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La Ascensión del Señor (2011). El Cielo: no es un lugar geográfico, sino estar con Cristo. Ya
desde ahora: su presencia en el corazón de los justos. El cielo se encuentra ya ahora en el corazón
del hombre, cuando se vive santamente la vida ordinaria. La esencia del cielo es ser una sola cosa
con la voluntad de Dios, la unión entre voluntad y verdad. La tierra se convierte en «cielo» si y en
la medida en que en ella se cumple la voluntad de Dios.
Cfr. Ascensión del Señor 5/06/11 Ciclo A
Hechos 1, 1-11: 1 . El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio 2 .
hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había
elegido, fue llevado al cielo. 3 . A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de
que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. 4 . Mientras
estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre,
« que oísteis de mí: 5 Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de
pocos días ». 6 . Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer
el Reino de Israel?» 7. El les contestó: « A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el
Padre con su autoridad, 8 . sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. 9 . Y dicho esto, fue levantado en
presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos.
10 . Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se
les aparecieron dos hombres vestidos de blanco 11 que les dijeron: « Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este
que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.
Efesios 1, 17-23: 17 Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y
revelación para conocerle, 18 iluminando los ojos de vuestro corazón, para que sepáis cuál es la esperanza a la que
os llama, cuáles las riqueza de gloria que da en herencia a los santos, 19 y cuál es la suprema grandeza de su
poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa. 20 Él la ha puesto por obra
en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su derecha en los cielos, 21 por encima de todo
principado, potestad, virtud y dominación y de todo cuanto existe, no sólo en este mundo sino también en el
venidero. 22 Todo lo sometió bajo sus pies, y a él lo constituyó cabeza de todas las cosas a favor de la Iglesia, 23
que es su cuerpo, la plenitud quien llena todo en todas las cosas.
Mateo 28, 16-20: En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al
verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: -«Se me ha dado pleno poder en
el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo.»
Oración colecta: Llena, Señor, nuestro corazón de gratitud y de alegría por la gloriosa ascensión de tu Hijo, ya
que su triunfo es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de
llegar nosotros, que somos su cuerpo.
1. Las palabras "Padre nuestro que estás en el cielo" hay que entenderlas en relación al
corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo (San Agustín).
o Vivir en el cielo es estar con Cristo: estar incorporados a El.
• CEC 1023: EL CIELO - Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente
purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven «tal cual
es» (1 Jn 3, 2), cara a cara (Cf 1 Co 13, 12; Ap 22, 4).
CEC 1025: Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (Cf Juan 14, 3; Filipenses 1, 23; 1 Tesalonicenses 4,
17). Los elegidos viven «en El», aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su
propio nombre (Cf Ap 2, 17):
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Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el
reino (S. Ambrosio, Luc. 10, 121).
Cfr. CCE 2794: : «QUE ESTAS EN EL CIELO» - Esta expresión bíblica no significa un lugar [«el
espacio»] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está «fuera»,
sino «más allá de todo» lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres
veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito:
Con razón, estas palabras "Padre nuestro que estás en el cielo" hay que entenderlas en
relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que
ora desea ver que reside en él Aquel a quien invoca (S. Agustín, serm. Dom. 2, 5, 17).
El «cielo» bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y
en los que Dios habita y se pasea (S. Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11).
o Llamamos el cielo a vivir en comunión con la Trinidad
• CEC 1024: Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella,
con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama «el cielo». ö El cielo es el fin último
y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
o El cielo se encuentra ya ahora en el corazón del hombre
• CEC 2802: «Que estás en el cielo» no designa un lugar, sino la majestad de Dios y su presencia en el
corazón de los justos. (…)
• San José María, Amar el mundo apasionadamente, Conversaciones, 116: “En la línea del horizonte,
hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones,
cuando vivía santamente la vida ordinaria ...”
o La Identificación con Cristo en esta tierra
• CEC 793 (...) Todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él «hasta que Cristo esté
formado en ellos» (Ga 4, 19) (...)
• CEC 158: La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Efesios 1,18) para una inteligencia viva de
los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de
su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la
Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus
dones". Así, según el adagio de san Agustín, "creo para comprender y comprendo para creer mejor".
o El relato de la creación del hombre en el Génesis: su cercanía a Dios y
su amistad con Él.
• Cfr. Cándido Pozo, La venida del Señor en la gloria, Edicep 1993, p. 191: “Dios no sólo
creó al hombre, sino que ulteriormente lo puso en el Paraíso (Génesis 2,8). Tratándose de un tema
claramente metafórico, es necesario preguntarse qué contenido doctrinal subyace a sus elementos
descriptivos. Unas simples reflexiones nos harán inteligible lo que el tema del Paraíso
pretende expresar. Mientras que los griegos – y también nosotros, sus herederos, hombres de la
cultura occidental – tienden a colocar imaginativamente a Dios arriba (lo hacemos
espontáneamente, aunque sabemos que Dios está en todas partes), el semita, hombre del desierto,
coloca imaginativamente a Dios en un bosque sagrado, en un oasis con agua y árboles
(recuérdese la descripción del Paraíso bíblico como oasis Génesis 2, 9-14). Al situar a los
primeros hombres en el paraíso, se indica que fueron colocados en una cercanía con Dios, como
también que más tarde el pecado implicó la pérdida de esa cercanía. El tema de la proximidad a
Dios está subrayado con otros elementos descriptivos: el Paraíso como espacio en que Dios
“pasea” (Génesis 3,8) o la indicación de que Él tiene diálogo directo con los primeros hombres
(Génesis 2, 16-17). Con esta imagen la Sagrada Escritura quiere expresar que el primer hombre
fue constituido en cercanía y amistad con Dios”.
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o Esto es el cielo .... participación en la intimidad de Dios. Ya desde
ahora, en esta tierra.
• Es la acogida de la criatura en la vida de santidad de Dios. Cfr. CEC 260: El fin último de toda la
economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf.
Juan 17, 21-23). Pero ya desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad. «Si
alguno a me ama – dice el Señor – guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él» (Juan 14, 23)
2. La Ascensión del Señor no es un viaje en el espacio: significa que Jesús
pertenece totalmente a Dios y está cerca de cada uno de nosotros para siempre
Benedicto XVI, Homilía 7 mayo 2005, al tomar posesión de la Cátedra del Obispo de
Roma en la Basílica de San Juan de Letrán
La Ascensión significa que Jesús ya no pertenece al mundo de la
corrupción y de la muerte, que pertenece totalmente a Dios; significa
que está cerca de cada uno de nosotros para siempre.
• Entonces, ¿qué nos quiere decir la fiesta de la Ascensión del Señor? No nos quiere decir
que el Señor se ha ido a algún lugar alejado de los hombres y del mundo. La Ascensión de Cristo no es un
viaje en el espacio hacia los astros más remotos; pues en el fondo, también los astros están constituidos de
elementos físicos como la tierra. La Ascensión de Cristo significa que ya no pertenece al mundo de la
corrupción y de la muerte, que condiciona nuestra vida. Significa que pertenece completamente a Dios. Él,
el Hijo Eterno, ha llevado nuestro ser humano a la presencia de Dios, ha llevado consigo la carne y la
sangre de forma transfigurada. El hombre encuentra espacio en Dios, a través de Cristo; el ser humano ha
sido llevado hasta dentro de la vida misma de Dios. Y, dado que Dios abraza y sostiene a todo el cosmos,
la Ascensión del Señor significa que Cristo no se ha alejado de nosotros, sino que ahora, gracias al hecho
de estar con el Padre, está cerca de cada uno de nosotros, para siempre. Cada uno de nosotros puede
tutearle, cada uno puede dirigirse a Él. El Señor se encuentra siempre al alcance de nuestra voz.
Podemos alejarnos de Él interiormente. Podemos vivir dándole las espaldas. Pero Él nos espera siempre, y
siempre está cerca de nosotros.
El Señor se encuentra junto a nosotros con la fuerza del Espíritu
Santo. La misión del Espíritu consiste en introducirnos en la grandeza
del misterio de Cristo.
De las lecturas de la liturgia de hoy aprendemos también algo más sobre la manera concreta en la
que el Señor se encuentra junto a nosotros. El Señor promete a sus discípulos su Espíritu Santo. La
primera lectura nos dice que el Espíritu Santo será «fuerza» para los discípulos; el Evangelio añade que
será guía hacia la Verdad plena. Jesús les dijo todo a sus discípulos, pues él es la Palabra viviente de Dios,
y Dios no puede dar algo más que a sí mismo. En Jesús, Dios se nos dio totalmente a sí mismo, es decir,
nos dio todo. Además de esto, o junto a esto, no puede haber otra revelación capaz de comunicar algo más
o de completar, en cierto sentido, la Revelación de Cristo. En Él, en el Hijo, se nos dijo todo, se nos dio
todo. Pero nuestra capacidad de comprender es limitada; por este motivo la misión del Espíritu
consiste en introducir a la Iglesia de manera siempre nueva, de generación en generación, en la
grandeza del misterio de Cristo. La Iglesia no presenta nada diferente o nuevo junto a Cristo; no hay
ninguna revelación pneumática junto a la de Cristo, como algunos creen, no hay un segundo nivel de
Revelación. No: «recibirá de lo mío», dice Cristo en el Evangelio (Juan 16, 14). Y, al igual que Cristo,
sólo dice lo que escucha y recibe del Padre, el Espíritu Santo es intérprete de Cristo. «Recibirá de lo
mío». No nos lleva a otros lugares, alejados de Cristo, sino que nos hace penetrar cada vez más adentro de
la luz de Cristo. Por este motivo, la revelación cristiana es, al mismo tiempo, siempre antigua y siempre
nueva. Por este motivo, todo se nos ha dado siempre y ya. Al mismo tiempo, toda generación, en el
inagotable encuentro con el Señor, encuentro mediado por el Espíritu Santo, aprende siempre algo nuevo.
3. Hay una única vida, cuya plenitud está en la vida eterna, en el cielo. La vida en
la tierra no es lo definitivo.
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• Es Cristo que pasa, 126: “La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra
realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras
palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no tenemos aquí ciudad
permanente, sino que andamos en busca de la futura (Hebreos 13,14) ciudad inmutable.
Cuidemos, sin embargo, de no interpretar la Palabra de Dios en los límites de estrechos
horizontes. El Señor no nos impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando sólo la consolación en
el más allá. Dios nos quiere felices también aquí, pero anhelando el cumplimiento definitivo de esa otra
felicidad, que sólo El puede colmar enteramente.
En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras
almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una
incoación destinada a crecer día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una
unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones.
Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la
tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y
de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y
veremos cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de
corredención. Seamos almas contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; desde
el primer pensamiento del día al último de la noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo
Señor Nuestro, llegando a El por Nuestra Madre Santa María y, por El, al Padre y al Espíritu Santo.”
4. La esperanza en el cielo - en la tierra nueva – (Cfr. Efesios 1, 17-18, segunda
Lectura) no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta
tierra.
• Gaudium et spes, 39. Ignoramos tanto el tiempo en que la tierra y la humanidad se consumarán[71],
como la forma en que se transformará el universo. Pasa ciertamente la figura de este mundo, deformada
por el pecado[72]. Pero sabemos por la revelación que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra
donde habita la justicia[73], y cuya bienaventuranza saciará y superará todos los anhelos de paz que
ascienden en el corazón de los hombres[74]. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios serán
resucitados en Cristo, y lo que se sembró en debilidad y corrupción se revestirá de incorrupción[75]; y,
subsistiendo la caridad y sus obras[76], serán liberadas de la esclavitud de la vanidad todas aquellas
criaturas[77] que Dios creó precisamente para servir al hombre.
Y ciertamente se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí
mismo[78]. Mas la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar la preocupación
por perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la nueva humanidad que puede ya ofrecer una
cierta prefiguración del mundo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir con sumo cuidado entre el
progreso temporal y el crecimiento del Reino de Cristo, el primero, en cuanto contribuye a una sociedad
mejor ordenada, interesa en gran medida al Reino de Dios[79].
En efecto; los bienes todos de la dignidad humana, de la fraternidad y de la libertad, es decir, todos los
buenos frutos de la naturaleza y de nuestra actividad, luego de haberlos propagado -en el Espíritu de Dios
y conforme a su mandato- sobre la tierra, los volveremos a encontrar de nuevo, pero limpios de toda
mancha a la vez que iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre el reino eterno y
universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de
paz[80]. Aquí, en la tierra, existe ya el Reino, aunque entre misterios; mas, cuando venga el Señor, llegará
a su consumada perfección.
[71] Cf. Hch 1,7. [72] Cf. 1 Cor 7,31; S. Iren. Adv. haer. 5, 36 PG 7, 1222.
[73] Cf. 2 Cor 5,2; 2 Pe 3,13. [74] Cf. 1 Cor 2,9; Ap 21,4-5. [75] Cf. 1 Cor 15,42.53.
[76] Cf. 1 Cor 13,8; 3,14. [77] Cf. Rom 8,19-21. [78] Cf. Lc 9,25.
[79] Cf. Pío XI, e. QA l. c., 207. [80] Praefatio Festi Christi Regis.
5. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo
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Cfr. Jesús de Nazaret 1- J. Ratzinger-Benedicto XVI, Cap. 5, La oración del
Señor, pp. 71 ss.
o La esencia del cielo es ser una sola cosa con la voluntad de Dios.
La tierra se convierte en «cielo» si y en la medida en que en ella se
cumple la voluntad de Dios.
En las palabras de esta petición aparecen inmediatamente claras dos cosas: existe una
voluntad de Dios con nosotros y para nosotros que debe convertirse en el criterio de nuestro
querer y de nuestro ser. Y también: la característica del «cielo» es que allí se cumple
indefectiblemente la voluntad de Dios o, con otras palabras, que allí donde se cumple la voluntad
de Dios, está el cielo. La esencia del cielo es ser una sola cosa con la voluntad de Dios, la unión
entre voluntad y verdad. La tierra se convierte en «cielo» si y en la medida en que en ella se
cumple la voluntad de Dios, mientras que es solamente «tierra», polo opuesto del cielo, si y en la
medida en que se sustrae a la voluntad de Dios. Por eso pedimos que las cosas vayan en la tierra
como van en el cielo, que la tierra se convierta en «cielo».
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