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V Domingo del Tiempo Ordinario (2015). Homilía de Papa Francisco, 8 de febrero. Jesús me
habla y me cura. ¿Dejo que Jesús me predique, o lo sé todo? El nos habla en la lectura del Evangelio.
Llevar siempre un Evangelio encima, pequeñito, o tenerlo a mano. Cinco minutos, diez... Cuando estoy
de viaje, o cuando tengo que esperar…, cojo el Evangelio del bolsillo o del bolso y leo algo; o en casa. Y
Jesús me habla, Jesús me predica ahí. Es la Palabra de Jesús. Tenemos que acostumbrarnos a esto: oír la
Palabra de Jesús, escuchar la Palabra de Jesús en el Evangelio. Leer un pasaje, pensar un poco qué dice,
qué me dice a mí. Y Jesús curaba: dejaos curar por Jesús. Todos tenemos heridas, todos: heridas
espirituales, pecados, enemistades, celos; quizá no saludamos a alguien. Cada uno sabe dónde tiene la
herida. Cada uno la tiene; y no solo tiene una: dos, tres, cuatro…, veinte. ¡Cada uno lo sabe! Que Jesús
cure esas heridas. ¡Cada uno lo sabe! Que Jesús cure esas heridas. Y para eso tengo que abrir el corazón,
para que Él venga. ¿Y cómo abro el corazón? Rezando. Deja que Jesús te predique y deja que te cure.
Cfr. Papa Francisco, Homilía en la parroquia romana de «San Michele
Arcangelo a Pietralata».
V Domingo del Tiempo Ordinario, 8 de febrero de 2015.
Job 7, 1-4.6-7; Salmo 146; 1 Corintios 9, 16-19.22-23; Marcos 1, 29-39.
Démonos hablar y curar por Jesús
Así era la vida de Jesús: Iba por toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios
(Mc 1,39). Jesús que predica y Jesús que cura. Todo el día era así: predica al pueblo, enseña la Ley, enseña el
Evangelio. Y la gente lo busca para escucharlo y también para que cure a los enfermos. Llegada la noche,
tras la puesta del sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. …Curó a muchos que padecía varias
enfermedades. Expulsó a muchos demonios (Mc 1,32.34). Ahora somos nosotros los que estamos delante de
Jesús en esta celebración: Jesús es quien la preside. Los sacerdotes estamos aquí en nombre de Jesús, pero es
Él quien preside, Él es el verdadero Sacerdote que ofrece el sacrificio al Padre.
Jesús nos habla en la lectura del Evangelio
Podemos preguntarnos si dejamos que Jesús me predique: ¿Dejo que Jesús me predique, o lo sé todo?
¿Escucho a Jesús o prefiero escuchar cualquier otra cosa, quizá el chismorreo de la gente, o historias…?
Escuchar a Jesús. Escuchar la predicación de Jesús. ¿Y cómo lo hago? ¿En qué canal de la tele habla Jesús?
¡Te habla en el Evangelio! Es una costumbre que todavía no tenemos: ir a buscar la palabra de Jesús en el
Evangelio. Llevar siempre un Evangelio encima, pequeñito, o tenerlo a mano. Cinco minutos, diez... Cuando
estoy de viaje, o cuando tengo que esperar…, cojo el Evangelio del bolsillo o del bolso y leo algo; o en casa.
Y Jesús me habla, Jesús me predica ahí. Es la Palabra de Jesús. Tenemos que acostumbrarnos a esto: oír la
Palabra de Jesús, escuchar la Palabra de Jesús en el Evangelio. Leer un pasaje, pensar un poco qué dice, qué
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me dice a mí. Si no siento que me habla ahí, paso a otro. Tener ese contacto diario con el Evangelio, rezar
con el Evangelio; porque así me predica Jesús, me dice con el Evangelio lo que quiere decirme. Conozco
gente que siempre lo lleva y, cuando tiene un poco de tiempo, lo abre, y siempre encuentra la palabra justa
para el momento que está viviendo. Esto es lo primero que quería deciros: dejad que el Señor os predique;
escuchar al Señor.
Jesús nos cura
Y Jesús curaba: dejaos curar por Jesús. Todos tenemos heridas, todos: heridas espirituales, pecados,
enemistades, celos; quizá no saludamos a alguien: Como me hizo esto, ya no lo saludo. ¡Pues eso hay que
curarlo! ¿Cómo? Reza y pide a Jesús que lo cure. Es triste cuando en una familia los hermanos no se hablan
por una estupidez; porque el diablo coge una tontería y hace un mundo. Y esas enemistades van adelante,
muchas veces durante años, y se destruye aquella familia. Los padres sufren porque los hijos no se hablan, o
la mujer de un hijo no le habla al otro, y así los celos, las envidias… Eso lo siembra el diablo. Y el único que
expulsa a los demonios es Jesús. El único que cura estas cosas es Jesús. Por eso, os digo a cada uno: dejaos
curar por Jesús. Cada uno sabe dónde tiene la herida. Cada uno la tiene; y no solo tiene una: dos, tres,
cuatro…, veinte. ¡Cada uno lo sabe! Que Jesús cure esas heridas. Y para eso tengo que abrir el corazón, para
que Él venga. ¿Y cómo abro el corazón? Rezando. Señor, non pueda con esa gente, la odio, me han hecho
esto, esto y esto… Cúrame esa llaga, Señor. Si pedimos a Jesús esta gracia, lo hará. Dejaos curar por Jesús.
Deja que Jesús te cure.
Deja que Jesús te predique y deja que te cure. Así también yo podré predicar a los demás, enseñar las
palabras de Jesús, porque dejo que Él me predique; y puedo también curar tantas heridas que hay. Pero
primero tengo que hacerlo yo: dejar que Él me predique y que Él me cure.
Cuando va el obispo a hacer una visita a las parroquias, se hacen tantas cosas, y se puede hacer también un
buen propósito, pequeñito: el propósito de leer cada día un trozo del Evangelio, un pequeño pasaje, para
dejar que Jesús me predique. Y el otro propósito: rezar para que yo me deje curar las llagas que tengo. ¿De
acuerdo? ¿Firmamos? ¿De acuerdo? Hagámoslo, porque nos hará bien a todos. Gracias.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
lunes, 26 de junio de 2017
V Domingo del Tiempo Ordinario (2015). Homilía de Papa Francisco, 8 de febrero. Jesús me habla y me cura. ¿Dejo que Jesús me predique, o lo sé todo? El nos habla en la lectura del Evangelio. Llevar siempre un Evangelio encima, pequeñito, o tenerlo a mano. Cinco minutos, diez... Cuando estoy de viaje, o cuando tengo que esperar…, cojo el Evangelio del bolsillo o del bolso y leo algo; o en casa. Y Jesús me habla, Jesús me predica ahí. Es la Palabra de Jesús. Tenemos que acostumbrarnos a esto: oír la Palabra de Jesús, escuchar la Palabra de Jesús en el Evangelio. Leer un pasaje, pensar un poco qué dice, qué me dice a mí. Y Jesús curaba: dejaos curar por Jesús. Todos tenemos heridas, todos: heridas espirituales, pecados, enemistades, celos; quizá no saludamos a alguien. Cada uno sabe dónde tiene la herida. Cada uno la tiene; y no solo tiene una: dos, tres, cuatro…, veinte. ¡Cada uno lo sabe! Que Jesús cure esas heridas. ¡Cada uno lo sabe! Que Jesús cure esas heridas. Y para eso tengo que abrir el corazón, para que Él venga. ¿Y cómo abro el corazón? Rezando. Deja que Jesús te predique y deja que te cure.
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