Ø La eucaristía (2018). La Santa Misa (7). El canto del “Gloria” y la oración colecta. Catequesis del Papa Francisco. En el “Gloria” toma vida el encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina. «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». La oración “colecta”. Al decir el sacerdote oremos viene un momento de silencio cada uno piensa en las cosas que necesita, por las que quiere pedir en la oración. El silencio ayuda a recogernos y a pensar porqué estamos allí. Es la importancia de escuchar nuestra alma para abrirla luego al Señor. El sacerdote reza esta súplica, esta oración colecta, con los brazos extendidos es la actitud del orante, tomado por los cristianos desde los primeros siglos –como manifiestan los frescos de las catacumbas romanas– para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el leño de la cruz.
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Cfr. Papa Francisco, Audiencia General.
Miércoles, 10 de enero de 2018
La Santa Misa - 7. El canto del “Gloria” y la oración colecta
Queridos hermanos y hermanas,
buenos días. En el recorrido de catequesis sobre la celebración eucarística,
vimos que el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones
y a presentarnos ante Dios como somos realmente, conscientes de ser pecadores,
con la esperanza de ser perdonados.
o
En el “Gloria” toma vida el encuentro entre la miseria humana y la
misericordia divina.
§ «Gloria
a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
Precisamente del encuentro entre
la miseria humana y la misericordia divina toma vida la gratitud expresada en
el “Gloria”, «un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, reunida
en el Espíritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero»
(Ordenación General del Misal Romano, 53).
El comienzo de este himno
–“Gloria a Dios en el cielo”– retoma el canto de los Ángeles en el nacimiento
de Jesús en Belén, gozoso anuncio del abrazo entre cielo y tierra. Este canto
nos envuelve también a nosotros reunidos en oración: «Gloria a Dios en el cielo
y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
o
La oración “colecta”.
§ Al
decir el sacerdote oremos viene un momento de silencio cada uno piensa en las
cosas que necesita, por las que quiere pedir en la oración.
El silencio ayuda a recogernos y a pensar porqué estamos allí. Es la
importancia de escuchar nuestra alma para abrirla luego al Señor.
Después del “Gloria” o, cuando no
lo hay, inmediatamente tras el Acto penitencial, la oración toma forma
particular en la oración denominada “colecta”, por medio de la cual se expresa
el carácter propio de la celebración, variable según los días y los tiempos del
año (cfr. ibíd., 54). Con la invitación «oremos», el sacerdote exhorta al
pueblo a recogerse con él en un momento de silencio, con el fin de tomar
conciencia de estar en la presencia de Dios y hacer surgir, cada uno en su
corazón, las personales intenciones con las que participa en la Misa (cfr.
ibíd., 54). El sacerdote dice «oremos»; y luego viene un momento de silencio, y
cada uno piensa en las cosas que necesita, por las que quiere pedir en la
oración.
El silencio no se reduce a la
ausencia de palabras, sino a disponerse para escuchar otras voces: la de
nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la
naturaleza del sagrado silencio depende del momento en que tiene lugar:
«Durante el acto penitencial y tras la invitación a la oración, ayuda al
recogimiento; después la lectura o la homilía, es un reclamo a meditar brevemente
lo que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la
oración interior de alabanza y de súplica» (ibíd., 45).
Así pues, antes de la oración
inicial, el silencio ayuda a recogernos y a pensar porqué estamos allí. Es la
importancia de escuchar nuestra alma para abrirla luego al Señor. Quizá
venimos de días de cansancio, de alegría, de dolor, y
queremos decírselo al Señor, invocar su ayuda, pedirle que esté cerca; tenemos
familiares y amigos enfermos o que pasan momentos difíciles; deseamos confiar a
Dios el destino de la Iglesia y del mundo. Y para eso hace falta el breve
silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno,
exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la común oración que concluye
los ritos de introducción, rezando precisamente la “colecta” de las intenciones
particulares.
Recomiendo vivamente a los
sacerdotes que cuiden ese momento de silencio y no tengan prisa: «oremos», y
que se haga el silencio. Lo recomiendo a los sacerdotes. Sin ese silencio,
corremos el riesgo de descuidar el recogimiento del alma.
o
El sacerdote reza esta súplica, esta oración
colecta, con los brazos extendidos es la actitud del orante, tomado por los
cristianos desde los primeros siglos –como manifiestan los frescos de las
catacumbas romanas– para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el leño de
la cruz.
El sacerdote reza esta súplica,
esta oración colecta, con los brazos extendidos es la actitud del orante,
tomado por los cristianos desde los primeros siglos –como manifiestan los
frescos de las catacumbas romanas– para imitar a Cristo con los brazos abiertos
en el leño de la cruz. ¡Y ahí, Cristo es el Orante y es a la vez la oración! En
el Crucificado reconocemos al Sacerdote que ofrece
a Dios el culto agradable a Él, o sea, la obediencia filial.
En el Rito Romano las oraciones son
breves pero llenas de significado: se pueden hacer tantas bonitas meditaciones
sobre esas oraciones. ¡Tan hermosas! Volver a meditar los textos, también fuera
de la Misa, puede ayudarnos a aprender cómo dirigirnos a Dios, qué pedir, qué
palabras usar.
Que la liturgia pueda convertirse
para todos nosotros en una verdadera escuela de oración.
Vida Cristiana
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