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Domingo 6º del Tiempo Ordinario, Ciclo B (2015). Un encuentro con Cristo. Jesús cura a un
leproso. La lepra es un símbolo del pecado que también cura el Señor. El lugar privilegiado para el
encuentro con Jesucristo son los propios pecados. La actitud ejemplar del leproso. Reconoce claramente y
con sencillez su mal y pide con fe su curación. Con su sinceridad se pone delante del Señor, e
hincándose de rodillas, reconoce su enfermedad y pide que le cure. Dios concede su perdón con el signo
de la absolución sacramental. Si un cristiano no es capaz de sentirse pecador y salvado por la sangre de
Cristo, es un cristiano a medio camino, es un cristiano tibio, no ha encontrado nunca a Jesucristo o se ha
olvidado del encuentro con Jesucristo.
Cfr. Domingo 6º Tiempo Ordinario Ciclo B 15 febrero 2015 Marcos 1, 40-45
Marcos 1, 40-45: 40 En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: - «Si quieres, puedes
limpiarme.» 41 Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero, queda limpio.» 42 La lepra
se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. 43 Enseguida le conminó y le despidió. 44 Le dijo: «No se lo digas a
nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y ofrece por tu curación lo que mandó Moisés, para que les sirva de
testimonio». 45 Sin embargo, en cuanto se fue, empezó a proclamar ya a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no
podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Levítico 13, 1-2. 44-46: 1 Yahveh habló a Moisés y a Aarón, diciendo: 2 Cuando uno tenga en la piel de su carne
tumor, erupción o mancha blancuzca brillante, y se forme en la piel de su carne como una llaga de lepra, será llevado al
sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes. 44 Se trata de un leproso: es impuro. El sacerdote le declarará
impuro; tiene lepra en la cabeza. 45 El afectado por la lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y
gritando: "Impuro, impuro!" 46 Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del
campamento.»
Salmo 32/31, 1-2; 5; 11: 1 De David. Poema. ¡Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado!
2 Dichoso el hombre a quien Yahveh no le cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude. 5 Mi pecado te reconocí, y
no oculté mi culpa; dije: "Me confesaré a Yahveh de mis rebeldías." Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado.
11 ¡Alegraos en Yahveh, oh justos, exultad, gritad de gozo, todos los de recto corazón!
Si quieres puedes limpiarme
(Marcos 1, 40)
El lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo
son los propios pecados.
(Papa Francisco)
El cristiano tibio: es un cristiano a medio camino,
que no es capaz de sentirse pecador y salvado por Cristo, que no ha encontrado nunca a Jesucristo,
o se ha olvidado de ese encuentro.
(Papa Francisco)
1. La lepra del pecado
Una enfermedad grave bajo diversos puntos de vista
Francisco Fernández Carvajal, Meditaciones para cada día del año, Ediciones Palabra,
Tomo III, Sexto Domingo, Ciclo B
• La curación de un leproso que narra el Evangelio de la Misa 1
debió de conmover mucho a las gentes y
fue objeto frecuente de predicación en la catequesis de los Apóstoles. Así nos lo hace ver el hecho de ser
recogido con tanto detalle por tres Evangelistas. De ellos, San Lucas precisa que el milagro se realizó en una
ciudad, y que la enfermedad se encontraba ya muy avanzada: estaba todo cubierto de lepra2
, nos dice.
La lepra era considerada entonces como una enfermedad incurable. Los miembros del leproso eran
invadidos poco a poco, y se producían deformaciones en la cara, en las manos, en los pies, acompañadas de
grandes padecimientos. Por temor al contagio, se les apartaba de las ciudades y de los caminos. Como se lee
en la Primera lectura de la Misa3
, se les declaraba por este motivo legalmente impuros, se les obligaba a
llevar la cabeza descubierta y los vestidos desgarrados, y habían de darse a conocer desde lejos cuando
pasaban por las cercanías de un lugar habitado. Las gentes huían de ellos, incluso los familiares; y en muchos
casos se interpretaba su enfermedad como un castigo de Dios por sus pecados. Por estas circunstancias,
1
Marcos 1, 40-45
2
Lucas 5, 12
3
Levítico 13, 1-2; 44-46
2
extraña ver a este leproso en una ciudad. Quizá ha oído hablar de Jesús y lleva tiempo buscando la ocasión
para acercarse a Él. Ahora, por fin, le ha encontrado y, con tal de hablarle, incumple las tajantes
prescripciones de la antigua ley mosaica. Cristo es su esperanza, su única esperanza.
Enfermedad repugnante cuya desaparición era un signo de la llegada del
Mesías
• En la antigüedad, no sólo era considerada una enfermedad repugnante, sino que se consideraba como un
castigo de Dios (Cf. Números 12, 10-15; Levítico 13 ss). Además, el enfermo era declarado impuro por la
Ley, y debía vivir aislado, para no transmitir la impureza a las personas y a las cosas que tocaba (Número
5,12; 12,14ss).
• La desaparición de esta enfermedad era considerada como una de las bendiciones o signos de la llegada
del Mesías. Véase, por ejemplo, la respuesta que da el mismo Señor a los discípulos de Juan el Bautista,
cuando se acercan a él para preguntarle, de parte del Bautista: «¿Eres tú el que va a venir, o esperamos a
otro?» “Y Jesús le respondió: «Id y anunciadle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los
cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan» (Mateo 11, 3-5).
La lepra es un símbolo del pecado que también cura el Señor.
• Por otra parte, la tradición cristiana ha considerado la lepra como un símbolo de la enfermedad del
pecado. Y, por tanto, la liberación de la lepra como un símbolo de la liberación de la lepra del pecado. El
mismo Señor declara expresamente que él cura del mal físico o de la muerte para que sepamos que puede
curarnos de ese otro mal más radical y profundo que es el pecado: “Para que sepáis que el Hijo del Hombre
tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados - se dirigió entonces al paralítico - , levántate, toma tu
camilla y vete a tu casa. Y él se levantó y se fue a su casa”. (Marcos 2, 1ss).
o Jesús sana de la enfermedad física, pero al mismo tiempo libera del pecado.
Francisco Fernández Carvajal, ibid.
• “Los Santos Padres vieron en la lepra la imagen del pecado 4
por su fealdad y repugnancia, por la
separación de los demás que ocasiona... (…)
«Al sanar, al curar de la lepra, el Señor realiza grandes signos. Estos signos servían para manifestar la
potencia de Dios ante las enfermedades del alma: ante el pecado. La misma reflexión se desarrolla en
el Salmo responsorial, que proclama precisamente la bienaventuranza del perdón de los pecados: Dichoso el
que ha sido absuelto de su culpa... (Sal 31, 1). Jesús sana de la enfermedad física, pero al mismo tiempo
libera del pecado. Se revela de esta forma como el Mesías anunciado por los Profetas, que tomó sobre Sí
nuestras enfermedades y asumió nuestros pecados (cfr. Is 53, 3-12) para liberarnos de toda enfermedad
espiritual y material (...). Así, pues, un tema central de la liturgia de hoy es la purificación del pecado, que es
como la lepra del alma»”5
.
o El lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo son los propios
pecados.
Papa Francisco, Homilía en la Misa en Santa Marta, 4 de septiembre de 2014
1 Corintios 3, 18-23; Sal 23; Lucas 5, 1-11
Si un cristiano no es capaz de sentirse pecador y salvado por la sangre
de Cristo —y éste crucificado—, es un cristiano a medio camino, es un
cristiano tibio.
El apóstol Pablo no se gloría de sus estudios —había estudiado con los profesores más importantes
de su tiempo—, sino sólo de dos cosas. Él mismo lo dice: solo me glorío de mis pecados (cfr. 1Cor 12,7-9).
Y eso escandaliza. Y luego, en otro texto, dice: solo me gloriaré en Cristo, y éste crucificado (cfr. Gal 6,14).
La fuerza de la Palabra de Dios está en el encuentro entre mis pecados y la sangre de Cristo, que me salva. Y
si no se produce ese encuentro, no hay fuerza en el corazón. Cuando se olvida ese encuentro que hemos
experimentado en nuestra vida, nos volvemos mundanos, queremos hablar de las cosas de Dios con lenguaje
humano, pero no sirve: no da vida.
También Pedro —en el evangelio de la pesca milagrosa— experimenta el encuentro con Cristo
viendo sus pecados: ve la fuerza de Jesús y se ve a sí mismo. Se echa a sus pies, diciendo: Aléjate de mí,
Señor, porque soy un pecador (Lc 5,8). En ese encuentro entre Cristo y mis pecados está la salvación. Así
4
Cfr. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 25, 2.
5
Juan Pablo II, Homilía, 17-II-1985
3
pues, el lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo son los propios pecados. Si un cristiano no es
capaz de sentirse pecador y salvado por la sangre de Cristo —y éste crucificado—, es un cristiano a medio
camino, es un cristiano tibio. Y cuando vemos Iglesias decadentes, parroquias decadentes, instituciones
decadentes, lo más seguro es que los cristianos que estén allí no hayan encontrado nunca a Jesucristo o se
han olvidado del encuentro con Jesucristo. La fuerza de la vida cristiana y la fuerza de la Palabra de Dios
está justo en ese momento donde yo, pecador, encuentro a Jesucristo, y ese encuentro transforma mi vida, me
cambia la vida. Y te da la fuerza para anunciar la salvación a los demás.
• Francisco Fernández Carvajal, o.c.: “Hoy debemos recordar que las mismas flaquezas y debilidades
pueden ser la ocasión para acercarnos más a Cristo, como le ocurrió a ese leproso. Desde aquel momento
sería ya un discípulo incondicional de su Señor. ¿Nos acercamos nosotros con estas disposiciones de fe y de
confianza a la Confesión? ¿Deseamos vivamente la limpieza dl alma? ¿Cuidamos con esmero la frecuencia
con que hayamos previsto recibir este sacramento?”
2. La actitud ejemplar del leproso
o Reconoce claramente y con sencillez su mal y pide con fe su curación.
• La tradición cristiana ha resaltado la actitud ejemplar del leproso que reconoce claramente y con
sencillez su mal y pide con fe su curación - «rogándole de rodillas le decía: Si quieres puedes curarme» -,
para reflexionar sobre el hecho de que los hombres encontramos el perdón divino cuando recurrimos al
Señor, confesando nuestros pecados. Se ha escrito mucho sobre las cualidades de ese reconocimiento de los
propios pecados: claro, sencillo, confiado, etc. etc.
Confesarse es “el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de la
paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia
que perdona” (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 31)
o La escena debió de ser extraordinaria
Francisco Fernández Carvajal, o.c.
• “La escena debió de ser extraordinaria. Se postró el leproso ante Jesús, y le dijo: Señor, si quieres puedes
limpiarme. Si quieres... Quizá se había preparado un discurso más largo, con más explicaciones..., pero al
final todo quedó reducido a esta jaculatoria llena de sencillez, de confianza, de delicadeza: Si vis, potes me
mundare, si quieres, puedes... En estas pocas palabras se resume una oración poderosa. Jesús se compadeció;
y los tres Evangelistas que relatan el suceso nos han dejado el gesto sorprendente del Señor: extendió la
mano y le tocó. Hasta ahora todos los hombres habían huido de él con miedo y repugnancia, y Cristo, que
podía haberle curado a distancia –como en otras ocasiones–, no solo no se separa de él, sino que llegó a tocar
su lepra. No es difícil imaginar la ternura de Cristo y la gratitud del enfermo cuando vio el gesto del Señor y
oyó sus palabras: Quiero, queda limpio.
El Señor siempre desea sanarnos de nuestras flaquezas y de nuestros pecados. Y no tenemos
necesidad de esperar meses ni días para que pase cerca de nuestra ciudad, o junto a nuestro pueblo... Al
mismo Jesús de Nazaret que curó a este leproso le encontramos todos los días en el Sagrario más cercano, en
la intimidad del alma en gracia, en el sacramento de la Penitencia. “Es Médico y cura nuestro egoísmo, si
dejamos que su gracia penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha advertido que la peor enfermedad es la
hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los propios pecados. Con el Médico es imprescindible una
sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8, 2),
Señor, si quieres –y Tú quieres siempre–, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas,
padezco estas otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus” 6
; todas las
miserias de nuestra vida”.
o Con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de
rodillas, reconoce su enfermedad y pide que le cure 7
.
Francisco Fernández Carvajal, o.c.
• “Hemos de aprender de este leproso: con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de
rodillas 8
reconoce su enfermedad y pide que le cure.
6
Es Cristo que pasa, 93
7
Sobre la confesión de los pecados, cfr.Julio Atienza-Pedro Jesús Lasanta, La alegría del perdón, Edibesa 1998, pp.
157-173
8
Marcos 1, 40
4
Le dijo el Señor al leproso: Quiero, queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó
limpio. Nos imaginamos la inmensa alegría del que hasta ese momento era leproso. Tanto fue su gozo que, a
pesar de la advertencia del Señor, comenzó a proclamar y divulgar por todas partes la noticia del bien
inmenso que había recibido. No se pudo contener con tanta dicha para él solo, y siente la necesidad de hacer
partícipes a todos de su buena suerte.
Esta ha de ser nuestra actitud ante la Confesión. Pues en ella también quedamos libres de nuestras
enfermedades, por grandes que pudieran ser. Y no solo se limpia el pecado; el alma adquiere una gracia
nueva, una juventud nueva, una renovación de la vida de Cristo en nosotros. Quedamos unidos al Señor de
una manera particular y distinta. Y de ese ser nuevo y de esa alegría nueva que encontramos en cada
Confesión hemos de hacer partícipes a quienes más apreciamos, y a todos”.
3. La absolución en el sacramento de la penitencia es un encuentro con la
misericordia de Dios.
o En el momento de la absolución sacramental, el pecador contrito y convertido
entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios.
• Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 31: “La fórmula sacramental: “Yo te absuelvo...”, y la
imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiestan que en aquel momento el
pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios. Es el momento en el
que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la
inocencia, y la fuerza salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es comunicada al mismo
penitente como «misericordia más fuerte que la culpa y la ofensa», según la definición de la Encíclica
«Dives in misericordia»”.
o Dios concede su perdón con el signo de la absolución.
• Rito de la Penitencia, n.6: Al pecador, que en la Confesión sacramental manifiesta al ministro de
la Iglesia su conversión, Dios concede su perdón con el signo de la absolución; de este modo, el sacramento de la
Penitencia es completo en todas sus partes. Dios quiere servirse de signos sensibles para conferirnos la salvación,
y renovar la alianza rota: todo entra en el conjunto de la economía divina que ha llevado a la manifestación
visible de la bondad de Dios, nuestro Salvador y de su amor por nosotros (cf. Tito, 3, 4-5).
o La absolución sacerdotal es también un juicio en el que Dios, Padre
misericordioso, se vuelve benévolo al pecador por la muerte y resurrección
de Jesucristo.
• Conferencia Episcopal Alemana: Catecismo católico de adultos: La absolución sacerdotal en el
sacramento de la penitencia no es solamente el anuncio del Evangelio en relación al perdón de los pecados, una
declaración de que Dios ha perdonado los pecados; ella es, en cuanto reasunción en la plena comunión eclesial
(como dice la doctrina cristiana) un verdadero acto judicial que corresponde únicamente a aquel que en nombre
de Jesucristo puede actuar por la entera comunidad eclesial (cf. DS, 1685, 1709-10). El sacramento de la
penitencia, como juicio, es ciertamente un juicio de gracia, en el que Dios, Padre misericordioso, se dirige
benévolamente al pecador en virtud de la muerte y resurrección de Jesucristo, en el Espíritu Santo. El confesor
asume, por esto, de igual modo, el lugar de un juez y de un médico. Debe actuar como un padre y como un
hermano. Representa a Jesucristo, que ha derramado en la cruz su sangre por el pecador. Por esto, debe anunciar
y explicar al penitente el mensaje de la remisión de los pecados, ayudarlo con su consejo para una nueva vida,
orar por él, hacer penitencia en lugar suyo, y darle por la absolución, en nombre de Jesucristo, la remisión de sus
pecados.
o ¡Dios perdona siempre!
• Camino, 309: ¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! —Porque en los juicios
humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona.
¡Bendito sea el santo Sacramento de la Penitencia!
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VidaCristiana
lunes, 26 de junio de 2017
Domingo 6º del Tiempo Ordinario, Ciclo B (2015). Un encuentro con Cristo. Jesús cura a un leproso. La lepra es un símbolo del pecado que también cura el Señor. El lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo son los propios pecados. La actitud ejemplar del leproso. Reconoce claramente y con sencillez su mal y pide con fe su curación. Con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de rodillas, reconoce su enfermedad y pide que le cure. Dios concede su perdón con el signo de la absolución sacramental. Si un cristiano no es capaz de sentirse pecador y salvado por la sangre de Cristo, es un cristiano a medio camino, es un cristiano tibio, no ha encontrado nunca a Jesucristo o se ha olvidado del encuentro con Jesucristo.
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