pasó de largo ».
En cambio, el Samaritano « lo vio y tuvo compasión... Acercóse, le vendó las
heridas », a continuación « le condujo al mesón y cuidó de él » ( Lucas 10, 33-34) y al
momento de partir confió el cuidado del hombre herido al mesonero,
comprometiéndose a abonar los gastos correspondientes.
(…) No nos está permitido « pasar de
largo », con indiferencia, sino que debemos « pararnos » junto a él. Buen
Samaritano es todo hombre, que se para
junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta
parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad. Es como el
abrirse de una determinada disposición interior del corazón, que tiene también
su expresión emotiva. Buen Samaritano es todo
hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre que « se conmueve » ante la
desgracia del prójimo. Si Cristo, conocedor del interior del hombre, subraya
esta conmoción, quiere decir que es importante para toda nuestra actitud frente
al sufrimiento ajeno. Por lo tanto, es necesario cultivar en sí mismo esta
sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión
hacia el que sufre. A veces esta
compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de nuestra
solidaridad hacia el hombre que sufre.
§ El
buen Samaritano de la parábola de Cristo no se queda en la mera conmoción y
compasión. Ofrece ayuda en el sufrimiento. Es uno de los puntos clave de la
antropología cristiana.
Sin embargo, el buen Samaritano de la
parábola de Cristo no se queda en la mera conmoción y compasión. Estas se
convierten para él en estímulo a la acción que tiende a ayudar al hombre herido.
Por consiguiente, es en definitiva buen Samaritano el que ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea.
Ayuda, dentro de lo posible, eficaz. (…) Tocamos aquí uno de los puntos clave
de toda la antropología cristiana. El hombre no puede « encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás», (Conc. Ecum. Vat. II,
Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, 24.) Buen Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo.
29. (…) No puede el hombre « prójimo » pasar con desinterés
ante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental solidaridad humana; y
mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debe « pararse », « conmoverse »,
actuando como el Samaritano de la parábola evangélica. La parábola en sí
expresa una verdad profundamente
cristiana, pero a la vez tan universalmente humana. No sin razón, aun en el
lenguaje habitual se llama obra « de buen samaritano » toda actividad en favor
de los hombres que sufren y de todos los necesitados de ayuda.
o
La ayuda asume formas muy diversas.
Esta actividad asume, en el transcurso de los siglos, formas institucionales organizadas y
constituye un terreno de trabajo en las respectivas profesiones. ¡Cuánto tiene « de buen samaritano » la profesión del
médico, de la enfermera, u otras similares! Por razón del contenido «
evangélico », encerrado en ella, nos inclinamos a pensar más bien en una
vocación que en una profesión. Y las instituciones que, a lo largo de las
generaciones, han realizado un servicio « de samaritano » se han desarrollado y
especializado todavía más en nuestros días. (…) Y pensando en todos los hombres, que con su ciencia y capacidad
prestan tantos servicios al prójimo que sufre, no podemos menos de dirigirles
unas palabras de aprecio y gratitud.
Estas se extienden a todos los que
ejercen de manera desinteresada el propio servicio al prójimo que sufre, empeñándose voluntariamente en la ayuda « como
buenos samaritanos », y destinando a esta causa todo el tiempo y las fuerzas
que tienen a su disposición fuera del trabajo profesional. (…) No es menos
preciosa también la actividad individual, especialmente por parte de las
personas que están mejor preparadas para ella, teniendo en cuenta las diversas
clases de sufrimiento humano a las que la ayuda no puede ser llevada sino
individual o personalmente. Ayuda familiar,
por su parte, significa tanto los actos de amor al prójimo hechos a las
personas pertenecientes a la misma familia, como la ayuda recíproca entra las familias.
Es difícil enumerar aquí todos los
tipos y ámbitos de la actividad « como samaritano » que existen en la Iglesia y
en la sociedad. Hay que reconocer que son muy numerosos, y expresar también
alegría porque, gracias a ellos, los valores
morales fundamentales, como el valor de la solidaridad humana, el valor del
amor cristiano al prójimo, forman el marco de la vida social y de las
relaciones interpersonales, combatiendo en este frente las diversas formas de
odio, violencia, crueldad, desprecio por el hombre, o las de la mera «
insensibilidad », o sea la indiferencia hacia el prójimo y sus sufrimientos.
(…). Las instituciones son muy
importantes e indispensables; sin embargo, ninguna institución puede de suyo
sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa
humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se
refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los
múltiples sufrimientos morales, y cuando la que sufre es ante todo el alma.
30. La parábola del buen Samaritano, que —como hemos dicho—
pertenece al Evangelio del sufrimiento, camina con él a lo largo de la historia
de la Iglesia y del cristianismo, a lo largo de la historia del hombre y de la
humanidad. Testimonia que la revelación por parte de Cristo del sentido
salvífico del sufrimiento no se
identifica de ningún modo con una actitud de pasividad. Es todo lo
contrario. El Evangelio es la negación
de la pasividad ante el sufrimiento. (…) La parábola del buen Samaritano
está en profunda armonía con el comportamiento de Cristo mismo. (…)
Se podría ciertamente alargar la lista
de los sufrimientos que han encontrado la sensibilidad humana, la compasión, la
ayuda, o que no las han encontrado. La primera y la segunda parte de la
declaración de Cristo sobre el juicio final indican sin ambigüedad cuán
esencial es, en la perspectiva de la vida eterna de cada hombre, el « pararse
», como hizo el buen Samaritano, junto al sufrimiento de su prójimo, el tener «
compasión », y finalmente el dar ayuda. (…)
Vida Cristiana
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