miércoles, 12 de julio de 2017

La Ascensión del Señor (2010), Ciclo C. El Señor encarga a sus discípulos ser sus testigos. El que Cristo esté sentado a la diestra de Dios, significa que Dios sometió a su poder todas las cosas, que le constituyó Cabeza su prema de la Iglesia. Encontrar la armonía entre el tiempo presente y la menta viva que debe haber en el horizonte, la armonía entre historia y eternidad. Estamos llamados a mirar desde la tierra al cielo, con el empeño de consolidar el reino de Dios en la tierra: haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común.

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1 La Ascensión del Señor (2010), Ciclo C. El Señor encarga a sus discípulos ser sus testigos. El que Cristo esté sentado a la diestra de Dios, significa que Dios sometió a su poder todas las cosas, que le constituyó Cabeza su prema de la Iglesia. Encontrar la armonía entre el tiempo presente y la menta viva que debe haber en el horizonte, la armonía entre historia y eternidad. Estamos llamados a mirar desde la tierra al cielo, con el empeño de consolidar el reino de Dios en la tierra: haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común. Cfr. Solemnidad de la Ascensión Ciclo C 16 de mayo 2010 Hechos de los Apóstoles 1, 1-11; Efesios 1, 17-23 o bien Hebreos 9, 24-28.10, 19-23; Lucas 24, 46-53 Cfr. Raniero Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Ciclo C Piemme 1999, pp. 155-160; Temi di Predicazione – omelie, Ciclo C 49 Nuova Serie, Editrice Domenicana Italiana, pp. 82-88; San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa; Conversaciones. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scrittture Anno C, Piemme 1999, pp. 138-143 Hechos de los Apóstoles 1, 1-11: En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: - «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.» Ellos lo rodearon preguntándole: - «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» 7 Jesús contestó: - «No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder, 8 sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra». 9 Y después de decir esto, mientras ellos lo observaban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos. 10 Estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba, cuando se presentaron ante ellos dos hombres con vestiduras blancas 11 que dijeron: - «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera a como le habéis visto subir al cielo» Efesios 1, 17-23: Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle . 18 Ilumine los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, 19 y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, 20 que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, 21 por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. 22 Bajo sus pies sometió todas la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, 23 que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todas las cosas. Conclusión del evangelio según san Lucas 24, 46-53: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas. Y sabed que yo os envío al que mi Padre ha prometido. Vosotros permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto. » Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. ALGUNAS CUESTIONES QUE PODEMOS CONSIDERAR EN ESTA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN A. El Señor nos dice que seremos sus testigos después de su marcha (Hechos 1,8; Lucas 24, 48), en el tiempo presente que nos toca vivir hasta su segunda venida de Cristo. 2 o 1. Después de la Ascensión, los Apóstoles – y con ellos todos los cristianos –tienen que continuar la misión de Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo. Los apóstoles todavía están aturdidos por cuanto ha sucedido delante de sus ojos. Con tristeza y nostalgia miran a Jesús que se aleja. Pero he aquí algunos ángeles se les aparecen y les dicen: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo?» Es verdad, ahora les toca a ellos ponerse a trabajar, hace falta remangarse, es necesario seguir desarrollando la misión de Jesús y anunciar su Evangelio a cada criatura, empezar a llevar a la práctica sus palabras y a vivir según sus enseñanzas. ¿Pero dónde se encontrará la "fuerza" para anunciar al mundo un mensaje tan comprometido como el de Jesús? Sólo con la "potencia" y con el "don" del Espíritu Santo que Cristo enviará a sus discípulos. o 2. Quién es el testigo Cfr. Cantalamessa o.c. pp. 154-155 a) en primer lugar los Apóstoles: proclaman la vida que se ha manifestado en ellos. El «vosotros» [cfr. Lc 24,48], indica en primer lugar a los apóstoles que han estado con Jesús. En efecto, después de Pentecostés, ellos no hacen otra cosa que dar testimonio de Cristo. Proclaman a todos: «A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos» (Hech 2,32). «La vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio»: así comienza la Primera carta de Juan. b) sus sucesores El testimonio que se puede llamar «oficial», es decir ligado al oficio, pasa a sus sucesores, los obispos y sacerdotes, que, en efecto, son definidos, en un texto del concilio Vaticano II, «testigos de Cristo y del evangelio» (Lumen gentium, 21). c) En sentido amplio, todos los bautizados y creyentes en Cristo Aquel «vosotros», en sentido más amplio, son todos los bautizados y creyentes en Cristo. «Cada laico debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús y signo del Dios vivo» (Lumen gentium, 38). o 3. ¿Qué debe hacer un testigo? pp. 156-157 Atestigua algo que ha visto, experimentado personalmente Testigo es quien «atestigua» (certifica), quien afirma algo. Pero no todos los que afirman algo son testigos. Lo es quien atestigua una cosa que ha visto, oído o experimentado personalmente; no quien refiere una cosa sabida de otros. En este último caso, sólo puede atestiguar que alguien ha dicho una cierta cosa, pero no que esa cosa es verdadera. Corre un riesgo En general, a la idea de testimonio está unida la de riesgo. Siempre habrá alguien a quien no gusta la verdad, y que hará todo lo posible para descalificar, o, incluso, eliminar el testigo incómodo. La palabra «mártir» ha adquirido un significado autónomo y indica a alguien que da la vida por una causa, pero, originariamente, significaba «testigo». La diferencia entre testigos y maestros Si el papel de los testigos es vital en la sociedad civil, no es menos vital en el ámbito de la Iglesia. Se ha hecho célebre la afirmación de Pablo VI: «El mundo tiene necesidad de testigos más que de maestros». (...) En efecto, en el mundo pululan los maestros, verdaderos o falsos, pero escasean los testigos. Entre los dos papeles hay la misma diferencia que existe , según el proverbio, entre el decir y el hacer. «Los hechos, dice un proverbio inglés, hablan más fuertemente que las palabras» (Deeds speak louder than words). El testigo y la vida Testigo es quien habla con la vida. En este sentido, el modelo de todo testimonio es Cristo mismo que, ante Pilatos, se definió como el «testigo de la verdad» (literalmente: el mártir de la verdad), y a quien la Escritura llama el «testigo fiel». El, en efecto, ha vivido hasta la última coma lo que enseñó, y ha dado la vida para dar testimonio de la verdad. (...) Existe el llamado «martirio cotidiano», es decir el testimonio cotidiano, que a veces no es menos exigente que el martirio de sangre. (p. 158). 3 o 4. La fuerza del Espíritu es quien nos hace testigos Jesús no nos deja solos. «Tendréis la fuerza del Espíritu Santo». Nos ha concedido anticipadamente un «abogado» invencible que estará a nuestro lado. «Cuando venga el Paráclito ... Él dará testimonio de mí. También vosotros daréis testimonio». (Juan 15, 26-27; cfr. Hechos 5,32). p. 159 o 5. El Espíritu da la alegría del testimonio: testimoniar no es sólo un peso y un deber, sino necesidad del corazón Un modo de manifestarse la «fuerza» del Espíritu es darnos la alegría de testimoniar, por lo que testimoniar el evangelio a los demás no es ya solamente un peso y un deber, sino que se convierte en una necesidad del corazón. Se dice de los Apóstoles que, después que habían sido azotados, «salían gozosos de la presencia del Sanedrín , porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del nombre de Jesús» (Hechos 5,41)» p. 160 B. Sentándole a su diestra en los cielos. Bajo sus pies sometió todas la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia. (Efesios 1, 20.22). o Y está sentado a la derecha de Dios (Cf. Juan Pablo II, 12/04/89) Sentarse a la derecha de Dios significa participar en su poder real y en su dignidad divina: todo lo sometió bajo sus pies, y a él lo constituyó cabeza de todas las cosas ... “También esta última consideración confirma el significado del misterio que es la ascensión de Jesucristo al cielo. El Hijo que 'salió del Padre y vino al mundo, ahora deja el mundo y va al Padre' (Cfr. Juan 16, 28). En ese 'retorno' al Padre halla su concreción la elevación 'a la derecha del Padre', verdad mesiánica ya anunciada en el Antiguo Testamento. Por tanto, cuando el Evangelista Marcos nos dice que 'el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios' (Marcos 16, 19), sus palabras reevocan el 'oráculo del Señor' enunciado en el Salmo: 'Oráculo de Yahvéh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies' (109-110, 1).'Sentarse a la derecha de Dios' significa participar en su poder real y en su dignidad divina. Jesús lo había predicho Lo había predicho Jesús: 'Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo', leemos en el Evangelio de Marcos (Marcos 14, 62). Lucas a su vez, escribe (Lucas 22, 69): 'El Hijo de Dios estará sentado a la diestra del poder de Dios'. Del mismo modo el primer mártir de Jerusalén, el diácono Esteban, verá a Cristo en el momento de su muerte: 'Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios' (Hechos 7, 56). El concepto, pues, se había enraizado y difundido en las primeras comunidades cristianas, como expresión de la realeza que Jesús había conseguido con la ascensión al cielo. Lo escriben San Pablo y San Pedro También el Apóstol Pablo, escribiendo a los Romanos, expresa la misma verdad sobre Jesucristo, 'el que murió; más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios y que intercede por nosotros' (Romanos 8, 34). En la Carta a los Colosenses escribe: 'Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios' (Colosenses 3, 1; cfr. Efesios l, 20). En la Carta a los Hebreos leemos (Heb 1 3; 8, 1): 'Tenemos un Sumo Sacerdote tal que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos'. Y de nuevo (Hebreos 10, 12 y Hebreos 12, 2): ' soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios'. A su vez, Pedro proclama que Cristo 'habiendo ido al cielo está a la diestra de Dios y le están sometidos los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades' (1 Ped 3, 22). El mismo Apóstol Pedro, tomando la palabra en el primer discurso después de Pentecostés, dirá de Cristo que 'exaltado por la diestra Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís' (Hech 2 33; cfr. también Hech 5, 31). Aquí se inserta en la verdad de la ascensión y de la realeza de Cristo un elemento nuevo, referido al Espíritu Santo.” C. NOS PREPARÓ EL CAMINO DEL CIELO. ¿QUÉ ES EL CIELO PARA NOSOTROS? 4 o No significa un lugar, sino una manera de ser: es la comunión plena y definitiva con Dios, es estar con Cristo • El cielo no significa un lugar sino una manera de ser. El cielo es la comunión plena y definitiva con Dios, destinada a los que creerán en el Señor. Vivir en el cielo es estar con Cristo. Es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él. Como veremos en los números del Catecismo que se citan a continuación, cuando decimos con la Biblia «Padre nuestros que estás en el cielo» o decimos de alguien que «ha ido al cielo», nos estamos adaptando al lenguaje popular. Pero la Biblia enseña que Dios “está en el cielo, en la tierra y en todo lugar», que es Él quien “ha creado los cielos”, y, si los ha creado, no puede ser encerrado en ellos; que Dios está en los cielos significa más bien que habita «en una luz inaccesible», como dice San Pablo en su primera Carta a Timoteo y recoge el Catecismo 1 : “Dios, que «habita una luz inaccesible» (1 Tm 6, 16), quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (Cf Ef l, 4-5). (...) ”. Que está en el cielo significa que es infinitamente diverso de nosotros; en definitiva el cielo es, en sentido religioso, más un estado que un lugar. Dios está fuera del espacio y del tiempo, y también su paraíso. o En el Catecismo de la Iglesia Católica: el cielo es el corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo • CEC 2794: «QUE ESTAS EN EL CIELO» - Esta expresión bíblica no significa un lugar [«el espacio»] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está «fuera», sino «más allá de todo» lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito: Con razón, estas palabras "Padre nuestro que estás en el cielo" hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquel a quien invoca (S. Agustín, serm. Dom. 2, 5, 17). El «cielo» bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea (S. Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11). • CEC 2802: «Que estás en el cielo» no designa un lugar, sino la majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos. • CEC 1024: Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama «el cielo». El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. Vivir para siempre con Cristo • CEC 1023: EL CIELO - Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven «tal cual es» (1 Jn 3, 2), cara a cara (Cf 1 Co 13, 12; Ap 22, 4): • CEC 1025: Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (Cf Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4, 17). Los elegidos viven «en El», aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (Cf Ap 2, 17): Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (S. Ambrosio, Luc. 10, 121). • CEC 1026: Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha «abierto» el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a El. o San Josemaría, homilía Amar el mundo apasionadamente, en Conversaciones n. 116 • “Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria...” 1 Cf. CCE n. 52 5 o Ya en el Antiguo Testamento … • Ya en el AT con la expresión “subió al cielo” se indicaba el ingreso del justo en la comunión plena de Dios después de la muerte; es la representación del destino de la eternidad bienaventurada que espera al hombre fiel en esta tierra; así lo explica el salmo 16, 10-11: “10 pues tú no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo fiel baje a la tumba. 11 Me enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha”. o Cuatro afirmaciones del Señor y una de San Juan Quien cree tiene ya la vida eterna, como primicia o germen, que llega a la plenitud en la comunión plena y definitiva con Dios de los que se salvan. 1. Jn 3, 16: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Cf. CCE 458). “La inicitativa procede de Dios (Jn 3,16), se realiza por medio del Hijo, que ha venido de su parte y que vuelve a él a través de la cruz-exaltación (Jn 3,14). El hombre se apropia de ella o la rechaza mediante la feincredulidad”. (La Casa de la Biblia, Nuevo Testamento, Nota a Jn 3, 1-21). [Cf. más abajo, Juicio] 2. Jn 3,36. El que CREE en el Hijo tiene vida eterna; el que rehusa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.» “Lo importante para el hombre es aceptarlo en la fe. Hacerlo así significa entrar en unas relaciones con Dios, que llevará a la plena participación en su vida. No hacerlo así equivale a despreciar la oferta divina, autoexcluirse de la vida, auto-juzgarse como indigno de la misma (Jn 3,18). Es la decisión existencial la única respuesta que Dios exige al hombre” (La Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 6ª ed. 1995, nota a Juan 3, 31- 36) 3. Jn 5,24. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y CREE en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que de la muerte pasa a la vida. “Debe esperarse para el futuro la consumación o confirmación final de lo que ya es presente. No sabemos, sin embargo, qué aportará esta consumación final. Dentro de la escatología del cuarto evangelio, nada esencial; la plenitud de lo que ya poseemos”. (La Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 6ª ed. 1995, nota a Juan 5, 19-296) 4. Jn 6,47. En verdad, en verdad os digo: el que CREE, tiene vida eterna. 5. 1 Jn 4,9 «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (Cf CCE 458). D. «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? (Hechos 1, 11) Gianfranco Ravasi, pp. 139-140 La Ascensión: el entrelazamiento entre el presente y el futuro, entre existencia y esperanza. • El tiempo de la Iglesia no es una espera engañosa de alguien ausente o la evasión alienante hacia un cielo de sueño, sino que es, en cambio, la vuelta a la Jerusalén terrena para recorrer enteramente los caminos de la propia misión. Sólo así se abre al discípulo la puerta de la Jerusalén celestial. Por tanto, la Ascensión en vez de ser una fiesta para soñadores o personas con mentalidad apocalíptica, de hombres excitados por el íncubo de la imagen del fin del mundo, es, en realidad, la imagen visible y simbólica de un entrelazamiento entre presente y futuro, entre existencia y esperanzza. Ciertamente, como escribe Pablo a los Efesios, Dios nos abre los ojos de la mente para hacernos intuir «la maravillosa esperanza a la que nos ha llamado» (1,8). Pero, como nos sugieren los Hechos de los Apóstoles (1, 4.8), no debemos alejarnos de nuestra ciudad, de la Jerusalén terrena, porque en ella y en todas las demás regiones de la tierra, deberemos ser los testimonios de Cristo y de su palabra. o Dos extremismos espirituales que hay que corregir a) Mirar al cielo de modo que nos aparta del peso de los compromisos. Por tanto, es en una correcta lectura de la Ascensión, signo de la última meta de Cristo y del cristiano, donde se corrigen ciertos extremismos espirituales opuestos. Por una parte, es fuerte la tentación de «mirar al cielo»- como arrebatados por una contemplación que aparta de la tierra, del rumor de lo cotidiano, del peso de los compromisos, como atestiguan también en nuestro tiempo los movimientos apocalípticos como el de los Testigos de Jehová o ciertas experiencias carismáticas exaltadas. 6 b) la tentación “secularista”. Que encierra todo el cristianismo en un “hacer” concreto que se inmerge en las cosas. c) Encontrar la armonía entre el tiempo presente y la meta viva que debe haber en el horizonte, entre historia y eternidad. Se trata, por tanto, de encontrar la armonía entre el camino presente y la meta que hay que tener viva en el horizonte, entres destino cotidiano e inmediato y destino último y perfecto. El Concilio Vaticano II, en Gaudium et spes, ha afirmado con claridad: «Y ciertamente se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo (Lucas 9, 25). Mas la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar la preocupación por perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la nueva humanidad que puede ya ofrecer una cierta prefiguración del mundo nuevo». Desde que Cristo se ha encarnado, la historia y la eternidad se han unido inseparablemente. Lo que nosotros profesamos en el Credo no es tanto la inmortalidad del alma como la «resurrección de la carne», es decir, el ingreso de todo el ser y de toda la creación en el misterio glorioso de Dios. Esta es la Ascensión plena y total, es éste el último sentido de la Pascua del Señor”. o En el tiempo que toca vivir a cada cristiano, ninguno puede estar pasivo. Cfr. Es Cristo que pasa, 121 • “Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos, porque el Señor nos declaró expresamente: negociad, mientras vengo (Lc XIX,13). Mientras esperamos el retorno del Señor, que volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de El los poderes sagrados. Vos autem estis corpus Christi (I Cor XII, 27), vosotros también sois cuerpos de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin”. o Estamos llamados a mirar desde la tierra al cielo, con el empeño de consolidar el reino de Dios en la tierra: haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común. Cfr. Benedicto XVI, Homilía en Cracovia, 28 de mayo de 2006. • Estamos llamados, permaneciendo en la tierra, a mirar fijamente al cielo, a orientar la atención, el pensamiento y el corazón hacia el misterio inefable de Dios. Estamos llamados a mirar hacia la realidad divina, a la que el hombre está orientado desde la creación. En ella se encierra el sentido definitivo de nuestra vida. (…) Mirad desde la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y consolidando su reino en la tierra: reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. También yo, Benedicto XVI, sucesor del Papa Juan Pablo II, os ruego que miréis desde la tierra al cielo, que fijéis vuestra mirada en Aquel a quien desde hace dos mil años siguen las generaciones que viven y se suceden en nuestra tierra, encontrando en él el sentido definitivo de la existencia. Fortalecidos por la fe en Dios, esforzaos con empeño por consolidar su reino en la tierra: el reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. Llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren .... haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común. Os ruego que testimoniéis con valentía el Evangelio ante el mundo de hoy, llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los desesperados, a quienes tienen sed de libertad, de verdad y de paz. Haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común, testimoniad que Dios es amor. (...) 

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