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La Ascensión. “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hechos 1, 11). Mirad desde
la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y consolidando su reino en la tierra: reino del
bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia. Llevando la esperanza a los
pobres, a los que sufren .... haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común.
Cfr. Benedicto XVI, Homilía, Ascensión 28 de mayo de 2006, Cracovia.
La respuesta a esta pregunta encierra la verdad fundamental sobre la vida y el
destino del hombre.
Hoy, en la explanada de Blonia, en Cracovia, resuena nuevamente esta pregunta recogida en los Hechos de
los Apóstoles. Esta vez se dirige a todos nosotros: "¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?". La respuesta a esta pregunta
encierra la verdad fundamental sobre la vida y el destino del hombre.
o Esta pregunta se refiere a dos actitudes relacionadas con las dos
realidades en las que se inscribe la vida del hombre: la terrena y la
celeste
Esta pregunta se refiere a dos actitudes relacionadas con las dos realidades en las que se inscribe la vida del
hombre: la terrena y la celeste. Primero, la realidad terrena: "¿Qué hacéis ahí?", ¿por qué estáis en la tierra?
Respondemos: Estamos en la tierra porque el Creador nos ha puesto aquí como coronamiento de la obra de la
creación. Dios todopoderoso, de acuerdo con su inefable designio de amor, creó el cosmos, lo sacó de la nada. Y
después de realizar esa obra, llamó a la existencia al hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-27). Le
concedió la dignidad de hijo de Dios y la inmortalidad.
Sin embargo, como sabemos, el hombre se extravió, abusó del don de la libertad y dijo "no" a Dios,
condenándose de este modo a sí mismo a una existencia en la que entraron el mal, el pecado, el sufrimiento y la
muerte. Pero sabemos también que Dios mismo no se resignó a esa situación y entró directamente en la historia del
hombre, que se convirtió en historia de la salvación. "Estamos en la tierra", estamos arraigados en ella, de ella
crecemos. Aquí hacemos el bien en los extensos campos de la existencia diaria, en el ámbito de lo material y
también en el de lo espiritual: en las relaciones recíprocas, en la edificación de la comunidad humana y en la cultura.
Aquí experimentamos el cansancio de los viandantes en camino hacia la meta por sendas escabrosas, en medio de
vacilaciones, tensiones, incertidumbres, pero también con la profunda conciencia de que antes o después este
camino llegará a su término. Y entonces surge la reflexión: ¿Esto es todo? ¿La tierra en la que "nos encontramos" es
nuestro destino definitivo?
En este contexto, conviene detenerse en la segunda parte de la pregunta recogida en la página de los
Hechos: "¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?". Leemos que, cuando los Apóstoles intentaron atraer la atención del
Resucitado sobre la cuestión de la reconstrucción del reino terreno de Israel, él "fue elevado en presencia de ellos, y
una nube lo ocultó a sus ojos". Y ellos "estaban mirando fijamente al cielo mientras se iba" (Hch 1, 9-10). Así pues,
estaban mirando fijamente al cielo, dado que acompañaban con la mirada a Jesucristo, crucificado y resucitado, que
era elevado. No sabemos si en aquel momento se dieron cuenta de que precisamente ante ellos se estaba abriendo un
horizonte magnífico, infinito, el punto de llegada definitivo de la peregrinación terrena del hombre. Tal vez lo
comprendieron solamente el día de Pentecostés, iluminados por el Espíritu Santo.
Para nosotros, sin embargo, ese acontecimiento de hace dos mil años es fácil de entender. Estamos
llamados, permaneciendo en la tierra, a mirar fijamente al cielo, a orientar la atención, el pensamiento y el
corazón hacia el misterio inefable de Dios. Estamos llamados a mirar hacia la realidad divina, a la que el
hombre está orientado desde la creación. En ella se encierra el sentido definitivo de nuestra vida.
(...)
Permaneced firmes en la fe
o La fe es un acto humano muy personal, que se realiza en dos
dimensiones: aceptar lo que Dios nos revela sobre sí mismo y sobre
nosotros y sobre la realidad que nos rodea; y fiarse de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, el lema de mi peregrinación en tierra polaca, tras las huellas de Juan Pablo
II, es: "¡Permaneced firmes en la fe!". La exhortación que encierran estas palabras se dirige a todos los que
formamos la comunidad de los discípulos de Cristo, se dirige a cada uno de nosotros. La fe es un acto humano muy
personal, que se realiza en dos dimensiones. Creer quiere decir, ante todo, aceptar como verdad lo que nuestra mente
no comprende del todo. Es necesario aceptar lo que Dios nos revela sobre sí mismo, sobre nosotros mismos y sobre
la realidad que nos rodea, incluida la invisible, inefable, inimaginable.
Este acto de aceptación de la verdad revelada ensancha el horizonte de nuestro conocimiento y nos permite
llegar al misterio en el que está inmersa nuestra existencia. A esta limitación de la razón no se concede fácilmente el
consenso. Y precisamente aquí es donde la fe se manifiesta en su segunda dimensión: la de fiarse de una persona, no
de una persona cualquiera, sino de Cristo. Es importante aquello en lo que creemos, pero más importante aún es
aquel en quien creemos.
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Creer quiere decir abandonarnos en Dios, poner nuestro destino en
sus manos
San Pablo nos habla de esto en el pasaje de la carta a los Efesios, que se ha leído hoy. Dios nos ha dado un
espíritu de sabiduría y "ha iluminado los ojos de nuestro corazón para que conozcamos cuál es la esperanza a que
hemos sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos; y cuál la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en
Cristo" (cf. Ef 1, 17-20). Creer quiere decir abandonarse a Dios, poner en sus manos nuestro destino. Creer quiere
decir entablar una relación muy personal con nuestro Creador y Redentor, en virtud del Espíritu Santo, y hacer que
esta relación sea el fundamento de toda la vida.
Ser testigos de Jesús que nos asigna una misión
Hoy hemos oído las palabras de Jesús: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y
seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8). Hace siglos
estas palabras llegaron también a tierra polaca. Han constituido y siguen constituyendo constantemente un desafío
para todos los que admiten pertenecer a Cristo, para los cuales su causa es la más importante. Debemos ser testigos
de Jesús, que vive en la Iglesia y en el corazón de los hombres. Es él quien nos asigna una misión. El día de su
ascensión al cielo, dijo a los Apóstoles: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. (...)
Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la palabra con las señales
que la acompañaban" (Mc 16, 15).
(...)
o Con la fortaleza de la fe, de la esperanza y de la caridad
Antes de volver a Roma para continuar mi ministerio, os exhorto a todos, citando las palabras que Juan
Pablo II pronunció aquí en el año 1979: "Debéis ser fuertes, queridísimos hermanos y hermanas. Debéis ser fuertes
con la fuerza que brota de la fe. Debéis ser fuertes con la fuerza de la fe. Debéis ser fieles. Hoy más que en cualquier
otra época tenéis necesidad de esta fuerza. Debéis ser fuertes con la fuerza de la esperanza, que lleva consigo la
perfecta alegría de vivir y no permite entristecer al Espíritu Santo. Debéis ser fuertes con la fuerza del amor, que es
más fuerte que la muerte. (...) Debéis ser fuertes con la fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad, consciente y
madura, responsable, que nos ayuda a entablar el gran diálogo con el hombre y con el mundo en esta etapa de
nuestra historia: diálogo con el hombre y con el mundo, arraigado en el diálogo con Dios mismo —con el Padre, por
el Hijo, en el Espíritu Santo—, diálogo de la salvación" (Homilía, 10 de junio de 1979, n. 4: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 24 de junio de 1979, p. 10).
o Mirad desde la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y
consolidando su reino en la tierra: reino del bien, de la justicia, de la
solidaridad y de la misericordia
También yo, Benedicto XVI, sucesor del Papa Juan Pablo II, os ruego que miréis desde la tierra al cielo,
que fijéis vuestra mirada en Aquel a quien desde hace dos mil años siguen las generaciones que viven y se
suceden en nuestra tierra, encontrando en él el sentido definitivo de la existencia. Fortalecidos por la fe en
Dios, esforzaos con empeño por consolidar su reino en la tierra: el reino del bien, de la justicia, de la
solidaridad y de la misericordia.
Llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren .... haciendo el
bien al prójimo y promoviendo el bien común.
Os ruego que testimoniéis con valentía el Evangelio ante el mundo de hoy, llevando la esperanza a los
pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los desesperados, a quienes tienen sed de libertad, de verdad y de paz.
Haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común, testimoniad que Dios es amor.
(...)
www.parroquiasantamonica.com
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